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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 11
Artículos

La situación de los musulmanes
en la República Popular China

José María Bellido Morillas

Los hui no son los únicos musulmanes de China,
ni pueden equivaler a un han convertido al islam

Jóvenes chinos mahometanos

Las relaciones comerciales de China con el islam son antiguas y lo es también, por tanto, la presencia de musulmanes en su territorio. Durante los Yuan se llamaba semu, es decir, de ojos de color, frente a los ojos negros habituales entre los chinos Han, a los extranjeros que tenían esta característica{1} (es paradójico el eufemismo anglosajón colored por ‘negro’, cuando el negro es la ausencia de color). Para los musulmanes en concreto también se impuso la voz dashima o dashiman, del persa danishmand, letrado o sabio en materia de religión. Durante los Tang el término más común para los musulmanes era dashi, pero todas estas denominaciones cedieron ante huihui y huhui, seguramente relacionadas con huihe y weiwu, referidos a los antepasados de los actuales uigures. Hoy los hui, que históricamente han dado a China personajes como el eunuco viajero Zheng He (también Sima Qian se dio a viajar cuando lo castraron), son considerados una etnia, distribuida por Ningxia, Henan, Hebei, Yunnan, Hainan, Shanxi y Gansu.

Pero los hui no son los únicos musulmanes de China, ni pueden equivaler a un han convertido al islam. Tienen una vestimenta (sus caráctericos gorros blancos), unas tradiciones y una literatura oral, cosmovisión y folclore{2} que les son propias y los distinguen del resto de los musulmanes del país: los uigures, uzbekos, kirguises, kazajos, tayik (chiítas){3} y tártaros (sunnitas) de Xinjiang, los dongxiang («viejos», «nuevos» y «emergentes»{4}) de Ningxia, Gansu, Qinghai y Xinjiang, los salar de Qinghai, los bonan de Gansu (también divididos en «nuevos» y «viejos») y algunos zhuang de Guangxi.

Al trazar nuestro bosquejo de la situación de los musulmanes en la República Popular China nos centraremos en los problemas que son compartidos por todas las comunidades islámicas (intervención del Gobierno en la estructura familiar, interacción de los musulmanes en la producción y el consumo) y dejaremos para el final una particularidad de un grupo musulmán en particular, importantísimo en número: los uigures.

Como es sabido, el Barón de Montesquieu, en su inexplicablemente admirado libro De l’esprit des lois propone ideas sobre la influencia del clima que, sin salir del islam que estamos estudiando, se encontraban en Ibn Jaldūn y, yendo más lejos, en la escuela hipocrática, pero que él recoge de autores como Arbuthnot{5}, de cuyos datos sobre la población de Inglaterra, en comparación por los suministrados por los jesuitas sobre Asia, extrae que en Asia nacen más mujeres que hombres, lo que es explicación para el triunfo de la poligamia y de los numerosos prosélitos hechos por el islam en contraste con los escasos éxitos del cristianismo. Pero, como muy acertadamente le criticó el sabio Lorenzo Hervás y Panduro, «Parece que según la Geografia de Montesquieu, toda el Asia se reduce solamente á Meaco, ó Bantam; dos ciudades, que por sus circunstancias son el emporio del tráfico de mugeres»{6}. En cuanto a la difusión del islamismo, Hervás concluye: «Yo al contrario me maravillo que en China no haya 1000 Mahometanos por cada Christiano; no porque el clima favorece á la poligámia, mas porque la favorecen leyes y costumbres Chinas; y á estos motivos, como tambien á la sensualidad de los hombres, debia Montesquieu atribuir los progresos del Mahometísmo que autoriza la poligámia que se usa en China»{7}. Y remata su juicio con una estadística procedente de un muestrario bastante más razonable que el de Montesquieu, para negar el exceso de mujeres: «En China, como se ha dicho, hay 59 millones, y 788000 hombres desde la edad de 20 años hasta 60. El P. Martini pone 58 millones, y 916000 hombres; y se añade, que el número de almas es de 200 millones. Según estos antecedentes, se infiere que en China hay probablemente mas de 100 millones de varones».

También se insta a los mahometanos chinos a no tener más de dos hijos
También se insta a los mahometanos chinos a no tener más de dos hijos

Con la República y la occidentalización, la poligamia{8} quedará ciertamente en mala parte. Puyi, exiliado, tuvo no sólo los problemas económicos habituales debidos al régimen de igualdad de las cónyuges imperiales{9}, propio también de la poligamia islámica, sino problemas sociales{10}. Y, definitivamente, en 1950, el Gobierno impuso la monogamia. No era sólo una costumbre han y musulmana. Se daba también en algunas minorías, como los wa o va (hay que recordar que, en la clasificación étnica del censo de 1953, el matrimonio es un elemento definitorio de la caracterización cultural). Entre los nu y los jingpo de Yunnan podía verse en los jefes locales, pero no del resto del pueblo. Los pumi, en Yunnan y Sichuan, consentían la poligamia, aun practicándola escasamente. Pero los oroqen, en la Mongolia interior y en Heilongjiang, y los derung de Yunnan eran decididamente monógamos. Los jino también, aunque favorecían mucho la promiscuidad antes del matrimonio. En cuanto a los judíos, aunque aún hay grupos que la practican, no parece que los chinos tengan muchas posibilidades de prescindir de la interdicción impuesta por Gersónides en el año 1000. El Estado de Israel, además, la prohibió desde su fundación. No es inexistente en Asia, desde luego, la poligamia que concede varios maridos a la misma mujer (llamada a veces poliandria) y un amplio número de situaciones y combinaciones intermedias, pero apenas cuentan como extravagancia. La cultura más contrariada por la ley matrimonial de la República Popular China es la musulmana, aunque su situación en el Corán sea más que discutible y no sólo se ve prohibida en naciones modernas como Túnez, sino quienes la consideran, a través del principio del abrogante y el abrogado, como un mal menor, pero, a fin de cuentas, un mal.

La poligamia, como ya observó Schopenhauer, favorece la natalidad, debido las diferentes condiciones de fertilidad de los hombres y mujeres. Y, como observó Voltaire, no favorece precisamente la libertad de las mujeres. Los frutos de su prohibición, sin embargo, pueden ser el concubinato o la promiscuidad (practicada por Mao hasta el límite de sus posibilidades, según su médico personal{11}), no muy convenientes en un mundo atemorizado por la profusión de las enfermedades de transmisión sexual; así como entre los frutos de su existencia, según Montesquieu, esta vez quizá más acertado, se encontraba la homosexualidad, debido a la acaparación que provoca la carestía de unos y el desprecio en la abundancia de otros: aunque no se diferencia demasiado de las opiniones de Pedro de Urdemalas en el Viage de Turquia sobre la bujarronería de los turcos.

La homosexualidad no es una enfermedad mental en China desde 2001. En este contexto, la socióloga Li Yinhe ha presentado ante el Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh) propuestas sobre el matrimonio homosexual{12} para prevenir la promiscuidad, la expansión del SIDA y, especialmente, para evitar que ese 3 o 4% de la población que se considera homosexual, es decir, entre 39 y 52 millones de personas, acabe casándose con personas de distinto sexo e incremente inconvenientemente la población. A pesar de su ingenio cuasi-swiftiano, estos valores no parecen coincidir mucho con los del PCCh y todo quedará en propuestas. Pero que se pueda presentar algo así revela el amplio divorcio de las directrices familiares de la República Popular con las ideas del islam.

En el consumo encontramos divorcios aún mayores. La producción porcina en China es importantísima, y el consumo de la carne de cerdo tradicional y antiquísimo. Según Mi Yali, consultado por el diario virtual comunista Pueblo en línea («China elabora estándares para minimizar el sufrimiento del ganado en los mataderos», 18 de diciembre de 2007), «el año pasado la producción anual de carne de China se situó en más de 80 millones de toneladas, de las que más de 50 millones de toneladas eran de cerdo, cifra que representa cerca del 52 por ciento del producción mundial». De este tipo de alimentación, como del alcohol, se excluyen los musulmanes, especialmente las mujeres, con mayores dificultades en el medio urbano, como expone el interesantísimo libro de Marys Boyd Gillette{13}. El halāl no entra en los planes de producción de la República Popular, y si bien los métodos chinos tradicionales de matanza eran, como tantos otros métodos chinos, más crueles que los musulmanes, los estándares de los que habla Mi Yali tampoco permitirían comer carne a los viejos musulmanes.

Chino hui mahometano en una mezquita de la provincia de Henan
Chino hui mahometano en una mezquita de la provincia de Henan

Es comprensible que el PCCh no simpatice con una religión que, difundida mundialmente, se opone a asimilar su importante producción cárnica. Por eso sorprende una noticia como la recogida en la separata de El Catoblepas, «Ante la República Popular China»: «Mil trescientos millones de chinos discriminados por la patología porcinofóbica mahometana» (nº 60, febrero de 2007, pág. 20). El fenómeno, registrado en la edición china del Asia Wall Street Journal, es poco menos que inexplicable, si se compara con los informes de las organizaciones pro-derechos humanos, que hablan de persecuciones por posesión de coranes o por cantar canciones religiosas. Son ambigüedades propias de un sistema de tolerancia religiosa y no de libertad garantizada por la ley. El artículo 36 de la Constitución de la República Popular China (1982), citado al principio del texto de El Catoblepas, es asimilable a las posturas del islam andalusí en los períodos califal y de taifas y a la Constitución de la República islámica de Irán, que tolera las prácticas judías, cristianas y farsis siempre que no atenten contra el islam (aunque los cristianos tienen que consagrar vino y los farsis exponer cadáveres y copular con sus hermanas):

«Los ciudadanos de la República Popular China son libres de profesar creencias religiosas. Ningún organismo del Estado, organización social o individuo puede obligar a un ciudadano a profesar tal o cual religión o a dejar de practicarla, ni tampoco discriminar a los ciudadanos creyentes ni a los no creyentes. El Estado protege las actividades religiosas normales. Ninguna persona puede realizar, al amparo de la religión, actividades que atenten contra el orden público, causen daño a la salud de los ciudadanos o perturben el sistema educacional del Estado.»

El representante islámico chino Ma Yunfu (Ma es el nombre chino de Mahoma, con lo que su nombre equivale a Muhammad) confirmó lo que se puede leer en en el libro de Gillette: que los musulmanes chinos sienten repugnancia hasta por el nombre mismo del cerdo. La medida de la televisión pública, que sería inaceptable en cualquier país occidental, ha encontrado, como era de esperar, numerosas críticas. Sin embargo, parece ser que la medida procedía de las más altas esferas. Se trata de un rasgo de delicadeza mediática que habrá que estudiar minuciosamente en el futuro.

La explicación más mecánica, aunque la inteligencia se resiste a ello, es pensar que los medios chinos, regidos por la dictadura ideológica, se han sometido a la diplomacia hacia el mundo islámico como lo han hecho los medios occidentales, sometidos a la dictadura del mercado, y procuran evitar caricaturas, bromas o representaciones que pudieran generar fetuas yihadistas o ataques terroristas.

Por otro lado, el Gobierno se mantiene firme contra el terrorismo nacionalista de las poblaciones islámicas. La página de la Embajada de la República Popular China en España recoge estas palabras de Zhang Yishan, embajador chino ante la ONU en Viena, ante la junta de noviembre de gobernadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), en el comunicado «Reitera China posición de combatir contra el terrorismo», 1 de diciembre de 2001: «Un buen número de países, incluída China, han sido víctimas del terrorismo. Las fuerzas terroristas del llamado ‘Turkestán Oriental’, que tienen vínculos estrechos con el terrorismo internacional, han recibido durante mucho tiempo adiestramiento, asistencia financiera y apoyo de los grupos terroristas internacionales.» Los movimientos separatistas surgidos en medios totalitarios, como los chechenos en la Rusia de Putin suelen contar con simpatizantes. La Uighur American Association cuenta con todos los apoyos de los poderes de los EEUU.

Pero el 11-S modifica bastante el terreno, y a partir de este punto de inflexión elaboraremos nuestras conclusiones. A partir de la preocupación de los EEUU y la UE por el terrorismo islámico, que pasa en esa fecha de temores y prevenciones a la presencia inminente de una realidad amenazadora, muchas potencias que sufrían el activismo armado musulmán, como Filipinas, consiguen que estos movimientos dejen de verse como ejércitos de liberación. Potencias de corte totalitario como la Rusia de Putin y la República Popular China, que estaban siendo vigiladas y criticadas por las flagrantes y continuas violaciones de los derechos humanos en la lucha contra estos pueblos insurgentes, consiguen algo más de manga ancha, y pretenden identificar el problema nacionalista con el del fundamentalismo islámico. Por su parte, la insurgencia intenta, en el caso de los uigures, dar una imagen laica, pacífica y moderada, representada por Erkin Alpetkin, presidente del Congreso Mundial Uigur desde el Congreso de Múnich de 2004.

Los movimientos de disgregación, como observaba Solzhenistin para el caso de los chechenos, van contra la corriente de la política mundial, netamente coalicionista y económicamente integradora. La política de desestabilizar un régimen comunista a través de la insurgencia nacionalista islámica es algo que a EEUU le salió sobradamente mal en Afganistán. Sin embargo, los EEUU parecen llevar tatuado en su genoma político la idea de apoyar al enemigo de sus enemigos, creando nuevos enemigos y un estado de guerras periódicas (que a su vez sustentan una economía de guerra). EEUU seguirá apoyando a los uigures.

En cambio, es obvio que EEUU necesita de China para frenar a los dos elementos supérstites del Eje del Mal: Corea del Norte, intocable una vez que consiguió la bomba atómica (precisamente tras reactivar su programa nuclear después de que EEUU bloquease sus suministros energéticos como castigo) e Irán, penúltima encarnación del islamismo antisemita ante los ojos occidentales (usado con propiedad este término, ya que los iraníes no son semitas; aunque Mahmud Ahmadineyad no se considera antisemita, y en realidad lo que quiere borrar del mapa es al Estado de Israel y no a los judíos).

Chinas mahometanas de la provincia de Ningxia posan en una boda
Chinas mahometanas de la provincia de Ningxia posan en una boda

La falta de libertades que supone el islamismo en las formas tradicionales conservadas en tan retiradas y apartadas tierras (aunque hay amplia variedad de sectas y tendencias, como se vio al principio), con su poligamia e iconoclastia (incluso contra un pobre cerdito de dibujos animados: «tyrans des femmes et ennemis des arts», dijo Voltaire en su Dictionnaire philosophique, s.v. Mahométans) puede hacer que las potencias occidentales vean como más soportable la falta de libertades impuesta por el sistema comunista, o comunista hibridado con capitalismo. El temor de enemigos mayores puede blindar a este enemigo político y amigo económico del autoproclamado mundo libre hasta la desaparición total de la amenaza que suponen, y dada la larga vida pasada del yihad, es esperable que China sufra transformaciones hacia la libertad por sus propios medios, invulnerable dentro de su crisálida, sin intervención alguna de las recomendaciones de los organismos internacionales, y limitando ampliamente las libertades nacionales (nos referimos así, para abreviar, a la libertad de expresarse en determinadas lenguas y realizar determinadas manifestaciones culturales, ya que la libertad pertenece a los individuos y no a ese fantasma llamado Nación) y religiosas opuestas a su bienestar.

Pero así como el acoso del yihad no es nada nuevo, tampoco lo es para las potencias occidentales el volver la mirada esperanzada al gran poder de Oriente. Inocencio IV encomendó a Juan de Plano Carpini y Benedicto el Polaco en 1245 una legación al señor de los tártaros con el objeto de lograr la conversión de tan gran señor, que sería capaz, entre otras cosas, de frenar el poder mahometano.

«Regresaron con una carta suya para el Papa que aún existe: arguyendo bruscamente que el éxito de sus conquistas demostraba que contaba con el apoyo divino, Guyuk exigía que el Papa se le sometiera.»{14}

Aun cuando el PCCh, señor de China, llegara a acabar, como lo hicieron los mongoles, otros antiguos señores de China, con la secta del Viejo de la Montaña, hoy llamada Al-Qā‘ida, no sería por espíritu de cruzada ni por consejo pontificio o imperial, ni por un ímpetu hercúleo y generoso de civilización y pacificación de las tierras. The Ballad of East and West de Rudyard Kipling nunca dejará de tener sentido, quizá, entre otras cosas, por ser una obviedad.

Chinas mahometanas de la provincia de Ningxia que tampoco cocinan cerdo
Chinas mahometanas de la provincia de Ningxia que tampoco cocinan cerdo

Notas

{1} Michael Dillon, China’s Muslim Hui Community: Migration, Settlement and Sects, Routledge, Londres 1999, pág. 21.

{2} Shujiang Li/ Karl W. Luckert, Mythology and Folklore of the Hui, a Muslim Chinese People, SUNY Press, Nueva York 1994.

{3} «Los tadzik, descendientes de los antiguos pueblos iraníes de Sogdiana y de Bactriana, están reconocidos desde el siglo XIV como miembros de un mismo pueblo. Deben su nombre a los árabes que los islamizaron en primer lugar y que los turcos llaman tösik en las inscripciones del Orkhon (manuscritos turcos descubiertos en el Altai). Tadzik, tadzhik o tazhik acaba denominando a todo musulmán, sea árabe o no; y después de la conquista mongol, todo hombre que vive de forma sedentaria, que habla el persa y es de confesión islámica, es llamado tadzik para distinguirlo de los pueblos nómadas», Anne de Sales, «Asia central», en José M. Gallach (dir.), Las razas humanas, Compañía Internacional Editora, Barcelona 1981, III, pág. 203.

{4} Richard V. Weekes, Muslim Peoples: A World Ethnographic Survey, Greenwood Press, Westport 1984, pág. 238.

{5} Warren E. Gates, «The Spread of Ibn Khaldun’s Ideas on Climate and Culture», en Journal of the History of Ideas, 28, 3, 1967, págs. 415-422.

{6} Lorenzo Hervás y Panduro, Historia de la vida del hombre, Aznar, Madrid 1789, I, pág. 125.

{7} Op. cit., pág. 133.

{8} «Legalmente, los han sólo tenían derecho a una mujer legítima, pero en el caso de que fuese estéril y resultara imposible repudiarla, estaba admitido que pudieran tener una concubina, comprada a su familia e introducida en la casa sin ceremonias. Ocupaba un rango similar al de una criada asalariada estrechamente subordinada al ama de casa. A los ricos y a los notables de cierta edad les gustaba rodearse de concubinas», Jaques Lemoine, «Asia oriental», en José M. Gallach (dir.), Las razas humanas, Compañía Internacional Editora, Barcelona 1981, III, pág. 150.

{9} Henry Puyi (Aisin Gioro), Emperador Xuantong, Wo-di-qianbansheng, trad. de Richard Schirach y Mulan Lehner como Ich war Kaiser von China, traducida por Jesús Ruiz como El último Emperador. Autobiografía del hombre que perdió el Trono Imperial Chino, Globus, Madrid 1994, pág. 186.

{10} Op. cit., pág. 189.

{11} Li Zhisui, The Private Life of Chairman Mao, Random House, Nueva York 1996.

{12} Cfr. la noticia recogida en El Catoblepas, 7 de marzo de 2006, «Socióloga china reclama la legitimación de los matrimonios entre homosexuales».

{13} Marys Boyd Gillette, Between Mecca and Pequín: Modernization and consumption among urban Chinese Muslims, Stanford University Press, Stanford 2000, pág. 120.

{14} Raymond Dawson, El camaleón chino. Análisis de los conceptos europeos de la civilización china, trad. de Fernando Calleja, Alianza, Madrid 1970, pág. 35.

 

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