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El Catoblepas, número 17, julio 2003
  El Catoblepasnúmero 17 • julio 2003 • página 1
polémica

Peros a Pérez (Herranz) indice de la polémica

Joaquín Robles López

Ante la aparente renuncia de Fernando Pérez Herranz a responder dialécticamente los argumentos que ofrecen Pedro Insua y Atilana Guerrero en sus réplicas, publicadas en el número 15 de esta revista, al artículo aparecido en el número 12

Fernando Pérez Herranz desde su sección, Arco de Medio Punto, por él mismo ya finiquitada en esta revista, expuso una serie de tesis en su artículo titulado Francisco de Vitoria, Descartes y la expulsión de los judíos. Tesis que fueron ampliamente rebatidas por Pedro Insua y Atilana Guerrero en sendos artículos en los que, dividiéndose el trabajo, atacaron los dos núcleos fundamentales de la argumentación de Pérez Herranz. Son cuestiones extremadamente complejas, suscitadas en el contexto de las tesis expuestas por Gustavo Bueno en España frente a Europa, por lo que las posiciones en conflicto podían entenderse como crítica, por P. H., de, al menos, dos de ellas, siendo así defensa de las de Bueno las de Insua y Guerrero, o bien «crítica de la crítica» de las de P. H., quien, en su ¿respuesta? final ha preferido entenderlas más como lo primero que como lo segundo, eludiendo la controversia dialéctica e insinuando prejuicios propios del fanatismo dogmático de quienes (suponemos que los profesores citados, aunque P. H. no los menciona en ninguna ocasión con lo que sugiere que carece de importancia qué sujeto corpóreo y operatorio realice las críticas a su postura y con qué argumentos cuente) tienen como único motivo asentir acríticamente a todo lo que el maestro dicta a pesar de que «esta actividad nuestra es cosa intelectual y crítica, y no un dogma religioso que exige decir amenes, reverenciar iconos y no salirse del guión programado por la iglesia de turno, ante el temor de que se inicie contra uno el "Ad abolendam" papal.»

Con esta insinuación se ahorra P. H. examinar los argumentos contrarios: si la defensa de las tesis de Bueno sugiere obediencia fanática no hace falta refutar los pseudoargumentos que «ad hoc» se han construido. Bastará con: a) reafirmar las primeras tesis haciendo como que nada ocurrió (lo que en este caso va acompañado de la eliminación nominal de los contrarios: ¿para qué van a aparecer?), b) reafirmar la buena fe propia del que realiza la crítica racional al Papa frente a sus ¿obispos o monaguillos? y c) renunciar a seguir con estas cositas teniendo otras más importantes que hacer, como por ejemplo, reunir a la crema intelectual de las diversas universidades españolas y mundiales para, mirando al cielo, tratar asuntos cuya importancia se nos escapa. Es demasiado pedirle a alguien tan ocupado en cosas tan importantes que defienda con un mínimo de dignidad sus tesis frente a un ataque que, además, es bien preciso y en ningún caso incluye prejuicios contra el atacado.

Pero es que resulta que el mantenimiento responsable de la tesis (insinuada) sobre la obediencia fanática lleva aparejada la necesidad de mostrar cómo los argumentos son efectivamente «ad hoc» o sencillamente, inconsistentes o amañados: P. H., en honor a ese fulcro de verdad subsistente en toda ideología y en todo dogmatismo, debería haber mostrado (desvelado) el contenido de la caja negra o falsa conciencia que Insua y Guerrero construyen para defender el dogma. Pero no. Basta con la insinuación, por lo visto, para Pérez Herranz.

Sin embargo e incluso concediendo que P. H. tuviese razón (que ya es mucho conceder) tenemos que, para no caer en la misma especie de dogmatismo que él mismo denuncia, exigir aquella argumentación que nos hurta. Si estamos de acuerdo en que no hay que obedecer ciegamente al Papa, ¿por qué obedecer ciegamente a Lutero?

Al renunciar a la defensa de sus tesis frente al ataque, P. H. parece pedir el grado de adhesión dogmática que antes consideraba censurable. Ante esta situación y, esperando no obstante, la rectificación y defensa del atacado, no podemos sino intuir (que no afirmar categóricamente) que tras la negativa a discutir de P. H. están la imposibilidad de defenderse debidamente y la pretensión de dar «un paso adelante» con una larga cambiada. Y si desde un punto de vista «practicista»-subjetivo, quien tropieza y no se cae, dos pasos adelanta, tampoco es menos cierto que semejante desprecio por la decencia dialéctica pone a quien lo hace a mucha distancia de la Academia platónica.

Por nuestra parte, y para que, de pasada, P. H. pueda ponernos también con la casulla a tocar la campana, examinamos una cuestión de la polémica: la afirmación de que «aquel imperio no pudo configurar el concepto de Sujeto de la modernidad, lugar que ocupó el cogito cartesiano.»

Subrayamos que la idea de «Sujeto de la Modernidad» no deja de ser un problema salvo que se establezca tautológicamente desde el mismo cogito cartesiano, lo que equivale a un delirio idealista. Si suponemos que ese Sujeto se ha ido configurando históricamente a través de unas condiciones reales (económicas, políticas) como es preceptivo, no tendremos que volver al cogito como principio que en progressus estaría envolviendo la realidad del sujeto moderno sino que más bien, en regressus, veríamos al cogito cartesiano como resultado de un grado de desarrollo económico y político que permitió la floración de una conciencia subjetiva, ya desmarcada totalmente del reino animal (res extensa) e independizada de la naturaleza mecánica a la que habrían ido a parar los mismos animales pero también el propio cuerpo separado del cogito.

Que en esta conciencia subjetiva quepa la ciencia galileana y newtoniana ya nos parece complejo y cogido por los pelos y no sin muchos rodeos históricos y gnoseológicos: la mecánica cartesiana (La Dióptrica y los meteoros), resultado de la aplicación del método que tiene como primer paso la regla de Evidencia que es el mismo «Cogito ergo sum», no pasa de ser una fantástica narración. Pero la principal virtud del Cogito, según Herranz, al menos en este contexto, es la que deviene de su capacidad para totalizar a los sujetos sobre los que, en progressus, se aplica{1}. Cosa que el ius comunicationis de Vitoria no pudo hacer por culpa de la expulsión de los judíos: Pero, en principio, Descartes cortó de raíz todos los derechos de los sujetos pseudo-operatorios que pululaban por la época: seres malignos, ángeles, animales y ... judíos que habían pseudo-matado a Dios e hizo inútiles los tribunales de la Inquisición. (Por contraposición de lo que dice Bueno en su artículo «España»: «Además, podría decirse que en España, si no hubo un Descartes es porque no hacía falta: los tribunales españoles de la Inquisición controlaban las supersticiones mucho más que los franceses en Francia.)

O sea que lo que elimina el cogito es toda clase de pseudo-seres. Pero los judíos no son pseudo-seres que habían pseudomatado a Cristo sino seres bien reales y corpóreos que sólo pueden quedar incorporados al proyecto moderno (por lo menos antes del sionismo que culminará en el Estado moderno de Israel){2} prescindiendo de su judaísmo, o al menos quedando este reabsorbido, al insertarse en los planes y programas de la Modernidad (entre ellos el programa deísta que vacía de contenido toda creencia); así como San Pablo pretendió integrarlos en el proyecto cristiano o los mismos reyes católicos en su proyecto imperial. Sólo Hitler y compañía pretendieron más bien desintegrarlos, lo que tampoco nos parecería del todo injustificable desde la conciencia moderna absoluta: basta con homologarlos con los orangutanes. Con la metábasis circular-angular-radial, también se soluciona el problema judío de un plumazo (al fin y al cabo es Dios el único garante de las verdades de razón, según Descartes).

Es obvio que, «En una época en que tantas cosas estaban por hacer –entre otras, desarrollar la ciencia y la tecnología– los sujetos españoles recelaban entre sí, hasta el punto de que se denunciaban a sí mismos, por si un acaso, se perseguían implacablemente los unos a los otros, por si comían tocino o encendían las lámparas los viernes, por hacerse con el estatuto de limpieza de sangre antes de que llegase en mala hora la denuncia, o por toda aquella maledicencia sobre robos de hostias o crucifixiones de niños... y, en fin, de tantas cosas.» Una pena, vaya, que Isabel y Fernando no dispusieran de cámaras de gas que hubieran ahorrado tanto trajín. Así hubieran tenido tiempo suficiente para plantearse desarrollar la ciencia y la tecnología antes que los protestantes.

¿Ignora Pérez Herranz que la doctrina del automatismo de las bestias, corolario del cogito, es la fórmula misma de la impiedad con los animales? por tanto, y argumentamos ad hominem, ¿no podría justificar (y no decimos que lo hiciera: como argumentamos ad hominem nos volvemos idealistas) el cogito cartesiano la eliminación de los judíos cuando, como sucedió con las tribus indígenas de Norteamérica, pueda plantearse, emic, su animalidad? ¿O es que supone P. H. que, gracias al cogito, los judíos desaparecen, como los demonios malignos y los ángeles, puesto que no existían? ¿O desaparecen por decreto? Y si a la luz del cogito, glorioso fundamento de la conciencia moderna totalizado a través de pactos y contratos sociales a la moda roussoniana, desaparecen (de la realidad formal cartesiana, claro, otra cosa es la realidad objetiva) los judíos (lo que, por otro lado ya pregonó San Pablo: «Ya no hay judíos ni gentiles») ¿Por qué motivo hubieron de volver a aparecer como enemigos en el tercer reich? ¿O es que Alemania en los años treinta sufría un eclipse de cogito y había retrocedido en la máquina del tiempo hasta la época de los faraones?

En cualquier caso, la desaparición de los judíos a la luz de la conciencia moderna, del cogito, se me concederá que puede interpretarse de estas dos formas: bien porque los judíos quedasen incluidos en el conjunto de las conciencias pensantes dotadas de libertad o bien por su exclusión por metábasis. Ahora bien, dada o supuesta la existencia del «ya-no-judío» como sujeto pensante hemos de suponer también que la totalización u holización del cogito hubo de darse en un marco político y con sujetos corpóreos totalizados a través de los planes y programas concretos de una sociedad política moderna (so pena de que P. H. crea que tal holización es un proceso deductivo), esto es, con judíos a los que muy probablemente les traía al fresco tal holización, es decir: seguramente preferían seguir siendo judíos,{3} del mismo modo en el que prefirieron seguir siéndolo muy a pesar de San Pablo.

Y, entonces, siendo el cogito el fundamento de la modernidad deísta y tolerante que se abre paso a través de las propias instituciones de la burguesía ¿no habría necesidad de que los judíos aceptasen esas instituciones, esto es, una educación y un modus vivendi conforme a esas instituciones, para que quedaran incorporados?{4} ¿Y si se negaban cómo podrían quedar excluidos de tamaña totalización? Esta poderosa conciencia absoluta{5} (después de Descartes perfectamente amplificada por Fichte a la escala de la megalomanía nazi) podría situarnos perfectamente en Auschwitz: Si la expulsión de los judíos por Isabel y Fernando supuso un déficit ontológico para el esbozo del ius comunicationis (El proceso que habría de concluir en una definición del Sujeto, tal como lo defiende Gustavo Bueno, de una totalidad dividida en partes conjugadas diaméricamente con otros sujetos dados también en partes (y con partes de otros objetos, &c.) y que parecía esbozado en el ius comunicatonis no podía cerrarse por la negación ontológica de una parte en forma de «expulsión de los judíos»),{6} ¿qué supuso, según P. H., para la conciencia europea cartesiana que hizo posible el progreso de Europa y derrotó al malvado imperio español, el extermino criminal nazi o las persecuciones de judíos por toda Europa en todos los siglos posteriores a su expulsión de España?

Por lo visto, bien poco, al menos para los escritores de libros de texto para el bachillerato y las facultades de filosofía y, desde luego, para los propagandistas de la Europa sublime. Si el concepto de sujeto de la modernidad que el cogito configura pudo asumir ese déficit ontológico será, en todo caso, porque no se le piden las mismas cuentas que al ius comunicationis; es decir: porque se sobreentiende que dicho concepto tiene por totalizados a una banda de ladrones depredadores, lo que, según Ortega, constituyó la clave de su triunfo. Así las cosas, el imperio español no pudo configurar a ese espectro de sujeto moderno autopoiético cartesiano triunfante sin renunciar al carácter generador que lo define.{7}

En resumidas y esquemáticas cuentas, para nuestro juicio, la cuestión queda así determinada por Fernando Pérez Herranz:

1. El cogito constituye al sujeto moderno por:

a) Ser capaz de incorporar –o por lo menos de no entorpecer– (a fortiori) el nuevo orden en los conocimientos instaurado por la ciencia galileana y newtoniana (al menos de forma más satisfactoria que la hostia consagrada.)

b) Ser capaz de cubrir, en la perspectiva de un progressus, a todos los seres capaces de pensar, con independencia de sus especificidades corpóreas (tanto en sus cualidades primarias como secundarias).

2. El ius comunicationis no pudo constituir al sujeto moderno porque:

a) El dogma de la transubstanciación constituía un prejuicio dogmático que bloqueaba la penetración de la ciencia nueva (problema en el que no queremos, por ahora, entrar por motivos obvios).

b) La expulsión de los judíos constituyó un déficit ontológico que ahogaba en la misma cuna sus posibilidades.

A estas tesis centrales dieron beligerancia Pedro Insua y Atilana Guerrero. El primero señalando errores de interpretación a la hora de explicitar los vínculos entre el ius comunicationis –imperio español-fracaso triunfo-imperio protestante–. La segunda, cuestionando la validez de la interpretación, por Pérez Herranz, de la expulsión de los judíos y su influencia en el posterior derrumbe del Imperio Católico.

Sólo tras el enroque (o más bien «abandono de la partida») de P. H. nos hemos decidido a expresar nuestro parecer; aun sabiendo que bien podría nuestro académico –siempre que tenga un hueco, en su labor de escrutinio de los cielos, para estas cosas– interpretar esto como apoyo gremial entre profesores sociológicamente desplazados de la Universidad (cosa que ya hemos escuchado en otras ocasiones y que también es buena coartada para no entrar en el fondo de las cuestiones).

Notas

{1} Como por ejemplo a Espinosa.

{2} Razón suficiente para no hablar de los judíos en un ensayo de Filosofía Política como España frente a Europa.

{3} El judío Espinosa está mucho más cerca de Platón o de Aristóteles que de Maimónides.

{4} Argumento que constituye uno de los núcleos fundamentales del análisis de Atilana Guerrero.

{5} Que Jack London en sus relatos sobre los mares del sur en tiempos de la colonización-depredación europea expresaba como «la inevitabilidad del hombre blanco» para los indígenas del Pacífico que, entre otras lindezas propias del buen salvaje, usaban como moneda los cráneos humanos.

{6} Dicho sea de paso: nos parece que Pérez Herranz confunde una definición operatoria, y no mentalista o metafísica, de Sujeto, como la de Gustavo Bueno, con una procesión del cogito (como la del Espíritu Santo), o imperativo de carácter normativo que no pudo cumplirse en el Imperio Español. En esta línea queda abierta, según el método filosófico de P. H., la posibilidad de investigar hasta qué punto la procesión de las Personas de la Santísima Trinidad es responsable del fracaso del Imperio Español.

{7} Recordamos aquí que la depredación puntual no es incompatible con los planes y programas generadores: «Un Imperio es generador cuando, por estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operaciones de explotación colonialista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho.» Gustavo Bueno, España frente a Europa, pág. 465.

 

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