El Catoblepas · número 211 · abril-junio 2025 · página 9

El amigo americano
Raúl Fernández Vítores
Europa y la guerra de Ucrania

Apenas han transcurrido unos meses desde la investidura de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América, y el mundo parece haber dado un giro radical, que es otro mundo; pero no nos dejemos engañar por la parafernalia mediática y las redes sociales. Es preciso analizar lo ocurrido. La desinformación ataca y se multiplica en las pantallas de píxeles. Pero, una vez más, debemos analizar el asunto desde la reflexión individual y la historia.
Trump es un presidente que está en su segundo y último mandato y quiere dejar su legado. Es cierto, pero antes que un político de casta, es, en primer lugar, un hombre de negocios, un businessman. En clave económica debe interpretarse, pues, la incontinente riada de sus decretos firmados. ¿Qué busca Trump? Busca, sobre todo, el control de las vías comerciales. El paso por el Ártico y los canales de Suez y Panamá son sus objetivos fundamentales. El resto, una puesta en escena histriónica que despista y descoloca a sus aliados, al tiempo que le permite hablar de tú a tú con los dos principales autócratas de la escena internacional, Putin y Xi Jinping.
Lo que le interesa a Trump es desbaratar a los BRICS. ¿Qué es esto? BRICS es el acrónimo de un conglomerado de cinco países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que tienen la pretensión de construir una divisa mundial alternativa al dólar. Ni más ni menos. Si estos países, y los que se podrían sumar (como Venezuela, y, tras ella, España), tuvieran éxito en tal empeño, entonces volveríamos a estar en un escenario parecido al de la Guerra Fría. Dos bloques enfrentados. Un mundo dividido, no globalizado. ¿Es verosímil esta posibilidad? Creo que no.
Los aspavientos de Trump dicen al mundo entero que la globalización es un hecho. Pese a ser un republicano, Trump no se retira de la escena internacional. América no ha vuelto –como dijo en su momento Biden, que quiso reeditar las viejas y ya inoperantes alianzas con Europa–, es que nunca se ha ido. Comercio y control de fronteras, defensa, son ahora el clamor. Y todo hace pensar que Trump será un buen presidente para su país, encarnando los intereses del capital globalizado.
¿Cuál es el problema entonces? El problema es que Europa ya no es un valor estratégico para los Estados Unidos. Lo fue, efectivamente, durante la Guerra Fría. Pero hace mucho tiempo que ha perdido ese activo. Por eso los Estados Unidos se «retiran» de Europa. De ahí, la guerra de Ucrania. Cuando un poder se retira, su lugar lo ocupa necesariamente otro poder. Putin quiere pastorear a los europeos a cambio de ceder en el Ártico. Y Xi Jinping quiere –una vez cuestionado y frenado su deseado control de los canales marítimos sin hielo– reabrir de forma estable la vieja ruta de la seda y construir un corredor ferroviario entre los puertos de Perú y Brasil. En este nuevo escenario, Europa tendrá un comisario político y militar ruso que le seguirá vendiendo el gas que mueve a sus industrias, y China seguirá siendo el proveedor de su infraconsumo. El futuro comercial y económico del mundo hace tiempo que no pasa por Europa. Pero Trump va y lo dice, con grandes aspavientos. Trump está diciendo abiertamente que deja a los europeos solos ante esas dos potencias... pacíficas, por el océano. ¿Qué hacer?
El problema es un problema estrictamente europeo. ¿Qué queremos los europeos? Europa ha sido una niña malcriada. Tenemos el mejor estado del bienestar del mundo a costa de ignorar su valor y la necesidad de su defensa. ¿Qué necesidad hay de pagar un ejército? Otros lo han hecho por nosotros. Hasta ahora. Pero ya no lo van a hacer más. La retirada estadounidense de Europa, la reducción de su gasto militar para la defensa de los países aliados de este lado del Atlántico, supone que los europeos tienen que hacerse cargo de sus propios gastos. El gasto militar de Europa está perfectamente cuantificado, pero es una partida económica que a fecha de hoy los europeos todavía estamos destinando a sufragar el mantenimiento de nuestros hospitales y escuelas. Nuestros flamantes sistemas educativos, sanitarios y de pensiones se han construido sobre el ahorro del gasto militar. En este sentido, somos irresponsables y poco maduros. Somos zombis del bienestar.
Ahora toca despertar. Y el despertador, como el exabrupto de la voz de Trump, siempre resulta desagradable. El vacío que deja el amigo que se va nos obliga a plantearnos seriamente nuestra actual situación de «niños viejos». Ahora, de repente, tenemos que plantearnos seriamente el problema de nuestra defensa y nuestro verdadero valor en la escena internacional. Y esto no lo va a decidir una mera declaración política sobre la guerra de Ucrania (y mucho menos unas lágrimas por las víctimas, un gesto) sino el apoyo militar y económico sostenido de Europa al país europeo agredido. ¿Aceptaremos los europeos vivir bajo la égida de Putin, la invasión, su desprecio a la soberanía de otros países europeos, y nos rendiremos ante el avance de las tropas rusas (y norcoreanas) o, por el contrario, seremos capaces de conservar nuestro sistema de vida y libertades, obligando a replegarse al invasor? Lo que es seguro es que para hacer esto último tendremos que desarrollar una autonomía energética y una industria armamentística que a día de hoy no tenemos desarrolladas. Defender nuestro modo de vida es sostener la guerra de Ucrania. Esto nos ha de costar dinero y, quizás, también sangre, sudor y lágrimas. ¿Podemos los europeos librar esa guerra sin la ayuda estadounidense? Tal vez sí, seguramente a costa de un recorte inmediato pero no necesariamente definitivo de las prestaciones sociales que mantienen nuestro nivel de vida. Pero entonces la pregunta es otra: ¿queremos? ¿Estamos dispuestos a pasar por ahí los europeos? ¿Vamos a dejar de comprar el gas ruso y a dejar de jugar a los BRICS? ¿Va a reconvertirse toda la burocracia europea orientada al negocio de las llamadas energías alternativas, la famosa Agenda 2030, y se va a centrar en las necesarias inversiones tecnológicas que propicien el desarrollo de la energía nuclear y el fortalecimiento militar? ¿Vamos a tomarnos en serio de una vez por todas el problema de las fronteras, las delgadas líneas rojas que definen el deseado bienestar? ¿Qué estamos dispuestos a hacer los europeos? Ucrania es la respuesta.
Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
