El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 211 · abril-junio 2025 · página 18
Libros

El lenguaje como herramienta política

Alberto Mira Almodóvar

Reseña del Tratado del primer engaño de Raúl Fernández Vítores (Confluencias, Almería 2025)

«Los humanos pueden saber, pero no pueden saberlo todo. Siempre hay un punto ciego en lo humano, lo cual revela en cierto modo una fatalidad: la necesidad que el ser humano tiene de autoengaño. Es como si sólo pudiese existir a costa de no ver»

cubiertaEn esta época de esplendor del engaño y autoengaño, un magistral y erudito ensayo acaba de poner a disposición de los lectores la editorial Confluencias con el Tratado del primer engaño. Un trabajo en el que el doctor en Filosofía Raúl Fernández Vítores, una de las mentes más brillantes y rigurosas entre el paisaje del pensamiento español actual, aborda los orígenes y desarrollo del encuentro urbano entre los hombres. Encuentro –de choque– en el que nuestro autor, a través de una tetralogía teórica [Teoría del residuo (1997), Sólo control (2002), Los espacios bárbaros (2007), Tanatopolítica (2015)] culminada a modo de «summula» con Controlar e intimidar: el riesgo posmoderno (2022) y convenida con una perspectiva filosófica perfectamente definida, como es la del materialismo –entendiendo por tal la proposición que afirma que toda subjetividad es producida, es decir, que el sujeto no es en absoluto libre ni independiente, que el sujeto está condicionado por la infinita red causal afectiva que lo determina–, lleva vertiendo sus continuas reflexiones activas sobre el mundo contemporáneo durante las últimas tres décadas.

Este Tratado del primer engaño se ofrece al lector estructurado al modo de los pliegues de un tríptico, denominados como: Lenguaje y política en la antigua Grecia; Lo humano mismo; Política y lenguaje desde la Modernidad. Y presenta y propone en cada uno de sus pliegues una θέσις, de cuyo significado como posición, colocación, disposición, ordenación, proposición, situación geográfica, establecimiento, imposición, aserto…, su autor utiliza la acepción de lugar desde el cual se escribe lo que a continuación sigue para explicar la misma; con una cualidad compartida en todas ellas: la de «ilustrar su estricto cumplimiento» no utilizando nunca términos cuyo significado no se expliquen con claridad y distinción, y no exponiendo proposición alguna no demostrable mediante verdades ya conocidas; esto es, llevando a cabo un ejercicio more geometrico en toda su extensión.

A través de los pliegues de este tríptico, el lector podrá acceder al análisis de una mutación en el lenguaje y su desarrollo desde su origen mismo hasta la actualidad; esto es, tendrá la oportunidad de introducirse en el proceso del tránsito del «lenguaje que habla (o expresa la realidad) a representarse ante los propios hablantes como lenguaje que es hablado, hablado siempre por alguien. Esta transformación profunda en la forma de percibir mayoritariamente el lenguaje hizo de éste un “lenguaje objeto“, que no es otra cosa que el lenguaje entendido como herramienta política».

Para concluir, y en forma de Epílogo, el tríptico presenta una aldaba personalizada que permite abrir o impide su apertura una vez cerrados sus pliegues: el inquietante cuento de Franz Kafka, que lleva por título Ante la Ley.

¿De dónde proviene el engaño (falta de verdad en lo que se dice; acto de dar a la mentira apariencia de verdad; hacer que otro crea lo que no es)? ¿Y el autoengaño, como automatismo frente al miedo y la esperanza, con su ilusoria pretensión de encubrimiento de la impotencia y la servidumbre? ¿Son ambos inherentes a la naturaleza humana? ¿Es necesario su concurso? ¿En qué grado? ¿Qué lugar ocupan en las diferentes culturas a lo largo de la historia de las relaciones humanas? Por estos interrogantes y sus consecuentes transita el análisis de Raúl Fernández Vítores en este lúcido Tratado. A tal efecto, inicialmente su mirada se sitúa en el eje griego del origen tridimensional de la cultura occidental (Jerusalén–Atenas–Roma): «En Hesíodo vemos el engaño que da lugar a lo político, lo humano sin más, el primer engaño».

En su mitológica Teogonía –el primer poema griego–, Hesíodo trata de plasmar una explicación divina al orden del mundo. En tal sentido, establece una relación que fija la distancia entre la potencia de los dioses y las capacidades e impotencias de los hombres, representada en la historia del desarrollo humano como un anhelo de acercamiento de la experiencia humana a una imaginaria realidad divina en la que aspira a convertirse. «El principio es una cosmogonía –anota Fernández Vítores. Los dioses no crean el mundo, lo ordenan…Caos es el primer dios. Paradójicamente, el primero en poner orden es Caos».

Y es en el Caos de las fuerzas naturales, que culmina en la instauración de la ley, el orden, la paz y la justicia en el Universo por parte de Zeus (rey de dioses), donde se produce el reparto equilibrado del Universo entre las divinidades: del maldito Caos nacerá la funesta Noche, y ésta engendrará al Engaño (δόλος = fraude, añagaza, trampa, astucia, artificio, ardid, treta…). Así, el engaño, como asiento primigenio, se presenta como inherente a la mentira, la falsedad, el fingimiento, el timo…

Mas, ¿por qué acudir a la mitología?La mitología representa el primer sistema de pensamiento acerca de la vida afectiva de los hombres en su concepción del mundo y la naturaleza entendidos como un todo (πᾶς). Sin embargo, esta fase mítica, en su evolución general, con su gran carga simbólico-aniquiladora, ha sido sustituida por concepciones religiosas, en la cuales la potencia sacrificial y redentora es cedida a los dioses, con la reserva de poder influir sobre ellos conforme al deseo humano. A continuación, como alternativa sucesiva, una vez que el hombre ha ido reconociendo su finitud y su impotencia frente a las causas externas, la concepción religiosa, en un tránsito secularizador e inmanente, es depuesta por la concepción científica, como sistema de “pensamiento lógico“. «Este cambio de la forma explicativa –señala nuestro autor– representa un punto de inflexión en el lenguaje, es un umbral: el llamado “paso“ del μῦθος al λόγος, de los relatos (míticos o religiosos) a la razón (también palabra, pero palabra humana común)…, una explicación de la naturaleza desde la propia naturaleza. Esta inmanencia explicativa inaugura la sabiduría en Grecia y es, en realidad, a lo que hoy llamamos “ciencia“».

Ahora bien, la experiencia nos muestra que el hombre ha sido incapaz de sustraerse al engaño en cualquiera de las fases secuenciales de su concepción del mundo: engañando y autoengañándose por costumbre; lo que hace del sujeto un autómata. Esa costumbre a la que un jovencísimo Étienne de La Boétie apuntara a mediados del siglo XVI como el elemento principal de fundamentación de la relación de dominio, enunciando que “la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre“; lo cual implica que lo ontológicamente prioritario no es el dominio sino la sumisión. «El primer engaño –acota Fernández Vítores– es la construcción social, lo humano mismo»: νόμος (regla, norma, prescripción, ley). En su continuidad, los hombres, velando por la fijación de sus instituciones, han preservado en el tiempo las formas del engaño.

Pero ¿cuál es el fundamento del primer engaño, de la construcción social a la que alude nuestro autor? Una sugerente ὑποθέσεις (base, principio, fundamento, cuestión principal, hipótesis), como principio científico en el sentido del término griego, transita por todo este Tratado: «Los sacrificios son el fundamento de cualquier urbanidad».

Nuevamente Hesíodo. La primera esposa de Zeus fue Metis (la más sabia entre los dioses y hombres mortales). Antes de que de su cabeza Zeus alumbrara a Atenea (de ojos glaucos, terrible, belicosa, invencible y augusta) engaña a Metis y la engulle. Así, con este sacrificio, el rey de dioses se asegura por siempre la sabiduría, con el conocimiento de lo bueno y de lo malo; y ya no habría ningún otro dios con la dignidad real de Zeus. Posteriormente, toma como segunda esposa a Themis (brillante y equitativa), y, a través de ella, se instaura el universo convencional de la ley.

Hasta aquí la teogonía. Sin embargo, ¿qué nos enseña el mito, construido a imagen del deseo de los hombres? Enseña que la ley, la justicia, la paz… y la guerra, son productos del primer engaño, del primer sacrificio: la teofagia, el asesinato de la diosa Metis, como víctima propiciatoria; y de ello surge la paz política entre los dioses. Pero ¿qué ocurre en el mundo de los hombres, de los finitos, de los mortales? «La horda humana –anota Fernández Vítores– ha construido finalmente una ley que desplaza las mutuas violencias y permite a sus miembros una vida en común… La prohibición de matar se sostiene sobre una matanza ritual, la de la víctima propiciatoria, que es el instrumento con el que se fundan los grandes grupos humanos… El otro sólo existe a costa de un tercero… La sociedad, una horda de asesinos a ley sujetos». La potencia de unos sobre la necesidad de aniquilación de otros, pues “en la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por la que aquella puede ser destruida“. Es un axioma. Spinoziano.

En esta ὑποθέσεις, el sacrificio –«que señala precisamente al punto ciego de lo humano»– se muestra como la necesidad que ordena y purifica las pasiones humanas –a las cuales el hombre se encuentra, siempre, necesariamente sometido–, dando lugar al simbolismo en el que se asientan las culturas hasta la actualidad.

A ellas nos acerca admirablemente Fernández Vítores desde el Enuma Eliš, el Poema babilónico de la Creación, primer poema de la creación del mundo, construido en versos que bien pudieran anunciar el Bereshit (En principio…) del Génesis hebreo, con la creación del hombre; pasando por el Purusha Sukta, el himno sacrificial y de creación del hombre y el mundo, escrito en sánscrito védico en la segunda mitad del segundo milenio antes de nuestra era; o, afuera de la doble raíz –semítica e indoeuropea– de nuestra tradición cultural, el Lūn Yŭ, el antiguo texto chino del siglo V a. n. e., atribuido a los discípulos de Confucio; para finalmente significar el tránsito hacia la construcción de proyectos políticos que ya remiten a sujetos posicionados al margen de las religiones a partir de la Modernidad, en una re-creación de lo humano por humanos, ¡que no son dioses!

En esta nueva situación, que se traslada al mundo contemporáneo, los nuevos rectores han ido ofreciendo, bajo señuelos de libertad, sustitutorios dogmas de engañomediante renovados sistemas de sujeción y sumisión, exhibiendo con lenguaje mutado, sin vergüenza y con ufanía los múltiples y variados tipos optimizados de aniquilación humana, dejando expedita su continuidad. Pues, como pensaba Niccolò Machiavelli, los hombres, así como el cielo, el sol y los elementos, no han variado sus movimientos, su orden y su potencia desde la antigüedad. Pensamiento al que se podría añadir como corolario el de su amigo, el diplomático y político florentino Francesco Guicciardini, cuando anotaba que no hay que dar crédito a quienes con tanta eficacia predican la libertad, porque, entre ellos, tal vez no haya ninguno que no tenga por objetivo intereses particulares; y es muy cierto, como la experiencia muestra a menudo, que si creyeran encontrar una mejor condición en un estado autoritario, correrían allí a toda prisa.

A todo este tránsito de transformación en la forma simbólica del lenguaje nos invita la lectura de este excepcional Tratado del primer engaño, en el que Raúl Fernández Vítores, con su pulida y precisa prosa, nos ofrece estancias de reflexión desde donde atisbar y acercarnos a entender algo del complejo manejo humano del mundo: lo humano sin más.

Madrid, 11 de marzo de 2025


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