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Fortunata y Jacinta

Ideología alemana, nación de naciones y Europa de los Pueblos

Forja 059 · 9 diciembre 2019 · 43.12

¡Qué m… de país!

Ideología alemana, nación de naciones y Europa de los Pueblos

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy trataremos de explicar por enésima vez qué es la nación. ¿Otra vez? ¿Pero y por qué? Pues porque en España, mona del cielo, hay muchos españoles con el cerebro hecho polvo y aunque, afortunadamente, los tontos no agotan a la nación, lo cierto es que la están liando parda con esto de la “nación de naciones”. Alberto López Basaguren, experto designado por el PSOE para actualizar el Estatuto vasco, acaba de declarar que "hay que integrar con naturalidad el uso del término ‘nación’ por quienes lo consideren necesario", por ejemplo, si lo consideran necesario los vascos o los catalanes. Y continua: “Nación sí, pero con un sentido particular: como un sentimiento personal”.

Y es que aquello que, en principio, debiera entenderse como una realidad obvia, a saber, que España es una nación, ha terminado transformándose en un hecho cuestionado y cuestionable o, por decirlo con las palabras de Zapatero de 2004: “Si hay un concepto discutible y discutido en la teoría política y en la ciencia constitucional es precisamente el de nación... es algo que, en efecto, sabe cualquier estudiante de Derecho”. Claro, eso le pasa a Zapatero por no disponer de una taxonomía de la idea de nación, taxonomía, por cierto, que debe elaborarse desde la filosofía, no desde el Derecho, porque la filosofía es un saber de segundo grado que presupone otros saberes previos, saberes “de primer grado” (saberes técnicos, políticos, jurídicos, matemáticos, biológicos, &c.). Es decir, el Derecho genera conceptos jurídicos y políticos y es la filosofía la que debe extraer las ideas de estos conceptos técnicos para poder definirlas y clasificarlas sistemáticamente. Del mismo modo que la vida es una Idea que desborda las categorías de los biólogos: «Vida» es una Idea filosófica, igual que lo es la idea de nación.

Comencemos, pues: Europa se constituye en el sentido contemporáneo en el contexto de la Revolución Francesa, esto es, tras configurarse los distintos Estados en naciones canónicas, entendidas estas naciones en sentido político: la nación como sujeto de soberanía frente al Antiguo Régimen. Vamos a darle aquí la palabra a Lenin, quien escribe en 1914 Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación: «En la Europa occidental, continental, la época de las revoluciones democrático-burguesas abarca un intervalo de tiempo bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Ésta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, la Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados nacionalmente homogéneos. Por eso, buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo».

Fíjense, sin embargo, que ahora mismo Europa sufre un peligroso proceso de balcanización hacia una “Europa de los pueblos”; aunque son pocos los que se atreven a hablar de ello y pareciera que tal amenaza afecta únicamente a España. En Italia, Alemania, Reino Unido, Bélgica y España, pero también en zonas alejadas como Brasil, estos movimientos han surgido en el seno de las regiones más ricas y desarrolladas, buscando desvincularse, por motivos principalmente económicos, de las naciones canónicas a las que históricamente pertenecen. Estos nacionalismos fraccionarios surgieron en España a finales del siglo XIX de la mano de ciertas élites políticas y económicas locales y solo recientemente se han convertido en fenómenos populares gracias a la propaganda, al fundamentalismo democrático y a una circunstancia especialísima: los separatismos y las corrupciones ideológicas de las que se nutren se han incrustado en el tuétano de nuestras instituciones públicas, es decir, están operando activamente desde los propios órganos del Estado. ¿Consecuencia? Pues que el proceso de descuartizamiento de España está actualmente amparado por nuestros propios gobiernos y por buena parte de la ciudadanía.

Les recuerdo que en el capítulo 33 “¿Qué es España? Parte Segunda” expusimos sucintamente la taxonomía de la idea de nación elaborada por el filósofo español Gustavo Bueno. De ese programa extraje un fragmento de 9 minutos titulado “Usos prácticos del término nación" que les invito a consultar a propósito del capítulo de hoy (dejaré los enlaces pertinentes en la caja de descripción de YouTube). Pues bien, lo que vamos a hacer en este capítulo es desarrollar con algo más de detalle esta idea de nación: para ello echaremos mano de materiales fenoménicos que aparecen en las redes sociales (testimonios de políticos, twiteros, &c.) y los usaremos como punto de partida de nuestro análisis crítico, es decir, los confrontaremos dialécticamente desde las coordenadas del materialismo filosófico. Por cuestiones de fluidez, sin embargo, tampoco podré exponer en este programa la taxonomía de la idea de nación con el rigor que se merece, pero sí subiré el texto completo a la página web. Es decir, ustedes podrán consultar en www.nodulo.org/forja/index.htm tanto el guion escrito de este programa como la taxonomía completa de la idea de nación. Y, ahora sí, empezamos.

España es una Nación

Veamos, en primer lugar, este vídeo del año 2018 de Frank Cuesta, ya saben ustedes, el presentador del programa Frank de la Jungla, ex-tenista profesional, veterinario y herpetólogo español. Vamos a comprobar, en primer lugar, cómo la idea de nación puede defenderse sin necesidad de retórica académica, en segundo lugar, veremos el nivel de absurdo al que se puede llegar por no reconocer lo obvio –a saber, que España es una nación–, lo que demuestra hasta qué punto muchos españoles tienen el cerebro hecho polvo (dentro vídeo). Ahora vamos a hacer la reflexión de segundo grado, es decir, el análisis filosófico de este discurso de Fran Cuesta: “Yo entiendo que España es mi cultura, mis valores, los ríos, las montañas, las ciudades, la gente, los bares, la historia”. Está hablando de la patria, ni más ni menos. Se está refiriendo a los componentes personales e impersonales de la capa basal del Estado: el territorio, sus riquezas y la población. También habla de España como historia (incluido el imperio, sin juzgarlo) y de España como cultura: la hispanidad, lo que de común compartimos con las naciones hispanoamericanas, pero también lo que de común tenemos todos los españoles al margen de los particularismos de cada región: el refranero, los dichos populares (“Quien con niños se acuesta, mojado se levanta”), la zarzuela, la copla, la guitarra española, las canciones y los juegos infantiles, los juegos de cartas, las celebraciones religiosas al margen de que uno sea o no practicante (procesiones de Semana Santa, Camino de Santiago o Día de Reyes), &c. Por no mencionar el extraordinario acerbo de cuentos, mitos y leyendas genuinamente españoles y cuyo ámbito de difusión es nacional, no regional ni local.

Continua Fran Cuesta: “Los políticos pasan y España quedará; el rey pasará y España quedará”. Se está refiriendo a la capa conjuntiva del Estado compuesta por las estructuras sociales, las instituciones, los partidos políticos, la policía, &c. Muchos pueden cuestionar lo que dice sobre el rey porque, a día de hoy, la Corona es una de las pocas figuras institucionales aglutinadoras de la unidad y la identidad de España y, no en vano, está siendo sistemáticamente atacada y silenciada desde distintos frentes precisamente porque cumple esa función excepcional. Y, por cierto, habrá que recordar a algunos que en España el rey representa, pero no gobierna. Cabría valorar, por tanto, que desde la prudencia política no es este un buen momento para andar proclamando repúblicas en España.

Al final, Fran Cuesta vuelve a insistir: “Somos España, somos españoles… Si este país os parece una mierda ¿por qué no os vais del territorio español? ¿Qué me lo haga mirar? Hacéroslo mirar vosotros que estáis pisando territorio español, chupando la cultura española”. De nuevo insiste en la capa basal del Estado: sin territorio no hay Estado; sin territorio no hay democracia. Sin Estado, queridas feministas de tres al cuarto, no hay derechos, ni bienestar, ni seguridad jurídica, ni sanidad pública, ni nada de nada. Por supuesto, los separatistas no cogen las maletas porque saben de sobra que necesitan un territorio para fundar su anhelado Estado y están decididos a robárselo al resto de los españoles. En cualquier caso, lo más interesante de este discurso de Fran Cuesta es que está diciendo que la Nación está por encima del rey, por encima de los políticos, por encima del régimen y de la forma de gobierno de turno. España, igual que Polonia, Francia o Bolivia, son algo previo a si son Estados centralizados o descentralizados, monárquicos o republicanos. Y así lo explicaba Miguel de Unamuno: «Cuando aquí [en las Cortes] se habla de la República recién nacida y de los cuidados que necesita, yo digo que más cuidados necesita la madre, que es España; que, si al fin muere la República, España puede parir otra, y si muere España no hay República posible». En definitiva, España existe, pese a quien le pese, y es una nación. Y una nación necesariamente incluye a sus habitantes, pero también a las personas muertas (a los antepasados) y a las que aún están por nacer. La realidad de una nación desborda los límites de la vida individual y supone muchas generaciones.

Vemos representadas, por tanto, en este sencillo discurso de Fran Cuesta, las tres capas del Estado que identificó Gustavo Bueno, porque al hablar de territorio necesariamente está hablando de fronteras y de defensa de dichas fronteras, es decir, de la capa cortical del Estado. Pero también está reconociendo, sin saberlo, los tres elementos o mecanismos institucionales que el historiador chino-anglo-irlandés Benedict Anderson señaló como constitutivos de la nación en los Estados modernos: el censo (la población, muy importante: la población que vota, cuyo espectro es cada vez más amplio), el mapa (el territorio, las fronteras, que son un elemento muy clarito en política y que precisan de las fuerzas de seguridad del Estado para ser defendidas) y el museo (la historia). Habría que añadir aquí la lengua, que siempre es nacional, no regional. Y si no, que se lo pregunten a los patois franceses, esas lenguas “provincianas” que los revolucionarios franceses consideraban corrompidas y que fueron materialmente liquidadas a golpe de guillotina en pos de la lengua nacional parisina y de la cohesión nacional. Esta medida, por cierto, nunca fue adoptada en España y a la vista está el resultado. Quizás haya que recordar aquí que el español no era una lengua nacional, sino que era la lengua del imperio, del mismo modo que el inglés tiene el auge que tiene hoy día no por el número de angloparlantes (inferior al de hispanohablantes), sino porque es la lengua del imperio realmente existente: EEUU.

La filosofía espontánea de los periodistas

Vamos a echar mano ahora de este tuit publicado el pasado 27 de noviembre por Toño Fraguas, periodista del periódico eldiario.es: “Os voy a contar un secreto en ocho partes: 1. Claro que Cataluña se puede considerar una nación. Y Castilla. Claro que existen naciones formadas por otras naciones: España, sin ir más lejos. Y no tiene por qué pasar nada (…) 2. Las naciones son química: no física (…) 3. Las naciones son como 'cócteles culturales'. En eso consiste ser europeo. En eso consiste ser español. En eso consiste ser castellano. En eso consiste ser catalán. En eso consiste ser humano (…)”.

Toño Fraguas se presenta en su perfil como un “aprendiz de filósofo” y, en efecto, aquí tenemos un claro ejemplo de la filosofía espontánea de los periodistas, es decir, aquí tenemos a un periodista, cuya función debería ser la de informar, enredándose en ideas filosóficas que le superan y que termina por tergiversar y deformar. En definitiva: nos encontramos ante un predicador que habla a su parroquia sin tener ni pajolera idea de lo que dice y liándola parda.

El problema está, señor Fraguas, en que el concepto “nación” no es un concepto unívoco, sino un concepto análogo. Para poder entender mínimamente de lo que estamos hablando hay que tomarse la molestia de definir y clasificar los distintos usos prácticos que el término nación ha desarrollado a lo largo del tiempo. Y esto no es una simple construcción abstracta o una cuestión escolástica o jurídica: los tres géneros y las siete especies de nación responden a realidades efectivas, antropológicas e históricas donde las primeras se involucran en cierto modo en las que le siguen. No es lo mismo el término “nación” que aplicaba Julio César para hablar de los helvecios, por ejemplo, que el término “nación” que gritaron los revolucionarios franceses en la batalla de Valmy: “¡Viva la nación!”

Señor Fraguas y demás filósofos espontáneos, “Nación” es una palabra latina que va adoptando distintos sentidos desde la Edad Media: primero adquiere un sentido biológico al hablar, por ejemplo, de la nación de los dientes o de la buena nación de los terneros. El segundo género es el de nación étnica que ya no es un género zoológico, sino exclusivamente antropológico, con tres especies. La primera especie hace referencia al uso que hacían, por ejemplo, los romanos para referirse a las naciones que vivían al margen de la sociedad política, al margen del Imperio, y que hacían lo que podían para sobrevivir en los bordes del mismo, en la periferia. Decía Cicerón: «Las otras naciones pueden perder la servidumbre; la libertad es propia del pueblo romano». Y decía Quintiliano: «Todas las naciones pueden ser llevadas a la esclavitud o a la servidumbre, nuestra ciudad no». Otra de las especies de la nación étnica es la Nación histórica, que es la acepción que Cervantes pone en boca del bachiller Carrasco cuando le dice a Don Quijote que es «honor y espejo de la nación española».

Y, por último, está el tercer género de nación que ya tiene un sentido político, las anteriores no. Se trata de la nación política que a su vez tiene dos especies: la nación canónica y la nación fraccionaria. La nación en sentido político procede del Estado moderno, de la transformación, no precisamente incruenta y pacífica, del Estado del Antiguo Régimen en un Estado-nación con ciudadanos libres e iguales ante la ley. La nación política, en tanto Estado, se define por la soberanía, y ésta no se comparte porque es una e indivisible: la soberanía se tiene o no se tiene, no cabe hablar de media soberanía o de un cuarto y mitad de soberanía. O se está vivo o se está muerto. No cabe estar medio vivo o medio muerto, salvo metafóricamente o salvo que se crea en los zombies o en los caminantes blancos. Si quiere perseverar en el ser, una nación política ha de excluir de su territorio a otras naciones políticas externas que pretendan apropiárselo en parte o en su totalidad. En este caso estaríamos ante una invasión. Tampoco puede tolerar el nacimiento y crecimiento de una nación política en su interior. Estaríamos ante una sedición, lo que nos lleva a la segunda especie de nación política: la nación fraccionaria.

Las naciones fraccionarias son naciones en busca de Estado. Estas naciones fraccionarias proceden del rompimiento de naciones enteras, de naciones canónicas. No son anteriores a ella, sino que son parte formal de dichas naciones: naciones fraccionarias son los intentos de rompimiento de naciones canónicas como Francia, España, Bélgica, Italia, Alemania, Brasil, &c. Como hemos comentado al principio, los actuales movimientos secesionistas que existen en estos Estados están dirigidos por ciertas élites adineradas (nacionales e internacionales) las cuales pretenden la destrucción de la madre patria para seguir robando y expoliando a manos llenas, ideología y propaganda mediante.

La Nación no se “dicta”

Veamos ahora este tuit publicado el 25 de noviembre por el usuario “X” quien escribe en su perfil: “Pensamiento libre, amor en la convivencia. En defensa de lo humano”. Claro, menudo problemón nos encontramos ya de partida, porque a ver qué es eso del pensamiento libre, a ver qué es eso de lo humano y a ver cómo carajo se garantiza o se expresa jurídicamente eso del amor en la convivencia. Pues bien, el usuario “X” escribe en Twitter lo siguiente: “Un enfoque únicamente materialista no permite comprender que, aunque se dictase 'la nación' (como hace la Const. de 1812), una cosa es la norma (impuesta, sin consulta ni consenso) y otra, muy distinta, la penetración de esa idea en la subjetividad de los pueblos peninsulares”. Aquí tenemos un material muy jugoso para triturar desde las coordenadas del materialismo filosófico. Una perita en dulce, vamos. En primer lugar, parece dar a entender que la nación en sentido político quedaría deslegitimada por el hecho de haber sido una norma impuesta por una parte de la sociedad política a otras partes (él dice “un ¿1%? de la población peninsular, principalmente diputados militares”), y porque tal imposición habría “desatendido las costumbres asamblearias y la tradición de autogobierno de los pueblos peninsulares”. Tiene razón en que las Cortes de León de 1188 son consideradas por la Unesco como «el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo». Eran sistemas donde estaba representado el pueblo, las primeras Cortes con campesinos libres que podían elegir señor, con municipios de hombres libres y amplia capacidad de decisión. Este sistema se había ido construyendo en la Península desde el siglo IX y es el que se replica en América a través de los Cabildos. Algunos autores las presentan como 'democráticas', pero tal cosa resultaría excesiva (precursoras quizás), porque hay mucha distancia con las democracias homologadas del presente. Así pues, lo de “nación impuesta, sin consulta ni consenso” desprende un cierto tufillo a fundamentalismo democrático, entre otras cosas porque nada, absolutamente nada, garantiza que las decisiones tomadas por consenso democrático sean justas o promuevan la eutaxia del Estado.

Por otro lado, la nación en sentido político no surgió a partir de principios de amistad y de solidaridad mutua. La Pepa fue promulgada en el contexto de una dialéctica de Imperios muy agresiva que avivó, al mismo tiempo, la dialéctica de clases dentro del Imperio español: ahí tenemos el apoyo de las logias masónicas y los sucesivos gobiernos británicos a los independentistas criollos en la América española que, al mismo tiempo, antepusieron sus intereses particulares al interés general de la población (muchos son los casos de comunidades indígenas sirviendo en los ejércitos del rey en contra de las emancipaciones). También hubo dialéctica de clases en la España peninsular, y prueba de ello fue el enfrentamiento entre los serviles y los liberales. Pero es que, además, la guerra contra el invasor francés fue una guerra de guerrillas, un movimiento en el que grandes masas populares lucharon para recuperar la soberanía que el rey español había regalado cobardemente a Napoleón. Ya lo dijimos en el capítulo anterior, desde el MF entendemos el cuerpo político como un cuerpo compuesto por partes divergentes: la propia actividad política consiste en que haya convergencia, que haya eutaxia. Pero cuando la convergencia no llega, entonces impera la fuerza, incluso la guerra, que no es sino la continuación de la política por otros medios más expeditivos. Y en esta competencia entre unos grupos y otros, unas partes de la sociedad política se impondrá a otras: así es la política. La política real es una dialéctica, una lucha, entre Estados o imperios y, por supuesto, es una lucha dentro de los mismos, entre sus paisanos. Apelar aliciescamente, desde el pensamiento Alicia, a un «espíritu de concordia» es como tratar del sexo de los ángeles mientras el francés trata de deshacer los restos del Imperio español en 1808 o mientras el catalán busca demoler a la Nación española en 2019.

La revolución liberal de Cádiz pudo recubrir dialécticamente a los serviles, es decir, demostró tener el “poder” e inició un proceso de homogeneización de la enseñanza y de los códigos (el civil, el penal, el comercial) que buscaba, precisamente, restar poder a las oligarquías locales en favor de una ley común. Esas oligarquías, por cierto, son las mismas que, a lo largo del siglo XIX y hasta nuestros días, persiguen recuperar los privilegios que la nación política neutralizó. Y aquí nos topamos con una de las grandes confusiones de nuestros atribulados días: no existen los derechos históricos, existen los derechos de los ciudadanos del presente en marcha que son sancionados y protegidos por los Estados: los derechos no están escritos en las estrellas o en el corazón de los hombres. Por tanto, eso que ciertas oligarquías peninsulares reclaman hoy en nombre de no sé qué derechos democráticos no son derechos, sino privilegios, prebendas que hunden sus raíces en el Antiguo Régimen.

En cualquier caso, lo más interesante de este tuit de “X” es la parte en la que dice que “la penetración de esa idea (la idea de nación) en la subjetividad de los pueblos peninsulares (fue un efecto) impuesto por la violencia física (sobre) la conciencia inter-subjetiva del pueblo”. Vamos a darle aquí la palabra a la tuitera Nefer: “Madre mía. Yo disputo el mito "subjetividad de los pueblos". La subjetividad solo puede ser individual. Hilando fino, no existen subjetividades (o identidades) colectivas. Como no existen mentes colmena”. Bien, en primer lugar, recordemos lo que ya dijimos en el capítulo anterior y es que la soberanía nacional de la que habla la Constitución de Cádiz sólo fue posible porque existía una nación preexistente a nivel sociológico sobre la que pudo estructurarse el elemento político. Por otro lado, la idea de la conciencia subjetiva es un producto de lo que Marx y Engels llamaron “ideología alemana”. Y aquí empieza lo divertido.

Ideología alemana funcionando a matacaballo

Muchos se preguntarán cómo es posible que persista en Cataluña la reivindicación de las llamadas “naciones étnicas o históricas” cuando ni la genética ni la historia justifican tal cosa en modo alguno. Pues bien, la respuesta se encuentra en la ideología: ideología entendida en el sentido que le dio Marx como una deformación de la realidad o como conciencia falsa. Los izquierdistas españoles no han asumido la cuestión nacional tal y como la plantearon los camaradas Lenin y Stalin, porque, tal y como hemos señalado al principio: «Buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo». Más bien la han planteado como lo hizo Otto Bauer y su concepción de la «autonomía cultural-nacional», que ya en 1913 fue criticada y triturada por Stalin en su obra clásica El marxismo y la cuestión nacional. La concepción de autonomía cultural-nacional fue imprudente para ponerla en marcha en Austria-Hungría: los partidos socialdemócratas quedaron divididos en siete partidos diferentes de naciones diferentes, lo que hizo que «un movimiento de clase unido se desparramara en distintos riachuelos nacionales aislados», en palabras de Stalin. Y ya se sabe aquello de “divide y vencerás”.

En los países occidentales y, en concreto, en España el cuento de la autonomía cultural-nacional es algo inasumible. En este sentido el podemismo «plurinacionalizador» y el sanchismo «frankesteinizador» se aproximan más al austromarxismo y al krausismo que al bolchevismo. Y todo ello por el oscurantista y confusionario mito de la Cultura que tanto daño ha hecho pero que tanto prestigio tiene.

Verán, sus Señorías, Herder, Schiller y Fichte, todos alemanes, representan un movimiento filosófico-literario que concibe la idea de una Europa de los Pueblos, que es la que luego retomará el nazismo y la que está gestándose ahora mismo. Estos “pueblos” entendidos como pueblos naturales, originales, esenciales son identificados en un sentido cultural. Es decir, se sustantifica la idea de “pueblo” y la idea de “cultura. Y, cuidado, porque todo esto nace vinculado a la idea de raza, razas a las que los filósofos alemanes del romanticismo otorgan caracteres morales… Atención con esto porque tal cosa no ocurre en los países de tradición católica. Pero no termina aquí el asunto: Herder postula una acción política para esta idea de “kultur”. Es decir, entiende la cultura como un elemento político: cada cultura tiene que tener un Estado.

Fruto del romanticismo alemán es, asimismo, la idea desarrollada por el filósofo alemán Schlegel según la cual el criterio de interpretación de la realidad se encuentra en el sentimiento, no en el entendimiento, no en la razón, dado que el pensamiento racional nos desvía de nuestra esencia. Se postula, por tanto, un irracionalismo, un retorno al caos original, buscar en la Edad Media lo que nos hace auténticos. Estas ideas están en la base de los actuales movimientos separatistas en Europa y son particularmente visibles en España, que parece que es la nación avanzadilla en este proceso de balcanización de Europa, debido, en parte, a esta tendencia germanófila hispanófoba inserta en buena parte de las élites propias y ajenas. Veamos aquí lo que demanda, por ejemplo, el Alcalde León: “Diez clama que el «leonés no se siente castellano» e insiste en el autogobierno” (…) «Los leoneses nos sentimos leoneses y no castellanos. Al igual que los castellanos no se sienten leoneses”. Vemos aquí el individualismo subjetivista inserto en la filosofía de tradición alemana desde Lutero y que apela al sentimiento y no a la razón nacional: hay un olvido explícito de la Nación. Continua el Alcalde socialista denunciando que hay una “negación del sentimiento leonés y del derecho a la autoafirmación como región y reino histórico». Aquí tenemos ese retorno a los pueblos esenciales que la ideología alemana sitúa en la Edad Media: “Pueblo” leonés, entendido como uno solo y todo igual, y derechos históricos en nombre del Reino de León.

Si Cataluña logra postularse como una cultura, apelando al famoso hecho diferencial, olvidando lo que de común tenemos todos los españoles, entonces Cataluña –según esta ideología de tradición alemana– no puede tener comunidad con el resto de los españoles y quedaría justificada su configuración como un Estado separado de España. Por cierto, poco le importan a la ideología catalanista los sentimientos antiseparatistas de millones de catalanes… curioso.

Zapatero y la nación de naciones

Pero sigamos, porque desde hace unos años un fantasma se cierne sobre España: el fantasma de la nación de naciones que dijo Zapatero. Pero este sintagma o bien es contradictorio o bien es redundante.

Es contradictorio porque si por «nación» entendemos nación política y por «naciones» entendemos naciones políticas entonces, por pura lógica, no cabe hablar de una nación política de naciones políticas, igual que no cabe hablar de «soberanía de soberanías», de «país de países» o de«Estado de Estados». En los EEUU de Norteamérica la Nación es una e indivisible, la soberanía es una e indivisible, EEUU es un solo país, no cincuenta, porque lo que allí llaman “estados” no funcionan como sujetos de soberanía, sino que se parecen más bien a nuestras comunidades autónomas. Lo mismo en Reino Unido. Por tanto, decir «nación política de naciones políticas» es hablar de una clase lógica vacía, es hacer ruido con la boca o garabatos con el bolígrafo. Con la boca o con la tinta es muy fácil decir «círculo de círculos» o «dodecaedro de dodecaedros»: son expresiones posibles gramaticalmente pero imposibles en el espacio político y en el espacio geométrico. Sólo cabe, en todo caso, que se lleve a cabo la construcción de una confederación de Estados, pero eso ya no sería un Estado, sino una alianza comercial o, si se da el caso, una alianza militar de un conjunto de Estados frente a otros Estados, lo que nos situaría en la dialéctica de Estados.

Ahora vamos a ver por qué, visto desde otro lado, el sintagma nación de naciones es una expresión redundante. Si por «nación» entendemos nación política y por «naciones» entendemos naciones étnicas entonces España, como cualquier otra nación política, es una nación de naciones, porque no hay nación política que albergue en su seno a una única nación étnica. Todas las naciones políticas son la resultante de la refundición de diversas naciones étnicas. Decía Ernest Renan: «Ya no hay francos, galos, normandos o bretones: todos se han refundido en la nación francesa». Tal vez inspirándose en San Pablo cuando decía en Gálatas 3.28: «Ya no hay judíos ni gentiles, ni esclavos ni libres, ni hombres ni mujeres; porque todos formamos parte del cuerpo de Cristo». Así que ¡Viva España! Vascos, catalanes, gallegos, asturianos, murcianos, marcianos, ¡todos españoles!

Por tanto, siempre hay varias naciones étnicas dentro de una determinada sociedad política. Eso sí, en algunos países se da mayor variedad y en otros menos, pero es imposible una nación política con una sola etnia. También es imposible un Estado con una sola cultura, de ahí que el Estado sea multicultural de suyo. Pero eso no implica armonía, sino que, en muchas situaciones, significa conflictos e incluso conflictos a muerte.

En el caso de que Cataluña se separase de España y se estableciese como nación fraccionaria, entonces también sería una «nación de naciones», y también sería plurinacional en el sentido de que sería una nación política con diversas naciones étnicas en su seno. Y con todo, tampoco sería exacto decir que Cataluña ha consumado la independencia, porque Cataluña (como Vascongadas y las demás regiones de España) nunca ha sido una colonia, ya que el Imperio Español, en tanto Imperio generador, replicaba la metrópolis en las provincias y por tanto no se daba la asimetría propia del imperialismo depredador, que creaba un abismo entre la metrópolis y las colonias. Y además Cataluña siempre estuvo en la metrópolis y no en «ultramar». De hecho, nunca fue conquistada por el Imperio Español, siempre fue parte del mismo, era parte del Reino de Aragón que se unió al Reino de Castilla. Bien curioso es, por cierto, que el catalanismo despegara justo en 1898, con el “Desastre” y le fin del Imperio… y es que las ratas huyen cuando se hunde el barco. ¡Menuda fecha trágica para los intereses de los industriales catalanes! ¿verdad que sí? Si es que tenemos que dedicarle un capitulillo al origen del nacionalismo catalán, que es un tema muy bonito y requeté-entretenido. Por cierto, vamos a ver lo que Evo Morales le respondió a un periodista de la TV3, la televisión de los separatistas: (dentro vídeo).

Por otro lado, como es difícil determinar qué y quiénes son los catalanes (los nativos, los empadronados) y dada la cantidad de andaluces, extremeños, murcianos, aragoneses y demás gentes que residen en dicha región, es problemático afirmar que Cataluña es una nación étnica. Reivindicar tal cosa destaparía todo el racismo que hay detrás de todo esto. Ideología bazofia: la zupia, la carroña, la hez. Por eso, los ideólogos separatistas apelan al mito oscurantista y confusionario de la Cultura de origen alemán, un mito que viene a encubrir el mito de la raza. Y se postula, aunque no hayan leído a Juan Teófilo Fichte y ni siquiera les suene el nombre, que una cultura pide un «Estado de cultura». Y el mito de la Cultura, que justifica todo los atropellos y estupideces que quepan imaginarse, está bien asentado en la locura objetiva de en la «izquierda española» (la «izquierda nini: ni izquierda ni española»); y de ahí que se solidaricen con los separatistas contra España, a la que ven como una expoliadora, autoritaria, franquista, fascista, nacionalsocialista «prisión de naciones», un envoltorio artificioso supraestructural de naciones esencialies que existirían antes de Jesucristo e, incluso, antes de la Historia. Pero, insistimos, e pesar de esta verborrea martilleante, sigue sin quedar claro si cuando dicen «prisión de naciones» se refieren a naciones políticas o a naciones étnicas.

Más Imperio y menos Cultura, sus Señorías. Viva España. Viva la Inquisición, el Descubrimiento y la Conquista de América, la Circunnavegación de Magallanes y Elcano, el Imperio generador y la Reconquista contra el fanatismo musulmán. Menos naciones fraccionarias y más España.

Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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