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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 10 • diciembre 2002 • página 9
Libros
Animalia

Peter Singer:
utilitarismo compilado

Iñigo Ongay

En torno al libro de Peter Singer, Una vida ética: escritos,
Taurus, Madrid 2002, 416 págs.

Pedro Alberto David Singer, nacido el 6 de julio de 1946 en Melbourne, AustraliaPedro Alberto David Singer, Una vida ética: escritos, 2002Primo algo lejano esperando con cierto escepticismo el momento de alcanzar su inesperada liberación

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Bajo el título de Una vida ética: escritos y en cuidadosa traducción española de Pablo de Lora Deltoro, la editorial Taurus ha puesto en 2002 a disposición del público hispanohablante una antología de los textos más significativos del filósofo australiano Peter Singer, aparecida en inglés en el año 2000{1}. Singer, considerado en ocasiones como el máximo «especialista» en cuestiones de «ética práctica» o de «ética aplicada»{2} (nótese por cierto la vacuidad de tales sintagmas, su idempotencia, como si la ética no fuese, ya de por sí, una disciplina eminentemente práctica) es el autor de multitud de libros, ensayos, artículos y manuales dedicados casi en exclusiva a problemas de filosofía moral y de bioética. Entre ellos destacaremos, sin ánimo de exhaustividad, muestras como Liberación Animal (1975), Ética Práctica (1979), En Defensa de los Animales (1986), Ética para Vivir Mejor (1993), Repensar la Vida y la Muerte (1994) o Una Izquierda Darwiniana (1999) de cuya publicación ya dimos cuenta en esta misma revista. En 1993, el filósofo de Melbourne encabezó junto a otras figuras bien conocidas de todos por sus labores científicas, periodísticas o filosóficas, la iniciativa conocida como Proyecto Gran Simio; ese mismo año además, saldría de la imprenta el libro colectivo del mismo título compilado bajo la dirección del propio Singer y de la «animalista» italiana Paola Cavalieri.

Desde 1999, nuestro autor ostenta la cátedra Ira W. DeCamp de Bioética del Center for Human Values adscrito a la Universidad de Princeton en los Estados Unidos de Norteamérica. Cabe añadir por lo demás, que el suyo fue sin lugar a dudas, un nombramiento controvertido, a juzgar al menos por la intensa campaña que en contra de éste, ejercieron aquel año diversos grupos antiabortistas y de defensa Pro-Vida, escandalizados acaso por los polémicos planteamientos que Singer ha mantenido y mantiene en relación a problemas como los de la eugenesia, el aborto, la eutanasia e incluso el infanticidio. Al parecer, el mismo Steve Forbes, acaudalado miembro de la junta directiva de la Universidad de Princeton y donante de millonarias subvenciones a la misma llegó a entrar en lazos de solidaridad con tan agraviados sectores de la «sociedad civil» amenazando incluso, con anular sus dadivosos donativos en el caso de que el ingreso del autor de Liberación Animal en el claustro princetoniano se hiciera efectivo. Veamos como resume Mosterín, dicho enfrentamiento:

«En 1999 parecía como si la historia se repitiese, aunque afortunadamente esta vez la libertad de pensamiento ha triunfado. La prestigiosa universidad de Princeton había buscado por todo el mundo al ético aplicado más eminente para cubrir su nueva cátedra DeCamp de Bioética, La elección había recaído finalmente en Peter Singer, por entonces director del Centro de Bioética Humana de la Universidad de Monash, en Australia. Nada más conocerse la decisión los grupos antiabortistas ejercieron una feroz presión sobre la universidad para que anulara el nombramiento. Incluso el millonario y candidato presidencial Steve Forbes amenazó con retirarle sus generosas subvenciones. De todos modos la universidad no se dejó amedrentar y ratificó el nombramiento. Desde 1999 Peter Singer ocupa su cátedra en Princeton. Cansado de ser atacado por gente que nunca ha leído sus libros, artículos y argumentos y que falsea sus posiciones decidió publicar una antología de varios textos breves pero esenciales extraídos de sus diversas obras que facilitase al público la tarea del acercarse a su pensamiento.»{3}

En una entrevista concedida al diario El País es precisamente el interesado mismo quien comenta este episodio:

«P. El millonario Steve Forbes juró que congelaría sus donaciones a la Universidad de Princeton hasta que ese centro se deshiciera de usted. ¿Por qué?
R. No estoy muy seguro de que valga la pena entrar en eso. Por la época en que me nombraron profesor en Princeton (1999), Forbes aspiraba a salir elegido candidato a la presidencia por el Partido Republicano. En su calidad de miembro de la junta directiva de la Universidad de Princeton, se volvió vulnerable a los ataques por mi nombramiento (al que no se opuso cuando se debatió el tema en la junta). Sospecho que eso es lo que le indujo a atacarme, y a decir que no pensaba donar más dinero a la universidad mientras yo permaneciese en ella. Pero no creo que nadie hiciese mucho caso de esa amenaza.»{4}

Sea de ello lo que fuera, lo cierto es que parece en efecto que esta polémica y otras (la que pudo protagonizar por ejemplo en Alemania en 1991 y que el lector interesado puede reconstruir leyendo «De cómo no me dejaron hablar en Alemania», en Una vida ética: escritos, págs. 349-364 ) han llevado a Singer a elaborar esta antología de los lugares más relevantes de su producción. De este modo, a través de unas cuatrocientas páginas y de cinco secciones diferenciadas, los extractos que componen este libro van abordando las diversas temáticas de las que Singer se ha ocupado durante toda su carrera: Así, el problema de la naturaleza misma de la ética (en polémica tanto con «analíticos» y «emotivistas» como con «trascendentalistas» a lo Apel), pero también los debates relativos a la llamada «ética animal» o a los problemas morales que se hacen visibles a la luz del desarrollo de los saberes biomédicos. Como compendio, en este sentido, la obra cumple ciertamente su cometido sin que ello pueda desde luego excusar la lectura directa de las restantes publicaciones de Singer.

2

Ya en la Introducción a la antología, quedan perfiladas cuatro tesis básicas a la manera de pilares sobre los cuales reposaría todo el edificio teórico singeriano. Desglosémoslas una por una, de la mano de nuestro filósofo. Señala en primer lugar Peter Singer:

«El dolor es malo, y cantidades similares de dolor son igualmente malas, sin que importe a quien le pueda doler. En el término dolor incluiría sufrimientos y angustias de todo tipo. Esto no significa que el dolor sea la única cosa mala o que causar dolor siempre sea erróneo. A veces puede ser necesario causar dolor y sufrimiento en uno mismo o en otros (...). Por el contrario, el placer y la felicidad son buenos sin importar de quién pueda provenir el placer y la felicidad, aunque hacer cosas para obtener placer y felicidad puede ser incorrecto si daña a otros por ejemplo.» (pág. 11.)

La felicidad propia o la ajena es un bien prima facie, en cambio provocar dolores en uno mismo o en otros es algo fundamentalmente malo sin perjuicio de que pueda no ser erróneo desde el punto de vista ético si es que tales acciones se orientan a la evitación de dolores mayores o a la promoción de mayores placeres. Como puede verse ya desde esta primera premisa resuenan a todo trapo por así decir, los principios básicos de la ética utilitarista: la mayor felicidad del mayor número, y el procedimiento deliberativo del cálculo hedonista.

Sin embargo según se advierte en la segunda tesis, los seres humanos no mantienen el monopolio de la sensibilidad al placer y al dolor. También son capaces de sentir dolor la mayoría de los animales no-humanos superiores y sin duda alguna todas aquellas especies de mamíferos y aves que constituyen fuente de proteínas para la dieta del hombre. Además, muchos mamíferos –seguramente Singer tiene en mente sobre todo a los grandes simios antropoideos– son susceptibles de otras clases de sufrimiento y malestar: estrés, fastidio, temor, frustración, síndromes neuróticos, &c. Al margen de lo señalado, Singer reconoce en este punto que la «naturaleza» (es de suponer que se refiera a la fisiología de los respectivos sistemas nerviosos) de los diferentes organismos determina la medida de su correlativa capacidad de sufrimiento ante cada situación.

De todo ello, se sigue con facilidad que no tendría ninguna justificación ética pasar por encima de los intereses más relevantes de otros sujetos no humanos a fin de satisfacer intereses humanos menores (el consumo de carne por ejemplo). Tampoco cabría en principio –siempre a juicio de Singer– pretender fundamentar tales conductas en la afirmación de que el ganado industrial carece de importancia ética al no pertenecer a nuestra especie biológica. Quienes así procedieran estarían exhibiendo sus prejuicios «especieístas». Tal razonamiento con todo, nada indica sobre la incorrección de comer carne o sobre la obligatoriedad ética del vegetarianismo; únicamente afectaría eso sí a las prácticas de ganadería industrial e intensiva convencionales en nuestros días pero aberrantes moralmente al decir de Singer. Estamos entonces, en este punto, ante lo que Singer denomina «principio de igual consideración de los iguales intereses». El dolor es dolor y el placer, placer; sean ambos animales o humanos. De este modo la especie a la que pertenece un individuo es del todo impertinente en relación a la consideración ética que sus padecimientos deban merecernos. No parece necesario subrayar que al calor de esta argumentación, las propuestas de Singer comienzan a compadecerse muy bien con el utilitarismo cuantitativo benthamiano (para el cual efectivamente el placer es placer al margen de toda diferencia de cualidad) y no tanto con el cualitativo de J. Stuart Mill quien como es sabido prefería «un Sócrates insatisfecho a un cerdo satisfecho». Por otro lado, tal circunstancia tampoco debiera resultarnos sorprendente dado que justamente el mismo Jeremías Bentham esboza en su Introducción a los Principios de la Moral y la Legislación (obra precisamente de 1789) la que habría de ser clave de bóveda de toda sucesiva teoría utilitarista de los derechos de los animales, incluyendo claro está, la propia de Singer:

«¿Pero hay razón alguna por la cual debiéramos dejar que se les atormente? Ninguna que yo pueda ver. ¿Hay razón alguna por la cual no debiéramos dejar que se les atormente? Sí. Varias. Lejos está el día, y lamento decir que en muchos lugares ese día no ha pasado aún, en que la mayor parte de los individuos de nuestra especie han sido tratados por la ley, bajo la denominación de esclavos, exactamente al mismo nivel en el que, en Inglaterra por ejemplo, son todavía tratados las razas inferiores de animales. Puede que llegue el día en que el resto de la creación animal logren adquirir esos derechos que nunca podrían haberles sido retenidos sino por la mano de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que la negrura de la piel no es razón para que un ser humano fuese abandonado sin remedio al capricho de un torturador. Puede que llegue un día en que se reconozca que el número de piernas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum, sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensitivo a la misma suerte. ¿En qué otro lugar debiera trazarse la línea insuperable? ¿Es la facultad de razonar, o quizá la facultad de discurso? Pero un caballo o un perro en su pleno vigor, es sin comparación, un animal más racional, y más dialogante, que un niño de un día, o una semana. Pero supóngase que fuera este el caso, ¿qué probaría eso? La cuestión no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?»{5}

En tercer lugar, y prosiguiendo su arremetida contra el «especieísmo», Singer añade que, ante el trámite de determinar la gravedad ética de provocar la muerte de un individuo, no debe considerarse la especie de éste (tampoco su sexo, raza o clase social) como criterio pertinente al caso. Más bien es preciso atenerse a las características psicológico- cognitivas efectivas del organismo en cuestión distributivamente considerado: cualidades como puedan serlo sus deseos de seguir vivo o la clase de vida que sea capaz de llevar. En este contexto es claro que no todos nuestros congéneres (pensemos en los casos de retraso mental profundo, en los idiotas microcefálicos o simplemente en los recién nacidos ) son capaces de desear continuar seguir viviendo ni de proyectar su existencia hacia el futuro. Tales sujetos serían sin duda seres humanos (clasificables por ende bajo el taxón sistemático homo sapiens) y como tales mantendrían una «vida biológica» propiamente humana, pero carentes de «vida biográfica» –en el sentido de James Rachels–, no podrían ser considerados como personas con los derechos y deberes éticos asociados a tal calificación. Es posible por el contrario, que ciertos animales no humanos –aunque no tal vez la mayoría–, especialmente próximos al hombre en términos filogenéticos reúnan tales rasgos de importancia ética. Sea como sea la especie en ningún caso puede tomarse como un criterio efectivo, hábil para marcar la diferencia. A fin de probar tal extremo, Singer recurre a un curioso «experimento mental» que sólo logra, a nuestro parecer, reproducir el problema de una manera confusa a una escala artificiosa, ficticia:

«Supongamos que hubiera marcianos, exactos a nosotros en lo referente a sus capacidades para pensar y preocuparse por los demás, en su sentido de la justicia y en cualesquiera otra que quisiéramos mencionar, pero no, por supuesto, en su pertenencia a la especie Homo sapiens. Sin duda no podríamos pretender que no es gravemente erróneo matarles simplemente por la diferencia de especie.» (págs. 12-13)

No todos los seres humanos, por lo tanto, son sujetos morales, personas. Tampoco las personas son seres humanos necesariamente. La relación entre ambos conjuntos es de mera intersección.{6}

Finalmente, la cuarta tesis incide en el problema del estatuto ético de las omisiones. Como buen utilitarista, Singer sostiene –a diferencia pongo por caso del desaparecido Robert Nozick y de otros filósofos morales de inspiración kantiana– que el alcance de la responsabilidad humana no se agota en las consecuencias «positivamente» provocadas como si el agente no fuese también responsable de los efectos no evitados de sus acciones que, sin embargo, hubieran podido prevenirse. En buena lógica consecuencialista es preciso arrostrar los efectos tanto de lo que se obra como de lo que se omite. De esta última afirmación se deduce con facilidad que si la llamada eutanasia «negativa» es considerada permisible debe serlo también y en la misma medida la «positiva»; lo que no dice Singer en cambio, es que la inversa también se sigue, queremos decir que en el mismo sentido y en idéntico grado si consideramos inadmisible la eutanasia «positiva», tampoco debiera tolerarse la «negativa».

Pues bien; así las cosas ¿qué diagnóstico crítico (donde crítica dice ante todo criba, clasificación, en consonancia con el étimo griego de la palabra –kríno– y no necesariamente –o no solamente– invectiva o toma beligerante de partido) puede establecerse ante el sistema doctrinal de coordenadas configurado por las cuatro tesis expuestas desde la filosofía moral del materialismo filosófico? Ante todo, es preciso advertir que a la luz del ejercicio de la tabla clasificatoria de las doctrinas morales representada por Gustavo Bueno, Alberto Hidalgo y Carlos Iglesias en Symploké y por Alberto Hidalgo en ¿Qué es esa cosa llamada ética?,{7} el discurso ético de Singer cuadra exquisitamente con las características atribuidas al materialismo moral segundogenérico. Estaríamos por tanto ante una teoría ética de naturaleza teleológica (y no tanto deontológica), sustancialista (y no procedimental), cognitivista (no emotivista) que trataría de determinar los contenidos ontológicos esenciales del bien moral atendiendo fundamentalmente a la idea de felicidad. Una felicidad que, considerada como enclaustrada en el segundo género de materialidad, es en la obra de Singer, objeto de una feroz reducción subjetivista y psicologista en la línea del formalismo secundario en ontología especial. También a este respecto Singer es legítimo deudatario de la herencia del burgués Jeremías Bentham y su aritmética de la utilidad; un legado por lo demás, que llegaría al autor de Liberación Animal a través de la tutela de un albaceas privilegiado como R. M. Hare. El cálculo «hedonista universal» y el adagio que impele a la consecución de «la mayor felicidad para el mayor número» permitirán a Singer desbordar los límites del «especieísmo» (el «egoísmo de la especie») para configurar un altruismo ético interespecífico.

«Pero el materialismo moral segundogenérico no es necesariamente egoísta, puede ser altruista, más aún el altruismo moral puede muchas veces reducirse a la condición de un material segundogenérico si como canon de la moralidad se toma la felicidad de los demás, la acción encaminada a producir el mayor placer en los otros (en el sentido de la aritmética de Jeremías Bentham). El altruismo podrá considerar como inmoral (incluso como indecente) el ideal moral de la felicidad universal, sustituyendo este ideal egoísta por la felicidad de los demás (vecinos, amigos), pero no por ello deja de ser material este ideal altruista.»{8}

Con todo, esta modulación del materialismo moral segundogenérico, conlleva tendencias insubsanables a la hipostatización metafísica (formalista si se quiere decir así) de los fenómenos psíquicos que requieren de una enérgica corrección crítica por parte del materialismo moral trascendental que propone Gustavo Bueno. Tal replanteamiento es, sin embargo (y sin desdoro de la importancia misma de la tarea) ya un asunto distinto que trasciende los límites de una reseña y que preferimos reservar para mejor ocasión

Notas

{1} El título original de la recopilación es Writings on an Ethical Life.

{2} Jesús Mosterín, por ejemplo, con ocasión precisamente de la publicación del libro que nos ocupa, presentaba la obra de Peter Singer del modo siguiente: «Hasta la llegada de Peter Singer a la palestra, gran parte de la ética académica estaba aquejada de un grado extremo de abstracción e irrelevancia. Los filósofos de tradición idealista planteaban su temática en función de un reino de espíritus puros; los de tradición analítica limitaban el alcance de la ética al estudio del significado de los términos morales. Ni unos ni otros se manchaban las manos hurgando en los dilemas éticos que planteaba la sucia realidad contemporánea. Singer ha sido el primer filósofo moral de talla en remangarse y en bajar la ética del mundo ideal al mundo real. Está reconocido como el fundador de la ética práctica o ética aplicada, que incluye la bioética, como atestiguan sus numerosas obras, como Practical Ethics (Ética Práctica) y recopilaciones como A Companion to Ethics (Compendio de Ética ) y A Companion to Bioethics (Compendio de bioética).» Jesús Mosterín, «La ética se remanga», El País, 11 de Mayo de 2002.

{3} Ibíd.

{4} Javier Sampedro, «Peter Singer: Prefiero investigar con un embrión humano que con una cobaya», El País, 11 de Mayo de 2002.

{5} Jeremías Bentham, Introducción a los Principios de la Moral y la Legislación, Capítulo XVI, sección 1, 1789, citado de Carmen García Trevijano (comp.), «Selección histórica de textos sobre el estatuto ético de los animales», Teorema. Revista Internacional de Filosofía, vol. VIII/3, 1999 (número monográfico dedicado a la cuestión de «Los Derechos de los Animales»), págs. 174-175. Es interesante comprobar cómo es el mismo Bentham quien trata de desvincular sus planteamientos de la prohibición absoluta de la matanza de animales, éstos tendrían un interés obvio en no sufrir dolor físico y no tanto –curiosamente– en continuar viviendo. Naturalmente la teoría darwinista de la evolución daría al traste con semejantes especulaciones: a los animales –inferiores y superiores, a los mamíferos pero también a los artrópodos– «les interesa» (evolutivamente por lo menos) sobrevivir el tiempo suficiente para dejar descendencia salva en edad reproductiva. Para una impugnación de Bentham en términos animalistas todavía más radicales, véase Gary L. Francione, «El error de Bentham (y el de Singer)», Teorema. Revista Internacional de Filosofía, vol. VII/3, 1999, págs. 39-60.

{6} Singer expone su planteamiento todavía con mayor claridad en una entrevista con Bob Abernethy reproducida en Una vida ética: escritos. (págs. 365-375), los pasajes que aquí nos interesan merecen ser citados en toda su extensión:

«Bob Abernethy: Empecemos con algunas de sus ideas básicas. Usted afirma que un ser humano, una persona, no necesariamente tiene valor por alguna cualidad intrínseca dada meramente por ser una persona, sino que lo que es importante son ciertos rasgos. ¿Cuáles son?
Peter Singer: En primer lugar es importante decir que en mi opinión es el ser humano, no la persona, el que no tiene valor simplemente en virtud de pertenecer a la especie Homo Sapiens. La simple pertenencia a la especie no es suficiente. Las cualidades que pienso que importan, son en primer lugar, la capacidad de experimentar algo –esto es, una capacidad de sentir dolor o de tener cualquier clase de sentimientos–. Esto es realmente básico. Pero entonces se trata de algo que compartimos con un enorme rango de animales no humanos. Además, cuando hemos de abordar la cuestión de quitar la vida, o de permitir que la vida finalice, diría que importa si el ser es el tipo de ser que puede ver que realmente tiene una vida; esto es, puede ver que es el mismo ser que existe ahora, que existió en el pasado y que existirá en el futuro.» (págs. 365-366, subrayado del autor.)
(...) BA: Extendamos ahora esto a los animales. Simplemente, resuma, si lo desea, los argumentos morales para lo que usted ha llamado «liberación animal».
PS: Los argumentos en pro de la liberación animal son muy simples. Se trata de que los animales pueden sentir y tener intereses. No hay razón alguna por la cual debamos dar menor consideración a sus intereses de la que damos a los intereses similares de los miembros de nuestra propia especie. El hecho de que los animales no son miembros de nuestra especie no es, en sí mismo, moralmente más relevante que el hecho de que un ser humano no pertenezca a mi raza o a mi género.
BA: Y, de nuevo, ¿volvemos a aquellas cualidades de las que antes hablábamos?
PS: La cualidad clave que los animales comparten con nosotros es la capacidad de sentir dolor y sufrir. Y, por tanto, tienen un interés en no sufrir. Algunos de ellos pueden que compartan otras cualidades. Los chimpancé y orangutanes pueden ser «personas» en el sentido que he mencionado. Pueden verse a sí mismos como existentes a lo largo del tiempo. Un buen número de animales –incluyendo algunos que nos comemos, como los pollos y el pescado– pueden que no sean personas. No estoy seguro de si las vacas o cerdos llegan a la condición de personas, preferiría darles el beneficio de la duda. Pero lo que es claro es que todos ellos pueden sufrir. Y cuando los criamos para convertirlos en comida ignoramos sus capacidades para sufrir. Los utilizamos simplemente como cosas y frustramos sus necesidades más importantes para satisfacer algunas propias más bien menores.» (pág. 372.)

{7} Véase Gustavo Bueno, Alberto Hidalgo y Carlos Iglesias, Symploké, Júcar, Madrid 1987, págs. 372 y ss. También puede consultarse Alberto Hidalgo, ¿Qué es esa cosa llamada ética?, LEECP, Madrid 1994, págs. 151 y ss.

{8} Gustavo Bueno & al., Symploké, Júcar, Madrid 1987, pág. 375.

 

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