El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 206 · enero-marzo 2024 · página 8
Artículos

Pearl S. Buck {1}

Atilana Guerrero Sánchez

Semblanza de la novelista estadounidense


motivo

Hija de unos misioneros protestantes estadounidenses, Pearl Comfort Sydenstricker Buck (1892-1973), más conocida como Pearl S. Buck –incluso por su nombre chino, Sai ZhenZhu, cuyos tres caracteres chinos al estilo zhuan es lo único que hay escrito en su lápida de Green Hills Farm, en Pensilvania– llegó a ser la primera mujer de EE.UU. ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1938.

Pero el interés que su figura nos suscita no va a ser el meramente literario, sino el contenido que su literatura ofrece sobre China, el país al que sus padres quisieron exportar el cristianismo de la Junta Presbiteriana del Sur.

En realidad, pretendemos destacar que la gran escritora es un ejemplo de que, a veces, los planes políticos imperiales son rechazados por sus propios agentes. Pasa desapercibido en las biografías al uso, cuando no desconocido, el dato de que fue expulsada de la Junta Presbiteriana de Misiones a causa de una conferencia impartida en un almuerzo de mujeres en el Astor Hotel de la ciudad de Nueva York en la que se preguntaba si tenían alguna utilidad las misiones extranjeras. En efecto, la predicación de sus padres le debió de parecer tan infructuosa como las lecciones que su marido –del que acabaría divorciándose–, John Lossing Buck, agrónomo de profesión, pretendía inculcar en los campesinos chinos, quienes fueron los que le enseñaron a él sus técnicas milenarias.

Para ello, hemos de eliminar esa pátina de corrección que acompaña al arte sancionado por las Instituciones humanitarias, y mostrar que las novelas, al igual que la propia vida de Pearl S. Buck, se dejan interpretar a la luz de la dialéctica de los imperios; en este caso, entre China y Estados Unidos. Una dialéctica observada, eso sí, desde la perspectiva que nos da España; o, más que España, la filosofía de la Historia del materialismo filosófico de Gustavo Bueno que sitúa en la Historia de España el desarrollo del primer ejemplo de Imperio Universal “positivo”, es decir, real, histórico{2}.

Para empezar, porque el primer (y último) proyecto de conquista de China fue español{3}. Y porque, al igual que Estados Unidos, el imperio español siempre fue acompañado de la evangelización cristiana. Un cristianismo, desde luego, muy diferente, por católico, del protestante, y en cuya diferencia vamos a cifrar el problema que queremos presentar.

En todo caso, la perspectiva actual que podemos adoptar desde España no es tanto la de aquel resto de un imperio que, pasados los siglos, ve cómo otros siguen su ejemplo, sino más bien la de quienes se pueden lamentar de que, precisamente aquello que no consiguieron los protestantes en China, en cambio, sí que lo hayan conseguido, en parte, en la América hispana actual. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a la labor llevada a cabo por el Instituto Lingüístico de Verano (nombre camuflado del “Wycliffe Bible Translators” o Traductores Wycliffe de la Biblia), estudiada entre nosotros por Gustavo Bueno Sánchez{4}, y cuyo mediador en este conocimiento, por cierto, es también otro estadounidense, el antropólogo David Stoll.

En efecto, con su libro ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina{5}, David Stoll denunció la enajenación cultural llevada a cabo por los misioneros estadounidenses con el pretexto de la predicación, para ir socavando la identidad hispana de aquellas naciones que en su día formaron parte de la Corona española.

De la misma manera, nosotros venimos a traer aquí la experiencia de Pearl S. Buck en China que demuestra que los restos del naufragio del Celeste Imperio no se dejarían absorber tan fácilmente en las redes de los “pescadores de hombres”.

En la reunión de artículos y conferencias que constituye el libro China como yo la veo{6}, la escritora presenta la constitución secular del imperio chino basado en la relación de los habitantes con la tierra, más que con el gobierno, de manera que la unidad del país se debe a la continua sucesión de generaciones que habita un mismo lugar, considerado el centro del mundo: “el sentimiento de pertenencia a un particular pedazo de tierra está grabado profundamente en el corazón de cada chino”{7}. Esto, unido a su concepción de la familia extensa, según la cual la sociedad es una gran familia, hizo que el choque con la visión individualista del estadounidense fuera frontal.

Pronto se puso de manifiesto este choque en la vida de la niña Pearl. Criada en el país asiático desde los tres meses de edad, la primera lengua en la que empezó a hablar fue el chino. Sus padres, Absalon Sydenstricker y Carolina Stulling, construyeron una casa en Chin-Kiang, a orillas del Yang-Tsé, fuera del recinto amurallado donde vivían los ingleses, entre las casas de los chinos. Y así fue como creció como uno más.

En la biografía escrita por Mauricio Hispano se dice de ella que “conoció, porque formaba parte de ellos, el íntimo sentir de los nativos y, como ellos, consideraba “Yang Kwei-Tse” –diablos extranjeros– a los ingleses, alemanes y franceses que expoliaban el país en el que vivía, que entonces consideraba suyo”.{8}

Su educación, repartida entre su madre y el profesor Kung, estuvo marcada por esa dualidad: lo que su madre le enseñaba por la mañana, la historia desde el punto de vista estadounidense con el sistema Calvert, el profesor Kung se lo contradecía por la tarde, explicándole la historia bajo el punto de vista chino, en la tradición confuciana. Dos perspectivas incompatibles cuya trituración mutua no sólo se estaba llevando a cabo en la formación de la inteligente joven, sino en la realidad misma de la geopolítica de finales del siglo XIX.

En efecto, pocas décadas después de que la potencia colonial británica se impusiera al país asiático en las Guerras del Opio, el voluntarioso matrimonio acudió a predicar entre aquellas gentes el amor al prójimo. En la misma lengua y con la misma religión de los que llevaban años humillando a su nación. No es de extrañar que a punto estuviera la familia Sydenstricker de acabar asesinada en la Rebelión de los Bóxers. Les salvó esa relación entre iguales que desde el principio quisieron mantener con los nativos, gracias a la que pudieron esconderse de la furia contra el “diablo extranjero” en la casa de la amah de la niña, su cuidadora.

Pero las relaciones éticas entre los hombres, de individuo a individuo, poco tienen que ver con las relaciones entre los Estados, especialmente cuando las contradicciones entre ambos planos son tan agudas como aquellas que impusieron los llamados Tratados desiguales entre China y las potencias occidentales. En particular, Gran Bretaña demostró que un Estado se podía convertir en el mayor cártel de la droga, con una absoluta ausencia de ética hacia quienes eran sus compradores y, al mismo tiempo, exigir a las autoridades chinas que los cristianos pudieran residir en su territorio y evangelizar libremente. La pregunta surge de inmediato: evangelizar, ¿para qué?.

Y es que no se suele reparar en la coherencia filosófica que existe entre el espiritualismo protestante y este tipo de política depredadora.

Así queda recogido en la Wikipedia el incidente de su expulsión de la Junta Presbiteriana de misiones tras la charla referida:

Cuando John Lossing Buck llevó a la familia a [Ithaca] al año siguiente, Pearl aceptó una invitación para dirigirse a un almuerzo de mujeres presbiterianas en el Astor Hotel de la ciudad de Nueva York. Su charla se tituló "¿Existe un caso para el misionero extranjero?" y su respuesta fue un "no" apenas calificado. Ella le dijo a su audiencia estadounidense que daba la bienvenida a los chinos para compartir su fe cristiana, pero argumentó que China no necesitaba una iglesia institucional dominada por misioneros que a menudo ignoraban a China y eran arrogantes en sus intentos de controlarla. Cuando la charla se publicó en Harper's Magazine, la reacción de escándalo llevó a Buck a renunciar a su puesto en la Junta Presbiteriana. En 1934, Buck abandonó China, creyendo que regresaría, mientras que John Lossing Buck permaneció.{9} (negrita nuestra)

Pero más importante aún es lo que hemos rescatado del reflejo de esta polémica en la España  de la época, nada menos que en la revista Acción española del año 1933, lo cual nos da idea de la trascendencia de la noticia, recibida en el mismo año en que tuvo lugar. Así dio cuenta José Artero, en un artículo titulado “Panorama religioso del mundo”, del fracaso de las Misiones protestantes:

“Ya no saben qué mensaje llevar a los infieles, dudan de la fe en Cristo, anteponen la moral budista, proclaman la absoluta indiferencia religiosa, un absurdo laicismo en todas las instituciones misionales y, en fin, se preguntan si es ya hora de abandonar el campo…

Y mientras el Dr. E. M. Wylie, rector de una de las principales Iglesias de New-York, quería atenuar el escándalo en un artículo del 20 de mayo en el New-York Telegram, Mrs. Harper Sibley, de Rochester, miembro ella también del Comité de Investigaciones, predicaba en la Iglesia Episcopal de S. Jorge de New-York sobre “Las cien denominaciones distintas” con que el protestantismo trabaja en China, y concluye: “Así no tenemos derecho a ir en nombre de Cristo…Yo sé que el cristianismo auténtico es supremo; pero que un cristianismo de segunda mano, como el que nosotros llevamos allí y es el reflejo de nuestra vida de aquí, no es tan bueno como el mejor tipo del budismo”.

Paralelamente la misionera Mrs. Pearl S. Buck, acusada de negar la divinidad de Jesucristo, quedaba sin licencias de predicación. Mas era públicamente defendida en sus negaciones por los más conspicuos miembros de la Iglesia presbiteriana en públicos sermones en las más céntricas Iglesias de New-York.” (negrita nuestra).{10}

De hecho, la autora lo expresa con claridad en otro escrito, China and the West, en relación a la rebelión de los Bóxers:

“A causa del modo en que las potencias habían usado a los misioneros para exigir concesiones de China, los chinos consideraban a los misioneros simplemente como los embajadores de los gobiernos extranjeros y concluían que su presencia sólo podría colaborar a la desintegración del país. Para ellos era imposible verlo de otra manera, porque mientras los misioneros predicaban un evangelio de paz y buena voluntad, sus gobiernos, bajo cuya protección ellos trabajaban, estaban usando las formas más injustas de coerción y agresión”{11}

Al fin y al cabo, el calvinismo del que deriva esta “denominación” protestante, Los Presbiterianos del Sur, sostiene que las obras humanas no tienen nada que ver con la salvación, puesto que Dios ya ha elegido desde la eternidad a los que irán al cielo, sea cual sea su comportamiento a lo largo de la vida. Si a esto le añadimos la unificación entre la Iglesia y el Estado especialmente característica del anglicanismo, entonces el voluntarismo divino se identifica con el irracionalismo de la política, por lo que cualquier decisión que sea tomada en beneficio del propio Estado será deseable, al margen de sus consecuencias sobre los demás. Para el caso del imperio inglés, existe ya la expresión acuñada, debida a Lord Palmerston, que dice: “Inglaterra no tiene amigos, tiene intereses”, no por casualidad el ministro de Exteriores durante este período. La cual es un resumen de este párrafo, tan brillante como vacío: “No tenemos aliados eternos, y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos”{12}.

Nada más ilustrativo de este irracionalismo que los expeditivos métodos con que el imperio británico amenazaba al entonces maltrecho “Reino del Centro” si no se avenía a sus abusivas condiciones, a saber, la “diplomacia de cañonero” (gunboat diplomacy). Siguiendo los modos del hostigamiento pirático, bastaba con bombardear los puertos para que las negociaciones se “resolvieran”.

El caso es que no podía España representar mejor papel en esta historia, en justicia a su herencia, que con las monedas de plata españolas que los chinos exigían a los ingleses en pago a las ingentes cantidades de té que cultivaban para ellos. Unas monedas de las que los ingleses no querían deshacerse y que pretendieron sustituir con el opio. Ante la negativa china, los ingleses impusieron el opio vendiéndolo de contrabando y convirtiendo así en drogadicta a gran parte de la población.

Lo que nos interesa destacar es que este “pragmatismo inglés” no deja de ser un modo de reconocer su fracaso, porque, en términos políticos, oponer “amistad” a “intereses”, es lo mismo que presentar el falso dilema entre el imperialismo generador y el depredador. Y aquí queríamos llegar: el canon desde el que estamos midiendo el fracaso o el éxito de la política inglesa es la política del imperio español, que, sin renunciar a sus intereses, pudo tejer esos lazos de amistad entre naciones gracias a instituciones positivas muy concretas. Dicho al modo clásico: el convivium y el connubium, es decir, poblar y habitar los mismos lugares conquistados y prolongar esta convivencia en el tiempo gracias al matrimonio con los nativos. En definitiva, lo que desde Alejandro Magno había sido el “sueño de Oriente” heredado por Roma y después por España: reproducir las ciudades griegas (Alejandrías) hasta el confín del mundo.

Como Pedro Insua lo ha definido con toda precisión en su estudio sobre los debates teológico-jurídicos del siglo XVI español a propósito de América, estamos hablando del “canon vitoriano”, en referencia al padre Francisco de Vitoria y su justificación de la conquista de América por los españoles. Un canon según el cual hay que distinguir el poder religioso del poder civil –cosa que precisamente vuelve a confundir el protestantismo– y considerar que una sociedad natural está dotada de racionalidad aunque desconozca la verdadera fe. Así, el famoso ius communicationis afirma que “cualquier “nación” tiene derecho a entrar en comunicación (comercial, doctrinal o de cualquier tipo, incluyendo la confesional) con cualquier otra sin que ello le pueda ser lícitamente impedido”.{13}

Ahora bien, mientras que América supuso para los españoles el problema de cómo civilizar a las sociedades conquistadas, “elevándolas” a la condición de igual respecto al Estado moderno cuyo modelo era la España peninsular, China no tenía que ser “civilizada”, pues ella misma era ya una sociedad lo suficientemente compleja como para tener relaciones comerciales y políticas con “Occidente” ya desde la Edad media. De hecho, el proyecto español de “arraigar en China” durante el siglo XVI, tomando el modelo americano, hubo de ser corregido bajo los presupuestos que hoy denominaríamos “democráticos”. Y es que, en efecto, los españoles ya percibieron que la organización política china se caracterizaba por un exacerbado despotismo, opinión que fue compartida por los europeos que sucesivamente fueron entrando en contacto con ella, hasta llegar a la conocida denominación de Wittfogel del “despotismo oriental”.

El giro interesante que nos proporciona la figura de Pearl S. Buck viene a propósito de la consideración de la continuidad entre el imperialismo inglés y el estadounidense. Porque, de hecho, las palabras de Buck no dejan de presentar el mismo conflicto que se les presentó a los españoles, hasta el punto de que su reconocimiento del fracaso de las misiones protestantes está en sintonía con la postura católica española que se fundaba en la independencia de la razón y la fe: es absurdo preocuparse por la salvación del “alma” de los chinos mientras se castiga vilmente su “cuerpo”.

La autora reconoce, con razón, que la acción de los EE.UU. fue “menos odiosa” (the least obnoxious){14}que la de las otras potencias. De ello da cuenta, por ejemplo, con la actividad de intercambio educativo por la que estudiantes chinos pudieron acudir a Universidades estadounidenses, gracias, eso sí, al dinero de las indemnizaciones que China hubo de pagar tras la guerra. En todo caso, esa diferencia de Estados Unidos respecto del resto de las potencias europeas aliadas en la guerra contra China se debía a su falta de participación en las áreas de influencia en que China estaba siendo repartida como un botín. Una política denominada de “Puertas Abiertas” (Open door), con el eufemismo correspondiente, característicamente empleada para las operaciones comerciales entre potencias enfrentadas en una situación de biocenosis, es decir, de enfrentamiento “a muerte”.

José Manuel Rodríguez Pardo trató de esta cuestión en la Escuela de Filosofía de Oviedo desde las coordenadas del materialismo filosófico en el año 2012 durante cuatro sesiones cuyo título planteaba el problema: “Estados Unidos, ¿imperio generador o depredador?”. En él se ofrece la idea de que el imperialismo estadounidense se puede reconocer como generador, con la salvedad de que la distinción entre depredación y generación no es dicotómica y los tramos de la historia estadounidense que se pueden destacar como prueba de su depredación, por antonomasia el exterminio de los indios en la conquista del Oeste, han de integrarse en una perspectiva más amplia que pudiera adoptarse sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial y su victoria sobre el comunismo soviético{15}.

No obstante, la dificultad del diagnóstico se hace casi insuperable toda vez que estamos tratando de una sociedad del presente, de cuyo final, solo tras el cual podría analizarse su figura histórica, nada podemos saber.

Pues bien, esta sintonía de la escritora estadounidense con la filosofía católica no es anecdótica. La propia situación histórica en la que los Estados Unidos, de hecho, se hallaban inmersos, la explica. Hemos de ponerla en relación con el hecho de que uno de sus ideólogos más perspicaces del período de entreguerras, James Brown Scott{16}, recuperase a Francisco de Vitoria como el filósofo que dio lugar al “Derecho internacional” en la Edad Moderna. Digamos que, bajo sus presupuestos, España tenía algo que enseñar a la potencia que se estaba preparando para convertirse en el imperio universal del siglo XX. La analogía entre España y Estados Unidos, no obstante, nos permite ver la gran diferencia entre una situación histórica, la del siglo XVI, y otra, la del siglo XX, en la que la “generación” de nuevas naciones, para el caso de Estados Unidos, suponía, inevitablemente, la destrucción, siquiera parcial, de lo que podemos llamar la herencia hispana. De hecho, la guerra hispano-estadounidense ha quedado simbólicamente unida al fin del imperio español como “Desastre del 98”.

En todo caso, y dado que nosotros nos hemos fijado en Pearl S. Buck como uno de los elementos de esta compleja composición que es la relación entre China y Estados Unidos, de sus propias palabras podemos extraer la noción de que entre las dos naciones medió la relación que se puede dar entre dos conjuntos disyuntos: dos mundos absolutamente separados en los que ella habitó, sabiendo que cuando estaba en uno, no estaba en el otro.

Quizás para romper ese aislamiento mutuo, en 1942 fundó junto con su segundo marido y editor, Richard Walsh, la Asociación East and West, tras de la cual vendría en 1949 la Welcome House, la primera agencia de adopción de niños asiáticos y mestizos, gracias a la cual más de cinco mil niños encontraron un hogar en los Estados Unidos. Hoy, la fundación Pearl S. Buck International, presidida por su hija Janice, continúa con su labor.

——

{1} Nueva versión del artículo publicado en la revista Encuentros en Catay, número 35, año 2022.

{2} Esta idea de “Imperio universal positivo” se presenta nítidamente en el artículo de Gustavo Bueno “Adiós a Cádiz” publicado en nuestra revista en enero de 2013 (Gustavo Bueno, “Adiós a Cádiz”, El Catoblepas 131:2, 2013).

{3} Véase el artículo de Pedro Insua, “Hermes en China. El proyecto español de “arraigar en la China” durante el siglo XVI”, El Catoblepas 71:16, 2008.

{4} Gustavo Bueno Sánchez, “Babel redivivo, o divide y vencerás”, El Catoblepas 2:10, 2002.

{5} Edición digital disponible en David Stoll, ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? (nódulo 2002), que sigue la versión ecuatoriana en lengua española, traducida por Flica Barclay: ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina (Ediciones Abya-Yala, Quito 1985, 489 páginas).

{6} Pearl S. Buck, China as I see, compiled and edited by Theodore F. Harris, The John Day Company, 1970, New York. (disponible en https://archive.org/details/chinaasiseeit0000buck).

{7} “The sense of belonging to a particular piece of earth is deep in the heart of every Chinese” (traducción nuestra). Pearl S. Buck, op.cit., pág. 3.

{8} Mauricio Hispano, Pearl S. Buck, Ediciones Hisma, Barcelona, 1976, pág. 9.

{9} Entrada de Pearl S. Buck, consultada el 14 de diciembre de 2021.

{10} José Artero, “Panorama religioso del mundo”, Acción Española (Madrid), 1-9-1933, nº 36, págs. 604-611 (disponible en linea en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional: bne.es. Consultado el 18 de diciembre de 2021).

{11} “Because of the way the Powers had used the missionaries to demand concessions from China, the Chinese looked upon the missionaries simply as the political forerunners of the foreign governments and concluded that their presence could only work toward the gradual disintegration of the country. It was impossible for them to regard it otherwise, for while the missionaries were preaching a gospel of good will and peace, their governments, under whose protection they were working, were using the most unfair forms of coercion and aggression” (traducción mía). Pearl S. Buck, China as I see it, compiled and edited by Thedore F. Harris, The John Day Company, Nueva York, 1970, p. 42.

{12} En esta dialéctica británica entre “amigos” e “intereses”, no podemos dejar de traer aquí la advertencia con la que Liu Xiaoming, el embajador chino en Reino Unido, respondió a Boris Johnson el verano del 2020 a propósito de su artero ofrecimiento a cientos de miles de hongkoneses de una “vía rápida” hacia la ciudadanía británica: “Queremos ser vuestros amigos, queremos ser vuestros socios. Pero si queréis hacer de China un país hostil, tendréis que lidiar con las consecuencias”. Como es sabido, China tiene completa soberanía sobre Hong Kong desde 1997.

{13} Pedro Insua Rodríguez, 1492, España contra sus fantasmas, Ariel, Barcelona, 2018, pág. 194.

{14} Pearl S. Buck, China as I see it, compiled and edited by Thedore F. Harris, The John Day Company, Nueva York, 1970, pág. 42.

{15} En el turno de preguntas del referido curso, tiene especial interés para nosotros la intervención de Gustavo Bueno Sánchez a propósito de James Brown Scott (citado en la cuarta lección, aproximadamente a partir del siguiente período de tiempo: 1h.:06m.:38s.)

{16} Véase de Gustavo Bueno Sánchez, “James Brown Scott (1866-1943)”, entrada dedicada a este autor en Filosofía en español, en donde se puede encontrar el estudio del rótulo “Derecho Internacional”, tan importante para entender la visión estadounidense de las relaciones políticas exteriores.


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