El Catoblepas · número 211 · abril-junio 2025 · página 11

Patrística griega y patrística latina
Luis Stalin Tobar Bastidas
A propósito de La filosofía en la Edad Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV de Étienne Gilson
Étienne Gilson (1884-1978) en La filosofía en la Edad Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV (Editorial Gredos, 1976) presenta un riguroso trabajo que pertenece al género de la Historia de la filosofía. La Patrística es el período cristiano que va del siglo II hasta el siglo VI d. C. Las páginas que me propongo reseñar son de los dos primeros capítulos del libro de Gilson. El §1 (pp. 17-90) aborda la patrística griega, ésta se caracteriza por sus aspectos metafísicos. El §2 (pp. 91-168) estudia la patrística latina, la cual se destaca en aspectos morales. Llamo Patrística al periodo apologético (griego y latino), el cual busca –a través del alegato– el derecho legal de los cristianos en el Imperio Romano y, la justificación de la revelación cristiana en contraste con la filosofía antigua con vistas a la tradición apostólica.
Por lo demás, téngase en cuenta las siguientes palabras de nuestro autor que nos sirven como epígrafe: La impresión global que deja la patrística griega es que la influencia dominante fue la de Platón y los neoplatónicos. Seguramente no fue la única. […] Los escritores cristianos de lengua griega recogieron a menudo elementos de procedencia aristotélica o estoica. Sin embargo, parece incontestable que, en conjunto, la influencia que triunfó entonces fue la de Platón. El hecho es tan patente que con frecuencia se ha hablado del «Platonismo de los Padres», y hasta se han presentado sus teologías como simples adaptaciones del neoplatonismo. […] La fórmula «Platonismo de los Padres» conduciría, pues, a un sentido absurdo si se le hiciese significar que los Padres eran platónicos. Porque fueron esencialmente cristianos, es decir, fieles de una religión de salvación por la fe en Jesucristo; pero no fueron, en modo alguno, discípulos de un filósofo para quien la única salvación concebible era la recompensa del sano ejercicio de la razón. […] La patrística latina difiere notablemente de la patrística griega y su diferencia expresa la de las dos culturas de las que deriva. En la literatura latina, la metafísica nunca ha pasado de ser un objeto de importancia; pero Roma ha producido excelentes moralistas, entre los cuales hay que contar a sus oradores y a sus historiadores. La importancia de este hecho es considerable para quien quiera comprender los orígenes de la cultura europea en la alta Edad Media, porque dicha cultura procede de la literatura latina. Cierto que ésta se hallaba ampliamente abierta a las influencias griegas, de las que se había aprovechado mucho. La influencia ejercida sobre San Ambrosio por Orígenes, por Plotino sobre San Agustín, por Platón y Aristóteles sobre Boecio, debía tener una larga resonancia en el pensamiento de la Edad Media.
Apologética griega
Entre los apologistas griegos del siglo II se encuentran San Justino Mártir, del cual solo se conservan la Primera y Segunda apología y el Diálogo con Trifón. En ellas hay una justificación general (fragmentaria) de la fe cristiana. San Justino se presenta como «el primero de aquellos para quienes la revelación cristiana es el punto culminante de una revelación más amplia» (p. 22). Taciano, discípulo de San Justino, su obra más representativa es Discurso a los griegos, la cual es una declaración a los derechos de los cristianos frente a los helenos. Fue el que amplió el argumento «de la contradicción de los filósofos» y supo dirigirlo a un idealismo antihelénico. (Influenció en obras como Irrisio philosophorum atribuida a Hermias…). En el año 172 Taciano se adhirió a la gnosis de Valentín y más tarde fue el restaurador del encratismo, secta que profesaba el rigorismo moral. Melitón, obispo de Sardes, coincide con San Justino cuando presenta al Cristianismo como la filosofía de los cristianos. Posee la noción providencial de que la fe cristiana debe erigirse en la Filosofía del Imperio Romano. Esta noción se verá expuesta a posteriori en De civitate Dei de San Agustín y llevada a cabo políticamente por Carlomagno. De su Apología dirigida a Marco Aurelio solo se sabe lo que está recogido en la Historia eclesiástica de Eusebio.
En la segunda mitad del siglo II Atenágoras compone una presbeia dirigida a Marco Aurelio y a Cómodo con el título Súplica en favor de los cristianos (177). Esta obra da constancia de que existe «perfecto acuerdo entre los filósofos y la Revelación». (p.29). También compuso el tratado Sobre la Resurrección, en el cual establece dos problemas que la filosofía cristiana tenía que resolver: (I) Prueba de la credibilidad en tanto que refuta los argumentos apagógicos de la fe, (II) justificación racional de las verdades afirmadas, i.e., que toda apología tiene dos momentos, hablar en favor de la verdad y sobre la verdad. San Teófilo, obispo de Antioquía, escribió la apología Ad Autolycum que no va dirigida a ningún emperador. Su obra es considerada inferior a la de San Justino y pese que ha sido definido como «un Ticiano sin talento», su mérito está en haber aportado a la idea de la resurrección de los cuerpos y la creación ex nihilo. {A su vez, el gnosticismo se desarrolla simultáneamente de la apologética. El gnosticismo del siglo II es el conjunto sincrético de ciertas filosofías griegas (o mitologías) y la revelación cristiana, que tiene por objeto transformar la fe cristiana (pistis) en un conocimiento (gnosis) que sea capaz de unir al hombre con Dios. Gilson expone en las págs. 35-40 las doctrinas gnósticas de Marción, Basílides y Valentín. Se subraya que los apologistas griegos desaprobaron las doctrinas gnósticas (excepto Taciano que terminó cediendo a su influjo). Ergo en la segunda mitad del siglo II se impuso la tarea de luchar contra el gnosticismo y definir el auténtico Cristianismo.}
Entre los que lucharon en contra del agnosticismo está San Ireneo de Esmirna que trató desde su juventud con el obispo Policarpo, el cual fue instruido por los Apóstoles de Cristo. Su tratado Adversus haereses, cuyo título en griego se traduce Exposición y refutación del falso conocimiento. Se compone de cinco libros: El primero describe las doctrinas gnósticas, el segundo refuta dichas doctrinas y en los últimos tres realiza una exposición de la doctrina cristiana. La obra de San Irineo influyó grandemente en la filosofía medieval. Entre sus discípulos más célebres está Hipólito. De lo que queda de su obra es su Refutación de todas las herejías (o Philosophoumena) compuesta hacia el año 230 y contemporánea de la obra de Clemente de Alejandría. En ella Hipólito busca «mostrar que, aunque presuman de su entronque cristiano, las sectas heréticas no tienen su origen en la tradición cristiana, sino en las doctrinas concebidas por los filósofos». (p.44).
En el siglo III la actividad del pensamiento cristiano se focaliza en la Escuela de Alejandría. Sus más cultos representantes son Clemente de Alejandría (150-215), cuya obra más importante es el Discurso de exhortación a los griegos (Protréptikos), el Pedagogo de las costumbres y los Strómata. En la primera Clemente exhorta a los paganos a abandonar el culto de los ídolos para convertirse al verdadero Dios. Pone de manifiesto lo absurdo de sus mitos y la ridiculez de sus rituales. La oratoria de este escrito es fluida y directa, y se advierte la influencia de San Justino y Taciano; sin embargo, la obra de Clemente es más profunda. En la segunda Clemente protesta contra las tesis gnósticas y compone un tratado de moral práctica. Los Strómata son un alegato pro domo cuyo objetivo es presentar a la filosofía como provechosa, puesto que «no es más que una aplicación de la Sabiduría, ciencia de las cosas divinas y humanas y de sus causas. La Sabiduría es, pues, la señora de la filosofía, del mismo modo que la filosofía lo es de las ciencias que la preceden. Aquí vemos esbozar la idea que más tarde se popularizará bajo la fórmula philosophia ancilla theologiae» (p. 49).
Orígenes (184-253) fue instruido primero por Clemente de Alejandría y estudio filosofía con el maestro de Plotino: Ammonio Saccas. De su inmensa obra, solo se ha conservado Contra Celsum y el tratado De principiis o Peri Archón que se encuentra completa en la traducción latina de Rufino. Este último tratado se dirige tanto a los cristianos que deseen profundizar en las Escrituras y la tradición cristiana cómo a los paganos (infieles) o simples filósofos. Los principios que busca enseñar son los de la verdad cristiana, i.e., Dios, mundo, hombre y Revelación. Orígenes fundó la escuela de Cesarea de Capadocia. {A partir del Concilio de Nicea (325) se define la doctrina de la Iglesia Católica y delimita el marco dentro del cual deberá desarrollarse la filosofía cristiana. Sin embargo, los escritores cristianos postnicenos del siglo IV se mantendrán en contacto con la cultura griega clásica.} Eusebio (265-339/340), obispo de Cesarea, se destaca por sus obras de historia, a saber, su Crónica de la historia universal y su célebre Historia eclesiástica. Entre sus apologías se menciona Preparación evangélica y Demostración evangélica, en las cuales se demuestra a los paganos que un cristiano puede saber tanto como ellos.
Gregorio Nacianceno o Gregorio el Teólogo (329-389) fue un obispo orientado a la vida interior, la ascesis y la contemplación. Su obra Discursos teológicos (380) es un conjunto de sermones que contienen una serie de exposiciones y demuestran la situación intelectual de los cristianos de la época. Tuvo por adversario al arriano Eunomio. San Basilio o Basilio el Grande (330-379) condiscípulo de Gregorio Nacianceno en la escuela de Orígenes y después en Atenas. Sus obras exegéticas demuestran el espíritu positivo y conocimientos científicos en medicina que poseía el obispo de Cesarea. Fundó un centro de vida monástica y compuso una Regla. Entre sus obras se destacan A los jóvenes sobre la manera de sacar provecho de las letras helénicas y Adversus Eunomium, en el cual se burla enérgicamente del filosofismo del arriano Eunomio. Lo que ofrece mayor interés a la historia de la filosofía son las Homilías sobre el Hexámeron, una serie de comentarios del libro del Génesis, los cuales serán el prototipo de una serie de escritos que se multiplicarán en la Edad Media. Su Hexaëmeron fue traducido al latín por San Ambrosio. San Gregorio de Nisa (335-394) pese que fue instruido bajo la dirección de su hermano San Basilio, su obra posee cariz propio, se habla del tratado Sobre la formación del hombre (conocido en la Edad Media con el título De hominis opificio), Comentario sobre el Cantar de los cantares y sobre las ocho Bienaventuranzas, (el cual influirá en la mística medieval) y Diálogo con Macrina sobre el alma y la inmortalidad.
Nemesio de Émesis es autor del tratado Sobre la naturaleza del hombre (De natura hominis) del año 400. Esta obra será tenida en cuenta en la Edad Media, sea Juan de Salisbury que la cita en su Metalogicon, como Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Nemesio desde el cap. I de su tratado se pone de parte de Platón en contra de Aristóteles en cuanto a la naturaleza del alma, pero se aproxima al Estagirita cuando se trata de describir el cuerpo. Por lo demás, Nemesio acepta la teoría aristotélica de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego), la de las cuatro cualidades elementales (cálido, frío, seco y húmedo) y en lo que concierne al acto voluntario. Finalmente, su obra Premnon physicon es de carácter más filosófico y se observa cómo intenta cotejar la metafísica de Platón y la ciencia de Aristóteles.
A inicios del siglo V el Cristianismo se caracteriza por una variedad de genios. Por ejemplo, las Homilías –atribuidas erróneamente al ermitaño Macario de Egipto– muestran que su autor fue materialista y que no admitía diferencia entre los cuerpos, las almas y los ángeles por el grado de sus materias. Sin embargo, reconoce que Dios no está sometido a esta ley, &c. El discípulo de Hipatia: Sinesio fue el autor de una serie de Himnos y Cartas donde se vislumbra sus sentimientos cristianos y la influencia de Plotino. No obstante, el más destacado de este periodo fue el arzobispo de Ciro Teodoreto (386-458), el cual escribió Curación de las enfermedades griegas o Descubrimiento de la verdad evangélica a partir de la filosofía griega. Se compone de doce libros, los seis primeros aportan mayor interés a la Historia de la filosofía.
El Corpus areopagiticum del Pseudo-Dionisio o Dionisio el Místico que fue la fuente más destacada en la Edad Media, se compone por los siguientes tratados: De la jerarquía celeste, De la jerarquía eclesiástica, De los nombres divinos, Teología mística y una decena de Cartas. Lo que le interesa a Dionisio, en general, es exponer la verdad cristiana. Máximo el Confesor de Crisópolis (580-662) fue el comentador de Dionisio. Se conserva de él un opúsculo titulado Sobre el alma, el tratado teológico Sobre algunos pasajes particularmente difíciles de Dionisio y de Gregorio de Nacianceno. Este último escrito será conocido en el medioevo en la traducción de Juan Escoto Erígena bajo el rótulo de Ambigua. En la primera mitad del siglo VI aparece el gramático y dialéctico Juan Filopón (Johannes Grammaticus), destacado por comentar los tratados de Aristóteles. Juan Damasceno autor de La fuente del conocimiento (Pegé gnóseos) y conocida más tarde en el siglo XIII con el título De fide orthodoxa. Esta obra maestra se compone: I) por una introducción filosófica, II) una historia de las herejías y III) una colección de textos de sus predecesores expuestos sistemáticamente en lo tocante a las verdades fundamentales de la fe cristiana. El tercer cap. de la obra de Juan Damasceno se tradujo por Burgundio de Pisa en 1151 y será el modelo de las Sentencias de Pedro Lombardo, &c. Con esto, queda claro que Juan Damasceno «no pretendió hacer una obra filosófica original, sino una recopilación cómoda de nociones filosóficas útiles al teólogo. (…) El De fide orthodoxa se presenta ya como una obra de corte netamente escolástico, a propósito para seducir los espíritus del siglo XIII y para servir de modelo a sus Comentarios sobre las sentencias o a sus Sumas de teología. (…) Sin ser, de suyo, un pensador de primera fila, Juan Damasceno ha desempeñado un destacado papel de transmisor de ideas. Ciertamente debemos considerarlo como uno de los intermediarios más importantes entre la cultura de los Padres Griegos y la cultura latina de los teólogos occidentales en la Edad Media». (pp.86-88).
Apologética latina
De finales del siglo II y principios del siglo III la apologética latina comienza por tener al africano Tertuliano (160-240), cuyas obras de mayor interés son: Apologeticum, De praescriptione haereticorum y el tratado De anima. Tertuliano toma el Cristianismo como un todo que se impone a los individuos a título de simple fe y muestra su radical oposición a la filosofía. La hace responsable de la multiplicación de las sectas gnósticas. No obstante, en el año 213 cayó en el influjo del montanismo y se hizo crítico de la doctrina cristiana en el ámbito moral y, más tarde, fundó una secta con su propia doctrina. Tertuliano que fue un apóstol de la fe pura y la sumisión sin reserva «terminó en heresiarca de una secta también herética, y el que era un materialista abandonó sucesivamente dos iglesias porque las encontraba demasiado indulgentes con las exigencias del cuerpo. También por este aspecto de su pensamiento Tertuliano presenta un extraño parecido con Taciano» (pp. 94, 95). Por lo demás, Tertuliano resuelve el problema del derecho exclusivo de los cristianos a interpretar las Sagradas Escrituras y rechaza las pretensiones de los gnósticos. Por otro lado, el ciceroniano Minucio Félix autor del Octavius, narra una conversación imaginaria entre el pagano Cecilio y el cristiano Octavio. Muestra los escrúpulos del primero –en trance de conversión– y las firmes objeciones del segundo.
El africano Arnobio (260-327) escribió la apología Adversus nationes (o Adversus gentes). Es la apología dirigida al obispo de Sicca por parte de un pagano culto que desea abrazar el Cristianismo a finales del siglo III. Sin embargo, pese que este neófito no habla con la autoridad de un Padre de la Iglesia, si muestra el aspecto que le había seducido de la nueva fe: Nihil sumus aliud christiani nisi magistro Christo summi regis ac principis veneratores. En esta apología se ha destacado señales de escepticismo o neoacademismo, pero no en el sentido de que la razón juzga la fe, sino su impotencia para conocerla, &c. Por otro lado, Lactancio dirigió a Constantino las Instituciones divinas (307-311). Su objeto principal era unir la religión con la sabiduría. Entre los temas que trata Lactancio, está el problema de la existencia de las antípodas. En definitiva, Lactancio «no es sabio, y menos metafísico; pero es un testigo excepcional de la sorpresa que experimentaron tantos paganos ante una religión que, tomándola solo como filosofía, contaba con una fe que aventajaba en el más alto grado a la filosofía misma. Había en las creencias cristianas más razón que en la razón» (p. 101). También es autor de los tratados: De opificio Dei, De ira Dei y De mortibus persecutorum.
San Hilario de Poitiers compuso –en su destierro en Frigia entre 356-359– el tratado De Trinitate, el cual es capital en la Historia de la teología latina. En él es imposible encontrar curiosidades en el orden metafísico. Hilario contrasta las opiniones contradictorias de los paganos con la clara unidad de la doctrina cristiana. Afirma Gilson cómo «en estos hombres de cultura latina, las preocupaciones de tipo moral privan sobre las curiosidades puramente metafísicas. Hilario aspiraba a la felicidad y la buscaba en la virtud. (…) Hilario habría llegado al monoteísmo buscando una solución al problema de la felicidad antes de haber entrado en contacto con las Escrituras» (p. 105). Por su parte, San Ambrosio (333-397), que en los siglos XI y XII fue la fuente de los anti-dialécticos, no tenía en buena estima a los filósofos. Es autor de los tratados De fide, De incarnatione y Sobre el Salmo 43. En el orden moral, se encuentra su Hexaëmeron, compuesto por nueve sermones inspirados en la obra de San Basilio. Su contribución a la Historia de la filosofía está en el tratado De officiis ministrorum, que toma por modelo el De officiis de Cicerón.
Para entender a los platónicos de la Escuela de Chartres del siglo XII es necesario detenerse en el platonismo de Macrobio y Calcidio del siglo IV. El primero compuso In somnium Scipionis (inspirado en el libro VI del De re publica de Cicerón) y se declara, abiertamente, discípulo de Platón y Plotino. El segundo influyó grandemente en la Edad Media con su traducción y comentario del Timeo de Platón. No se duda de que haya sido cristiano. De análoga tendencia, está el neoplatónico Mario Victorino que se convirtió al Cristianismo hacia el año 355. De su obra conservada, cabe mencionar sus Comentarios a las Epístolas de los Gálatas, Filipenses y Efesios. Los tratados de teología dedicados a su adversario Cándido son Sobre la generación del Verbo divino y Contra Arrio compuesto en cuatro libros. Tradujo las Enéadas de Plotino, las cuales influenciaron hondamente en Agustín.
San Agustín de Hipona (354-430) se convirtió al Cristianismo a sus treinta y tres años de edad en septiembre de 386. Pese que la técnica filosófica que le acompañó fue el neoplatonismo, la doctrina que le caracterizará después de su conversión se resume en la siguiente fórmula: intellige ut credas, crede ut intelligas. Más tarde San Anselmo dirá: fides quaerens intellectum. Entre sus obras filosóficas del periodo en que fue catecúmeno, se cuentan Contra Academicos, De beata vita, De ordine, los Soliloquia, De Immortalitate animae y De musica. Del periodo de su bautismo y ordenación sacerdotal, se nombran De quantitate animae, De Genesi contra Manichaeos, De libero arbitrio, De vera religione, De diversis quaestionibus 83. Una vez sacerdote, Agustín se dedicó a la especulación teológica en los tratados De utilitate credendi (donde se expone su método filosófico), De Genesi ad litteram liber imperfectus, De doctrina christiana (que ejercerá gran influjo en la Edad Media), Confessiones (donde se reúnen todas sus ideas filosóficas), De Trinitate (tratado de riqueza filosófica y teológica), De Genesi ad litteram (para entender su cosmología) y De civitate Dei (tratado de Teología de la historia). En el orden religioso están: Enarrationes in Psalmos, In Johannis Evangelium, De anima et ejus origine, Retractationes y un sinfín de correspondencias. En definitiva, «la obra filosófica de San Agustín superaba con mucho a todas las anteriores expresiones del pensamiento cristiano, y su influencia había de actuar profundamente sobre los siglos venideros. (…) El gran mérito de San Agustín consiste en haber llevado la interpretación (del Ego sum del Éxodo) hasta la inmutabilidad del ser, porque esta interpretación es muy verdadera, y ha deducido de ella, con talento, todas las consecuencias que contenía. Para ir más lejos aún se necesitaba un nuevo esfuerzo de genio; ésta había de ser la tarea de Santo Tomás de Aquino». (pp. 129-130).
En el siglo VI se cuenta con Boecio (470-525) allegado al rey godo Teodoro, fue cónsul y magister palatii. Acusado de conspiración, fue ejecutado en Pavía. Y, en 1883 se hizo oficial su martirio. En el decurso de su prolongado arresto escribió un tratado en el que intenta buscar en la sabiduría un remedio a su adversidad. Este tratado se titula De consolatione Philosophiae. Boecio, por el conjunto de sus tratados, fue el profesor de Lógica de la Edad Media. Su obra es multiforme y se le debe algunas traducciones y comentarios, tales como la Isagoge de Porfirio, las Categorías, el De interpretatione, los Primeros y Segundo Analíticos, los Argumentos sofísticos y Tópicos de Aristóteles. Una serie de tratados de lógica, a saber, Introductio ad categoricos syllogismos, De syllogismo categorico, De syllogismo hypothetico, De divisione, De differentiis topicis. También comentó el tratado Tópicos de Cicerón. Boecio fue un intermediario entre la filosofía griega y la cultura latina. Tenía por objeto traducir y comentar las doctrinas de Platón y Aristóteles. Pese que no culminó tal fin, se le debe una serie de ideas coherentes que expresan lo esencial de dicho proyecto. Aportó, a su vez, no el simple planteamiento del problema de los universales, sino con su solución, que era la de Aristóteles. Otros de sus legados a la Edad Media fue haber dejado una definición y división de la filosofía. Se define a la filosofía como el amor a la Sabiduría, la cual es un pensamiento vivo (o causa de todas las cosas) y que subsiste per se. Este amor es la búsqueda de Dios. En cuanto a género, se divide a la filosofía en dos especies: filosofía teórica o especulativa y filosofíapráctica o activa. La primera se subdivide en cuatro ciencias que estudian la naturaleza: aritmética, astronomía, geometría y música. Es lo que se conoce como Quadrivium. La segunda comprende las tres partes que se conoce como Trivium: gramática, retórica y lógica. Pese a que, Boecio no escribió una Enciclopedia, dejó escritos los manuales De institutione musica, De institutione arithmetica y una reproducción de la geometría de Euclides, los cuales gozarán en la Edad Media de un enorme prestigio. En definitiva, «la influencia de Boecio ha sido múltiple y profunda. Sus tratados científicos han alimentado las enseñanzas del Quadrivium; sus obras de lógica han ocupado el puesto de las de Aristóteles durante varios siglos; sus Opúsculos han proporcionado el ejemplo […] de una teología que había de erigirse en ciencia» (p. 141).
Casiodoro (481-570) fundó en Calabria el monasterio de Vivarium y donde escribió las enciclopedias De anima e Institutiones divinarum et saecularium litterarum (544). El primero es un opúsculo inspirado en los tratados de San Agustín sobre el mismo tema y en el De statu animae de Claudiano Mamerto. Del segundo se tomó el libro II en calidad de manual para las escuelas monásticas. San Isidro de Sevilla, por su parte, escribió la enciclopedia titulada Etimologiae compuesta en veinte libros. En ellos se estudia Gramática, Retórica, Dialéctica, Aritmética, Geometría, Astronomía, Música, Medicina, Historia, sobre los Libros Sagrados, el Oficio de la Iglesia, Dios, los Ángeles y miembros de la Iglesia, sobre la Iglesia, Lengua, Pueblos, Estados, Familia, Diccionario, el Hombre, los Animales, Cosmografía, Geografía, Monumentos, Comunicación, Petrografía, Mineralogía, Agricultura, Horticultura, Ejército, Guerra, Juegos, Marina, el vestir, Alimentación, arte doméstica e instrumentos de agricultura. Otras obras de San Isidoro son De fide catholica y los manuales de teología Sententiarum libri tres, De ordine creaturarum, De natura rerum, Chronicon y una Historia de los reyes godos y vándalos. «Semejantes estudios –asevera Gilson– no dejan de ser muy útiles, ya que permiten ver cómo se constituyó el primer residuo de los conocimientos generales acumulados por la cultura clásica latina, y que debía ser como el primer estrato sobre el cual viviría la Europa de la alta Edad Media» (p. 143).
Por otra parte, está el obispo Martín de Braga que escribió Senecae de copia verborum (o Formula vitae honestae o De quatuor virtutibus), De ira y De paupertate. Finalmente, el Papa Gregorio I o Gregorio Magno (540-604) fue un reformador de la liturgia y del canto eclesiástico (o gregoriano). Escribió a favor de las necesidades de la Iglesia, v. gr., su Liber regulae pastoralis –que fue traducido al anglosajón por Alfredo en el siglo IX– versa sobre los deberes que ha de seguir un obispo cristiano. En sus Diálogos recoge en cuatro libros leyendas hagiográficas y su Moralia in Job tuvo gran influencia en la Edad Media.
Quito, 5 de diciembre de 2024 (a Céline Andres por su paciencia)
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