El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 211 · abril-junio 2025 · página 15
Cine

El marino, el político y la multitud furiosa de orangistas

Manuel Vidal Estévez

Sobre Michiel De Ruyter: El Almirante (2015), dirigida por Roel Reinè

El Almirante

Pese a que la película apuesta por el espectáculo no deja a un lado la Historia; a pesar de todo, mal que bien, la evoca y, en lo posible –creemos– la respeta. Con el pretexto de contar la ascensión al almirantazgo del conocido corsario Michiel de Ruyter, un héroe, para los holandeses, nos muestra el acontecimiento que más nos importa a nosotros (a mí, al menos): el cruel y violento asesinato, el 20 de agosto de 1676, de los hermanos de Witt, Johan y Cornelis; el primero de ellos, estatúder (primer ministro) de la república holandesa, amigo y protector de Spinoza. Poco antes, los ejércitos de Luis XIV habían invadido Holanda y el populacho engañado por los orangistas aprovecharon la ocasión de acabar con quien ha pasado a la Historia por ser el mejor estadista de la República Holandesa en el siglo XVII y “quizás incluso de toda la historia de Holanda (Nadler, S, 2004, pág. 345)

Aunque el montaje lo emborrona y difumina, la película está construida, no obstante, desde los parámetros básicos del paradigma heredado del modelo narrativo estadounidense, básicamente: detonante, tres actos, clímax y desenlace. Con ello despliega a mi juicio, un primer paso para desplegar su plano autogórico. Es una película del mar, pero no de piratas, en su acepción más convencional y mercantilista; se la puede incluir en el género historiográfico. Producida en 2015, entrevera lo clásico con lo posmoderno, sea esto lo que fuere. Nada raro, pues Roel Reinè es holandés, pero vive en los Ángeles. Veámoslo más detenidamente.

La acción transcurre entre los años 1653 y 1677 poco después de su independencia de las llamadas Siete provincias, o Países Bajos, en 1648. En 1653 es el año del nombramiento de Johan de Witt (Barry Atsma) como primer ministro de los Países Bajos, y 1677 es el año de la muerte del legendario almirante Michiel de Ruyter (Frank Lammers). Protagonistas ambos en la narración.

A mediados del siglo XVII los Países Bajos son la primera República europea. Conforman una de las más grandes potencias marítimas del mundo. Tienen como enemigos al resto de las monarquías, particularmente Inglaterra y Francia.

Mientras se suceden los créditos, vemos una ceremonia en la iglesia de la localidad. De ella sale apresurada una mujer. Se acerca a un campo que da al mar. Desde lo alto de una loma se divisa el combate entre barcos de dos flotas. A la mujer le han seguido dos niñas de unos siete y diez años, y un adolescente. Los cuatro componen la familia de Michiel de Ruyter, que está de pie en el puente de uno de los barcos. Un zoom hacia atrás abre desde él, a un plano general del mar visto desde la costa, donde están su esposa Anna (Sanne Langelaar) y sus tres hijos: el joven Engel (Nils Verkooijin), y las niñas, Nechje (Jada Borsato) y Greeje (Isa Lammers). Anna, la esposa, se queja, se echa la mano al vientre. Está embarazada.

 
A modo de prólogo

Agosto de 1653. Batalla de Scheveningen, por las rutas comerciales. El cañonazo de un barco inglés alcanza al barco del almirante Maarten Tromp (Rutger Hauer), hiriéndolo de muerte. Michiel de Ruyter lo ve desde su barco y decide socorrerle. Acerca su barco al de Tromp. Nada más subir a él, se le aproxima. Tromp está muy herido, casi agoniza. Pero antes de expirar su último aliento, Maarten Tromp quiere que de Ruyter escuche lo que le dice: de 6’26”: “Llegas a tiempo Navegamos a contracorriente. Al igual que los políticos, el viento es impredecible. Mis hombres necesitan a alguien como tú, alguien que mantenga los pies en el suelo. Michiel, confío en ti”, a 7’07”. Palabras que conviene retener. Una vez dichas, muere.

Escrito sobre la pantalla vemos el título: el Almirante. Una voz en off lo repite, añadiendo el nombre: Michiel de Ruyter, el Almirante.

 
Primer acto: minuto 7’53”

El parlamento de la nación está reunido. Presentan a Johan de Witt, Gran Pensionario de Holanda y Frisia occidental, el honorable representante de Dordrecht, el señor Johan De Witt. Éste, levantándose, da las gracias.

Sin solución de continuidad interviene Kievit (Derek de Lint): “Como regente del príncipe de Orange, creo que hablo en nombre de todos los representantes, al afirmar que nos sentimos muy complacidos con el nuevo líder de Holanda, incluso diría aliviados. Yo por lo menos dormiré más tranquilo ahora que sé que tenemos al mando a alguien que dice que apoyará los intereses de todas las regiones, y no solo las de los republicanos”.

No falta una graciosa ironía como respuesta a estas palabras. Pero tras imponer el orden, toma la palabra Johan de Witt.

“Me alegra saber que el honorable representante Kievit disfruta de un sueño placentero. Y en respuesta a sus preguntas, entiendo su preocupación. Es más, creo que no hay nadie en este país que la entienda mejor que yo (...) Permítanme preguntarles: vivimos en un país de comerciantes, recorremos los mares con una flota de más de 2000 naves para hacer negocios por todo el mundo. Los holandeses siempre hemos trabajado juntos para asegurarnos un buen precio y ayudar a aquellos que lo necesitan (...) así que les pregunto: ¿cuándo viajan por el mundo por negocios, representan ustedes a los orangistas o a los republicanos? ¿Y por qué creen que los ingleses intentan bloquear nuestras rutas y paralizar nuestro comercio? ¿Es porque somos orangistas o republicanos? No, los ingleses quieren una guerra solo porque somos holandeses, ¡holandeses libres! Desde la perspectiva de su gran reino, Holanda es demasiado rica triunfante y liberal, por encima de todo somos una República donde cada cual es libre de vivir como le plazca, un país donde cada uno decide cómo adorar al señor, donde ningún líder es más importante que el país. Los ingleses no soportan nuestra libertad, les asusta esta libertad porque estamos dispuestos a perder nuestras vidas por ella. ¿Acaso no hemos perdido algún familiar contra españoles o ingleses? ¿Y su sangre era orangista o republicana? No. Era sangre holandesa, era nuestra sangre. Vuestra libertad es mi libertad. Una libertad que defenderé hasta mi último aliento”.

Palabras que levanta los aplausos de todos los presentes. No así los del orangista Kievit, partidario acérrimo de la monarquía, que las ha escuchado de muy mala gana.

Un cartel impreso sobre la pantalla dice: Vlissingen

Es la ciudad donde vive Michiel de Ruyter con su familia. Situada no demasiado lejos de la Haya. Lo primero en lo que se fija de Ruyter al llegar a su casa es una cuna vacía. Se abraza a su esposa invitándola a que se acueste y descanse. Su esposa obedece y él la sigue. Apenas han empezado a hablar cuando le pregunta si era niño o niña. Su esposa le responde envuelta en lágrimas. Es evidente que su embarazo se ha interrumpido. De Ruyter promete permanecer en casa sin más obligaciones que lo alejen. De pronto se presentan las niñas. Lo abrazan y agasajan. Están en ello cuando la más joven le informa de que ha llegado un sobre de La Haya. Michiel de Ruyter abre el sobre y lee la carta: Es una invitación a presentarse al Primer ministro, Jan De Witt, en La Haya. Funciona como detonante de la narración fílmica

Ya en La Haya, Michiel de Ruyter espera. Una vez en el despacho del Primer ministro éste le comunica su decisión de designarlo Almirante de la flota holandesa. Nombramiento que rechaza. A él no le interesa la política. Lo tiene claro. Prefiere permanecer al lado de su familia.

Señor De Ruyter, he oído hablar muy bien de usted. Es usted ideal para liderar nuestra flota.

—¿No quiere que esté bajo el mando de Tromp?

—Bajo el mío.

—Y el de Tromp.

—No. Le quiero a usted, solo a usted.

—¡¿Como comandante en jefe?!

—Los ingleses se han puesto en marcha, debemos poner a punto nuestra flota, modernizarnos.

—No llevo en la marina lo suficiente.

—Es usted uno de los hombres más expertos de nuestra flota.

—Sí. Como marinero. Los oficiales no acatarían mis órdenes.

—Nos aseguraremos de que lo hagan.

—Con todos mis respetos. No soy un noble.

—Mucho mejor.

—Los marineros creen en esas cosas. No puede coger y nombrar comandante a cualquiera, ¿entiende? No es así como funciona.

—Claro que podemos, porque en el siglo 17 todo es posible.

—Eso es totalmente ridículo

—Veo que le educaron para ser orangista. La mayor parte de los marineros son adeptos al príncipe.

—No me interesa la política.

—Eso es una ventaja. Nuestra flota necesita a alguien a quien respetar, señor de Ruyter, nuestra nación está en juego.

—No volveré a navegar. En los últimos 15 años solo he pasado 6 meses en casa. – – – Encontrarán a otro.

—¿Está usted seguro?

—¿Es que no he sido claro?

—No encontraré a nadie como usted.

—Por supuesto que sí. Porque en el siglo 17 todo es posible.

Michiel de Ruyter se ha levantado y se dirige hacia la puerta. Jan de Witt se queda solo. Exclama, en voz baja:

—¡Un tipo extraño!

Kievit se muestra furioso cuando describe las pérdidas sufridas en la batalla de 

Lowestrof, en 1665: “25 barcos perdidos, 3000 bajas, 2000 prisioneros en poder de los ingleses. Hombres buenos que querían luchar por su país. Hombres honestos que confiaron en el gran pensionario...”

Johan de Witt guarda silencio en la asamblea. Su semblante refleja su tristeza y contrariedad.

Vemos una calle de la ciudad por la que pasa la familia de Michiel de Ruyter. Pasan junto a los cadáveres que allí esperan a ser enterrados. Y escuchan las quejas de algún orangista que también pasa por allí y manifiesta su opinión: “¡Os diré quién es el culpable! Todo esto es culpa del Gran Pensionario de Holanda, Y ¡cómo no!, de sus amigos republicanos. ¡Qué vayan ellos a luchar al mar!” Anna, la esposa, le dice a Michiel que nos culpa suya, pero él guarda silencio.

La asamblea prosigue en el parlamento: Cornelis de Witt escucha también a Kievit, que aprovecha la circunstancia para proseguir su discurso: “los españoles codician nuestras rutas de comercio, los alemanes quieren controlar los ríos y los franceses están impacientes por querer conquistar el sur de Holanda. Y nosotros ¿Qué vamos a hacer?” La expresión de Johan de Witt lo dice todo de su ánimo.

En la calle, la familia de Ruyter sigue su caminata. Se acercan a contemplar los barcos derrotados Viendo la dimensión de la derrota, la esposa de Michiel, consciente de las tensiones políticas existentes en el país, le facilita la decisión que, pese a su resistencia, sabe que tiene en vilo a su marido. Le dice, por lo tanto, “que antes de que destrocen su hogar acepte el cargo que le han ofrecido”. Deja de ver los barcos derrotados y se vuelve a casa, alejándose de Michiel de Ruyter. Éste se queda solo, con gesto reflexivo.

Kievit no termina de hablar; ahora exclama que “necesitamos un líder fuerte, alguien a quien los otros reinos respeten”

“¿Deseáis proponer a alguien en concreto, señor regente Kievit?” –pregunta, poniéndose en pie, el Gran Pensionario Jan de Witt.

La respuesta de Kievit no se hace esperar: “Propongo designar al honorable lord Cornelis Tromp, descendiente de uno de los más grandes héroes holandeses que ha habido nunca en el mar”

Cornelis de Witt se acerca a su hermano Johan para hablarle sin que nadie pueda oírle.

El primer plano de un pie que desciende de su calesa. Es el de Cornelis Tromp, (Hajo Bruins), el hijo del fallecido Marteen Tromp, confiaba en suceder a su padre y que acude a visitar a Johan de Witt.

—“¡Señor de Witt!”, dice nada más entrar en el despacho.

—Señor Tromp. Creo que no tenía usted cita

—No. He querido acelerar las cosas.

—Tras el funeral no he tenido la oportunidad de...

—Está buscando un sustituto para mi padre.

—Es una de mis prioridades, sí

—Tal vez no le hayan informado, pero la flota solo aceptará a un hombre como su almirante

—¿Y quién es ese hombre?

—Mi sangre es su sangre, la sangre del Bestevaer{1}. Tal vez a usted le cueste entenderlo, pero...

—Entiendo que el almirante era como un padre para su tripulación. Bestevaer es un título, que, por respeto, hay que ganárselo, no se puede heredar.

—No estoy de acuerdo. Los héroes siempre engendrarán héroes, así es como lo ven los marineros y, señor de Witt, así será siempre.

La esposa, Wendela de Witt (Lieke van Lexmond) propone invitar a cenar al matrimonio de los Ruyter. Dicho y hecho. Una breve escena nos muestra la llegada a la casa de los De Witt. Una elipsis nos ahorra la cena. Michiel expone a Johan sus ideas sobre la flota. Le pide dos cosas principalmente: más y mejores barcos, y mejorar la paga de sus marineros. Asombrado por la rápida aceptación de ambas demandas, el marino no puede evitar preguntarle: “¿no debería consultarlo con los Estados Generales?”. “Eso déjelo a mí”, le responde el político.

La nación holandesa está dividida. orangistas y republicanos pugnan por el poder. La lucha es encarnizada. A Jan de Witt se le opone Kievit quien, ansioso por recuperar el poder, lidera la oposición a favor del joven príncipe Guillermo III de Orange-Nassau (Egbert-Jan Weeber). Éste, a sus 18 años, lleva una vida regalada, acompañado siempre por su amigo-amante (Jelle de Jong) y sin preocuparse mucho de los planes de Kievit. Juntos van a ver la revisión de las tropas en Texel, donde son recibido con salvas. Es una buena ocasión para que Johan de Witt presente a Michiel de Ruyter y esposa, a Tromp y a Cornelis de Witt, a su Alteza el Príncipe. Éste, nada más oír el nombre de Michiel de Ruyter le atiende como a nadie, ansioso como se muestra por conocer sus aventuras corsarias. “Me hace muy feliz conocerle”, le confiesa al saludarlo.

Michiel de Ruyter jura su nombramiento como supremo comandante en jefe de la armada holandesa ante los diputados del parlamento. Todos los presentes o aplauden. Sólo Cornelis Tromp se muestra algo más que disconforme. Ofendido, y también humillado, da la espalda a la celebración y abandona la sala.

Pero no desaprovecha la siguiente ocasión para mostrarse muy monárquico, políticamente hablando. Esta ocasión se presenta cuando, a continuación, en el puerto, puede acercarse al Príncipe para decirle: “Sois muy valiente alteza mezclándoos con tanto republicano”, al tiempo que se conoce un ataque de la flota inglesa: “cuatro escuadrones han bloqueado a los barcos mercantes cuando volvían de la ruta del Este. Tenemos que hacer algo antes de que se pierda toda la mercancía”.

30’05”. Sobre la pantalla se nos informa de la Batalla de los cuatro días (1666),

Dos flotas se enfrentan: la holandesa y la consabida inglesa, El altanero almirante inglés, al mando del barco Royal Charles, se ve seguro de la victoria. No duda en comentar: “vuelven a estar en inferioridad. Es increíble como les gusta a esos cabezas de queso que los apaleen. ¿Dónde está el almirante?” “Almirante Michiel de Ruyter, señor –le contestan-. Está en su nuevo buque insignia. Le llaman Las sieteprovincias”.

Unos y otros se miran mediante sus catalejos. Michiel, ordena: “formad en línea”. En su barco, el orgulloso Tromp, comenta: “parece que piensa hacerlo solo”. A su vez, el almirante inglés, algo sorprendido, observa: “¡¿Formación en línea’?! ¿Cómo habéis dicho que se llama el almirante?”. Michiel da una nueva orden: “las velas de vanguardia a favor del viento”. Por su parte el inglés ordena: “colóquense en posición” Y añade “quiero que mi té esté listo a tiempo”. Michiel de Ruyter da una nueva orden: “virad a estribor”. Luego, tanto uno como otro esperan hasta ordenar ¡fuego! La batalla exhibe su violencia, cada vez más. Es entonces cuando el orgulloso Tromp desobedece lo ordenado por Michiel oponiéndose también a la advertencia de su ayudante, que acaba de advertir el hueco abierto en las filas de las naves de Ruyter. “No tienen ninguna disciplina”, le responde, el almirante inglés. No obstante, a pesar de la traición de Tromp y su altanera seguridad, se sorprende de lo que sucede: “¡Maldita sea, Se están distanciando!”. Su sorpresa será mayor cuando tenga se vea obligado a exclamar: “¡Maldita sea, ¿cómo han llegado hasta ahí?”, Y mucho mayor aún cuando su ayudante le sugiera la retirada. Es entonces cuando, sintiéndose humillado más que sorprendido, apenas tendrá voz para ordenar la retirada.

La victoria confirma el prestigio de Michiel de Ruyter y lo consagra como almirante. Cornelis Tromp no puede sino resignarse ante tamaño triunfo debido a la brillante estrategia organizada por el almirante de Ruyter. La humillación infligida a la flota inglesa enfurece también al rey de Inglaterra.

minuto 42’32:

En un carruaje tirado por cuatro caballos llega el conspirador Kievit. Quiere ver a su Alteza. “¿Podría recibirme?”, pregunta. “Por supuesto”, le responden. Su Alteza está bailando tan contento con su amigo. Sir Kievit le informa: “nuestra flota ha derrotado a los ingleses Alteza” “¡Ah!. Así que ese de Ruyter es tan bueno como dicen”. “Una victoria para Johan de Witt”, exclama el amigo del príncipe. “Para Holanda, caballeros” le corrige su Alteza. “Por supuesto”, concluye, hipócrita, Kievit. “Y yo aquí sin hacer nada. Todos en mi familia son reyes, o algo importante en alguna parte, incluso esos mentecatos de los Habsburgo, con sus taras endogámicas. ¿Por qué nadie respeta el príncipe de Orange?” “Podríais jugar un papel decisivo, Alteza. Sois el sobrino del Rey de Inglaterra”. Opina sir Kievit, sugiriendo quizás algo. Semejante opinión deja pensativo a su Alteza, Tirando su peluca a una silla, parece que ha decidido algo.

Palacio de Whitehall, Londres.

Vemos al Rey de Inglaterra. Llega en un carruaje tirado por cuatro caballos. Lleva un perrito en sus brazos. “Id a buscar a mi almirante”, es lo primero que dice. Pronto añade: “permitisteis que los holandeses os venciesen. ¡¿eh?!”

A Amsterdam, mientras tanto, llega Michiel de Ruyter. Encuentra a su familia haciendo una mudanza. Anna, su esposa, organiza la nueva instalación de muebles. Al oír el saludo de su marido, se sorprende. Creía que habría zarpado. Pero lo hará al día siguiente.

Su Alteza llega de visita a Londres llega de visita. Lo recibe su tío el rey de Inglaterra, Carlos II (Charles Dance)

“Bienvenidos sean los bien hallados caballeros de los Países Bajos y el príncipe de Orange, Guillermo tercero

—Tío.

—Vaya Guillermo, mírate, estoy impresionado. Como las jóvenes damas de mi corte. Podéis marcharos, ahora.

Todos abandonan la sala, incluido el amigo de su Alteza. Una vez solos, hablan.

—Bien. qué te parecería convertirte en rey de los Países Bajos

—El rey de Inglaterra no decide quién se convierte en el rey de los Países Bajos

—¿De verdad?

—Eso a Luis, el rey de Francia, le encantaría.

—Ya le tiraremos un hueso. De todas formas, el sur de Holanda no es más que una ciénaga con pantanos-

—Pretendes que divida Holanda, que le entregue la mitad de mi país a Francia.

—¡¿Qué más te da?! Nosotros nos hicimos protestantes solo porque Enrique no podía controlar su pene. Mira, esto no es cuestión de lo feo del color de la bandera, ni de las marionetas del parlamento. Se trata de nosotros, Guillermo. Nosotros somos el país, nuestra sangre fluye por sus tierras y le da la vida la hierba que crece en ellas. Así que, ¿qué me dices de aquello con lo que siempre has soñado? ¿no quieres ser rey?

—¡¿De una provincia de Inglaterra!?

—¡¡No lo estropees!! Yo solamente lo hago por ti.

—¡Hola, mi rey!, ¿de qué estáis hablando?, pregunta la chica que acaba de llegar

—Asuntos de Estado, mi querida palomita. Estaré contigo enseguida

—¡Majestad!, La chica saluda al Príncipe Gullermo, enseñándole una teta; acompaña el gesto con una amplia y prostibularia sonrisa.

—¿Qué te pasa? ¿No te gustan las chicas?, pregunta, contrariado, el Rey

—¡Nos has vendido a los franceses!, le responde el sobrino.

—Nooo. antes quería consultarlo contigo.

—No estarás esperando que traicione a mi país ¿verdad?

—Espero que cumplas con tu deber para con tu familia

—Solo se te ocurre esa excusa: ¡la familia!

—¡No seas insolente!

—Nuestra flota acaba de reducir la tuya a cenizas

—Oh sí, Ya he oído hablar de esa extraordinaria flota y supongo que creerás...

—La República holandesa es un hecho. Aprende a vivir con ello.

La respuesta del sobrino no puede ser más contrariada y reivindicativa.

El rey se queda en silencio, muestra de su irritación. Al poco, responde:

—Creo que deberías irte, concluye con firmeza autoritaria y algo despectiva.

El joven Príncipe de Orange, Guillermo III, abandona la sala. Arroja al suelo la peluca. Va hacia una pared bien ilustrada con dibujos. Ante ella, lloriquea. Apenas puede controlar su furor y angustia. Con su imagen de cara a la pared, cierra el primer acto.

 
Segundo acto: minuto 49’53”

Abre en casa de Michiel de Ruyter, que está en cama. Lo cuida su esposa. Está enfermo, padece malaria.

Llaman a la puerta. Llega de visita Johan de Witt,”¿Dónde está el enfermo?”, pregunta.

¡¡De Ruyter!! Insiste, De Witt.

Michiel intenta levantarse. Su esposa le deja hacer. Sabe que siempre hace lo que quiere.

Johan de Witt y Michiel hablan. La visita es algo más que la visita a un amigo enfermo. El Gran Pensionario de Holanda ha llegado, además, para hablar y proponer una estrategia. Una estrategia que asombra a de Ruyter.

—¿Nada sobre los ingleses?, pregunta, Michiel

—Sé que tienen dinero.

—¿Por qué no entienden el concepto de paz?

—Confían en que temamos a los franceses. Saben que no podemos costear dos guerras

—¿Y los franceses, de verdad son un peligro?, pregunta de Ruyter.

—El peligro son los orangistas, dicen que soy demasiado débil para conseguir la paz.

—Tienes que acabar con los ingleses como sea, le dice Michiel ¿Tienes algún plan?

Johan de Witt extiende un mapa sobre la mesa, a la vez que responde.

—Pero es muy arriesgado. Mira, la flota inglesa está atracada en Chatham, cerca de Londres. Si el viento sopla a favor, son solo 1 o 2 días tierra adentro.

—¿Quieres llegar hasta el Medway?, pregunta Michiel, atónito.

—Sí, ¿Es tan absurdo? Nadie sería tan osado para navegar a través de una muralla. – Hay que estar desesperado para semejante plan.

—Sé que estoy pidiendo mucho, asiente de Witt

Aparecen sus hijas. De Ruyter reacciona sever

—Ahora no, niñas. ¡¡ fuera de aquí!!

—Perdón papá, responde la más jovencita

—¡Y qué hay de esas tropas especiales que estabas entrenando! ¿cómo los llamas?

—Marines.

—Tal vez sea el momento de ponerles a prueba, ¿no?

—O tal vez no, Es pedir demasiado. incluso para ellos.

—Tienes razón, es un plan absurdo, muy absurdo. Concluye de Witt, levantándose, dándole unos golpecitos en la espalda y abandonando la habitación. Michiel se queda solo, pensativo. Se acerca al mapa sobre la mesa. Lo mira, y vuelve a mirar hacia la puerta por donde ha salido De Witt

Por una calle, su esposa está de compras con sus hijas. Nada más volver a casa, una de las hijas dice:

—Papá se ha levantado. La madre lo ve y pregunta:

—¿Qué estás haciendo?

– Trata de comprenderlo. Tengo una misión.

– ¿Adónde vas? ¿No puedes decírmelo? Es la primera vez....

Pero Michiel de Ruyter ya ha abandonado el domicilio.

El plano general de un barco en alta mar sirve de transición a una iglesia donde se celebra una oración. Un pastor entona la despedida. Los feligreses, la mayoría mujeres abandonan el recinto. Sin alcanzar la calle, muchas de las presentes rodean a Anna, la esposa de Michiel, ofreciéndole un sobre para enviar a sus maridos. Tantos son los sobres que llegan a sus manos que siente que debe hacer algo con ellos. Y lo que hace es acudir a casa de los De Witt. Bajo una espesa lluvia, llama a la puerta. Apenas le abren pregunta “dónde está Michiel”. Muestra el montón de sobre que lleva en sus manos y afirma que todas estas mujeres quieren saber dónde están sus maridos. Necesitan saberlo. La esposa de Johan de Witt acude a su despacho y le cuenta lo que pasa. Pregunta “dónde está Michiel y los hombres que le acompañan”. Johan no sabe exactamente dónde están. Pero a la vista de los sobres que Wendela de Witt, (Lieke Van Lexmond), su esposa, deposita sobre la mesa, invita a Anna a pasar al despacho. Johan de Witt, levantándose de su silla y acercándose a Anna, responde: “van hacia Medway”. Anne exclama asustada, “¡A Londres!” Ambos, Anna y Johan, se miran. Johan asiente con la cabeza. Anne, aunque con preocupación, entiende.

El cielo exhibe una gran luna. En la pantalla aparece el crédito: Chatham, Inglaterra, que una voz en off subraya. Ha comenzado la misión de la que Michiel y Johan hablaron en el domicilio de los Ruyter. Es el minuto 55’49”.

Michiel de Ruyter y su tripulación, acompañados por Cornelis de Witt, van a cumplir su misión: incendiar las naves de la flota inglesa cuyos barcos están atracados en Chatham. El almirante De Ruyter les dice a sus hombres: “Es la hora. Caballeros, Holanda cuenta con ustedes”. Se acerca a su oficial ayudante y, palmeándole un hombro, le dice. “Depende de ti”. Éste, por toda respuesta, ordena: ¡“Marineros a las balandras!” Bajo la poca luz de la luna, ayudados por la oscuridad de la noche, da comienzo el asalto. El fuego hace cenizas los barcos de la flota inglesa. A la vista del tablón del Royal Charles, Michiel le dice, muy sonriente, a Cornelis de Witt, “Sería una lástima quemar ese tablero”.

Una lástima, en efecto, porque hace las veces de trofeo para mostrar ante los miembros del parlamento. Es lo que Michiel hace a continuación, afirmando: ¡¡“Miembros de los Estados, permítanme mostrarles la talla de proa del Royal Charles”!!. Escueta locución recibida con aplausos de todos los presentes. Tras los aplausos y los abrazos, Johan de Witt, pronuncia la locución final: “Carlos II ha aceptado nuestros términos. El tratado de paz se firmará en Breda”. Entre tantos abrazos y aplausos vemos con claridad que Kievit se aproxima a uno de los presentes y le susurra algo al oído. Luego, simula aplaudir viéndolo marchar. Aquí se puede acotar el centro cronológico mismo de la película, después del asalto a Chatham y el instante del susurro al oído del conspirador Kievit, una secuencia que dura entre 55’:49’– 01:00:18”, y que consideramos como centro del film..

En su corte en Inglaterra, Carlos II, el Rey, exclama furioso que no puede creer que le hayan robado su barco. Le pide una copa a su amante compañera y se la lleva a los labios. Ella no puede decir más que “¿Por qué le llaman Les sept provinces” “¿Qué?”, responde Carlos II. “Las siete provincias”, reitera, traduciendo, la chica. “No lo sé”, y dándole una patada a algo que encuentra a su paso, “Ni tampoco me importa”. Invita al pianista a seguir tocando, para cerrar la escena.

En un jardín se celebra una comida familiar entre los miembros de la familia de Michiel de Ruyter y los De Witt, incluido Cornelis de Witt. Se habla, lógicamente, de política. Johan de Witt propone un brindis por la paz. Pero su esposa Wendela, dice que ya han brindado por eso, así que, en connivencia con Anna, proponen brindar “Por nosotros” Todos lo hacen. Pero, Johan pregunta: “¿Debería brindar por el Príncipe?” Lo que opina Michiel es lo que afirma a modo de respuesta: “No creo que esta paz dure mucho”. “Así es la política”, afirma Johan. La conversación prosigue en tono distendido, aunque no exento de diferencias entre los comensales. Ante la confianza que muestra Johan de Witt, su hermano Cornelis pregunta extrañado: “¿No hay nada de qué preocuparse?” La reunión familiar se quiebra un poco debido a las diferentes opiniones. Johan de Witt se muestra demasiado confiado. “¡¿Podríamos disfrutar de esta tarde?! ¡Hemos conseguido la paz con los ingleses!” “¿De verdad?”, replica Cornelis, no sin ironía. ªY gobernamos con una mayoría republicana?, concluye Johan, “¿De qué servirá cuando nos invadan los francese?”, pregunta Cornelis. “No lo harán?, asegura Johan, muy seguro de sí mismo. “El pueblo teme por sus vidas”, afirma Cornelis. “Pues el pueblo es estúpido”, dice Johan, en exceso altivo. La conversación prosigue. Hasta que Johan decide bailar con su esposa al tiempo que invita a todos a disfrutar. “¡Ya lo habéis oído!, ¡¡Disfrutad!!, replica Cornelis, no sin la ironía cautelosa que lo caracteriza. El gesto de sus manos al levantarse lo indica a todas luces.

En la corte inglesa, el Rey hace lo que siempre hace y su joven amante también. Entre zalamerías y arrumacos no duda en asegurarle mientras se besan y abrazan: “Mi rey francés tiene un ejército para tí. Escucha, querido, quieres acabar con la arrogancia holandesa de una vez por todas ¿verdad? No quieres sólo destruir su flota. Quieres aplastarlos. Y Luis puede ayudarte” Tras oír estas palabras de su acompañante, el Rey se levanta se acerca a una mesa, toma una pluma y firma una carta; lo hace a tiempo que ordena a un joven mancebo: “Asegúrate que su majestad Luis XVI la reciba inmediatamente” “Luis catorce”, le corrige la muchacha. “Catorce, dieciséis, hay tantos luises que ya he perdido la cuenta ¡Ya estás contenta?” “Mi rey me encomendó que te transmitiera su eterna gratitud personalmente”, afirma la joven mientras, desnudándose un poco y con zalamerías prostibularias, subiéndose a sus piernas, invita a ser penetrada en la silla que ocupa el Rey.

Los hermanos de Witt van muy preocupados en un carruaje que se detiene ante Michiel, que los espera junto a su esposa. Apenas ha puesto un pie en la tierra cuando Johan informa: “Los franceses están en la frontera” “Y los ingleses en la costa” añade Michiel al recibirlo. “Pues hay más: los obispos de Colonia y Munster también participarán, Atacarán por cuatro frentes a la vez. Ya se han repartido el país. Cada uno recibirá su parte”, afirma Cornelis al ponerse a su lado. “No quieren solo destruir nuestra flota”, asevera Michiel. “También atacarán por tierra, hasta La Haya. Con un gran escuadrón. Tienes que detenerlos. Nuestro ejército de tierra no sobrevivirá. Eres nuestra mejor baza, Michiel. Los Países Bajos no serán provincias de Inglaterra y Francia”, asegura Johan, con una firmeza henchida de preocupación. Cornelis cojea de una pierna. Michiel le dice que es mejor que se quede con Johan. Antes de despedirse y subir de nuevo al carruaje, Johan afirma ante Michiel: “No debí permitir que esto pasara. Debería haber intervenido antes”, Michiel se le acerca, y echándole las manos a la cara en gesto cariñoso, le dice: “Tú eres lo mejor que le ha pasado a este país. Nadie esperaba esto”. Johan le mira con pena. Se dicen adiós. Aún están en la calle, cuando un transeúnte grita: “¡Larga vida al Gran pensionario!” Otro le replica acercándose y dándole un empujón que, ayudado por un tercero, le hace caer al suelo. Michiel se da cuenta del altercado y se enfrenta a ellos amenazándoles con un cuchillo a la vez que grita: “¡¡Sois aliados de Carlos II!! ¿¡Trabajáis para los ingleses!? ¡Os sugiero que dejéis en paz a este marinero, lo necesitaréis más adelante.! ¡¡Apartaos de mi vista!! ¡Menudos héroes! ¡Vaya panda de miserables!” La disputa callejera casi provoca una discusión entre Michiel y su esposa. Entre ellos desahogan su nerviosismo. Todo indica que la calle se alborota fácilmente

Parece evidente que, paso a paso, muestra su disconformidad. También los miembros de su familia exhiben más a menudo que antes su desasosiego. Michiel quiere que Anne y sus hijos se vayan a Vlessingen. Pero Anna le replica: “Y quién dice que allí estaremos seguras. Allí somos traidores y aliados de esos asquerosos republicanos”.

Una tensa calma, acompañada por una música que acentúa la melancolía, preside la sucesión de imágenes que ilustran la creciente inestabilidad política entre el pueblo holandés.

Así lo confirma un consejero que visita al Rey de Inglaterra. Y también lo confirma una ejecución en una plaza pública en Holanda Una ejecución ordenada por Johan de Wiit al saber que un colaborador del Príncipe ha conspirado contra la República a favor de Inglaterra. Johan de Witt ve caer el hacha de verdugo y escucha la algarabía de los presentes. La tensión va en aumento. Las multitudes muestran su agresividad. Al oír el alboroto callejero, una de las hijas pregunta mientras cena “¿Mamá, por qué están ten enfadados?” Tienen miedo”, responde Anna, su madre y esposa de Michiel.

Los gritos suenan ahora ante las puertas del domicilio familiar. Un portavoz excita con sus falsas palabras a la multitud que le rodea y lanza cuanto pueden contra las ventanas de la casa. Es tanto el alboroto que la familia de Ruyter tiene que apagar las velas y protegerse de los cristales rotos por las piedras arrojadas contra las ventanas. Una multitud furiosa apedrea la casa. Una vela es alcanzada y, al caer, incendia una habitación. ¡¡Fuego!! ¡¡Fuego!!, gritan las niñas. Anna intenta sofocarlo con una manta, que le ofrece la criada. Mientras las niñas hacen lo que pueden, Anna sale a la calle para aplacar a la multitud:

“¡¿No tenéis nada mejor que hacer que venir aquí?! ¡¡¡Volved con vuestras familias!!!” “¡Tu marido nos ha traicionado”, le reprocha un alborotador” ¿Os ha traicionado?, ¡¿De verdad?! y ¿qué hizo mi marido cuando los ingleses nos atacaron en Playmouth? ¿Y en Terheide? ¿Y en Bergen? ¿Y en Chatam? ¿Mi marido os traicionó o salvó a vuestras familias? Sabéis que no os ha traicionado. Comprendo que estéis asustados. Yo también lo estoy. Iros a casa, y dejad que Michiel haga lo que siempre hace, arriesgar su vida para que vosotros podáis volver a dormir tranquilos en vuestras casas”. “Intentó asesinar al príncipe. Sí, ¡junto con De Witt!”, grita un militante orangista. “Mentiroso”, le replica un republicano. Se monta una gresca.

El alboroto adquiere pronto tintes violentos. La multitud se quiebra entre unos que golpean y otros son golpeados. Un grupo de policías a caballo disuelve a golpes la manifestación.

Al grito de ¡vive la France! Un batallón de franceses invade Holanda por Maastricht. Un cartel sobre la pantalla así lo indica. ¡Tirer! Disparan sin parar mientras avanzan. Un segundo cartel aparece sobre la pantalla acompañado de la voz en off. Año del desastre, dicta. 1672.

Una reunión de políticos discute, en desacuerdo y a grito pelado. Johan de Witt abandona la reunión y se encamina a paso firme hacia la sala del parlamento. Su rostro indica contrariedad, enfado, disgusto...etc. Pareciera que teme lo peor. Nada más sentarse, alguien exclama a voz en grito: “¡La situación en el país es insostenible! ¿No os dais cuenta? ¡El único que puede salvarnos y devolver la estabilidad en el Príncipe! ¡El Gran pensionario debería de una vez por todas, ¡¡Dimitir!!

Los golpes en las mesas señalan su conformidad con lo que se ha dicho. Las caras de los republicanos no dan crédito. Están abrumados por cuanto sucede.

El amigo de su Alteza, muy servicial, da los últimos toques al vestuario del Príncipe. A ellos dos se les une Kievit, que aparece sonriente. “Os esperan, Alteza”

“Se han hecho mucho de rogar. Pueden esperar”, responde muy principesco, podría decirse, el Príncipe. “Propongo a Tromp como nuevo almirante”, añade raudo sir Kievit. “Es un hombre de confianza”, remata el amigo-amante. “¿Y desde cuándo no podemos confiar en De Ruyter?” “Veréis Alteza, es adepto a De Witt”, le responde Kievit. “Trata de comprender esto Kievit. Debemos trabajar juntos. Quiero ser el rey de todos los holandeses”. Alguien viene. Llaman a la puerta. Es el mismo diputado que requería a gritos que debería dimitir el Gran Pensionario. Llega para decir solemnemente: Alteza real, es un honor y un placer personal, rogaros que aceptéis el título de Estatúder de los Países. Bajos. Al igual que vuestro padre antes que vos”. “Sí. Pero, con una condición. Quiero que se lo cuenten” “Sí”, afirma, Kievit, con muchas ganas de contar lo que su Alteza ha obligado a contar.         Y Kievit añade: “Hemos recibido cierta información preocupante, sobre un plan para asesinar al Príncipe y sabemos quién lo ideó”. El servicial amigo-amante del príncipe da un paso adelante sobre la espalda del diputado que escucha y, precisamente ahora, se gira para arrojar una aviesa mirada sobre el tal amigo-amante. Luego se vuelve hacia el príncipe para mirarle. Pero éste le da la espalda.

Un latigazo sacude la ensangrentada espalda de Cornelis de Witt. Su torturador demanda inútilmente su confesión. No duda en decirle que forma parte de un complot para asesinar al Príncipe de Orange. “Tenemos testigos”, amenaza La cámara nos muestra mediante un travelling de acercamiento a la cara de Kievit, escondido tras unas rejas entre sombras. “No puede seguir negándolo”, reitera su verdugo. “Ya, ya, ya. Pues lo siento mucho por usted” El torturador atiende a aparato que utiliza para que haga más daño. La víctima se queja del inmenso dolor que sin duda siente. “No hemos conseguido hacerle confesar”, le dice a Kievit. “Supongo, que no quiere ser usted el que acabe ahí”, le advierte Kievit.

Kievit acude acto seguido a la iglesia. La cámara lo sigue de espaldas hasta llegar a la primera fila No asiste a ninguna ceremonia. Más parece que acude a una cita clandestina. Sólo vemos los cogotes y melenas de sus co-militantes que le esperan sentados en la segunda fila. Al llegar se gira para tenerlos de frente y los encara reposando sus codos en el respaldo del banco de la iglesia.

Un oficial de De Ruyter da a leer una nota a Michiel. En ella se dice que Cornelis planeaba matar al Príncipe. Ha sido condenado por alta traición. Johan quiere que vaya a testificar. Michiel sale corriendo de su barco. El oficial le dice que es preferible mantenerse al margen. Pero Michiel afirma que “no es un cobarde. Puede decir lo que quiera, si mantengo los ojos bien abiertos”. Sube a una balandra y ordena dirigirla a la costa. Va hacia el palacio de justicia.

A la puerta de éste, vemos a Kievit y su secretario que desde el interior de una calesa están atentos a la entrada, vigilándola. Habla Kievit, que le pasa una nota o especie de octavilla, a su acompañante: “Estamos intentando atraer a su hermano. Dile que Cornelis escribió esto”. “No sé si esto es correcto”, le responde el acompañante. A lo que Kievit responde, no sin alevosía: “Pronto mandaremos nosotros. ¿Querrás que te consideren de los nuestros?”

A su alrededor la calle arde inquieta. A sabiendas de lo que pasa, Johan de Witt, intenta escabullirse entre la multitud. Esconde su cara bajo una capucha. Camina apresurado, inquieto. Echa a correr. Corre cuanto puede. Alcanza una puerta de entrada a un edificio próximo al palacio de justicia.

Michiel de Ruyter, espolea al caballo de su carruaje a ir más aprisa. Kievit , a su vez, se abre paso como puede, autoritario y vehemente, a gritos, entre las personas que cada vez son más por las calles.¡¡Apartaos!1 ¡¡¡Abrid paso!!!.

Johan de Witt encuentra a su hermano, que está tumbado y malherido. Al verlo, exclama: “Johan, no deberías haber venido, ¡¡Nos han tendido una trampa!!” “Admítelo. No puedes hacer nada sin mí”. Se sonríen. Se abrazan. Un primer plano de Johan muestra su enorme preocupación. Escuchan que, fuera, claman que abran la puerta. “Tenemos que irnos. ¿Puedes andar? Te ayudaré”. Fuertes, fortísimos golpes, intentan derribar la puerta. Lo consiguen. La oscuridad impide distinguir quien golpea a quien. Pero se golpean. Johan grita ¡¡Cornelis!!, Cornelis grita: ¡¡Johan!!

La cámara nos muestra que Michiel de Ruyter acaba de llegar a La Haya. Ha llamado a una puerta y pregunta: “¿Saben dónde están?”. Ante la negativa vuelve a su carruaje, azuza a su caballo con prisas e impaciente al máximo.

Desde una ventana Kievit observa cómo la multitud furiosa ha apresado a los hermanos De Witt. Empujan a Johan. Golpean a Cornelis. No falta el energúmeno de turno que grita ¡¡Nos habéis traído la desgracia!! Un golpe, tras otro hunden los puños en el estómago de Johan, o la cara de Cornelis, La violencia adquiere tintes paroxísticos. Ya no puede alcanzar un nivel más alto. Gritos de espanto y dolor se mezclan con el griterío de la gresca. Un disparo rasga la algarabía y alcanza a Cornelis, que se derrumba al suelo. Un puñetazo tras otro sacude la cara de Johan hasta hacerle caer también. ¡Cornelis! ¡Johan! Exclama uno y otro Un nuevo disparo hace caer al suelo a Johan. En el suelo, heridos de muerte, los hermanos extienden sus manos teñidas de sangre para agarrarse con fuerza. Se sujetan todo lo fuerte que pueden Se oye la voz de un enloquecido salvaje que proclama a los cuatro vientos ¡¡Voy a cortarle la polla!! Al hacerlo, alza su brazo para mostrársela a la muchedumbre. Ésta lo corea entre gritos, risas y aplausos. ¡Cornelis! Exclama Johan. Un cuchillo, bayoneta o espada, cae sobre la mano que sujeta a la de Cornelis y le hace exclamar un grito de mayor dolor aún. Llega entones De Ruyter. Ve con horror lo que sucede. Michiel poco puede hacer entre la multitud que lo frena. Desesperado alcanza a cruzar una última mirada con Johan. El primer plano de una pistola apunta a Johan de Witt. Éste exclama, casi sin voz. “¡Dispara!” Y Johan expira su último aliento. La turba descubre entonces a De Ruyter: “¡Es De Ruyter! ¡¡A por él!! ¡¡¡Que no escape!!! Pero Michiel de Ruyter logra escabullirse y subir a su carruaje. Entre la multitud aún está una bestia femenina que logra extraer las tripas de Johan de Witt ¡¡Le he sacado las tripas!! Vocea, orgullosa. Tampoco falta el bestia orgulloso que muestra a gritos: ¡Mirad, aquí está el corazón! {2}

Michiel de Ruyter llega a su casa. Su esposa e hijas no lo esperaban. “¿De dónde vienes?” le pregunta Anna, su esposa. Michiel, responde, entre lágrimas “De La Haya”, responde entre sollozos.

En La Haya, por la calle vemos que caminan Kievit, Tromp, su alteza el Príncipe y su amante-amigo. Una panorámica sobre la calle permite ver en la oscuridad los cuerpos de ambos colgados por los pies y desnudos. Un transeúnte rezagado les muestra algo en una mano mientras le pone precio y explicita su dueño: “¡Caballeros, caballeros! Miren, ¡es la polla de Dewitt!. ¡Cinco peniques!” Tromp lo echa a patadas de su lado.

De Ruyter, prosigue llorando. Se esfuerza en decir. “El viejo Tromp me dijo algo justo antes de morir. Sobre la dirección del viento. Pensé que deliraba, pero ahora puedo entender a lo que se estaba refiriendo. La política”

Su esposa lo mira atenta y dolorosamente. Michiel añade a lo ya dicho. “Para un Almirante sólo importa el mar”. Anna decide responder: “Lo sé”. Pero añade: “Vas a obedecer sus órdenes” tras una pausa, concluye, contrariada: “Vete”. Michiel responde con una súplica “Trata de entenderlo” “A nosotras también casi nos linchan” “Ya lo sé” “Prométeme una cosa. Cuando todo esto acabe, nos iremos a Vlissingen. Tú, yo y los niños”. Se diría que Michiel, a estas palabras, asiente con su silencio.

En La Haya. Kievit con Tromp, el Príncipe y su amigo-amante, junto a alguien más, hablan de cómo defenderse de ingleses y franceses. Todos levantan sus ojos de los mapas para mirar a su príncipe que acaba de decir “¿Por dónde podemos romper los diques? “Pero Alteza, ¿habéis considerado las consecuencias? ¿Estáis seguro de que debemos hacerlo? “Miles de personas viven ahí” “Ciudadanos de a pie, Alteza” Por toda respuesta a tamaño estupor, el Príncipe, concluye, exigente, dando un golpe en la mesa. “Quiero las localizaciones exactas”. Sus miradas ven a alguien que acaba de llegar. “Dejadnos”, ordena su Alteza. Tromp va a marcharse cuando lo detiene: “Quédese” Vemos entonces al recién llegado: Michiel de Ruyter. Lo vemos de pie, en un plano ligeramente contra picado y con un brevísimo travelling adelante, a la espera de que le acerquen. Lo hace el Príncipe, con quien cruza un par de frases “Alteza. Felicidades por su investidura”. “Sé cómo se siente?”, le contesta. “¿De verdad?”, responde, con no poca ironía. “Pero los franceses están a las puertas de Ansterdam y los ingleses van a invadir la costa junto con los franceses”, su alteza se gira para invitar a Tromp a acercarse. Éste se acerca. “Tendrá que trabajar con Tromp. El país les necesita. ¡A los dos!” Tromp se acerca aún más y le extiende la mano a Michiel al tiempo que dice. “Acataré sus órdenes”, tras una breve pausa, Michiel dice, con firmeza malhumorada pero contenida, advierte: “Será mejor que lo haga” “Tiene mi palabra”, responde Tromp. El príncipe tiene la última palabra: “Bravo. Caballeros vamos a inundar el país” la mirada de Tromp en primer plano cierra la escena y con ella finaliza el segundo acto.

 
Tercer acto: minuto 88’56”

Un montaje alterno entre dos situaciones similares: los oficiales, junto a sus

respectivos almirantes, de las dos flotas que van a combatir, preparan sus estrategias: la franco-inglesa y la holandesa-

Los franceses reciben al almirante inglés, le dan una calurosa bienvenida.

Los holandeses al mando de De Ruyter: elaboran su estrategia, con el convencimiento de que los ingleses quieren llegar a la costa.

El almirante francés cree que todo va a ser sencillo. Pero el inglés le sale al paso para decirle que no subestime a De Ruyter, es un gran estratega.

El montaje alterno entre una reunión y otra concluye con las decisiones tomadas.

En las calles se sufre con el temor a que los enemigos alcancen la costa. La gente procura protegerse. Anna hace lo propio con sus hijas. La agitación es grande, son muchas las personas que buscan refugio y protección. Un nuevo cartel sobre la pantalla informa de la Batalla de Texel

1673. la batalla se pone en marcha. Los marineros se dan valor unos a otros. Los cañones resuenan de inmediato. Algunos barcos pronto se incendian.

Anna la esposa de Michiel conduce un carromato por las calles de la ciudad.

La batalla prosigue con toda su creciente crudeza.

Vemos que Anna a conducido su carromato hasta la loma desde donde se divisa el panorama de la batalla. Baja del carromato y se sitúa ante el paisaje que le ofrece la batalla naval.

De nuevo el montaje alterno nos muestra el desarrollo de la situación: el ininterrumpido cañoneo de los barcos, el alcance de los cañones sobre algunas personas que han acudido y corren por la playa, Anna que se mueve en su loma. La batalla prosigue. Pero, de pronto, los barcos enemigos embarrancan y tiene que intentar retroceder. La estrategia de Michiel parece que ha dado un excelente resultado. Michiel no puede por menos que reírse al ver lo que ha conseguido. Sus oficiales acompañan sus risas. Es el momento para girar a estribor y cañonear al enemigo sin parar. El almirante francés tiembla. Las personas de la playa, que han contemplado el transcurso de la batalla, se han dado cuenta de la estratagema y saltan de alegría, abrazan a Anna y gritan que Michiel es un héroe. En el barco de Tromp, éste no duda en invitat a su oficial a que se entonen tres hurras por De Ruyter: ¡hurra!, ¡hurra! ¡hurra!. Hurras al que sigue los unánimes gritos de ¡Bestevaer! ¡Bestevaer! ¡Bestevaer!{3}

En la corte inglesa, el rey Carlos II no puede mostrarse más desesperado. A voz en grito exclama con vehemencia excesiva: “¿Sabéis lo que significa? ¿Sabéis lo que esto significa? ¡Que tendré que retirarme frente a mi sobrino con el rabo entre las piernas! Da un golpe sobre la mesa y hace mutis por el foro

Michiel se prepara para salir de casa. Va a visitar a su alteza. Dice: “Sólo es una pequeña charla”. “No paran de hacer arrestos. Mide tus palabras con el Príncipe” le dice su esposa.

Kievit, El Príncipe y su amigo-amante caminan por el palacio. Se dirigen hacia algún sitio mientras comentan:

—Los republicanos se están restableciendo –dice el Príncipe

—Quieren a De Ruyter como su líder –contesta Kievit

—La gente le ama.

—Ese es precisamente el problema.

—Pero tenemos una solución al problema.

Ahora suben por una escalera. Les siguen buen número de los suyos. Le acompañaban a dejarse pintar un cuadro, cuyo pintor entrevemos

Michiel de Ruyter se presenta ante el príncipe. “Discúlpeme, ahora le atiendo”.

Un singular clímax –puede asegurarse– que comienza ahora. Dado que el clímax debe entenderse como el momento en el que se responden las preguntas que quedan por responder, es a partir de este momento donde se responden. Veamos cómo:

Caminan por un amplio pasillo. “¿Retirarse? ¿Volver a Zelanda?”, exclama el Príncipe. “Pero ¿qué hará Holanda sin usted?” “Este país cuenta con un gran líder”, le responde De Ruyter “¿Cómo va el Príncipe de Orange a gobernar este país si no tiene el amor de todos los holandeses? ¡Yo no soy igual que él!, afirma el Príncipe, señalando uno de los cuadros del gran pasillo que recorren. “Creo que vuestra alteza se subestima? “¿lo dice en serio?” “El Estatúder puede unir el país y dirigir todos los partidos” “Quiere que libere a sus amigos republicanos” “Ese sería un gran gesto” “¿Ha oído todo lo que se dice de mí? ¿Es ese su modo de mostrar gratitud? ¡Con todo lo que he hecho por este país! Ya sabe a lo que me refiero, De Ruyter. ¿Acaso debo transigir y permitir que esos republicanos destruyan el país? No, no puedo consentirlo, y lo sabe”. “¿Igual que con Johan y Cornelis de Witt?”, le replica De Ruyter. ”¿Cómo?”, sorprendido. ¿Eso fue por el bien del país, esa masacre?”, le responde, no sin vehemencia. “No pensará que yo tuve nada que ver?” “Pues, entonces, ¿quién?” “La turba estaba totalmente descontrolada. ¿Quién iba a pensar que...?” “¡Vuestra gente estuvo incitando al pueblo durante meses! ¡Panfletos! ¡Agitadores!¡Asquerosas maniobras políticas!”, le reprocha De Ruyter con mayor vehemencia. “Eso recaerá sobre vuestra conciencia”. De Ruyter, concluye alejándose. “¿Cómo se atreve? ¿Así que aún es partidario de De Witt? Empiezo a dudar de que vaya a obedecer mis órdenes cuando sea necesario.” “Siempre he servido a mi país, Alteza”. “Pero el país no sigue su mismo rumbo”. De Ruyter se detiene y se vuelve a mirarle, diciéndole: “Podéis estar seguro de que contáis con mi devoción”. El Príncipe, se adelanta y encarándole, pregunta, “¿`puedo estar seguro?”, alejándose acompañado de su amigo-amante, que lo esperaba.

Michiel De Ruyter los ve alejarse, pasillo adelante.

Al salir a la calle, De Ruyter oye una voz que lo llama. “Almirante”, dice el amigo-amante, al tiempo que abre la puerta del carruaje dentro del cual espera el Príncipe. “Esperaba que no fuera necesario, pero veo que mis consejeros tenían razón. Acepto su dimisión, pero con una condición” “Alteza”, dice De Ruyter, a la escucha. “Participará en una última misión. Será en el Mediterráneo. Una misión secreta contra Francia”. “Y si no quiero?” “No creo que sea buena idea desobedecer una orden del Príncipe. Es complicado protege a la familia de un traidor”. El silencio y la mirada de De Ruyter, da a entender que lo entiende todo lo que el Príncipe sólo insinúa a modo de amenaza. El amigo-amante cierra la puerta del carruaje, no sin afirmar con su mirada lo que el Príncipe ha indicado

En el carruaje del Príncipe, tirado por cuatro caballos, van los dos amigos. Los vemos en plano medio. Y oímos:

—Debería haberle condenado a muerte. Hubiere sido más justo.

—Considéralo un acto de hombre de estado, le responde el amigo.

—He decidido –dice el Príncipe, tras obvias dudas– pactar una alianza con la corona inglesa. Es hora de que tome la iniciativa.

—¿Cómo?

—Casándome con María Estuardo.

El primer plano, la mirada y el gesto del amante-amigo no deja lugar a dudas. Por si fueran poco, sus palabras los complementa, de este irónico modo,

—Considéralo un acto de hombre estado.

En casa de familia de los Ruyter, nadie parece tranquilo. Michiel no puede dormir y ha salido al patio a cortar leña. También sale Anna, su esposa, para decir, “Yo tampoco podía dormir, ¿Por qué Michiel, por qué aceptaste ir a esa misión? No tienes nada que demostrar, ahor...”, interrumpiéndola, “No se trata de eso” “¿Es que quieres un funeral de estado? “No quiero ser la causa de una guerra civil?“ ¿Y por qué vas a ser tú la causa? Tú no tienes la culpa de las encarcelaciones” “Alguien debe dar ejemplo y obedecer al Príncipe?” “¡¿El Príncipe?! Lo único que quieren es deshacerse de ti, como todos los demás. Eres demasiado popular. ¿No ves lo que tratan de hacer?

Salta a la vista –y al oído– que Michiel no quiere decir a Anna lo que ya sabemos. Pero acaba diciéndoselo. Deja de cortar leña. Entra en la casa. Le sigue su esposa, que insiste. “¿Qué te dijo el Príncipe? Nos amenazó, ¿verdad?” “No fue muy sutil”, le responde.

Michiel se despide de la familia. Sube a la balandra que lo conducirá al barco a cumplir la misión comprometida. El almirante de la flota francesa se sorprende en esta ocasión de no ver el barco llamado Les sept provinces y comprobar la endeblez de la flota holandesa, “¡Sólo 12 barcos!”, dice que ve. Además no entiende el honor que pueda haber en todo ello. No obstante, la batalla dará comienzo bajo la mirada, entre resignada y estoica de Michiel De Ruyter.

Respondidas las preguntas pendientes sólo cabe cerrar con un desenlace que lo resuma todo aparentemente feliz, o mejor dicho, con una gran ironía. Y para ello nada mejor que un montaje que a modo de collage lo compendie todo: el espléndido baile cortesano muy complaciente con Carlos II de Inglaterra; la mirada ansiosa de la nueva esposa del Príncipe; y la del ex-amigo del mismo; junto a la batallita naval correspondiente; la tristeza de Michiel y de su esposa, cada uno en su sitio: él en el puente de su barco, ella, caminando sola por una calle; incluso las miradas añorantes de sus hijas Todo muy cortesano y naval-belicoso al mismo tiempo. En el que no falta, por supuesto, el mareo del recién casado, ni los cañonazos que está a punto de alcanzar a Michiel, y que acaban alcanzándolo. Sin ello no se podría culminar con el final más irónico imaginable: el sobrio y fastuoso funeral de estado a Michiel De Ruyter, cuya última palabra no podía ser otra que ¡Anna!

 
Propuesta básica de análisis

Como es más que sabido, el materialismo filosófico carece de un método específico para el análisis del cine. Mejor dicho: para el análisis de películas, que viene a ser lo mismo, pero no es igual. Gustavo Bueno no tuvo suficiente interés, ya fuera por falta de tiempo o por una dedicación más exhaustiva a otros asuntos, entre ellos a otras artes distintas, muy distintas al cine, que no propuso un modo de analizar las películas, toda clase de películas, en particular las películas llamadas de ficción. O, dicho de otra manera: las películas que podemos ver en las diferentes pantallas existentes en la actualidad. Basta con echar un vistazo a los libros en los que más podía haberse abordado el tema para darse cuenta de esta ausencia. Ni que decir tiene que, por supuesto, no hay ni una conferencia dedicada a tamaño asunto: el llamado arte del siglo XX. Sí las hay centradas en otras categorías artísticas, por ejemplo, la literatura, la arquitectura o la música, muy especialmente esta última, sin duda la categoría artística de su predilección.

Nada de ello significa que Bueno no haya propuesto una batería de conceptos obtenidos a partir de otras artes, particularmente de la literatura y poesía, que puedan resultar muy útiles para analizar textos fílmicos; películas, dicho con menos prosapia. En eso estamos. Y no otra cosa, en definitiva, es lo que vengo haciendo, desde mi asunción del materialismo filosófico y sus conceptos. A sabiendas, por supuesto, de las dudas con las que trabajo respecto a si serán o no útiles para otras películas aún no analizadas, por obvias razones. Hasta hoy he efectuado unos pocos análisis. Pero son tantas las películas que quedan, y tan variadas; es tal su cantidad y su diversidad que. a priori, parece una tarea inabarcable. Acaso porque temo que carezca del tiempo suficiente para desarrollarla, cuando menos en aquellas fases historiográficas que serían fundamentales.

Dudas que se producen, para ser más preciso, a partir de una intuición, que enuncio así: dado que lo real desborda por completo al cine; es decir, no hay película que pueda contener la realidad, menos aún, toda la realidad; es probable que no haya –hoy por hoy– una filosofía capaz de dar cuenta de todo el campo cinematográfico. Y cuando digo todo, digo todo, es decir una filosofía capaz de dar cuenta, explicite, abarque, dígase como se quiera, de la dimensión universal del fenómeno. Dicho en román paladino: el universal campo cinematográfico desborda –hoy por hoy, insisto– toda filosofía realmente existente. Intuición, acaso sospecha, es decir invitación a la cautela, que no alivia todo lo dicho en el materialismo filosófico, desde lo dicho por su genial incubador a lo dicho por quienes han intentado aplicarlo, ya sea proponiendo una filosofía específica del cine o analizando películas, o simplemente haciendo críticas. Tentativas que han intentado triturar el cine y han sido trituradas por él. Sospecha que tampoco alivia, va de suyo, el resto de las intentonas de otros filósofos de otras nacionalidades que no merece la pena mencionar, por meritorias que sean. Tratándose del materialismo filosófico, la última conferencia pronunciada por Marcelino Suárez Ardura ha puesto en evidencia cuanto intento sugerir. Habiéndola visto y escuchado sólo una vez, fue la impresión que me produjo. Cuando la pronunció fue el 17 de febrero de 2025, ya estaba yo dando los últimos toques a este artículo. Volveré a escucharla, con el mayor interés, claro.

Estas son algunas de las razones por la que no hemos dudado en incluir algún término ajeno al despliegue argumental stricto sensu, acaso demasiado prolijo, que hemos descrito. Nos referimos en concreto al término autogórico, incluido en el segundo párrafo de la primera página. Termino con el que aludo a uno de los planos propuestos para el análisis propuesto en los textos de Bueno, aplicados a la literatura, pero útil para las películas. Los otros dos planos serían el literal y el alegórico (G. Bueno, 2009, pág. 26-38), de los que intentaremos decir algo a continuación.

El plano autogórico, en la película que analizamos, está definido sobre un fondo ontológico muy preciso, que sugerimos a lo largo del despliegue argumental descrito. Ese fondo es el del modelo narrativo estadounidense, llamado paradigma por Sid Field en los años sesenta del pasado siglo, pese a ser una película del año 2015. Naturalmente en este plano cabrían varios factores, pero el que nos parece fundamental es el de la estructura con la que está organizada. En esta estructura se inscriben aquellas modificaciones que la distinguen de los fenómenos más tradicionales: entre otros, los efectos de montaje, por muy evidentes. En el susodicho fondo ontológico cabría incluir aquellas películas que pudieran servir como precedentes de la que analizamos, por ejemplo: El capitán Blood (1935, Michael Curtiz), El halcón del mar (1940, Michael Curtiz), El lobo de mar (1941, Michael Curtiz), El hidalgo de los mares (1950, Raoul Walsh), El mundo en sus manos (1952, Raoul Walsh), Los gavilanes del Estrecho (1953, Raoul Walsh), o Los contrabandistas de Moonfleet (1955, Fritz Lang), por citar unas pocas de las muchas posibles. Conocerlas a fondo permite entrever con mayor claridad las modificaciones morfológicas que introduce la llamada posmodernidad en la formalización de las películas, incluso en aquellas que se sujetan con mayor conocimiento y fidelidad al modelo hegemónico estadounidense, que sintetizamos bajo el nombre de paradigma.

El plano literal, es decir, lo componen aquello que nos cuenta la narración, con sus distintos temas sugeridos, visual y sonoramente. Esta es una de las razones que nos indujo a huir del recurso a la mera sinopsis y describir el argumento lo más detalladamente posible. Objetivismo estético obliga, si de lo que se trata es de analizar y huir del mero impresionismo. De tal modo que el lector (probable espectador previo) tenga elementos suficientes para deducirlo por sí mismo.

El plano alegórico desborda a los dos anteriores. Es el plano más filosófico, dicho en una palabra. Pero tiene que estar contenido en ellos, de un modo u otro. No puede ser un capricho. En la medida que debe responder a a la pregunta: ¿de qué trata la película?, o ¿cuál es su sentido último?, el texto fílmico debe contener la respuesta, cualquiera que sea su modo de hacerlo. El plano alegórico es, en definitiva, una interpretación de lo que la película nos cuenta. Pero el espectador que analice no puede decir lo que se le antoje; sus palabras deben estar avaladas por las imágenes y el sonido de la película; dicho en román paladino: toda interpretación debe huir de ser, como ya hemos dicho, meramente caprichosa, y menos aún un delirio. De las posibles interpretaciones que se deduzcan de lo que el texto fílmico dice, se obtendrá el grado de sustantividad del film, o sencillamente su reducción a la consideración de película meramente adjetiva. En este sucinto análisis nos centraremos básicamente en él.

Para mí, Michiel De Ruyter, el almirante, es una película que expone un discurso acerca de la política; mejor aún, acerca del ejercicio de la política. Todavía más preciso, del ejercicio güarro y criminal de la política, ya que trata acerca de lo que podríamos considerar como una concepción puramente schmittiana del ejercicio de la política, o la política reducida a dos únicos términos: amigo y enemigo. “La distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo. Lo que esta proporciona no es desde luego una definición exhaustiva de lo político, ni una descripción de su contenido, pero sí una determinación de su concepto en el sentido de un criterio” (Carl Schmitt, 2009. Pág. 56). Este y no otro es, desde mi punto de vista, el sentido alegórico de la película: el ejercicio de la política sin otra sujeción que no sea el asalto al poder y el saber mantenerlo. El despliegue argumental descrito nos lo hace evidente. Es lo que espero. La película no es en absoluto, que lo es de algún modo, un biopic del marino Michiel de Ruyter, ni tampoco una narración a mayor gloria de sus habilidades. Pese a ofrecerle todo el reconocimiento que merece, no en vano es considerado uno de los mejores almirantes de la historia, no sólo holandesa, no es a mi juicio lo que prevalece en el desarrollo de esta. Los datos biográficos de Michiel de Ruyter son básicamente el pretexto para una reflexión acerca del ejercicio político. 

Hemos visto (o leído, si no se conoce el film) que en lo que hemos denominado prólogo, en el que se alude a la batalla de Scheveningen, de 1653, y en el que se nos muestra la muerte del Almirante Maarten Tromp, éste, poco antes de morir, le dice estas palabras a De Ruyter: “Llegas a tiempo. Navegamos a contracorriente. Al igual que los políticos, el viento es impredecible. Mis hombres necesitan a alguien como tú, alguien que mantenga los pies en el suelo. Michiel, confío en ti”. Palabras sobre las que llamamos la atención al decir que: “conviene retener”. Apenas comenzada la película es lo primero y más importante que oímos. Palabras que más parecen no querer sujetarse a lógica alguna de la situación. El almirante Maarten Tromp ha sido gravemente herido, su colega y amigo De Ruyter acude a ayudarle y, al borde de la muerte, nada más verle, le invita a escuchar lo que quiere decirle. El espectador no tiene forma alguna de darles un sentido preciso a sus palabras; no es posible entender que le quiere comunicar a su amigo De Ruyter, que ha acudido a socorrerle. Se pregunta, a lo sumo, qué ha querido decirle a su amigo, en el que confiesa confiar. Esa es la pregunta que encontrará su posible respuesta en un momento concreto.

Más adelante, una vez que la turba manipulada por el político arribista, cínico y criminal, Kietiv, ha hecho cuanto ha podido para levantar a la multitud en contra de los hermanos De Witt, provocando su masacre, De Ruyter regresa a su domicilio. No puede evitar llorar como un descosido, por lo que ha visto en las calles de La Haya: el despedazamiento de los cuerpos de dos de sus amigos, los hermanos De Witt. Al encontrarse con su familia, y sin dejar de llorar, recuerda las palabras de Maarten Tromp de este modo: “El viejo Tromp me dijo algo justo antes de morir. Sobre la dirección del viento. Pensé que deliraba, pero ahora puedo entender a lo que se estaba refiriendo. La política. Para un almirante sólo importa el mar, ¿no?”, le dice a su esposa. Estamos muy cerca del final del segundo acto, más o menos, del minuto: 01h: 25’: 58” al 01h: 26’: 24”

Respuesta más que suficiente para corroborar lo que decimos. Sin duda, la política es lo que conforma y domina el plano alegórico. La política, justo aquello que a De Ruyter jamás le interesó, como le confesó a De Witt en su primera entrevista, y como acaba exponiendo, no sin dudas, en la última frase ante su esposa. No hace falta volver sobre lo que se nos ha contado y cómo se nos ha contado, ni saber lo que se nos va a contar en lo que sigue, en el tercer acto. El ejercicio de la política, que ha causado el despedazamiento de sus amigos a manos de una manipulada multitud furiosa.

Es una respuesta que remite a un antes morfológico de la película, el momento de la muerte de Maarten Tromp, en lo que hemos calificado de prólogo. Pero una respuesta que, además de lo que afirma,suscita una batería de preguntas. Nos centraremos, cuando menos, en dos, por ejemplo: ¿a qué viene repetir casi hora y media más tarde, las palabras de Maarten Tromp? ¿Qué puede significar, además de lo que De Ruyter nos confiesa reconocer: la política? Son preguntas que inquietan, y que invitan a volver a ver la película para encontrar la respuesta precisa. Es lo que hacemos. Una vez y otra.

Y sucede que durante uno de estos visionados me asalta un recuerdo, no de otra película sino el recuerdo vago de una lectura prácticamente olvidada de uno de los textos considerados menores de Gustavo Bueno: Ensayo de una definición filosófica de la idea de deporte. Es en este texto donde Gustavo Bueno propone “su doctrina morfológica del tiempo en espiral”. Por ello no se le puede considerar un texto menor, sino todo lo contrario. Veámoslo.

Voy al texto. En él que encuentro varios párrafos subrayados. De entre ellos citaré tres. El primero, que dice: “En efecto, el tiempo operatorio tiene, sin duda, un ahora, un antes y un después. Husserl, con sus “protensiones” y sus “retenciones”, no habría hecho otra cosa, y ya mucho, sino exponer al tiempo la fenomenología del tiempo psicológico o vulgar” (Bueno, 2014, pág.112). Al releerlo me doy cuenta de que la palabra “antes” fue la que me dio el impulso para recordar. El visionado de la película me invitaba a volver a ese “antes”. La lectura del texto subrayado me descubría el “después”.

Un segundo texto, que tengo subrayado, dice así: “La morfología espacial del tiempo envuelve pragmáticamente al movimiento. Pero no al movimiento lisológico sino al movimiento morfológico. Distinción que acaso se manifiesta en la definición de Aristóteles: «Tiempo es el número del movimiento circular [circular, que implica por tanto un reloj, natural, como el sol o artificial como la clepsidra] según el antes y el después». Es decir, según el allá y el ahí presentes.

De este modo, en lugar de representaral tiempo por una línea, representaremos al tiempo por una espiral, en la cual el ahora se corresponde con una rotación de un allí en un aquí (mediante esta rotación el después o allí se manifiesta como si fuera el aquí anterior)” (Bueno, 2014, pág. 112)

La relectura de este tercer párrafo me puso sobre la pista fundamental de mi búsqueda: lo que tenía que encontrar en la película era la morfología, la forma, en la que se nos muestra su estructura en espiral. Dicho de otro modo, la estructura en espiral que corrobora el manierismo de toda la película. Manierismo evidente, no sólo por la fecha de realización, 2015, y manierismo que implica la ruptura con el tratamiento de la linealidad del tiempo del cine clásico hollywoodiano. Digamos que el cine que llamamos clásico estadounidense siempre se enuncia en un tiempo lineal, pese a que aparente romperlo con flashs-backs, abundantes y variados. Son pocas las películas estructuradas en espiral. Vértigo, de Hitchcock, es la más recurrente, tratándose del análisis fílmico.

Busco, entonces, el modo en que se nos muestra la espiral a la que nos invita la repetición de las frases de Maarten Tromp, en boca de De Ruyter. Y en efecto, creemos encontrarla, no sin esfuerzo. La vemos en los arcos, vueltas, circunvalaciones, o rotaciones que propone la narración, y que recaban mayor atención sobre un personaje, en concreto tres personajes que se erigen en protagonistas de su arco respectivo: Michiel de Ruyter, Cornelis Tromp y Anna de Ruyter, la esposa de Michiel. De no haber sido por el recuerdo de las palabras que el almirante Maarten Tromp tuvo necesidad de transmitirle antes de morir a su colega y amigo De Ruyter, probablemente no nos habríamos dado cuenta de la importancia de la política, que domina el sentido alegórico del film, ni de la estructura en espiral del mismo, hasta tal punto está disimulada en la morfología del conjunto.

Recordemos con pocas palabras estos arcos de la espiral: el primero lo protagoniza Michiel de Ruyter al aceptar por consejo de su esposa de volverse atrás acerca de su rechazo a ser nombrado almirante de la flota holandesa; el segundo lo protagoniza Cornelis Tromp, al protagonizar su desobediencia a De Ruyter, entre otros momentos; y el tercero cuyo protagonista es Anna de Ruyter, al visitar a De Witt den su casa con las cartas de muchas otras mujeres que también desean saber dónde están sus maridos, entre otros momentos, acaso más destacados.

El centro de esta espiral de Arquímedes, por citar al clásico{4}, no es otro que el centro cronológico de la película, es decir el incendio de la flota inglesa en Chatham.

Sólo me falta añadir que, entre la maraña de reflexiones, visionados, lecturas y recuerdos, también puse en juego el flash memorístico de una estupenda conferencia sobre Vértigo, expuesta por Ekaitz Ruiz de Vergara, a invitación de Luis. Martín Arias, en la universidad de Valladolid. Desgraciadamente, Luis falleció el 10/11/2024. Vaya desde aquí mi homenaje in memoriam, para él.

Este ir del “después” al “antes”, rompe con la linealidad temporal, alfa y omega del clasicismo, para instaurar, o al menos sugerir, lo que Bueno llamó un tiempo aureolar distinto, más propio, a nuestro entender, del manierismo. Detalle importante, ya que refuerza lo que hemos dicho del fondo ontológico de la película pese a ser producida en 2015. Pervivencia de una estructura estadounidense clásica, vigente en los tiempos del posmodernismo. Detalle que, además, se ve corroborado por un hecho más que evidente: el director Roel Reiné, cuenta una historia muy holandesa, es holandés, pero vive en Los Ángeles.

No podemos terminar sin evocar las principales tríadas de la película. Recordaremos antes las palabras de Gustavo Bueno: “la estructura más elemental, compatible con el principio de symploké del materialismo filosófico, es la estructura ternaria. En una tríada (A, B, C) los miembros estarán involucrados los unos con los otros, pero al mismo tiempo, será posible reconocer coaliciones binarias [(A, B), (A, C), (B, C)] en cada una de las cuales queda segregado el tercer miembro, que, sin embargo, tendrá que mantenerse asociado al otro. La estructuración en tríadas de cualquier campo constituido por individuos encierra además la posibilidad de que tríada esté a su vez involucrada, a través de alguna unidad común, a otras tríadas, dando lugar a eneadas (3x3) o a docenas (3x4) etc.” (Bueno, 2005, pp 250-251)

No hace falta decir que la película tiene un buen número de personajes que constituyen una espesa urdimbre, pero elegiremos sólo aquellas tríadas mas significativas, tríadas que completaremos con la figura dialéctica más destacadas en su vinculación, de acuerdo con el cuadro de Gustavo Bueno publicado en el nº 19 de El Basilisco.

Bueno

Michiel de Ruyter / Johan de Witt / Kietiv; tríada que se despliega a partir de una metábasis una catástasis permanente, y pasa por un período de convergencia, o catábasis, hasta culminar en la masacre, o anástasis política de los De Witt a manos de la multitud enfurecida por incitación política de Kievit.

Michiel de Ruyter / Johan de Witt / Cornelis Tromp; tríada que se despliega en un proceso de divergencia política, o metábasis, para culminar en una catábasis, o proceso de convergencia, por conveniencia política, una vez asesinados los hermanos De Witt

Michiel de Ruyter / Cornelis Tromp / Guillermos III, príncipe: tríada que se desarrolla en proceso de divergencia, o metábasis, para desembocar en una catábasis por conveniencia política.

Kietiv / Cornelis Tromp / Guillermo III; triada cómplice en la conspiración contra la república preidida por el estatúder Johan de Witt, amigo y protector de Spinoza.

Kietiv / Guillermo III / Amigo-amante; es una tríada que se despliega siempre en catábasis políticamente interesada, defensora de monarquía

Señalaremos solo dos coaliciones binarias, a nuestro entender las más destacadas: Guillermo III / Amigo-amante. Después de desarrollar una catábasis de índole sentimental se abre a una catástasis irremediable, tras el anuncio del príncipe Guillermo III III de su boda con María Estuardo de Inglaterra, boda que Guillermo III, sugiere que se entienda como un acto de hombre de Estado.

Johan de Witt / Cornelis de Witt; coalición de hermanos, desarrollada en convergencia, o catábasis, exceptuando algunos momentos en que se manifiesta una involución hacia la anástasis. Culmina en el asesinato de ambos a manos de una multitud manipulada y enfurecida.

 
Bibliografía

Bueno, Gustavo: Sobre la idea de dialéctica y sus figuras, El Basilisco, nº19, julio-diciembre, Oviedo 1995.

Bueno, Gustavo: La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización. Ediciones B, S.A., Madrid, 2004.

Bueno, Gustavo: España no es un mito, Ediciones Temas de Hoy, S.A. Madrid, 2005.

Bueno, Gustavo: Ensayo de una definición filosófica de la idea de deporte, Pentalfa Ediciones, Oviedo, 2014.

Bueno, Gustavo: Poesía y verdad, El Catoblepas, nº 89, Oviedo, julio 2009

Nadler, Steven: Spinoza, Acento Editorial, Madrid, 2004.

Schmitt, Carl: El concepto de lo político. Versión de Rafael Agapito, Alianza Editorial, Madrid, 2009.


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{1} Bestevaer es una expresión de la marina holandesa que puede significar “el abuelo” o “el mejor hombre con quien navegar.

{2} El biógrafo de Spinoza, Steven Nadler lo narra así: “Los dos fueron arrastrados escaleras abajo y entregados a la multutd que los esperaba. Su intención era ahorcarlos, pero fueron tan cruelmente golpeados durante el camino hasta el cadalsobque murieron antes de llegar a él. Los cuerpos fueron entonces colgados por los pies, totalmente desnudos y literalmente hechos pedazo” (pág 414) Líneas más adelante cuenta que Leibniz habló con Spinoza sobre los sucesos que rodearon la muerte de os hermanos De Witt cuando pasó por La Haya en 1676. Leibniz dejó escrito: “Me contó que el día del linchamiento de los De Witt quiso acercarse por la noche a colocar una placa en el lugar donde fueron asesinados que dijera: Ultimi barbarorum [Sois los peores bárbaros]: pero su patrono le impidió salir, bloqueando la puerta de la casa, pues también él corría el riesgo de verse destrozado” (Pág.414)

{3} Ver nota 1.

{4} Sabido es que Arquímedes, siglo III a de C. escribió un libro titulado De las espirales.


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