El Catoblepas · número 207 · abril-junio 2024 · página 9
Feminismo y superestructura
Brais Paisal Lombardero
Una explicación sobre el surgimiento del feminismo desde el materialismo cultural
1. Introducción
La situación social, política y económica de la mujer se consagra como una de las mayores preocupaciones políticas de nuestro tiempo, y si bien es cierto que la lucha por la emancipación femenina comenzó años atrás, es en la actualidad cuando más presente se encuentra.
Por esta razón, semeja que la gran mayoría de las personas que habitan en lugares industrializados y de tradición euroamericana se encuentran familiarizadas con conceptos como “patriarcado”, “techo de cristal”, “brecha salarial”, “violencia de género” o con el propio término de “feminismo”. Pero, si tal y como se afirma desde los distintos feminismos, las mujeres estuvieron históricamente oprimidas, ¿cómo es posible que estas no se levantasen en armas contra los hombres antes del siglo XIX? ¿Por qué el feminismo da sus primeros pasos en dicho siglo y se convierte en conciencia nacional en determinados países en el siglo XX?
Desde las presentes páginas se defiende la tesis de que la respuesta a las cuestiones recientemente enunciadas no estriba en la consideración de que aquello es gracias a una inspiración azarosa e individual o por la intervención mundana de un ser sobrenatural, sino que responde a la realidad material de una sociedad política determinada donde sus condiciones estructurales y económicas permite que el feminismo surja como corriente de pensamiento o corriente política (y más específicamente, a causa del modo de producción y modo de reproducción que presenta).
De esta manera, a lo largo del presente artículo se explicará el surgimiento del feminismo atendiendo a las diferentes sociabilidades experimentadas por la Europa y los Estados Unidos del siglo XIX y XX desde coordenadas sumamente materialistas, y más concretamente, desde el materialismo cultural, por lo que se echará mano tanto de la obra de su principal autor, Marvin Harris, como de demás literatura relacionada con el tema (y algún apunte personal).
Por último, cabe mencionar que, previo a la exposición de la tesis final, y con el objetivo de familiarizar al lector con el asunto a tratar, se realizará también una breve exposición acerca de lo que es el materialismo cultural y el feminismo (suponiendo estas la primera y segunda parte del artículo respectivamente).
2. ¿Qué es el materialismo cultural?
El materialismo cultural, cuyo autor más importante es el antropólogo estadounidense Marvin Harris, es la estrategia de investigación que sostiene que la tarea principal de la antropología resulta dar explicaciones causales a las diferencias y similitudes en el pensamiento y en el comportamiento de los distintos grupos humanos.
Dicha estrategia de investigación, aún siendo consciente de la falta de consenso académico a la hora de determinar la importancia (y priorizar la investigación) de las subdivisiones de las categorías estudiadas en diferentes sociedades por la antropología (el aspecto conductual, de producción, de reproducción y el creativo), establece un patrón universal integrado por tres divisiones principales, siendo estas la infraestructura, estructura y superestructura{1} (Harris, 2021A):
(1) La infraestructura se compone de las actividades conductuales mediante las que la sociedad satisface sus requisitos mínimos de subsistencia (modo de producción) y regula el crecimiento demográfico (modo de reproducción).
(2) La estructura se encuentra constituida por las actividades económicas, políticas y conductuales, pudiéndose hablar de economías domésticas o economías políticas en función de si el foco de organización se centra en grupos domésticos o en las relaciones internas y externas de la sociedad global.
(3) La superestructura está integrada por la conducta y pensamiento dedicados a actividades artísticas, lúdicas, religiosas e intelectuales junto con los aspectos mentales que garantizan la perdurabilidad de la estructura y la infraestructura de una cultura.
Comprendido el patrón universal mencionado, esta estrategia de investigación enfatiza en la infraestructura como causa de la estructura y la superestructura. De esta manera, el materialismo cultural se puede definir como la estrategia de investigación que subraya la importancia causal de la infraestructura, es decir, de la intensificación de la producción (modo de producción) y de la presión reproductora (modo de reproducción) que presenta una sociedad en consonancia con los límites del ecosistema (nivel de sustentación ecológico) en el que habita{2} (Harris, 2021A).
Por todo ello, atendiendo al tema del presente artículo, y teniendo en cuenta lo recientemente explicado, se llega a la conclusión de que comprendiendo el cambio infraestructural (en el modo de producción y en el modo de reproducción) de las sociedades occidentales con un fuerte movimiento feminista se vislumbrará el porqué de su aparición. El surgimiento del feminismo no atendería, así, a un cambio mental o conductual azaroso o por la libre voluntad y la elección moral de las personas, sino por el efecto infraestructural en la estructura y superestructura de las sociedades occidentales durante los siglos XIX y XX, por lo que el verdadero objetivo del presente trabajo supone señalar los cambios en el modo de producción y en el modo de reproducción que experimentaron dichas sociedades para posibilitar el surgimiento de dicho movimiento social.
Una vez explicado en qué consiste el materialismo cultural, y aunque la finalidad del presente trabajo radica en la exposición de los motivos por los cuales el feminismo aparece como movimiento social en las sociedades occidentales industrializadas de tradición euroamericana, resulta prudente realizar un pequeño apartado explicando qué es aquello que se entiende por feminismo.
3. ¿Qué es el feminismo?
Si bien es cierto que la palabra feminismo existe desde hace siglos y que la preocupación por la situación social de la mujer se encuentra presente desde hace décadas en la conciencia colectiva de las personas que conforman las sociedades industrialmente desarrolladas, es en la actualidad cuando la lucha por las libertades y derechos civiles de las mujeres cuenta con un mayor protagonismo en la agenda pública y política de dichas sociedades. Así, el feminismo, como materia o asunto, resulta una fuente inagotable de inspiración para la elaboración de publicaciones de diversa naturaleza (desde novelas hasta estudios universitarios) y como latemotiv de diferentes programas de televisión, programas de radio, podcasts, perfiles de redes sociales, conversaciones informales, charlas, conferencias o debates familiares. Por ello, la mayoría de los habitantes del tipo de sociedades anteriormente mencionadas se encuentran familiarizados con sintagmas como techo de cristal, brecha salarial, igualdad de género y violencia de género, así como con conceptos como patriarcado o machismo.
De esta forma, semeja que Occidente permanece sumergido bajo una atmósfera general feminista que condiciona no sólo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación: las asignaturas impartidas en educación primaria y secundaria obligatoria presentan de forma transversal la perspectiva de género o feminista, las carreras y másteres especializados en estudios de género se multiplican, aumentan el número de horas (tanto en los centros de enseñanza como en los medios de comunicación) dedicados al papel de las mujeres en diferentes ámbitos y aspectos de la vida humana (la historia, la medicina, la física, la química, la música, el arte, el deporte y la filosofía), los talleres feministas obtuvieron un sitio fijo para la impartición de clases magistrales sobre machismo y educación sexual en los centros de enseñanza, se consiguió una mayor protección de la figura de la mujer a nivel jurídico, se estimuló la participación de las mujeres en carreras tradicionalmente masculinas y, por último (entre otros ejemplos), se incentivó el emprendimiento femenino a través de una serie específica de discriminaciones positivas. En definitiva, semeja que los países industrializados y capitalistas se encuentran bajo una suerte de realismo feminista{3}: la idea muy difundida de que el feminismo no sólo es la única corriente de pensamiento moralmente aceptable, sino que resulta el único movimiento político viable para evitar que el mundo caiga en desgracia.
Poco a poco, la terminología feminista va inundando las mentes y bocas de los diferentes sujetos humanos del mundo, a la par de la generación de nuevos marcos (frames) y discursos propios que condicionan las acciones y conversaciones de estos con sus iguales. De esta manera, resulta fehaciente el hecho de que, influidos por la narrativa feminista, diversas gentes entienden lo realmente existente desde unas coordenadas concretas, configurando su visión del mundo desde una postura determinada y tratando de expandir dicha óptica por el resto del globo terráqueo (de ahí la famosa expresión “ponerse las gafas violetas”). ¿Quién no se ha visto alguna vez en la necesidad de excusarse de su presunto sexismo tras realizar un comentario que para algunos resultó molesto? ¿Dónde está la persona que no haya sido tachada de machista en algún momento de su vida?
Sin embargo, pese a que es en la actualidad cuando más gente se encuentra familiarizada con el vocabulario y la perspectiva ontológica feminista, la mayoría de las personas (incluso las autollamadas feministas) presentan severas dificultades para exponer la doctrina de pensamiento a la que se encuentran, o no, ligadas ideológicamente una vez son preguntadas sobre el tema en profundidad. Semeja que, para muchas personas, cuando se les hace reflexionar sobre “qué es el feminismo”, su verdadero conocimiento sobre el asunto acaba resultando (al igual que el de San Agustín de Hipona con respecto al Tiempo) un “si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”{4}. Es decir, pese a que hoy en día los países occidentales desarrollados se encuentren en el llamado realismo feminista, y pese a que la libertad y los derechos civiles de las mujeres resulte el tema de debate público por excelencia, las personas que no se dedican estrictamente al estudio del asunto no comprenden muy bien qué es lo que supone dicho movimiento ni lo que persigue (así como tampoco pueden definir consistentemente qué es el feminismo ni parte de sus elementos teórico-discursivos). En una frase: parece que en el siglo del feminismo{5}, la gente no comprende lo que es el feminismo.
3.1. El feminismo: ¿término unívoco o multívoco?
Para muchos, el feminismo supone el movimiento que lucha por el principio de igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Sin embargo, pese a que dicha frase exprese una Idea clara y distinta, “qué es el feminismo” presenta una gran complejidad definitoria. Se podría decir que, de manera un poco hiperbólica, existen tantas comprensiones de lo que es el feminismo como teóricas feministas{6} hay, resultando esto el hecho que evidencia lo oscuro que se vuelve el asunto una vez se empieza a estudiar este fenómeno con cierta profundidad. Para algunas autoras, tratando de ser más amplias en la extensión del concepto, el feminismo supone el movimiento político integral contra el sexismo en todos los terrenos (jurídico, ideológico y socioeconómico) y que expresa la lucha de las mujeres contra cualquier forma de discriminación (Gamba, 2008). Para otras, el feminismo supone el movimiento por el que las mujeres toman conciencia de la opresión y explotación que reciben por parte de los hombres (Marañón, 2018). Finalmente, otros sostienen que el feminismo se puede definir como el movimiento o conjunto de movimientos que defienden la existencia de un patriarcado que oprime a la mujer y privilegia al hombre (Jiménez, 2019).
Esta complejidad experimentada a la hora de delimitar conceptualmente lo que es el feminismo se debe (principalmente) a que este, en sí, no es un movimiento unitario, sino más bien una tradición de múltiples corrientes, muchas veces enfrentadas entre sí, que parten de un mismo origen ideológico. El feminismo no puede ser tratado o comprendido, de esta manera, de forma unívoca, sino multívoca (dada la cantidad de tipos de feminismo realmente existentes), y siendo un claro ejemplo de esto la situación de conflictividad ideológica apreciada en la actualidad entre el feminismo transinclusivo (aquel que incluye a las personas transexuales) y el feminismo transexcluyente (aquel que no incluye a las personas transexuales). Sin embargo, los intentos por aportar una definición omniabarcante y válida de feminismo continúa en los planes y proyectos de muchas autoras feministas, resultando el esfuerzo de definición unívoca de feminismo más popular el que lo demarca a través de la Idea de igualdad como “igualdad de hombres y mujeres” (Alarcón, 2022).
Por todo ello, presentar una definición unívoca de feminismo resulta complejo y demasiado arriesgado. Incluso aludir al concepto de igualdad para realizar una definición unívoca de feminismo supondría un error, pues no todos los feminismos son igualitaristas, sino que existen otros que reivindican abiertamente las diferencias entre hombres y mujeres y que matizan y limitan ese igualitarismo a ciertos contenidos y ámbitos (como es el caso, por ejemplo, del feminismo de la diferencia, siendo su máxima exponente la italiana Luisa Muraro). De ahí que la mayoría de personas no especializadas en el asunto no sepan responder de forma que no sea genérica, vaga e imprecisa cuando se les pregunta sobre ello (¿qué es el feminismo?), además de caer (incluso las personas que estudian dicho tema) en un fundamentalismo feminista cuando corrigen o indican lo que es o no el feminismo. Y, de esta manera, se comienza a hablar acerca del “verdadero feminismo” como consecuencia funcional de ciertas contradicciones teóricas previas (dado la diversidad de feminismos existentes) y para poder constituir el remedio argumentativo para resolver las mismas, siendo las más significativas aquellas dadas entre el feminismo de la justicia legal y el feminismo de la justicia social; entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia; y el feminismo queer y el feminismo radical{7}(Alarcón, 2022).
Llegados a este punto, se puede comprender que el feminismo no es una corriente homogénea capaz de ser circunscrita a alguna de sus ramas con exclusión del resto (pudiendo surgir tantas concepciones fundamentalistas del feminismo como feminismos hay), algo que, de hacerse, produce lo que popularmente se ha llamado “quitar el carné feminista”. Es decir, en la medida en que una persona comprende el feminismo como algo homogéneo y reduce este al tipo de feminismo con el que mayor filiación ideológica presenta, acaba por provocar una dicotomía de verdadero feminismo - falso feminismo que hipostatiza (sustantiviza) este y le permite excusarse (a esta persona) de las acciones que hagan terceros en nombre del feminismo (ejemplo de ello serían frases del estilo “si no eres abolicionista de la prostitución no eres feminista” o de “si ha maltratado a sus hijos, no es feminista”). En definitiva, el feminismo no presenta una esencia unívoca del tipo “feminismo es el movimiento que lucha por la igualdad de hombres y mujeres”, pero sí, como se verá a continuación, una esencia procesual en su sentido más darwinista.
3.2. La esencia del feminismo e implicaciones de su definición
Tal y como se acaba de exponer, el feminismo no resulta una corriente homogénea reducible a sólo algunas de sus ramas con exclusión del resto. Esto se debe a que el feminismo no presenta las características de una esencia unívoca. Sin embargo, este movimiento puede conceptuarse como una unidad al modo de una esencia procesual en el sentido de los géneros y especies de la clasificación de seres vivos del darwinismo en Biología. Es decir, lo que tienen en común los diversos feminismos no resulta el presentar una serie de rasgos homogéneamente repartidos, sino el ser ramas de un mismo tronco histórico que se ha ido diversificando a lo largo del tiempo hasta dar lugar a las contradicciones expuestas (de ahí que sea rechazable, desde las presentes páginas (y por falta de suficientes conexiones históricas), la teoría de las tres oleadas del feminismo (Alarcón, 2022)).
De esta manera, (y recordando que el feminismo no resulta un movimiento unitario, sino más bien una tradición de múltiples corrientes, muchas veces enfrentadas entre sí, que parten de un mismo origen ideológico), el feminismo puede definirse en su sentido específico o circunscrito históricamente como el movimiento social que defiende, en su momento teórico, que vivimos en un sistema de roles de género en el que la mujer es el sexo oprimido y el hombre el sexo opresor y que propone, en su momento práctico, medidas destinadas a suprimir el privilegio masculino. Es decir, el origen o tronco común de los feminismos (y por tanto su esencia procesual) es la defensa de la existencia de una estructura social, el patriarcado, que privilegia sistemáticamente al hombre al tiempo que oprime a la mujer.
Por último, a partir de lo enunciado, se presentan, a lo sumo, tres objeciones de necesaria mención:
(1) El feminismo, al ser un movimiento social, sólo comienza a existir cuando ya se ha organizado como tal movimiento, por lo que toda la literatura o autora “feminista” anterior a dicho momento histórico sólo lo es de forma retrospectiva y no perteneciendo al feminismo estricto, aunque sí se puedan considerar feministas en un sentido amplio o genérico (un ejemplo de ello: Mary Wollstonecraft, Olympe de Gouges, Poullain de La Barre o Rosalía de Castro).
(2) En función de cómo se entienda o defina el patriarcado{8}, se podría dudar acerca de su existencia actual, por lo que también resultaría señalado el movimiento feminista en su conjunto y se podría someter a crítica ontológica todo tipo de acción política, social e institucional propiamente feminista (es decir, sobre la necesidad de su existencia o sobre el sentido de la misma), pues el feminismo, en tanto que movimiento social que en su momento práctico pretende acabar con el patriarcado, no tendría razón de ser si este no existe.
(3) En la actualidad, el feminismo hegemónico (el feminismo con mayor capacidad de institucionalización y con una mayor cantidad de filiación ideológica) no resulta una rama del feminismo propiamente dicha (no existen las autoras del feminismo hegemónico), sino un conjunto de “ideas feministas” propias de los diversos movimientos feministas anteriormente expuestos que ha conseguido alcanzar el mayor grado de institucionalización al ser (estas ideas) las de mayor aceptación social y difusión (sería, pues, la Idea de feminismo más extendida hoy en día), presentando una serie de características concretas: 1) sus explicaciones causales resultan reduccionismos sociológicos (no tiene en consideración a la biología), 2) su encuadre es posmoderno y escéptico, 3) ignora que los varones también padecen sexismo y desventajas (y cuando se anoticia de ello se minimiza su impacto), 4) considera que todas las mujeres están subordinadas y padecen un sexismo estructural independientemente de su ubicación social, cultural o económica 5) es favorable a la existencia de “discriminaciones positivas” hacia las mujeres y 6) es corporativo, es decir, destaca sólo las desventajas de las mujeres en las situaciones en donde ambos sexos padecen el mismo problema en igual medida (Kreimer, 2020).
Para finalizar, pese a que el feminismo se presente como un término multívoco y tenga como esencia procesual la defensa de la existencia del patriarcado (en su momento teórico) y la propuesta de una serie de medidas para acabar con el privilegio masculino (en su momento práctico), resulta prudente anunciar que en el presente artículo se tratará a este en su sentido amplio y genérico. De esta forma, cuando se responda a la pregunta ¿por qué surgió el feminismo?, se comprenderá al feminismo como el conjunto de movimientos que luchan contra el sexismo de múltiples maneras (siéndose consciente del feminismo de la diferencia), entre las que se destaca, por ser la más característica, la lucha por la consecución de una serie de derechos civiles concretos para las mujeres con el fin de su igualación con el hombre a nivel social y legal (y de ahí que, en algunas partes, se emplee el sintagma “movimientos por los derechos civiles y la liberación de la mujer” como homónimo de feminismo).
4. La Revolución Industrial y la sociedad de mercado: Arché, Kosmos y Kaos
Los pensadores griegos de la antigüedad clásica (Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímes, Pitágoras o Heráclito) entendían que lo realmente existente debía presentar consigo una causa primera, un origen, un primer elemento que supusiese la razón primordial (originaria) de su existencia. Puesto que para ellos (y no solo para los citados anteriormente), algo nunca podría salir dela nada, parte de la actividad filosófica de por aquel entonces (y que llega hasta nuestros días) supuso la búsqueda de aquello que se nombró Arché, es decir, el comienzo del universo o el primer elemento de todas las cosas{9}. Junto a este concepto fundamental de la filosofía de la Antigua Grecia, también encontramos el Kosmos, el Todo íntegro sujeto a las leyes del movimiento de la materia (el Universo, el mundo en su conjunto) y el Kaos (la oposición del Kosmos), aquel estado revuelto y confuso en que se encontraban todas las cosas antes de hallarse organizada la creación (el Kosmos){10}.
Ligando por analogía los conceptos dichos de la tradición filosófica helenística con el tema a tratar en el presente artículo, la sociedad en la que actualmente se desenvuelven las personas e individuos de los países industrialmente desarrollados (e inevitablemente el feminismo) también cuenta con un Arché (razón primordial originaria) que acaba por configurar un Kosmos (un nuevo orden) y que desencadenará un Kaos (un estado confuso de las cosas) por el propio devenir del movimiento de la materia misma; siendo este Arché la Revolución Industrial, el Kosmos la sociedad de mercado y el Kaos todas aquellas relaciones económicas, políticas y sociales fugaces y contradictorias que emanan del propio modo de producción capitalista. Pero ¿por qué?
Debido al cambio en las relaciones de producción a causa de la continua transformación del material técnico-científico disponible en una sociedad (es decir, por motivo de las leyes del movimiento de la materia), las relaciones sociales se ven trastocadas por influencia de la infraestructura. Por ello, a partir del siglo XIX, con la innovación de la máquina de vapor y la consecuente maquinaria industrial y la moderna gran industria (en definitiva, por razón de un largo proceso de desarrollo y de una serie de transformaciones en el modo de producción y de intercambio), las diferentes interacciones que tienen las personas con sus iguales se encuentran sometidas a lo dictaminado por las necesidades del capital, generando nuevos deseos, intereses y formas de socialización (una nueva sociabilidad distinta a la feudal). Justamente por ello se entiende la Revolución Industrial como el hecho socioeconómico que marcó una nueva discontinuidad en la historia, pues con las nuevas fuerzas de producción burguesas, las antiguas relaciones de producción y la vieja sociabilidad feudal (o patriarcal, como veremos más adelante) quedaron disueltas y oxidadas en favor de una nueva sociabilidad configurada por nuevas relaciones que se esfuman antes de poder germinar completamente (Marx; Engels, 2019). De la misma forma, las diferentes maneras de comprender la realidad y el mundo, así como la irrupción de nuevos movimientos sociales, resultaron producto de dicha revolución infraestructural, es decir, de la transformación de la disposición y organización de la materia (de ahí que el ser social determine la conciencia). La superestructura, de esta manera (y a grandes rasgos), funcionaría en muchos casos como una garantía normativa para la consecución de la perdurabilidad en el tiempo de las actividades necesarias para el mantenimiento de la vida social de una determinada sociedad y época histórica, castigando, así, a las conductas desviadas y fundamentando relatos maniqueos, mitos, dogmas y narraciones sagradas (como diría Durkheim o Freud: sin represión no hay sociedad).
Así, continuando con el hilo argumentativo y entroncándolo con la cuestión principal del presente trabajo, los movimientos por la liberación de la mujer (aquello que se dio a entender como el feminismo), se encuentran, igualmente, como movimiento social e ideología (como forma de conciencia), sujetos a los cambios en la base económica; como producto y reflejo ideacional surgido tras una transformación en las condiciones materiales de una sociedad en un determinado momento histórico. Pero para poder comprender dicha afirmación, se necesita evidenciar cuales fueron esos cambios en la sociabilidad (ocasionados por la Revolución Industrial y la consecuente sociedad de mercado y rentabilización del trabajo ajeno) que produjeron la posibilidad{11} del nacimiento de los movimientos de liberación de la mujer. Es decir, es preciso estudiar la sociabilidad patriarcal campesina (precapitalista) y la sociabilidad capitalista del siglo XIX, XX y XXI.
4.1. De la sociabilidad patriarcal campesina a la sociabilidad moderna capitalista del siglo XXI
Tal y como se afirma en el último párrafo del anterior apartado, para poder comprender el surgimiento del feminismo como movimiento de liberación de la mujer en los países industriales desarrollados desde una perspectiva materialista, resulta necesario observar qué es aquello que transformó la sociabilidad patriarcal y campesina (donde no existía ni rastro de feminismo) en la sociabilidad capitalista (donde sí hay movimientos feministas), así como se presenta obligatorio analizar cada una de estas.
A su vez, al seguir un enfoque materialista a la hora de comprender la aparición de los movimientos sociales, se entiende que estos no surgen como fruto de una inspiración divina o de una intuición esporádica personal, sino como el reflejo ideacional de la infraestructura económica de una sociedad en una determinada época histórica. Por ello, el feminismo tuvo que surgir a causa de una irrupción infraestructural que modificó las relaciones sociales preexistentes a esta, de ahí que resulte necesario observar la sociabilidad de antes y de después de lo que se ha considerado el Arché (ese aquello que transformó la sociedad) actual de los países industrialmente desarrollados que cuentan con movimientos de liberación de la mujer: la Revolución Industrial (y la consecuente sociedad de mercado y rentabilización del trabajo ajeno). De esta manera, se tratará primeramente la sociabilidad patriarcal campesina (sociabilidad anterior a la Revolución Industrial) y, posterior a ella, se explicará la sociabilidad capitalista (sociabilidad posterior a la Revolución Industrial), realizando también una comparativa general entre ambas.
4.1.1. La sociabilidad patriarcal campesina
El término patriarcado, al igual que el feminismo, no resulta unívoco, sino multívoco; es decir, cuenta con múltiples acepciones. De esta forma, el patriarcado, como Idea, puede significar lo siguiente: “el gobierno de los patriarcas” dada su etimología (aunque autores como Daniel Jiménez prefieren emplear el término androcracia), puesto que dicha palabra se configura a través de la palabra de raíz indoeuropea pater (padre/hombre) y el elemento compositivo griego -archer (el que ejerce el poder); otra consideración de dicho término sería el patriarcado como “sistema en el que el poder está gobernado mayoritariamente por hombres” (definición trabajada por sociobiólogos como Steven Goldberg) y, por último, patriarcado como “sistema de roles de género que oprime a la mujer” (Jiménez, 2019).
Pese a las definiciones dadas (y quedado muchas de ellas en el tintero), y mostrando que se es conocedor de la multiplicidad de acepciones del término patriarcado, cuando se habla de sociabilidad patriarcal campesina, por sociedad patriarcal se entiende aquellas sociedades que emplearon la agricultura para lograr en cada casa la reproducción del patriarcado y, por campesina, aquella parte de la vida aldeana que, aun siendo también estructural, era con todo más dependiente o subsidiaria (Allones, 2021). De la misma forma, el término patriarcado es entendido como el sistema de organización político y social que supone la parte fundacional del engranaje social aldeano donde 1) la agricultura suponía la actividad económica utilizada para lograr en cada casa la reproducción del sistema, 2) existen tensas relaciones de patrimonio y la casa es el lugar en el que el núcleo de familia se reproduce, 3) el núcleo de familia es la célula básica que perpetúa la naturaleza política y social patriarcal, 4) el núcleo de familia está conformado por el padre, la madre y el infante Varón, 5) la infante Hembra no es parte estructural del núcleo de familia, 6) la incorporación de la mujer adulta a la casa del varón se produce a través del matrimonio en función de Madre, 7) la madre es la encargada de criar y educar al hijo infante Varón (crianza maternofilial) que 8) heredará la casa reproduciendo en la siguiente generación todo el conjunto de relaciones sociales aprendidas, 9) el infante Varón una vez adulto debe administrar la casa patrimonial como usufructuario de la misma y tiene la obligación moral de engrandecerla (por lo que se trata de una sociedad patrilineal){12}, 10) existe una jerarquía en base a la edad y el sexo y donde 11) la exclusión de la mujer de la herencia de la casa junto con el control de su sexualidad supone condición necesaria para que se dedique a la crianza del hijo y necesaria y suficiente para la perdurabilidad en el tiempo de dicho orden social (Allones, 2021).
Comprendido lo expuesto hasta este momento, se puede afirmar que la sociabilidad patriarcal campesina supone un tipo de sociabilidad caracterizada por la crianza consanguínea y maternofilial (siendo la madre la encargada de transmitir los contenidos necesarios para la aceptación moral de la vida patriarcal dada la situación prelingüística y alingüística del bebé), por presentar un sistema de herencias patrilineal, por el control de la vida sexual de la mujer (exigiendo la virginidad hasta el matrimonio para garantizar que el hijo que herede la casa sea el hijo del actual usufructuario de la misma{13}) y por la inexistencia de la vida privada. Es decir, en el patriarcado el objetivo político suponía lograr que el hijo varón sea el heredero político del dominio privativo o Territorio del varón progenitor (por lo que el control y la orientación{14} de la sexualidad femenina resultaba un procedimiento suficiente y necesario para obtener tal fin).
A su misma vez, la gran administradora de la sociedad patriarcal aldeana precapitalista era la Iglesia (la Iglesia católica en Europa Occidental y la Iglesia ortodoxa en la Europa Oriental{15}), quien monopolizaba los ritos de pasaje que la antropología documentaba por doquier, pero practicados aquí en su versión patriarcal: el bautismo, el matrimonio y la muerte. A través del bautismo, se oficializaba el orden y la prelación de la descendencia de un determinado matrimonio, quedando registrado en el libro parroquial el heredero usufructuario del patrimonio familiar; por el casamiento, se confirmaban cuáles serían las relaciones sexuales legítimas, a la par de que se castigaban simbólica e institucionalmente aquellas que no eran consideradas como tal{16}; y, por último, el funeral y el enterramiento en sagrado suponía el rito de pasaje más importante, pues este ordenaba la vida social al basarse en el recuerdo generacional de los familiares muertos (Allones, 2021). De esta forma, la Iglesia fue la institución que formateó durante siglos estas sociedades aldeanas, y en donde el representante local se inviste de autoridad moral reconocida por sus feligreses; de ahí que se realice una mala sociología si entendiéramos dichos ritos de paso como meros trámites administrativos y no como instituciones antropológicas de suma importancia para la pervivencia del grupo social.
Por último, en relación con lo recientemente citado, las sociedades patriarcales aldeanas presentaban un grado de armonización de los intereses y necesidades sociales jamás vistas en las sociabilidades futuras. Según el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, en la Gemainschaft (la Comunidad{17}, aquel tipo de sociedad que se le ha denominado en el presente artículo como patriarcal campesina), los lazos entre personas resultaban espontáneas y cercanas, los objetivos de los diferentes individuos eran comunes y concordantes, el interés propio coincidía con los intereses colectivos, existía un fuerte sentimiento de pertenencia al lugar de residencia, se compartían costumbres y valores, las vidas eran públicas, el acuerdo y la moral era consensuados (había obligaciones morales hacia el grupo) y la relación social más importante era aquella dada entre la madre y el infante (ocupando la maternidad un papel fundamental y central en la estructura social). Sin embargo, en la sociabilidad capitalista, como veremos a continuación (y como el propio marxismo constató), quedan disueltas todas las relaciones fijas, mientras que las recién formadas envejecen antes de poder echar raíces.
En resumidas cuentas, se puede comprender la sociabilidad patriarcal campesina como el tipo de sociabilidad donde la agricultura suponía la actividad económica utilizada para lograr en cada casa la reproducción del sistema, se motivaba a que el hijo varón fuera el heredero político del dominio privativo o Territorio del varón progenitor (evitando así el dominio de la mujer a través de un sistema de jerarquías basado en el sexo y la edad), la relación central y más importante era la crianza maternofilial (la maternidad sin sexualidad), el comportamiento de la sexualidad femenina era controlado, la Iglesia era la administradora de la sociedad a través de la monopolización de los ritos de paso y existía un consenso social entorno a cuáles deberían ser las normas que guiasen el comportamiento humano para la realización de las actividades necesarias para la perpetuación del orden social establecido (y todo ello bajo una atmósfera de misticismo y religiosidad).
4.1.2. La sociabilidad capitalista del siglo XIX
Con la irrupción de cierto material tecno-científico motivado por sistemas de engranaje y vapor y con el avance y desarrollo exponencial de las fuerzas productivas de por aquel entonces (las llamadas fuerzas productivas burguesas), se produjo el proceso de transformación económico, social y tecnológico conocido como la Revolución Industrial. Dicho cambio en la base de la estructura de la sociedad patriarcal campesina, sociedad que mudó de una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de mercado de carácter urbano, industrial y mecanizado, daría lugar a nuevas formas de socialización y sociabilidad, así como a modernas relaciones sociales y personales no antes experimentadas.
El capitalismo, como modo de producción donde la propiedad de los medios de producción se encuentran en manos privadas, surgió a partir de la transformación revolucionaria de la sociedad feudal pasada, llevando a niveles exponenciales la industria, el comercio y el transporte. De esta forma, tal y como Marx y Engels enunciaron, se han convertido en asalariados los médicos, los curas, los poetas y el hombre de ciencia, rentabilizándose el trabajo ajeno por encima de lo que costó adquirirlo y eliminándose progresivamente la dispersión de los medios de producción, de la propiedad y de la población (aglomerando esta última y centralizando a los primeros). Así, fruto de todo ello, llega la centralización política, viéndose obligadas a unirse en una sola nación, un solo gobierno, una sola ley, las diferentes provincias de los diferentes reinos europeos, a la misma vez que la industria nacional queda desplazada por unas nuevas dada la necesidad de la explotación del mercado mundial. La burguesía, de esta manera, ha obligado a todas las naciones a apropiarse del modo de producción burgués si no quieren sucumbir, creando un mundo a su imagen y semejanza, así como nuevas ciudades y multiplicando la población ciudadana en comparación con la agraria, hecho que ha sacado a una parte importante del rural del particularismo en el que vivían (Marx; Engels, 2019). En una frase: la continua transformación de la producción, la eterna inseguridad y movimiento, es lo que caracterizó a la sociedad europea tras la Revolución Industrial (sucediendo esto, también, hoy en día), pues la burguesía “no puede existir sin revolucionar continuamente los instrumentos de producción, esto es, las relaciones de producción, esto es, todas las relaciones sociales” (Marx; Engels, 2019).
Por otra parte, el capitalismo, en esencia, supone el comercio de la rentabilización del trabajo ajeno por encima de lo que cuesta adquirirlo, tal y como se afirmaba con anterioridad. Pese a esto, (y si bien es cierto que los salarios, en un inicio, no supusieron libertad alguna) a la larga, la condición de asalariado presentó consigo unas implicaciones sociales y económicas no antes experimentadas en las sociedades patriarcales campesinas. Los trabajadores, al recibir por su trabajo una renta (siendo esta cercana al coste de reproducción social del obrero, pues sino no se mantendría a la población desposeída de los medios de producción), se convirtieron en individuos (que no personas){18} independientes monetariamente unos de otros, ya que, desde su primera retribución, pudieron decidir qué comprar en función de la cuantía de esta. Es decir, los trabajadores obtuvieron una mayor independencia económica que en sociedades anteriores, convirtiéndose en, como diría Tönnies, “individuos dotados de poder” que se sienten libres en contraposición a lo experimentado bajo el sistema patriarcal anteriormente explicado. Y lo más importante de todo (además de ser el hecho que mayores implicaciones sociales tendrá) resulta que la mencionada búsqueda constante de la maximización de los beneficios en el capitalismo, junto con el desarrollo y sofisticación de las fuerzas productivas burguesas, supuso la eliminación de la importancia de las diferencias de sexo y edad para la clase trabajadora, observando cómo a mayor desarrollo de la industria y menor la necesidad de habilidad y fuerza para el trabajo manual, mayor el desplazamiento del trabajo de los hombres por el trabajo de las mujeres (Marx; Engels, 2019). Es decir, las mujeres se convierten también, poco a poco, en asalariadas, adquiriendo consecuentemente una autonomía de la que antes no gozaban y, eliminándose así, las relaciones patriarcales establecidas con anterioridad (entendiendo estas como aquellas propias de las sociedades patriarcales campesinas precapitalistas).
Por todo ello, es decir, a causa del cambio infraestructural que supuso la Revolución Industrial y el trabajo asalariado, nuevas relaciones sociales y nuevas ideologías aparecen, generando así una nueva sociabilidad que transformará el antiguo mundo patriarcal en la nueva sociedad moderna.
4.1.3. La sociabilidad capitalista de los siglos XIX y XX
Una vez comprendido lo leído y redactado hasta el momento, se observa que existen ciertas diferencias entre la sociedad patriarcal aldeana y la sociedad capitalista del siglo XIX. Mientras que el patriarcado campesino es un modo de organización de la actividad productiva, de la crianza y de la sexualidad autosuficiente, el capitalismo solamente funciona como lo primero (dado que la casa de labranza reunía producción, consumo y vivienda, mientras que, tras el trabajo asalariado, estas actividades se encuentran en espacios físicos separados). Además de esto, la propiedad usufructuaria típica de la sociedad patriarcal se convierte en privada, el altruismo forzoso del núcleo de familia campesino se convierte en el egoísmo forzoso de la sociabilidad patriarcal y la administradora de la sociedad deja de ser la Iglesia, dejando paso al Estado como nuevo monopolizador de los ritos de pasaje y ordenador de la vida social (Allones, 2021). A su vez, con la independencia económica ganada gracias al trabajo asalariado, la sociedad se individualiza y atomiza, y las características propias de la Comunidad (Gemainschaft) enumeradas unas páginas atrás, aparecen, ahora, totalmente invertidas: los lazos entre personas resultan externas, frías y contractuales, los objetivos de las diferentes personas de una misma sociedad pasan de ser comunes a individuales, el interés propio no coincide con los intereses colectivos, ya no existe un fuerte sentimiento de pertenencia al lugar de residencia, se dejan de compartir costumbres y valores, las vidas se vuelven privadas, el acuerdo y la moral resultan fruto del contrato (hay obligaciones civiles impuestas y no consensuadas hacia el grupo a través de leyes) y la relación social más importante, aquella dada entre la madre y el infante, se ve desplazada por la del capitalista y trabajador (ocupando la maternidad un papel marginal en la estructura social). De esta forma, en la sociabilidad capitalista, como veremos a continuación (y como, nuevamente, el propio marxismo constató), quedan disueltas todas las relaciones consideradas como sagradas y eternas, dando lugar a otras nuevas no antes experimentadas que, más pronto que tarde, serán borradas de la historia a causa de la revolución constante de los instrumentos de producción y, consecuentemente, de las relaciones de producción y las relaciones sociales (ocasionando constantes Kaos).
Al principio, cuando el paso de una sociabilidad a otra se comenzaba a dar (de la patriarcal campesina a la capitalista) y cuando aún no se había configurado la sociabilidad capitalista como una esfera de sociabilidad diferenciada de la patriarcal campesina (es decir, cuando existía una mezcolanza entre las formas de socialización y relaciones sociales), el dominio y autoridad del hombre sobre la mujer (posiblemente varones secundarios expulsados de las casas de labranza por la propia violencia del patriarcado campesino) fue más acusado que en la Gemainschaft. Estas situaciones sociales ocurrían en las grandes ciudades industriales europeas del siglo XIX, construidas por la abducción del campesinado por las industrias, donde el funcionariado (los nuevos administradores de la sociedad, en contraposición con la Iglesia y su casta sacerdotal) se encargaban de reglamentar la vida social a través del establecimiento de castigos, trámites y demás normas que garantizasen el correcto funcionamiento del nuevo orden social (del nuevo Kosmos), evidenciándose la necesidad de las técnicas administrativas como parte imprescindible para la estabilidad y expansión de las técnicas primarias (es decir, las técnicas capitalistas){19}. Por lo tanto, en esta época se encuentran sociedades liberales y capitalistas con elementos aun fuertemente patriarcales, pues las empresas son en su mayoría empresas familiares que necesitan del núcleo de familia para la continuidad de los negocios, presentando una naturaleza política patriarcal pese al alto grado de capitalización (Allones, 2021).
Sin embargo, con el incremento de la composición orgánica del capital{20}, los medios de producción se vuelven más caros y los obreros deben de formarse más a causa de lo sofisticada que resulta la nueva maquinaria burguesa (recordemos que la burguesía necesita revolucionar constantemente las fuerzas productivas para sobrevivir), generándose la necesidad de la configuración de sociedades anónimas capaces de cubrir los costes de tal incremento (dejando de ser empresas familiares). De esta forma, la sociabilidad capitalista del siglo XIX, con vestigios patriarcales, deja paso a la sociabilidad capitalista del siglo XX, pues a razón de dicho incremento y con la consecuente mecanización absoluta de la agricultura, todas las relaciones de producción se basan en la compraventa de fuerza de trabajo, es decir, en el comercio de la rentabilización del trabajo ajeno. Por ello, el hombre no necesita al infante Varón para perpetuar el patrimonio familiar y los hogares se vacían dada la necesidad de mayores cantidades de mano de obra (además de la consolidación de la presencia del trabajo asalariado por doquier), así como por el constante desplazamiento del trabajo del hombre por el de la mujer a causa del desarrollo de la maquinaria capitalista (tal y como se explicaba con anterioridad citando un fragmento del Manifiesto Comunista). Es así como deja de existir, de una vez por todas, la exclusión por sexo en las actividades supradomésticas y se da una sociabilidad de hombres y mujeres adultos, altamente profesionalizados y articulados entre sí por sus relaciones de producción y de consumo. Debido a esto, el núcleo de familia deja de ser la célula básica de reproducción social (siéndolo ahora la factoría), por lo que dicha reproducción no depende de las relaciones sexuales y de crianza (como sí pasaba en el patriarcado), adquiriendo la mujer el control de su vida reproductiva y de su sexualidad. De esta forma, la maternidad, relación central de la sociedad patriarcal, queda marginada, puesto que la llegada del bebé supone un hándicap para la carrera laboral femenina a causa de la necesidad de la venta de su fuerza de trabajo para poder subsistir o conseguir un mayor poder económico (y, consecuentemente, político{21}). Es más, la llegada del bebé supone el retorno y activación de sentimientos e interpretaciones propios de la sociabilidad patriarcal: monogamia, sacrificio por el bienestar de los hijos o herencia a los hijos (Allones, 2021).
Comprendido esto, se puede afirmar con total seguridad que el trabajo asalariado (y la nueva estructura económica capitalista) resulta ineficaz para el dominio masculino de la mujer y el macho infante, dejando de ser la producción varonil (dada la desaparición de las categorías de sexo y edad), de la misma forma que la crianza ya no resulta maternofilial y la cópula ya no es exogámica, permitiendo una mayor autonomía de las relaciones heterosexuales y de crianza. En una simple y sencilla frase: el trabajo asalariado consiguió que la sociabilidad patriarcal se quedase recluida en el cajón de la historia.
Para finalizar el tratamiento de la sociabilidad capitalista y antes de adelantar la tesis definitiva acerca del porqué del surgimiento de los movimientos de liberación de la mujer (es decir, del feminismo), resulta necesario pararse un momento en cuestiones como la maternidad (aunque también serán tratados otros), puesto que esta supone un factor explicativo fundamental para responder a la pregunta de investigación de este artículo. Por ello, se abordará la cuestión de la familia y el desplazamiento de la crianza maternofilial (así como la maternidad) en el capitalismo, hecho que también constata (y pese no haberse dicho antes) el debilitamiento de la autoridad moral y efectiva de los adultos de las familias de las clases medias, así como también la falta de un código moral consensuado a día de hoy (suplantándose la moral consensuada de la Comunidad por el frío cálculo de la contabilidad capitalista en la Gesellschaft).
5. La familia bajo el modo de producción capitalista
El materialismo cultural resulta la estrategia de investigación que sostiene que la tarea primaria de la antropología es dar explicaciones causales a las diferencias y similitudes en el pensamiento y en el comportamiento humano entre diversas sociedades. A su vez, los materialistas culturales entienden que esta tarea (al igual que los materialistas dialécticos) puede ser llevada a cabo de una manera más eficiente y eficaz si se estudian las limitaciones materiales{22} a las que está sujeta la existencia humana, siendo las causas más probables de la variación en los aspectos mentales o espirituales de la vida humana las variaciones en las limitaciones materiales que afectan a la forma en que las personas se enfrentan con los problemas de satisfacer las necesidades básicas en un hábitat en particular. Además de esto, el materialismo cultural (esta vez a diferencia del materialismo dialéctico) rechaza la noción de que todos los cambios culturales importantes se deban a contradicciones dialécticas, afirmando que estos pueden darse por la acumulación gradual de rasgos útiles a través de un proceso de prueba y error (Harris, 2021A).
Es decir, desde el materialismo cultural, siendo su mayor exponente el antropólogo cultural estadounidense Marvin Harris, se explican las diferencias y similitudes entre las diversas culturas humanas a través de factores materiales, siendo estos, concretamente, la intensificación de la producción y la presión reproductora de un grupo humano en relación con el nivel de sustentación ecológica{23} que presenta el hábitat en en el que se desenvuelve. De esta manera, para los materialistas culturales las diferencias y similitudes entre poblaciones humanas se deben a causas económicas y demográficas (es decir, a variaciones en la infraestructura de la sociedad{24}) (Harris, 2019A). Y comprendido esto, se puede afirmar que, de la misma manera que la variación en los aspectos mentales o espirituales de la vida humana son fruto de las variaciones en las limitaciones materiales que presenta un grupo humano, la cultura de una sociedad también se configura a partir de variaciones en la infraestructura social.
Dentro de una cultura se encuentran, entre otras, las prácticas y conductas sociales relacionadas con la reproducción, pues la cultura supone el conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, de los miembros de una sociedad, incluyendo sus modos repetitivos de pensar, sentir y actuar (Harris, 2021A). Por ello, la necesidad de tener más o menos hijos (así como la preferencia sexual de los mismos, es decir, si resulta más conveniente engendrar primero una niña o un niño) está sujeto a las variaciones en las limitaciones materiales. Es decir, un grupo humano presentará una actitud o conducta más pronatalista o más antinatalista en función de los costes y beneficios que suponga tener una determinada cantidad de descendencia.
La presión demográfica implica que las parejas son más sensibles a los costos y beneficios que conlleva la reproducción. Los costos de criar niños resultan la comida extra consumida durante el embarazo, el trabajo que se ha perdido por la mujer embarazada, los gastos relacionados con la lactancia y otros alimentos necesarios para alimentar a la progenie durante la infancia y niñez, el esfuerzo de transportarlos de un lado a otro y, en sociedades más complejas, los gastos derivados de la compro de ropa, alojamiento, cuidados médicos y educación. Los beneficios de la reproducción incluyen la contribución de los niños a la producción de alimentos, a los ingresos de la familia en general, y al cuidado y a la seguridad económica de sus padres. Si los costos superan a los beneficios, una pareja tendrá menos hijos; y si los beneficios superan a los costos, una pareja tendrá más hijos. Por ello, pese a que los humanos (al igual que otros primates), puedan tener una inclinación genéticamente controlada a sentirse emocionalmente atraídos por los niños, el ritmo al cual la generación de padres tiene niños se encuentra, en parte, determinada por el hecho de si el tener un hijo más supone una ganancia para la pareja por término medio o no (Harris, 2021A).
Ejemplo de todo ello suponen (contradiciendo a Malthus) las diferentes prácticas de regulación de la población que las culturas preindustriales empleaban con el objetivo de minimizar los costos y maximizar los beneficios de la reproducción, siendo estas las siguientes:
1) El trato y cuidado del feto, bebés y niños: El maltrato al feto, al bebé o al niño es un medio muy corriente para evitar los costes reproductivos. A lo largo de la historia humana se pueden observar casos de aborto indirecto (a las mujeres embarazadas se les adjudican trabajos más pesados y se les reduce la dieta) y de aborto directo (dietas de hambre impuestas para las embarazadas y traumas causados al apretar el abdomen de la madre, así como saltar encima de ella o hacerla tomar sustancias tóxicas), siendo este último tipo de aborto, según George Devereux tras estudiar 350 sociedades preindustriales, “un fenómeno absolutamente universal” (Harris, 2021A). El infanticidio indirecto (mala nutrición y negligencia hacia los niños, especialmente si están enfermos) y el infanticidio directo (asfixia y golpes en la cabeza del niño, así como dejar de alimentarlo) también resultan otras prácticas extremas de control demográfico en aquellas sociedades donde, a causa de la presión reproductora, se presenta necesaria su ejecución para garantizar el correcto funcionamiento de la vida social.
2) El trato y cuidado de las niñas y las mujeres: Para controlar la reproducción, algunas estrategias históricas seguidas resultan la severa privación de alimentos a las futuras madres para retrasar su fertilidad (u ocasionar amenorrea) o la deficiente nutrición de las embarazadas. También existen casos donde los hombres son sometidos a un mayor estrés físico y mental para ocasionar desajustes en la fecundidad masculina, al reducir la libido y el número de espermatozoides vivos o fértiles (Harris, 2021A).
3) Intensidad y duración de la lactancia: La lactancia prolongada puede dar como resultado el espaciar los embarazos a intervalos de tres a más años. Además, alimentar únicamente con leche materna al bebé los seis primeros meses de su vida podría ser causa de una futura anemia (y la posterior negligencia hacia este para ocasionar un infanticidio indirecto).
4) Frecuencia del coito y su programación: La homosexualidad, masturbación, el coitus interruptus y las técnicas heterosexuales no coitales para alcanzar el orgasmo pueden tener un papel importante en la regulación de la fertilidad. Junto con esto, la edad del matrimonio y el tipo (poligamia, poliginia o poliandría) es otra variable importante para regular la población, de ahí que en las sociedades patriarcales campesinas (tal y como se ha expuesto anteriormente) exista el tabú de las relaciones extramaritales y sobre la maternidad fuera del matrimonio (Harris, 2021A).
Llegados a este punto, resulta necesario especificar que los costes y beneficios de la reproducción en sociedades preindustriales son distintos en función de si la actividad económica resulta la agricultura y la ganadería o la caza de animales y recolección de frutos y otros alimentos, ya que, con la llegada de la agricultura y los animales domésticos, el equilibrio entre los costos y beneficios de reproducción cambiaron a favor de tener más hijos{25}, puesto que estos podían realizar trabajos a edades más tempranas que en sociedades nómadas o seminómadas, donde los costos de reproducción eran mayores (de ahí que se realizasen en mayor medida las prácticas de control de la población explicadas anteriormente) (Harris, 2019A). Y de la misma forma, dichos costes y beneficios también son distintos entre sociedades preindustriales (entre la que se encuentra la patriarcal campesina) y sociedades industriales (donde surgió el feminismo).
Con la industrialización, los costes para criar hijos, sobre todo después de la introducción de las leyes sobre el trabajo infantil y los estatutos sobre la educación obligatoria, se elevaron rápidamente. Los padres tenían que esperar más tiempo que antes para que pudieran recibir cualquier tipo de beneficio por parte de los hijos, ya que el periodo de preparación que se necesitaba para la entrada al mundo laboral era mayor (de ahí el punto de inflexión que supuso el incremento de la composición orgánica del capital explicado anteriormente). Todo el modelo de cómo antes la gente se ganaba la vida había cambiado, y si bien el consumo, vivienda y producción se realizaba en un mismo espacio físico (la casa de labranza, donde se desempeñaban trabajos sin la necesidad de un nivel de estudios alto y, por ende, realizable por niños), tras la moderna industria la gente ganaba su salario como individuos aislados en la fábrica o en las oficinas. De esta manera, los beneficios de criar hijos acabaron dependiendo en mayor medida de la buena voluntad de estos, y las naciones industrializadas se vieron en la necesidad de incorporar una serie de bienes y servicios que en el viejo sistema preindustrial y patriarcal eran inexistentes dada la funcionalidad que presentaban las familias: seguros médicos, jubilaciones y residencias para ancianos (Harris, 2021A). Así, en muchos países industrializados, la tasa de fertilidad es actualmente bastante inferior a 2’1 hijos por mujer, siendo esta la tasa necesaria para reemplazar las pérdidas de población.
Por todo ello, bajo el capitalismo, la familia deja de ser el centro de cualquier forma significativa de actividad de producción, además de suponer la maternidad un hándicap para el desarrollo profesional de la mujer, obligada a entrar dentro del mercado laboral. Antes, el trabajo necesario para ganarse la vida se realizaba dentro del ámbito familiar, pero tras la gran industrialización (y especialmente tras el punto de inflexión que supuso, ya entrado el siglo XX, el incremento de la composición orgánica del capital), los beneficios de la crianza dependen más del éxito económico de los hijos (y del propio éxito de los padres) como asalariados (Harris, 2019A). A su vez, las vidas se hacen más largas dado los altos niveles de atención sanitaria de los países desarrollados, y los costos por llevar una vivencia terrenal económicamente estable y satisfactoria hacen más irrealista tener hijos, pues millones de personas desean un segundo sueldo, un segundo coche o una segunda casa antes que un hijo (Harris, 2021B).
En definitiva, la sociabilidad capitalista presenta consigo un desplazamiento de la maternidad hacia la marginalidad (siendo la relación central en la sociedad patriarcal campesina), dado que 1) los costes de tener un hijo superan a los beneficios a causa del trabajo asalariado y la ineficiencia de toda forma de producción no industrial y porque 2) la mujer presenta menor capacidad económica (y por ende, política) si se queda embarazada o cría a los hijos, ya que resulta un tiempo gastado en actividades improductivas a corto, medio y largo plazo que bien podrían estar empleándose para la adquisición de una segunda renta complementaria a la de su pareja o para adquirir una independencia económica mayor. De ahí que ciertos grupúsculos autodenominados como marxistas entiendan la familia como una institución de opresión femenina (afirmación que desde las presentes líneas se considera errónea).
Por todo ello, el impulso marital en las sociedades industriales y capitalistas ha disminuido a niveles insuficientes para el reemplazo generacional, llevando a la familia a la marginalidad y a su consideración como una institución anacrónica, y dando lugar a una situación paradójica no antes experimentada, pues si bien a las parejas no les compensa tener hijos como antaño, se sigue necesitando mano de obra para los ejércitos industriales de reserva (Fisher, 2016). Sin embargo, este descenso del impulso marital y procreador, junto con la feminización del trabajo (y con la consecuente disolución, a grandes rasgos, de la división sexual del trabajo), no desembocó únicamente en la marginalidad de la maternidad, sino que también permitió que las mujeres controlasen su vida sexual (algo impensable en el patriarcado) y que otras formas de sexualización y de identidad sexual surgieran como fenómeno social (como la “salida del armario” de los homosexuales{26} y el transgenerismo).
6. ¿Por qué surgió el feminismo?
Una vez explicadas las características de las sociabilidades preindustriales e industriales y los principales cambios estructurales en las sociedades modernas acontecidos tras la irrupción de la Revolución Industrial y la sociedad de mercado, falta por concretar el porqué del feminismo, es decir, comprender la razón o causa del surgimiento de los movimientos en pro de la liberación de la mujer. Y si bien es cierto que dicho asunto ha estado en constante tratamiento en el presente artículo, lo expuesto hasta este momento no supuso ningún tipo de tesis clarificadora del asunto, sino la adquisición de los ingredientes necesarios para la elaboración del plato principal, la construcción de las diferentes señalizaciones orientativas pergeñadas para conducir al lector hacia el destino final, en definitiva: la aportación de una serie de exposiciones argumentales que dan sistematicidad y facilitan la resolución de la pregunta ¿por qué surgió el feminismo?.
Dicho esto, ¿cómo es posible que las mujeres, al estar históricamente “oprimidas”, no se levantasen en armas contra los hombres antes del desarrollo industrial? ¿Por qué el feminismo da sus primeros pasos en el siglo XIX y se convierte en conciencia nacional en determinados países en el siglo XX? ¿Cuál es el motivo por el que actualmente (y no antes) las agendas políticas de los distintos gobiernos de los países desarrollados presenten como objetivos primordiales la igualdad de género y la lucha contra el machismo? En una frase: ¿por qué ahora{27} y no antaño? Siguiendo la línea argumentativa explayada a lo largo del trabajo, se entiende que los movimientos por la libertad y derechos de las mujeres no resultan ni fruto de una inspiración individual y espontánea que acabó por convencer a un gran número de personas ni un producto ideacional provocado por la interacción mundana de un poder sobrenatural que reveló la verdad de las cosas a un grupo elegido. Es decir, estos movimientos sociales u opiniones públicas acontecieron a causa de las condiciones (o límites) materiales de una determinada sociedad, por lo que primero tuvo que darse un cambio infraestructural (en el modo de producción y en el modo de reproducción) que modificase las relaciones sociales anteriores de tal manera que permitieran su surgimiento. ¿A caso se puede pensar que el feminismo nace “porque sí” o porque, “de repente”, las mujeres fueron conocedoras de su condición de “oprimidas” con respecto a la de los varones “opresores”? Sin duda, para que los movimientos de liberación y en pro de los derechos civiles de las mujeres se llegasen a dar, la situación de estas tuvo que haber sido distinta en la época en la que surgieron como forma de conciencia que en las sociedades preindustriales. En otras palabras: el surgimiento del feminismo tiene una explicación material.
6.1. La situación de la mujer en la Gesellschaft
Con el avance imparable de las fuerzas productivas burguesas, siendo estas incapaces de sobrevivir sin su constante revolución, es decir, sin revolucionar las relaciones sociales, el mundo patriarcal se derrumba. La situación de la mujer no iba a ser distinta, y esta se ha visto obligada a revolucionar, también, la función social que desempeñaba en la sociabilidad patriarcal campesina: la de Madre encargada de transmitir al infante los contenidos necesarios para la aceptación moral de la vida patriarcal dada la situación prelingüística y alingüística de este, así como dedicarse por completo a todo lo relacionado con la crianza y trabajos domésticos. De esta forma, las mujeres se encuentran con la necesidad de introducirse en el mercado de la compra-venta de la fuerza de trabajo, constituyendo en 1890, en Estados Unidos, el 17% de la mano de obra asalariada (aunque en su gran mayoría eran mujeres solteras, viudas o divorciadas).
La feminización del trabajo, dados los cambios en la infraestructura (o base) de las antiguas sociedades patriarcales campesinas, supuso una doble amenaza para los varones: socavaban la base del papel dominante del marido en la familia y en la sociedad, y mermaban los salarios de los hombres al incrementar la oferta laboral. Por ello, para gran parte de los varones sindicados, el salario de un trabajador debía ser al menos suficiente para impedir que su esposa e hijos compitieran con él, suponiendo la demanda de mano de obra femenina, según un dirigente sindical de Boston de la época, “un ataque insidioso al hogar” y “el cuchillo del asesino que amenaza a la familia” (Harris, 2019B). Y tras varias décadas de dicha demanda (entorno a los años sesenta del siglo XX), las mujeres casadas, finalmente, comenzaron a engrosar esta mano de obra, haciéndose realidad todas las terribles advertencias de que la procreación y el empleo del hogar eran incompatibles (el tradicional sistema pronatalista podía tolerar una creciente participación de mujeres solteras en el trabajo, pero no de las mujeres casadas). De esta forma, a nivel global, el baby boom cesó y la tasa de fecundidad inició su histórica caída (alcanzando un nivel de crecimiento demográfico en Estados Unidos en 1972 de cero, y descendiendo a una media de 1,8 hijos por mujer en 1980) (Harris, 2019B). Es decir, la maternidad se desplazaba cada vez más hacia la marginalidad (algo que ya se empezó a experimentar décadas atrás){28}.
El motivo principal o inicial de la entrada de las mujeres casadas al mundo laboral, sobre todo en los Estados Unidos, era proporcionar un suplemento a los ingresos del marido. En gran medida, esta oleada primeriza se debió al deseo de comprar ciertos bienes considerados importantes para mantener un nivel de vida decente en la llamada sociedad de la opulencia tras el incremento de la composición orgánica del capital{29}: ropa, mobiliario doméstico, secadoras, etc. Pero en los años sesenta, por causa de la Gran Inflación, a los matrimonios del baby boom les resultaba cada vez más difícil alcanzar o mantener para sí mismos y sus hijos los niveles de consumo de clase media, por lo que el trabajo femenino resultó ser una fuente de ingresos crucial en las finanzas familiares (dejando de ser simplemente un suplemento monetario al salario del marido). Es decir, los padres empezaron a darse cuenta de que necesitaban más de un salario si querían ampliar o conservar su patrimonio (Harris, 2019B). Y si en 1970 en Estados Unidos el 53% de las mujeres querían ser madres y criar hijos y el 9% preferían estudiar una carrera, trabajar y tener un salario, en 1983, el 26% quería ser madre y criar hijos y el 26% estudiar una carrera, trabajar y tener un salario (Harris, 2021A).
Por todo ello, se puede afirmar que, con la industrialización de la sociedad patriarcal campesina, la situación de la mujer (al igual que la de los hombres) se ha visto trastocada. El comercio de la compra-venta de la fuerza de trabajo forzó la feminización del ámbito laboral, empoderando económicamente a las mujeres (dada la independencia adquirida y control de su sexualidad gracias al salario) y reduciendo el imperativo marital y procreador a causa de los elevados costes de reproducción en la nueva sociedad industrial (tener hijos dada la Gran Inflación y por la libertad económica que otorgaba el salario no resultaba atractivo para la mujer). De esta forma, el dominio masculino de la mujer y del macho infante desaparece, la producción deja de ser estrictamente varonil, la crianza ya no resulta maternofilial y la cópula ya no es exogámica, permitiendo una autonomía mayor de las relaciones heterosexuales y de crianza y posibilitando el afloramiento de nuevas sexualidades, nuevas identidades sentidas, nuevas relaciones afectivas, nuevos tipos de familias (Allones, 2021) y nuevas formas de conciencia.
Sin embargo, pese a que cambiasen las condiciones infraestructurales y consigo, las relaciones sociales y de producción, se exigía que las mujeres continuasen con sus labores patriarcales, es decir, que estas trabajasen en dos sitios a la vez: en un empleo por el que recibían la mitad del salario de un hombre y en el hogar sin cobrar nada (Harris, 2019B). Ya el sociólogo francés Durkheim advirtió en su momento que una determinada interpretación cultural pervive a veces, en una determinada configuración societaria, más allá de su actual funcionalidad, sucediendo esto en los períodos de transición en los que está evolucionando la especie en su totalidad, sin que haya adoptado aún una forma nueva definitiva. Es decir, según lo explicado por dicho sociólogo, una serie de instituciones sociales pueden sobrevivir pese a las nuevas condiciones de existencia y su aparente anacronismo (Allones, 2021). De esta forma, las mujeres que ya pertenecían al mundo del trabajo experimentaron las contradicciones de los viejos y nuevos roles femeninos (Harris, 2021A) y, por ello, se encontraron en una situación de frustración no antes experimentada que desembocó en una indignación moral que motivó una serie de reivindicaciones sociales y políticas concretas: el movimiento feminista.
6.2. El surgimiento del feminismo
Tal y como se ha podido apreciar tras la lectura y comprensión de los anteriores apartados, el feminismo, al suponer una forma de conciencia, una ideología, resulta un reflejo ideacional de la infraestructura del modo de producción capitalista. Es decir, surge como Idea a causa de la transformación de las relaciones de producción y de reproducción. Esto es entendible dado que antes de la revolución de las fuerzas productivas burguesas y la aparición del trabajo asalariado las reivindicaciones feministas no se dieron, siendo con la sociedad de mercado y no antes cuando los límites materiales permiten y posibilitan su nacimiento. En otras palabras: si el feminismo echa a andar en el siglo XIX y se configura como conciencia nacional en determinados países a partir del siglo XX es porque, sencillamente, no era posible que se diera en épocas pasadas dada la estructura social de las sociedades patriarcales campesinas. Los movimientos por la libertad y los derechos civiles de las mujeres florecieron en el momento en el que tuvieron que hacerlo, puesto que antes de ese instante no se daban las condiciones materiales necesarias para su aparición (simplemente no tenía cabida pensar de otra forma distinta que no fuera la patriarcal campesina por motivo del modo de producción y por el modo de reproducción de la sociedad preindustrial).
Las transformaciones en la base de las sociedades preindustriales, comenzando por el desarrollo tecno-científico burgués, tuvo como consecuencias la feminización del trabajo y el descenso del impulso marital y procreador a causa de los elevados costes de reproducción (es decir, los costes de tener hijos). Así, la entrada de la mujer al mundo laboral se produjo, en un primer momento (como bien se ha expuesto a lo largo del artículo), por la necesidad de mano de obra barata y el paso de una economía centrada en la agricultura a otra industrial y, en una segunda instancia, tras el incremento de la composición orgánica del capital, por suponer una fuente de ingresos crucial en las finanzas familiares para alcanzar o mantener los niveles de consumo de clase media. Estas transformaciones obligaron a la mujer a salir del hogar, espacio donde realizó históricamente su función antropológica de Madre y ama de casa, pero sin renunciar a sus obligaciones patriarcales a causa de la pervivencia de la interpretación cultural patriarcal del rol femenino (como se ha explicado anteriormente, este tipo de pervivencias culturales suceden en los períodos de transición en los que está evolucionando la especie en su totalidad, sin que haya adoptado aún una forma nueva definitiva). De esta forma, las mujeres de las sociedades industrialmente desarrolladas experimentaban las contradicciones de los nuevos y viejos papeles femeninos, pues si estas debían aportar un ingreso a las finanzas familiares trabajando fuera del hogar, la sociedad entendía que las mismas mujeres tenían el deber de seguir regentando el ámbito doméstico y asumir los roles tradicionales femeninos en otros. Es decir, a la vez que estas se introducían en el mundo laboral, algo que provocó la disolución de las jerarquías y roles sociales fundamentados en el sexo, continuaban con las labores sexistas del viejo mundo patriarcal (sociedad cuya estructura social precisaba del edadismo y del sexismo para poder funcionar).
Dicha contradicción, la contradicción entre el sexismo patriarcal y las nuevas condiciones de existencia capitalistas (igualitarias socialmente en tanto que todos somos asalariados y no se precisa de sexismo alguno para el correcto funcionamiento de la vida social), supuso una fractura estructural que permitió el surgimiento de un nuevo movimiento reivindicativo que evidenciase la situación de desequilibrio en la que las mujeres se encontraban dentro de la nueva sociabilidad con respecto a los varones. Así, los primeros movimientos por la libertad y los derechos civiles de las mujeres (los movimientos feministas) surgen (retrospectivamente) en el siglo XIX reivindicando la participación igualitaria de la mujer en los ámbitos sociales de los que estaba objetivamente e históricamente excluidas (es decir, de los espacios masculinos): la empresa capitalista privada, las administraciones funcionariales, el derecho al voto y la escolarización (Allones, 2021); extendiéndose dicho movimiento hasta nuestros días mientras mutan sus reivindicaciones y se bifurca constantemente en nuevas variantes o tipos de feminismo. Es decir, las mujeres reclaman para sí las mismas oportunidades y papeles sociales que desempeñan los hombres en la sociabilidad capitalista, así como una igualdad de derechos y de trato, tras el cambio en las condiciones de existencia (y materiales) por el trabajo asalariado y la marginalidad de la maternidad (y con ello la disolución de la necesidad del establecimiento de una estructura social basada en la edad y el sexo).
En definitiva: la liberación de la mujer no creó a la mujer trabajadora; fue más bien ésta, y en particular la ama de casa que trabajaba, la que creó la liberación de la mujer (Harris, 2019B). Por ello, desde las presentes páginas se afirma que no fue primero la conciencia y luego el ser social, sino que en una primera instancia se dieron las circunstancias materiales y luego la Idea. El feminismo, de esta manera, supone una respuesta política y reivindicativa a la situación social en la que se encontraba la mujer ante la contradicción de sus nuevos y viejos papeles sociales, es decir, a causa del anacronismo que resultaba en la sociedad capitalista la continuidad de los viejos roles patriarcales femeninos y sexistas (pues bajo el capitalismo no resulta necesario una estructura social basada en el sexo para la pervivencia de la vida social). Es decir, dicho movimiento se puede comprender como una consecuencia superestructural motivada por la infraestructura propia del modo de producción capitalista: una ideología basada en la crítica de los roles sexuales y fundamentada en el momento en el que las relaciones de producción capitalistas se tornarían más eficientes y efectivas con su disolución (de ahí que el abandono del hogar y entrada al mundo laboral de la mujer no fuese consecuencia del movimiento feminista, sino a la inversa). Así, de la misma forma que el ser humano elaboró, tal y como se explicaba con anterioridad, narraciones sagradas que garantizasen el cumplimiento de las actividades necesarias para la pervivencia de la vida social, el feminismo funcionaría como un nuevo mito bajo el capitalismo. La Idea de “Igualdad entre hombres y mujeres” (o la reivindicación de la figura femenina por parte del feminismo de la diferencia) supone un relato necesario para la garantía del eficiente funcionamiento de la sociedad de mercado, el cual resulta beneficiado por la disolución de los roles sexuales diferenciados entre hombres y mujeres y su equiparación social en tanto que asalariados para la maximización constante de las ganacias (es decir, si creemos en una igualdad entre sexos, no lo hacemos porque lo seamos “por naturaleza”{30}).Es por esta razón la inexistencia de un movimiento feminista antes de la compra-venta de la fuerza de trabajo y del aumento de los costes de reproducción, ya que el sexismo era consensuado y necesario, suponiendo la maternidad la relación más importante para el desarrollo y continuidad de la vida social (antes de dicho momento el feminismo no se podía dar ni imaginar){31}.
Por último, un claro ejemplo de feminismo como reflejo ideacional de la infraestructura de las sociedades occidentales industrializadas resulta la consideración que presenta sobre el rol masculino tradicional (en tanto que sexo cuyo ámbito de dominio supone el espacio público o supradoméstico) como aquel a imitar por la contraparte femenina. Si bien el feminismo critica el papel del hombre bajo el patriarcado, rechaza la consideración que se tiene de la mujer en dicha organización de la vida social y trata de valorizar la figura femenina en su conjunto, en la práctica (y también en la teoría) minusvalora todo aquello que históricamente ha sido relacionado con la mujer y otorga mayor prestigio y reconocimiento, hasta el punto de considerarlo un privilegio, a la normatividad masculina. Es decir, de igual manera que la sociedad de mercado y del trabajo asalariado induce al desprecio de toda forma de actividad productiva no mercantil o rentabilizable, el feminismo trata con desdén, contraintuitivamente, el papel de la mujer a lo largo de la historia al estar este ligado a trabajos menos funcionales para la forma económica de los últimos siglos (y si se reivindican algunas figuras históricas femeninas, se hace porque desempeñaron un rol propiamente masculino para la época). De esta manera, se llega a entender como privilegiado al marido que pasa meses separado de la familia por trabajar como marinero y se considera como oprimida a la mujer que se queda en el hogar realizando los cuidados domésticos y criando a sus hijos. Este mismo apunte fue enunciado por el filósofo español Gustavo Bueno, quien entendía este discurso como resultado de la incorporación forzada de la mujer al mundo laboral y, consecuentemente, al campo de dominio históricamente masculino, afirmando que son las propias feministas las que “están en competencia feroz, gremial, con profesiones masculinas (…) una competencia real por los puestos de trabajo, (…) que lleva a desvalorizar completamente, por ejemplo, la situación de la mujer dedicada a su casa; como una posición próxima a la esclavitud, como si trabajar en un almacén fuera una liberación superior a la mujer que está en su casa organizando la economía doméstica (Bueno, 2013). Pero, pese a ello, y aunque el feminismo se caracterice y haya caracterizado por ver a la maternidad y los cuidados como el lastre del que hay que deshacerse para alcanzar la igualdad, semeja que recientemente nuevas autoras tratan el presente tema como algo a superar; en palabras de Inés Campillo y Carolina del Olmo, “[...] afortunadamente, ya son pocas las voces que se atreven a decir que lo ideal sería que los y las bebés se gestaran en laboratorios o que las tetas de las mujeres dejaran de dar leche” (Campillo, del Olmo, 2018).
Dicho esto, para finalizar, es prudente indicar que identificar las condiciones infraestructurales de un movimiento social y atribuir una prioridad causal sobre valores e ideas no es sinónimo de disminuir el papel de dichos valores o ideas, pues estas también favorecen la realización de un potencial infraestructural determinado (Harris, 2021A). Explicar el porqué del feminismo atendiendo al modo de producción y al modo de reproducción de una sociedad no supone desprestigiar a dicho movimiento, sino, simplemente, mostrar una explicación causal de su aparición desde un enfoque sumamente materialista y, en este caso, materialista cultural.
7. Conclusión
Actualmente, el feminismo se ha convertido en el movimiento social por antonomasia de los países industrialmente desarrollados. Por ello, semeja que Occidente se encuentra sumergido bajo una atmósfera general feminista que condiciona no sólo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación. Es decir, parece que las sociedades capitalistas se encuentran bajo una suerte de realismo feminista: la idea muy difundida de que el feminismo resulta el único movimiento político viable para evitar que el mundo caiga en desgracia. De esta forma, se presenta notorio el incremento de horas de trabajo político, legislativo, académico, comunicativo, educativo y social dedicado al papel y valor de la mujer en dichas sociedades, así como también la familiarización con sintagmas como techo de cristal, brecha salarial, igualdad de género, violencia de género y con conceptos como patriarcado o machismo. Pero ¿por qué surgió el feminismo? ¿Cuál es el motivo por el que a partir de finales del siglo XIX dicho movimiento social eche a andar y se convierta en conciencia nacional en determinados países un siglo más tarde? ¿Cómo es posible que las mujeres, al estar históricamente “oprimidas”, no se levantaran en armas contra los hombres antes de dicha fecha?
El presente artículo trata de responder a dicha pregunta de investigación (¿por qué surgió el feminismo?), encontrado la razón de ser del feminismo en la transformación revolucionaria de la infraestructura de las sociedades industriales occidentales, es decir, como reflejo ideacional a causa del cambio en el modo de producción y en el modo de reproducción de los países capitalistas avanzados. Esta comprensión materialista del nacimiento de las Ideas, la conciencia y las relaciones sociales (y, por ende, del feminismo) se debe a la estrategia de investigación seguida conocida como materialismo cultural, pues en él se subraya la importancia causal de la intensificación de la producción (modo de producción) y de la presión reproductora (modo de reproducción) que presenta una sociedad en consonancia con los límites del ecosistema (nivel de sustentación ecológico) en el que habita. Es decir, se entiende que lo más acertado para comprender el surgimiento del feminismo es estudiar las limitaciones o condiciones materiales a las que está sujeta la existencia humana, considerando que las causas más probables de la variación en los aspectos mentales o espirituales de la vida social son la forma en la que se produce y reproduce una sociedad atendiendo a sus limitaciones establecidas por la biología y el ambiente.
Por tal motivo, se ha procedido a estudiar y exponer la sociabilidad preindustrial (patriarcal campesina) e industrial (capitalista) de las sociedades euroamericanas, dada la necesidad de comprender los cambios en la organización econonómica, política y social de las mismas para entender el surgimiento del feminismo. De esta manera, se ha observado cómo la rentabilización del trabajo ajeno (el trabajo asalariado) provocó, en una última instancia, la incorporación de la mujer casada al mundo laboral, ocasionando, inevitablemente, la bajada del impulso marital y del imperativo procreador (tener hijos suponía más costes que beneficios). Así, estos hechos infraestructurales (el cambio del modo de producir, pasando de una sociedad patriarcal y agrícola a una capitalista industrial, así como el cambio en el modo de reproducirse, bajando la tasa de natalidad debido al hándicap que supone tener hijos en el mundo del trabajo asalariado) tuvieron como consecuencia la aparición de una serie de contradicciones entre los viejos y nuevos roles femeninos (como advirtió Durkheim, una determinada interpretación cultural pervive a veces, en una determinada configuración societaria, más allá de su actual funcionalidad, sucediendo esto en los períodos de transición en los que está evolucionando la especie en su totalidad, sin que haya adoptado aún una forma nueva definitiva).
Por ello, al exigir a las mujeres que se ocupasen de los trabajos tanto domésticos como supradomésticos (he aquí la contradicción entre los viejos y nuevos roles femeninos), estas se encontraron en una situación de frustración no antes experimentada que desembocó en una indignación moral que motivó una serie de reivindicaciones sociales y políticas concretas, convergiendo y canalizándose estas de tal manera que surgió el movimiento feminista: el movimiento social que, en su momento teórico, defiende la existencia de una estructura social, el patriarcado, que privilegia sistemáticamente al hombre al tiempo que oprime a la mujer. Un movimiento que o bien denuncia el anacronismo del sexismo y los roles sexuales bajo el capitalismo (feminismo de la igualdad) o bien trata de revitalizar el estatus de la feminidad (feminismo de la diferencia).
En definitiva, y tal y como se expuso con anterioridad, el feminismo no creó a la mujer trabajadora; fue más bien ésta, y en particular la ama de casa que trabajaba, la que creó el feminismo.
8. Bibliografía
Alarcón, D. (2022) “¿Es el feminismo eutáxico en la España del presente?”, El Catoblepas, 198, 7
Allones, C. (2021) Liberalismo, nacionalismo, socialismo, feminismo. Una interpretación sociológica. Madrid. Catarata.
Bueno, G. (2013). Gustavo Bueno responde a cuatro preguntas el 18 de diciembre de 2013.
Campillo, I.; del Olmo, C. (2018) “Reorganizar los cuidados. ¿Y si dejamos de hacernos las suecas?” Viento Sur, 156, pg 78-86.
Fisher, M. (2016) Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires. Caja Negra Editora.
Gamba, S. (2008) “Feminismo: historia y corrientes”. Diccionario de estudios de Género y Feminismos. Buenos Aires. Editorial Biblos.
Harris, M. (2019A) Caníbales y reyes. Madrid: Alianza Editorial.
Harris, M. (2019B) ¿Por qué nada funciona? Madrid: Alianza Editorial.
Harris, M. (2021A). Antropología cultural. Madrid: Alianza Editorial.
Harris, M. (2021B). Nuestra especie. Madrid: Alianza Editorial.
Jiménez, D. (2019) Deshumanizando al varón. Pasado, presente y futuro del sexo masculino. Nueva Jersey. Editorial Bowker.
Kreimer, R. (2020) El patriarcado no existe más. Buenos Aires. Galerna.
Marañón, I. (2018) Educar en feminismo. Barcelona. Plataforma Editorial.
Marx, K; Engels, F. (2019) Manifiesto Comunista (Octava reimpresión). Madrid. Alianza Editorial.
Vaquero, José María. (2019). Eutanasia. De la buena muerte y sus aristas. Madrid: Editorial Verbum S.L.
——
{1} Si bien la “metáfora arquitectónica” empleada desde el materialismo cultural es idéntica a la utilizada por el marxismo para explicar las partes orgánicas en las que se bifurca una sociedad, estas no deben ser confundidas (así como tampoco el sintagma modo de producción) pues resultan mismos significantes con distintos significados y referentes (pese a ser estos muy similares y en algunas ocasiones intercambiables).
{2} Por añadidura,desde las coordenadas del materialismo cultural se defiende que, a variables similares bajo condiciones similares, se producen consecuencias similares, ocasionándose relaciones deterministas entre fenómenos culturales (de ahí que en alguna ocasión el propio Marvin Harris se refiriese a su trabajo como determinismo cultural).
{3} A lo largo del párrafo se ha desarrollado el recurso retórico o literario de la comparación entre la situación social de los países donde el feminismo tiene una fuerza e influencia política notoria y la obra (del ensayista británico Mark Fisher) Realismo Capitalista, donde se explica que el capitalismo se presenta como la única alternativa viable generadora de cultura y reguladora de la vida social (y siendo la sociedad incapaz de imaginarse un mundo no capitalista) (Fisher, 2016).
{4} En su obra Confesiones, San Agustín de Hipona comenzaba su reflexión acerca de qué es el Tiempo de la siguiente manera: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.
{5} Cuando se enuncia que el siglo XXI es el siglo del feminismo, lo que se trata es de evidenciar la importancia y el peso que está teniendo este movimiento político y filosófico en la actualidad. La escoja de dicha frase para exponer lo afirmado se debe a la semejanza que presenta esta con la expresada por Mussolini con respecto a la importancia de la doctrina fascista en el siglo pasado: “Si el siglo XIX fue un siglo de individualismo, se espera que este, el siglo XX, será el siglo del colectivismo y así el siglo del Estado”. De igual manera (y parafraseando al líder fascista italiano) si los siglos anteriores al actual resultaron machistas, el siglo XXI semeja que será el siglo feminista.
{6} Se emplea el género femenino para denominar la pluralidad de teóricos especializados en el feminismo porque en su práctica totalidad son mujeres.
{7} Para más información sobre el tema se recomienda la lectura de ¿Es el feminismo eutáxico en la España del presente? de Daniel Alarcón.
{8} Si bien es cierto que el concepto de patriarcado presenta un gran número de definiciones, estas pueden ser agrupadas en tres grupos distintos, evitando tener que exponer y escribir un número incontable de definiciones y facilitando, de esta manera, su lectura y comprensión: como 1) “el gobierno de los padres”, siendo el significado literal de la palabra y la definición originaria en antropología desde el siglo XIX hasta finales de los años setenta del siglo XX; como 2) el sistema en el que el poder está ocupado mayoritariamente por hombres; y como 3) el sistema de roles de género que oprime a la mujer y privilegia al varón (Jiménez, 2019).
{9} Por ejemplo, el origen de todas las cosas para Tales de Mileto era el agua, para Anaxágoras lo ilimitado (apeiron), para Anaxímenes el aire, para Pitágoras los números y para Heráclito el fuego.
{10} En el presente artículo se empleará también el término Kaos como sinónimo de desorden, pero en la medida en que este supone el resultado del propio desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo con respecto a sociabilidades pasadas (es decir, el caos sería un “desorden” en relación con las “rectas” formas de interacción social dadas hasta el momento).
{11} Cuando se habla de posibilidad, lo que se trata de evidenciar es que es la disposición de las condiciones materiales (naturaleza, población y producción) la que permite que surja una Idea o, en este caso, un movimiento social. En otras palabras, si un movimiento social, ideología o Idea no acontece o no coge la suficiente fuerza transformadora es porque, o bien no existe la necesidad de su aparición, o bien la capacidad de superación de un determinado modo de producción dado su desarrollo tecno-científico es imposible. Si alguien piensa realmente lo contrario, es invitado a reflexionar sobre por qué el movimiento antiesclavista no se dio en la época romana, donde personajes como Espartaco criticaban la posición de sumisión y explotación de los esclavos respecto a la de los amos, y sí se dio en el momento en el que el avance imparable de la transformación productiva burguesa permitió prescindir de la mano de obra esclava para la producción.
{12} En caso de no haber hijo Varón, la casa se perpetuará por el matrimonio de la hija con un yerno cuidadosamente elegido. Y si tampoco hay hija, por parte de un sobrino.
{13} Por ello, la virginidad de María resulta el mito católico por antonomasia, dada la necesidad en el patriarcado de ejercer la maternidad sin sexualidad.
{14} En este caso, por “orientación de la sexualidad femenina” se hace referencia al hecho de guiar, vigilar y castigar el comportamiento sexual de la mujer (y no tanto al tipo de atracción sexual que esta pueda experimentar; es decir, si es homosexual, heterosexual o bisexual).
{15} Recordemos que nuestro estudio acerca del porqué del surgimiento del feminismo presenta un carácter euroamericanocéntrico en la medida en que es en esta área geográfica (y posteriormente en América por la importación cultural proveniente de las familias ascendentes de los países europeos que echaron raíces en el nuevo continente y, más concretamente, en lo que después sería Estados Unidos) en las que se da una situación política, económica y social que permite la apariciónde dichos movimientos sociales.
{16} Este hecho supone una evidencia más de que el matrimonio, como institución antropológica, presentaba una función netamente reproductiva y procreadora (generadora de descendencia), de ahí que sintagmas como “matrimonio homosexual” (una reivindicación constante por parte de la llamada comunidad LGTBI+) resulten una suerte de oxímoron.
{17} Para Tönnies, la Gemainschaft era el tipo de sociedad deudora de la propia condición biológica del ser humano, puesto que esta se daría por inspiración de la “voluntad orgánica”, es decir, aquel sistema de motivaciones que orienta nuestro comportamiento y acción en el mundo cuyo origen reside en la misma biología o condición orgánica del hombre.
{18} De acuerdo con Gustavo Bueno, filósofo español fundador del sistema filosófico conocido como el materialismo filosófico, no resulta lo mismo individuo que persona, pues el individuo supone el último elemento indivisible de una clase ordenada y la persona la máscara social o el papel superpuesto al individuo (proveniente del latín personare (sonar “a través de”)) (Vaquero, 2019).
{19} Con todo lo expuesto, lo que se intenta mostrar es que, al contrario que ciertas escuelas de pensamiento económico piensan, sin Estado no puede haber capitalismo.
{20} Se denomina como “composición orgánica del capital” a las relaciones dadas entre el capital constante (maquinaria) y el capital variable (asalariados). Según Marx, a medida que el capitalismo se va desarrollando, se produce un aumento de la cantidad de máquinas que utiliza cada trabajador, así como el grado de conocimiento necesario para emplear estas, de ahí su inevitable incremento.
{21} Poco a poco se está llegando a la tesis final del porqué del surgimiento del feminismo. Una tesis que se puede deducir a través de frases como la referenciada.
{22} Estas limitaciones se llaman materiales para distinguirlas de las limitaciones o condiciones impuestas por las ideas y otros aspectos mentales o espirituales de la vida humana como los valores o la religión.
{23} El nivel de sustentación ecológica supone el límite de la capacidad que presenta un ecosistema para renovar o regenerar su fauna y vegetación al mismo tiempo que son consumidas.
{24} Resulta prudente recordar que, en la antropología cultural, la “infraestructura” supone el conjunto de actividades necesarias para la satisfacción de las necesidades básicas de una sociedad; a saber: el modo de producción y el modo de reproducción.
{25} Según una tesis personal, la importancia y preocupación por la vida humana comenzó con el paso de las sociedades nómadas a las sedentarias, en el momento de la configuración de los estados prístinos. Esto se debe a que la intensificación de la producción y el desarrollo progresivo de determinadas poblaciones (permitido por los límites materiales) tuvo como consecuencia superestructural una mentalidad provida. Es decir, la complejidad relacionada con las nuevas relaciones sociales, la infraestructura económica de las primeras civilizaciones, el control de grandes zonas territoriales, de la tributación, del cuidado de los sistemas de regadío, y, en definitiva, la necesidad social de la existencia de una mano de obra suficiente para el desarrollo de las diferentes actividades que garantizasen la perdurabilidad de la vida social dadas las condiciones objetivas y materiales de existencia, provocó que la intensidad de las prácticas de control poblacional fuera menor, además de penar el homicidio y el suicidio. Permitir estas prácticas a la misma intensidad que antaño, dado el nivel de desarrollo infraestructural de las primeras sociedades desarrolladas (las despóticas hidráulicas), atentaba contra el consecuente desarrollo social creciente de las nuevas civilizaciones y la continuidad del funcionamiento eficiente del proceso productivo. Algún ejemplo histórico que respaldaría esta tesis personal sería el relato judeocristiano sobre la negativa de que cada ser humano se quite la vida (también presente en Sócrates), pues es Dios el único ente capacitado para dar y arrebatar esta (aunque la verdadera vida se iniciase una vez entrado en el reino de los cielos) o la percepción o creencia pesimista que tenían las primeras civilizaciones con respecto a la muerte (como la mesopotámica, pues se pensaba que la vida póstuma acontecía en un mundo subterráneo indeseable y mezquino (independientemente de los actos en vida de las personas)). De esta manera, a través de narraciones sagradas (que a fin de cuenta son normas sociales respaldadas bajo un aurea metafísica de mitos específicos (como en la literatura judeocristiana), gracias a los cuales se configuran los preceptos y dogmas que afianzan y vuelven incuestionables la reproducción y cumplimiento de dichas normas), se desincentivaba el suicidio, el aborto, el infanticidio y el homicidio en cierta medida, garantizando el cumplimiento de las actividades necesarias para el correcto funcionamiento de la vida social (y si bien el capitalismo borró parte de estos relatos místicos y sagrados, necesita de otros para sobrevivir).
{26} No resulta casual que la revolución sexual y los movimientos por los derechos de los homosexuales se dieran al mismo tiempo que el impulso marital y procreador disminuía por el aumento de los costes de reproducción en las sociedades altamente desarrolladas. El antropólogo Denis Werner, de la escuela de graduados de la City University de Nueva York, hizo un descubrimiento importante en relación con las sociedades donde la homosexualidad es un tabú frente a las que la practican como una forma de sexualidad suplementaria. Werner dividió 39 sociedades estudiadas en sociedades antinatalistas y sociedades pronatalistas. Las sociedades antinatalistas eran aquellas que permitían el aborto y el infanticio (las prácticas de control de la población), mientras que las sociedades pronatalistas eran aquellas que no permitían dichas prácticas. De esta manera, Denis descubrió que se desaprobaba, ridiculizaba, despreciaba o castigaba la homosexualidad masculina en todos los segmentos de la población en el 75% de las sociedades pronatalistas y que se permitía o estimulaba, al menos en ciertas personas, en el 60% de las antinatalistas. Es decir: la aversión a la homosexualidad es mayor donde el imperativo marital y procreador (la maternidad) es más fuerte (Harris, 2019B).
{27} Con “ahora” no se alude al momento presente, sino a la época en la que se produjo la intromisión de la problemática de la desigualdad entre hombres y mujeres en el debate público.
{28} La función del matrimonio pasó de ser reproductiva y de crianza, así como suponer un enlace entre casas, a resultar una operación personal ad hoc donde los motivos sentimentales empezaron a pesar cada vez más en su fundamentación (Allones, 2021).
{29} A mayor movilización de la economía hacia los servicios, la alta tecnología y la información, mayor es la cantidad de educación que se necesita para conseguir o mantener el estatus de clase media. A su vez, este viraje supuso la creación de más empleos burocráticos y oligopólicos solicitado por las mujeres.
{30} De igual manera, la creencia de que el hombre es superior a la mujer, o viceversa, resulta una Idea condicionada por la infraestructura de una sociedad.
{31} Resulta necesario aclarar que lo que se explica en el presente artículo es el surgimiento del feminismo como homónimo de los movimientos sociales en pro de la libertad y los derechos civiles de las mujeres, y no el nacimiento de los diferentes feminismos, pues como bien se ha expuesto en la segunda parte de dicho trabajo, este resulta un concepto multívoco, llegando a ser los diferentes feminismos opuestos entre sí (como puede ser el caso actual del feminismo transinclusivo y el feminismo transexcluyente).