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El Catoblepas, número 86, abril 2009
  El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 12
Artículos

Defensa de la filosofía destructiva

José Sánchez Tortosa

Intervención dentro del acto La Filosofía en la Educación,
Círculo de Bellas Artes, Madrid, 21 de noviembre de 2008

Plataforma en defensa de la filosofía

Ante todo, sería imprescindible definir qué entendemos por filosofía y en qué sentido habría que defenderla, si es que hay que defenderla. Como veremos, defender la filosofía, en particular en el ámbito de la enseñanza, supondría defender la posibilidad de defenderse de otra cosa. La filosofía es ella misma defensa:

Pierre Bayle, en el siglo XVII, define a la filosofía, con el ánimo de limitar su potencia con respecto a la religión, como un corrosivo. Y, en efecto, con esa suerte de lucidez involuntaria e inquietante que con cierta frecuencia aflora en algunos autores, atina al sostener que la filosofía es un arma con la que establecer batalla dialéctica, disolviendo los prejuicios y creencias que ponen dique al pensamiento y al conocimiento:

«Fuere como fuere, no hay nadie que, sirviéndose de la razón, no tenga necesidad de la existencia de Dios; pues, sin ella, es aquélla una guía que se extraía; y puede compararse a la Filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, royeran la carne viva y corroyeran los huesos, horadándolos hasta los tuétanos. La Filosofía refuta, de entrada los errores; pero si no es detenida en ese punto, ataca a las verdades y, cuando se le deja actuar a su fantasía, va tan lejos que ya no sabe ni dónde está ni cómo detenerse.» Pierre Bayle, Dictionnaire historique et critique, art. «Acosta (Uriel)», 3ª ed., Rotterdam, M. Böhm, 1720, tomo I, págs. 67-69 (citado por Gabriel Albiac en La sinagoga vacía, Hiperión, Madrid 1987, secc. II, cap. I, pág. 191.)

Entendida desde el materialismo, esta disciplina no puede ser sino arma de defensa contra la confusión del lenguaje común, periodístico, político, arma de destrucción masiva, dado que actúa como disolvente de los tópicos y lugares comunes que construyen masa, que dan consistencia ontológica al grupo compacto en el que los individuos desaparecen, subsumidos en esa corriente pletórica (plethos) de la identidad.

El combate analítico que la lógica de la interrogación impone es el armamento de la guerra contra el relativismo (demagogia) y el dogmatismo (tiranía), la defensa del individuo contra la identidad y el fanatismo. Por ello, la filosofía se enfrenta al Estado como maquinaria moderna de monopolio de la construcción de conciencias, de la construcción de masas. La filosofía sería política contra la política, contra la inercia de la masa. De ahí que a más masa (mass media) y a más tecnología, más necesidad de filosofía, más necesidad de guerra contra la demagogia, más necesidad de individuo (pues la masa no puede ser filósofa) siempre que se pretendan tener armas defensivas contra el poder tendencialmente omnímodo del Estado:

«¿Hay modo de que la muchedumbre soporte o admita que existe lo Bello en sí, no la multiplicidad de cosas bellas, y cada cosa en sí, no cada multiplicidad?
—Ni en lo más mínimo.
—¿Es imposible, entonces, que la multitud [plethos] sea filósofa?
—Imposible.
—Por consiguiente es forzoso que los que filosofan sean criticados por ella.
—Forzoso.
—Y también por aquellos individuos que se asocian con la masa y anhelan complacerla.» Platón, República, 494a

Ésta es también la razón por la cual el primer profesor, en sentido estricto, es Sócrates, empeñado en la tarea de desactivar por medio de la interrogación, los mecanismos y resortes de la retórica, de la falacia institucionalizada, sentando las bases, sistematizadas por Platón, de una enseñanza individualista, esto es, un proceso que pone en marcha los recursos con los que el individuo podrá pensar por sí mismo, al margen de la plétora de las convenciones.

Ciertas críticas a mi propuesta filosófica{1} postulan inviable una enseñanza basada en los principios teóricos platónicos dentro del contexto de una enseñanza masificada. Esos críticos, explícitamente o no, conscientemente o no, se sitúan en la vertiente pedagógica que toma como referente a Rousseau, la contraria a la de Platón en la medida en que para el primero la educación consiste en dejar libre la naturaleza del educando, apartando de su alrededor cuanto pueda dañarle, pero sin imponerle nada, evitando así la influencia perniciosa del artificio, de la sociedad{2}, mientras que para el segundo la enseñanza se basa en la constricción de lo natural, constricción que posibilita la libertad entendida como conocimiento (en un sentido que es también el de Spinoza), no como (ilusoria) espontaneidad natural del alma o como libre albedrío. Y es justamente en una enseñanza masificada y, correlativamente, en las sociedades masificadas, en la que se necesita más a Platón, en el sentido explicado, ya que, paradójicamente o no, la educación rousseauniana sólo tiene sentido a título personal (Emilio, no montones de emilios), elitista.

En una democracia retórica, mera demagogia, la filosofía es desactivada y, por tanto, es si cabe más necesaria que en una tiranía convencional: Sócrates, el profesor, el filósofo (filomatía{3}), es el que despierta a los dormidos. La educación postmoderna en las sociedades occidentales habrían consumado el tránsito de la tiranía a la retórica, de la disciplina al control, fase en la que la libertad formal, la metafísica libertad para elegir que el mercado y el mando a distancia hacen patente, funciona como pantalla, como sistema multiplicador ad infinitum de opciones desactivando la posibilidad misma de la libertad por indiferencia (del «cero al infinito»):

«En tiempos antiguos, cuando el mismo hombre llegaba a ser demagogo y general [strategós], se orientaban cambios hacia la tiranía, pues la mayor parte de los tiranos antiguos han salido de los demagogos. La causa de que esto sucediera entonces y ahora no, es que entonces los demagogos surgían de los generales (pues aún no eran hábiles en hablar), mientras que ahora, con el auge de la retórica, los que son capaces de hablar dirigen al pueblo, pero por su falta de experiencia en las cosas de la guerra no se alzan en armas, excepto que haya ocurrido algo de poca importancia en algún lugar. (...)
Otros cambios llevan de la democracia tradicional [patría demokratía] a la más reciente; pues donde los cargos son electivos, no a partir de la rentas, y los elige el pueblo, los aspirantes, actuando de demagogos, llegan al extremo de hacer al pueblo soberano incluso de las leyes.» Aristóteles, Política, V, 1305a, 6-11

«Quizá podría decirse que, de todos modos, es malo que sea un hombre y no la ley quien ejerza la soberanía, estando sujeto a las pasiones que afectan al alma.» Aristóteles, Política, III, 1281a, 5-11

«Es preferible que mande la ley antes que uno cualquiera de los ciudadanos, y por esta misma razón, aun si es mejor que gobiernen varios, éstos deben ser establecidos como guardianes y servidores de las leyes. (...)
Así pues, el que defiende el gobierno de la ley, parece defender el gobierno exclusivo de la divinidad y de la inteligencia; en cambio el que defiende el gobierno de un hombre añade también un elemento animal; pues tal es el impulso afectivo, y la pasión pervierte a los gobernantes y a los hombres mejores. La ley es, por tanto, razón sin deseo.» Aristóteles, Política, III. 1287a, 2-6.

El posible peligro, por tanto, no es la desaparición formal, oficial o burocrática de la filosofía. No es verosímil que se elimine sin más habiendo prensa y opinión pública que defienden la existencia y la financiación estatal de cuanto suene a cultura, vocablo mágico que no es rentable mediáticamente atacar ni criticar. El riesgo es que sea vaciada de contenido a la vez que se mantiene la carcasa simbólica y aun terminológica (Filosofía y ciudadanía), coronando de este modo la teatralidad vacua capaz de sostener una servidumbre consentida.

Es comprensible que una sociedad acomodada, opulenta, fantasmalmente (phantasmata = imagen) feliz, ideológicamente satisfecha, no quiera saber nada de la filosofía, que no consuela ni da respuestas, que agita, que sacude los cimientos de todo discurso, que hace tambalear las creencias, que no puede dejar de ser un permanente estado de guerra en el que nada seguro a lo que asirse parece haber que no sea la constancia de la eterna contradicción a la que enfrentarse y tratar de comprender, el eterno devenir ordenado de lo real.

De modo que, como única vía para que la filosofía permanezca viva, y no mero fósil al servicio de las estructuras de poder, me animo a proponer su prohibición:

«Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti - morir pronto.» Arquíloco de Paros

Notas

{1} El profesor en la trinchera, Madrid, Esfera de los libros, 2008

{2} «Todo es perfecto al salir de las manos del Hacedor de todas las cosas; todo degenera entre las manos de los hombres.» (Jean-Jacques Rousseau, Emilio, I)

{3} http://nodulo.org/ec/2008/n080p13.htm

 

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