Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 17 • julio 2003 • página 11
Las vanguardias han intentado explicar la Moda desde dicotomías totalmente abstractas e idealistas. Estas inflamadas proclamas contra la Moda y el mercado en general se han convertido en un elemento importante del marketing del mercado del Arte
Este artículo pretende ser una respuesta al artículo, manifiesto divertido, De la moda a la guerra. Sobre democracia y algo de frivolidad, de Eduardo Robredo Zugasti. Desde ahora aclaro que no pretende ser una respuesta punto por punto de las tesis defendidas en ese artículo. Confieso que la razón es que no acabo de entenderlo del todo. Creo que allí se mezclan, con frivolidad dogmática, demasiadas ideas y adornos retóricos. En el fondo, lo que allí se defiende es una especie de pensamiento débil, una apología de la fluidificación del ser, de la sustancia y de la razón. Y entre medio actúan el Arte y la Moda, el primero con fracaso y la segunda con éxito. Porque el Arte, y sus secuaces elitistas, se ha puesto de lado de una metafísica y epistemología duras, mientras que la Moda, y sus risueños sátiros y bacantes, se ha decantado por el lado blando. Se supone que un ser y una razón sólidos dividen a la gente en buenos y en malos, en sabios e ignorantes, mientras que una razón y un ser fluidos son incapaces de aportar criterios de distinción, con lo que todos serán igualmente buenos y sabios (así como igualmente malos e ignorantes). Siendo más exactos, en este segundo caso hablar de bondad o de sabiduría, así como de maldad o ignorancia, no tendrá ningún sentido. Como el Arte se encuentra en el lado duro, y por tanto es partidario de la división, será un elemento elitista y aristocrático, mientras que la Moda cultiva la democracia de la igualdad.
Esto es, creo, lo que pretende decirnos el autor de dicho artículo sobre la moda. Si es así, juzgo que es un análisis demasiado basto. En primer lugar, establecer una división entre «duro» y «blando», o entre «serio» o «frívolo» que abarque ámbitos tan dispares como la razón, la metafísica o la ética, fracasa en su aplicación. No sabemos muy bien qué significa «duro» o «blando» respecto a la razón. ¿Quiere aplicarse la dureza a las ciencias de la naturaleza o la blandura a las ciencias del espíritu o hermenéuticas, como algunos epistemólogos pretenden? Si esto es así, el artículo nos exhorta a erradicar las ciencias duras, tales como la física o la matemática, como ciencias que propugnan una división entre sabios e ignorantes y, por tanto, una aristocracia, y dar primacía a la Hermenéutica como ciencia democrática, lo que equivaldría, según el artículo, a una ciencia sin episteme, sólo doxástica. ¿La aplicación de «duro» / «blando», «serio» / «frívolo» a la ontología nos daría una ontología monista por un lado y otra pluralista por otro, y aplicados estos términos a la ética, nos darían una ética formalista/materialista, o a una ética deontológica/utilitarista, &c.?
En segundo lugar, hablar de duro y blando, serio y frívolo, &c. de modo tan general, condena al análisis a ser falso, puesto que no faltarán razonamientos que hagan ver que la Moda no es tan frívola y blanda como parece; que tiene normas duro de adecuación castigadas con el ridículo; que posee un elemento agónico de rivalidad; que puede ir asociada a ideologías más o menos duras (sobre todo en el mundo de las llamadas contraculturas), &c.
Todo esto lo veremos algo más detenidamente a lo largo del artículo. Mi conclusión será que los análisis de Eduardo no son más que una vuelta «del revés» de los análisis metafísicos de las vanguardias.
El sistema de sistemas de la Moda
Empecemos por dilucidar a qué nos referimos cuando hablamos de Moda, algo que la bibliografía corriente no se molesta en hacer. Para ello voy a circunscribir el término Moda mediante dos operaciones, muy discutibles ciertamente. En primer lugar, delimito el ámbito de aplicación del término Moda al vestir o adornar el cuerpo. Con ello evito hablar de modas artísticas, musicales, literarias, culturales, &c. e incluso de modas políticas, modas éticas, modas filosóficas. Cuando se extiende a estos ámbitos, se emplea una Idea de Moda (definida en términos de sustancia/modo, realidad/apariencia, eterno/efímero, &c.) que es metafísica y, además, deudora de una filosofía de la historia, como veremos. La segunda circunscripción que voy a aplicar es la distinción entre el Vestir (y Adornar) y la Moda. El Vestir es una parte constituyente de toda sociedad, como la religión o la caza. La Moda es un sistema especial para la producción y consumo de ropa y adornos que nació de los desarrollos históricos y tecnológicos en Europa. El Vestir parece que es un elemento universal de todas las sociedades. Como rasgo universal, ha sido estudiado por la etología (según Lorenz el vestirse y el adornarse aumenta los rasgos de atractivo sexual, como las plumas que agrandan el trasero en grupos primitivos y los vaqueros en nuestras sociedades); y como rasgo presente también en las sociedades no civilizadas, ha sido estudiado por la antropología (Kroeber, por ejemplo), centrándose sobre todo en sus funciones de identidad y distinción en las relaciones de los grupos. La Moda, en cambio, como fenómeno moderno ha sido estudiada preferentemente por la historia y por la sociología. Con la distinción entre el Vestir y la Moda nos aseguramos la posibilidad de que haya vestires que no sean Moda, y ello nos proporciona un instrumento valioso de estudio. Podemos decir que en el siglo XIX amplias capas de la sociedad (campesinos y obreros, sobre todo) vestían sin ir a la moda, mientras que después de la segunda guerra mundial lo demodé no existe: no hay un vestir que no haya sido tocado por la moda.
La Moda es una organización que incluye la extracción de materias primas, la creación y diseño de ropas, adornos y perfumes, su fabricación, la publicidad y la comercialización. La Moda necesita de toda esta organización porque se trata de un negocio de muchos millones de dólares; para conseguir estos beneficios astronómicos necesita vender, cosa imposible sin esa compleja organización. Su carácter de negocio es lo que critican precisamente las supervivientes vanguardias y las neovanguardias. Se critica su carácter meramente económico (unidimensional) y la tiranía ejercida por la Moda, ambas críticas del todo punto incorrectas, como veremos. En el fondo, lo que se cree es que el mercado de la Moda es un atentado contra la autenticidad, elemento constantemente perseguido por las vanguardias.
Esta organización compleja ya nos indica que la Moda no es tanto un sistema cuanto un sistema de sistemas, en parte independientes y en parte interrelacionados. La fabricación de tejidos, el diseño, el marketing y la publicidad, &c. son sistemas parcialmente independientes con su propio funcionamiento. No cabe, por tanto, hablar de una tiranía unidireccional de la Moda (y, para algunos, del Poder, aliado extrañamente a la Moda). La Alta Costura trabaja con formas de producción, técnicas de marcado, distribución y consumo distintos de los del pret-a-porter, y no digamos nada de la submundo de la confección de marcas imitadas. También el marketing, las revistas de moda, la publicidad, trabajan con distintos elementos, y pueden oponerse a lo que estén haciendo en ese momento los otros sistemas de la moda. Las industrias de la confección pueden oponerse a ciertos diseños por ser de difícil reproducción masiva; lo mismo que los grupos editoriales de las revistas de moda. Nos encontramos, pues, en la Moda con el mundo complejo del mercado.
Quisiera ver, por separado, diversos sistemas de la Moda.
La Alta Costura
La Alta Costura produce vestidos exclusivos hechos a medida, para no más de 1.500 clientes selectos, a precios que no bajan de los 5.000 dólares (que en Francia subvenciona el Estado, con el pretexto de que es «arte», pero con la finalidad de mantener a París en situación hegemónica respecto a la Moda). La Alta Costura en su nacimiento era exclusivamente femenina, dirigida a esas «mujeres muebles» de esposos adinerados, y era un potente instrumento diferenciador de las clases poderosas. Es el sistema, dentro del conjunto de la Moda, más cercano al Arte y a la idea-fuerza de Cultura, con sus propiedades de salvación y elevación.
Tradicionalmente, ha sido la Alta Costura la que ha llevado la voz cantante en el sistema de sistemas de la Moda; era la que marcaba los estilos, el tipo de tejidos, las imágenes del marketing, la ideología asociada a una temporada, &c. Pero a partir de la segunda guerra mundial, con la universalización de la organización en el vestir que llamamos Moda, queda relegado a un plano muy marginal. Su principal función es la de asociar la Moda a las Ideas de Arte y de Cultura; en el diseño de vestidos, su inspiración ha sido sustituida por otras fuentes, muchas de las cuales son contraculturales.
La universalización del mercado del vestir que llamamos Moda, así como la pérdida del liderazgo en el diseño, ha hecho que la Moda (en cuanto Alta Costura) haya dejado de ser un instrumento eficaz de distinción de las clases superiores. Las industrias del vestido, adornos y perfumes han descubierto que es más rentable dirigirse a las clases medias, y surtir los jugosos mercados contraculturales. De hecho podemos constatar cómo las clases acomodadas mantienen actualmente una tendencia a no llamar la atención, lo que les hace moverse dentro de un acentuado conservadurismo respecto a la moda. Tienen su propio traje antimoda para ir a la ópera o a fiestas de etiqueta. Las únicas clases acomodadas (en ningún modo «superiores») que siguen empleando la Alta Costura son las que pertenecen al espectáculo. Porque en eso se ha convertido la Alta Costura (que, hasta hace poco, era la Moda a secas), sus desfiles y personajes, en espectáculo para el resto de consumidores medios.
El pret-a-porter
Frente a al exclusividad de la Alta Costura, el pret-a-porter fabrica en serie vestidos y adornos de la Moda. Al principio, el pret-a-porter reproducía los estilos de la Alta Costura, adaptándolos a costes menores. Y confecciones más baratas imitaban al pret-a-porter. Pero, como hemos visto, la Alta Costura ha perdido su lugar como el centro de la moda. Más bien, la situación es la contraria; las colecciones pret-a-porter, junto con la influencia de la música popular y de las contraculturas juveniles, se han convertido en las nuevas fuentes de estilos en la Moda. Por eso la «teoría de la filtración descendente» se ha demostrado inservible en las circunstancias actuales. Según esta teoría, los gustos de la Moda van de arriba abajo, de las elites a las masas. Las elites intentan distinguirse de las masas con nuevos vestidos, las masas intentan imitar a las elites en el vestir, lo que provoca la adopción de una nueva moda por parte de las elites. Hay que decir, sin embargo, que los gustos y estilos de la moda tienen ahora distintos puntos de partida, y se mueven por distintas direcciones. Las fuentes son múltiples, desde la Alta Moda (que, aunque en un papel relegado, puede seguir administrando algunos estilos), hasta las contraculturas juveniles más radicales. Consecuencia de esto ha sido la multiplicación de la Moda en diversos géneros; se ha convertido en un mercado pletórico a elección de los consumidores.
Promoción de la Moda
Ya en el siglo XVIII comienza el sistema de promoción de la Moda (junto con la hegemonía francesa) mediante dos muñecas, la gran Pandora y la pequeña Pandora, que desde París recorrían Europa con la última moda. En el período de supremacía de la Alta Costura, esta promoción la realizaban las revistas de Moda, o los apartados de Moda en las revistas. En nuestro presente se recurre a todos los medios de comunicación y propaganda, y se emplean todos los elementos noticiables y de imagen, desde películas y actores famosos, hasta fenómenos de actualidad como una guerra. Todo para asociar una idea a la mercancía (lo que se llama imagen), y así potenciar la función de indentidad y distinción que cumple el vestir.
Muchos pensadores («críticos») han creído que el sistema de promoción de la Moda es el elemento más importante en lo que se ha llamado tiranía de la Moda. Según estos pensadores la Moda (el Poder, en este tipo de literatura) emplea la propaganda para controlar los gustos e ideas de la gente. Aparte de la noción totalmente errónea de propaganda como determinación mecánica (a más tiempo de exposición a un anuncio, y cuantos más anuncios vea, un individuo estará más convencido-alienado), estos pensadores no tienen en cuenta que existe una multiplicidad de creadores y de marcas, y que las revistas, y otros medios de comunicación, favorecerán a unos más que a otros, o a unos y no a otros, de acuerdo a sus intereses; en todo caso, no cabe asumir, por principio, que publicistas, críticos, periodistas y exponentes de la moda acaten por entero las disposiciones (en ideas y en diseños) de creadores y marcas. Se trata de dos sistemas relativamente independientes, y uno puede marchar de modo distinto a lo previsto por el otro.
Creador o diseñador de modas
Al actual creador de modas, heredero de los modistos de Alta Costura del siglo XIX, continuamente se le intenta equiparar al artista genial. Esto es un fenómeno nuevo. Tradicionalmente se le ha considerado como costurero, o modisto; esto es, más que artista era un artesano, como lo era el carpintero o el cerrajero respecto al arquitecto. Esto ha sucedido porque, como hemos visto, la Alta Costura juega con la idea de ser Arte (y Cultura), y con ello garantiza para toda la Moda el prestigio inmenso de tales ideas. A tal fin, los grandes diseñadores de vez en cuando se inspiran en el arte «de calidad», en algunos estilos sacados de la vanguardia (como Mondrian, Gaudí, el mismo Kandinsky, &c.). Y, como los grandes artistas, los diseñadores quieren ser vistos como aquellos que sienten el momento, lo expresan e incluso lo salvan. Con todo ello el creador o diseñador de modas se convierte en marca. El acercamiento de la Moda al Arte no es más (ni menos) que cuestión de imagen y marketing. Por eso este guiño al arte «de calidad» queda reducido al ámbito de la Alta Costura y algunas de sus pasarelas. Los diseñadores de la ropa reproducida en serie (la ropa que efectivamente va a llevar la gente), que son la mayoría de «creadores» en la Moda, no llegan a alcanzar celebridad y estatuto de artista genial.
Estilista y modelos
En la Moda, el estilista es, por lo general, quien selecciona a las y los modelos que serán soporte de la oferta. El modelo es algo más que Belleza que seduce y fascina para así vender la ropa. Se le elige por un look determinado que se quiere impulsar, por una identidad que quiere inspirar, por una ideología que se le quiere asociar. Los y las modelos son auténticos símbolos de la ropa que llevan en las pasarelas. Aunque, por supuesto, símbolos estilizados e idealizados. En cierto sentido, la gente ha asumido que forman parte del espectáculo de la Moda, que para llamar la atención debe convertir las pasarelas en auténticos shows. Se percibe que el vestir de las pasarelas y el vestir de la calle no son lo mismo, y lo que vale en uno no vale en otro. Nadie se atreve a salir a la calle con las transparencias con la que salen a la pasarela las y los modelos. Es incorrecto, por tanto, hablar de imitación mecánica de los modelos. Éstos, más bien y tal como hemos dicho, se encargan de la imagen de la marca, de promocionar en general ideales de juventud, belleza, hedonismo que los diseñadores quieren asociar a sus prendas, y en particular potenciar identidades específicas según al mercado al que se quiere dirigir.
La Moda como mercado
La Moda es un negocio, es un sistema de ganar dinero. Esto ha marcado su configuración actual. Una primera consecuencia es que ha dejado de ser consumida sólo por unos grupos para ser ofrecida a todos. Ya hemos mencionado cómo el motor principal de la Moda ya no es la Alta Costura, sino la fabricación en serie del pret-a-porter, no sólo, como es evidente, desde el punto de vista económico, sino también en el diseño e imagen. Así como en el s. XIX, hasta mediados del s. XX, sólo ciertos grupos vestían a la moda, mientras que la mayoría, sobre todo el campesinado con su traje tradicional de confección más o menos casera, en la actualidad no hay un vestir que no sea Moda. El mercado de la Moda se ha, pues, extendido.
Otra consecuencia importante es que la oferta se ha multiplicado en diversos géneros, hasta convertirse en un mercado pletórico. La principal herramienta de diversificación en la Moda es la identidad, muchas veces asociada a la marca. Como los antropólogos han estudiado, el vestir y los adornos van vinculados al status y rol de los individuos que los llevan. Esta función ha sido recogida por la actual Moda, con la importante diferencia de que la nuestra es una sociedad bastante más abierta, con lo que no hay status y roles limitados y bien definidos. En el límite, la Moda se dirige a los individuos, pretende que su ropa sea expresión de su auténtico interior individual, de sus sentimientos y convicciones. En esto, su discurso se parece peligrosamente al expresionismo humanista o superlativo que ya vimos en el artículo Del expresionismo. Se supone que la Moda predica el «ser tú mismo» al dar a elegir el estilo de cada cual. Remito al mencionado artículo para un desarrollo mayor de esta postura y su crítica. En el fondo, es sospechosa la noción de interior auténtico, y es un milagro que se dé una correspondencia entre el interior individual y el estilo socialmente confeccionado. Por eso, dejando aparte las funciones propagandísticas que pueda cumplir un discurso sobre la autenticidad de cada uno llevando un tipo de ropa determinado, hay que interpretar de otro modo la atención a los individuos por parte de la Moda. Hay que considerar que la Moda, en cuanto mercado, es mucho más flexible, respecto a sus competidores, si va dirigida a átomos más que a comunidades, y las ventas se multiplican. Los átomos, que son los consumidores responsables, pueden llevar distintos estilos de acuerdo a su humor, y según las distintos contextos, mezclarlos, puede «jugar» con varias identidades (el caballero con traje y corbata de día se viste de cuero ajustado por la noche y ser un ocupa de fin de semana). En realidad no podemos estar más lejos del discurso de la autenticidad. Así pues, lo que la Moda exalta, como mercado, es la libertad de elección de los consumidores. Una vez más constatamos como errónea la noción crítica de la tiranía de la Moda, como poder (o aliada del Poder o Sistema) que anula la capacidad de elección. Aunque dirigida a los individuos, la Moda no puede dejar de ofrecer sus productos clasificados en géneros diversos. Una producción hecha a medida de todos los individuos consumidores es literalmente imposible. Además, una oferta ingente paralizaría al individuo, que no podría manejar los datos suficientes para realizar una elección responsable. En el caso de la Moda, esto es importante, puesto que se requiere que el individuo que viste a la Moda tenga el conocimiento de en qué circunstancias se debe llevar tal y tal cosa, y lo que significa (esto es, las identidades, ideas y posiciones asociadas) ante los espectadores, bajo pena del más espantoso ridículo o confusión. Por último, la Moda debe disponer su oferta clasificada en géneros porque perdería la característica, importante en el marketing, de permitir la pertenencia a un grupo (y a un tipo de música, un conjunto de disposiciones, unas ideales, &c. asociados a ese grupo)
Un tipo especial de diversificación de la oferta es la organización de la Moda en dos temporadas (otoño/invierno y primavera/verano). Tras la temporada, la ropa se «desmoda», y pasa a venderse más barata en los países que la han fabricado: el sudeste asiático, Brasil, China y el norte de África. Esta sucesión de temporadas ha llevado a definir la Moda como «novedad» o, más bien, como cambio sistemático de estilos. La función de este cambio era, al principio, separar las clases que estaban a la moda y las que no (campesinos y obreros); se distinguían las clases que demostraban su potencia permitiéndose estar atentos a las últimas tendencias, no preocupándose de otros asuntos más urgentes. Ahora las temporadas cumplen la función importante de evitar el colapso del mercado. Por un lado, se eliminan o se van desgastando ciertos estilos y géneros (que pueden reaparecer décadas más tarde), y por otro lado se van creando estilos y géneros nuevos que la gente pueda desear consumir. En la Moda se da una auténtica selección natural ante unos nichos de recursos (ventas) limitados.
La imagen en la Moda
Es un error común en la crítica a la Moda, y al mercado en general, creer que nos conduce al «hombre unidimensional», por citar la famosa obra de Marcuse. El mercado, según estas críticas, es «sólo economía», puro medio y no un fin (y el hombre es fin en sí mismo), reduce todo a cantidad monetaria y olvida la calidad de valores e ideas, &c., &c. Pero hay que decir rotundamente que todo esto es falso. En el mercado ni el corazón ni la cabeza están ausentes. Más bien son necesarios a fin de aumentar las ventas. En el mercado, y en especial en el mercado de la Moda, no sólo intercambiamos dinero por productos, sino que satisfacemos lo que deseamos, hacemos lo que queremos o debemos hacer, realizamos una identidad. Los productos del mercado están rodeados de discursos que los justifican, propaganda que nos los hacen desear, imágenes con las de alguna manera nos identificamos. Esto es más que evidente en la Moda.
Esta fusión entre el vestir y el conjunto de ideales, disposiciones, sentimientos, identidades, &c. en Moda se ha venido a llamar look o imagen. En el vestir no importa tanto el tejido, la hechura, el confort (las propiedades de un mercado «económico puro», que sólo se tiene en cuenta los medios «utilitarios y materialistas») cuanto el look, la asociación de prenda (o adorno), actitudes, gestos, sentimientos, valores, posiciones frente a otros grupos, &c. El mercado, pues, no nos conduce a un «hombre unidimensional», sino más bien a un hombre pluridimensional; se trata de un mercado pletórico tanto de bienes como de imágenes asociadas a esos bienes. Mercado y sociedad plural (hasta el extremo del átomo consumidor) son, pues, interdependientes.
Cualquier acontecimiento de cierta importancia es utilizado en el marketing del producto. La razón es evidente: estos acontecimientos (como la guerra contra Irak, que ha generado que haya pasarelas de mascarillas a la moda) provocan diversas reacciones y discursos que el mercado de la Moda no puede permitirse despreciar. Estos acontecimientos o generan looks nuevos de temporada, o pasan a engrosar el alcance de los looks ya existentes. Tenemos, pues, otra razón para discutir la idea de tiranía de la Moda. Ésta no nos obliga a pensar como ella (o el Poder) quiere, sino que muchas veces se limita a recoger las manifestaciones y posiciones «de la calle», e incluso las asociación de estas manifestaciones con looks concretos (como las rastas), para que se expongan en los escaparates de su supermercado. Otra cosa es que los pensadores críticos se escandalicen de que cosas tan «serias» se conviertan en espectáculo y farándula, y se juegue frívolamente con ellas. Pero esto también es demasiado simple como para ser cierto.
Muchas de estas imágenes quedan asociadas a las marcas, como Lacoste o Benetton. Esta última compañía concentra sus actividades sobre todo en cuidar su imagen. Si el mercado fuera «economía pura», su atención principal sería entonces abaratar los costes y ofrecer un producto más útil. Pero esto no es así, como hemos visto. Benetton más bien se desentiende de la producción de ropa, encargando esto a subcontratistas que le permitan mantener bajos los costes de la producción (generalmente explotando a mujeres en condiciones miserables), cosa facilitada enormemente por las nuevas tecnologías de la información. Benetton se ha especializado en campañas publicitarias ingeniosas y controvertidas, compitiendo muchas veces con las mismas vanguardias artísticas (y generando la consiguiente indignación de éstas) Son famosas sus campañas en contra del Sida (con un cartel que presentaba condones de todos los colores), en contra del racismo (presentando a gente de distintas razas como modelos); e incluso llegó a escandalizar con un cartel que imitaba la película Crash de D. Cronenberg (que a su vez se basaba en la novela de J.G. Ballard) Vemos, pues, llamadas a una mayor justicia, compromiso, refinamiento artístico, y todo para mantener su producto en el mercado.
Ideas metafísicas en torno a la Moda
Hasta ahora he descrito, muy sumariamente, el funcionamiento de ese sistema de sistemas que llamamos Moda. Este sistema ha generado diversas ideas que han servido para intentar describirlo y para juzgarlo. En los siguientes apartados expondré las principales ideas que se encuentran en los libros sobre la moda. Las he llamado «metafísicas» porque se basan en dicotomías sustantivas, no dialécticas, y generalmente sin determinar lo suficiente los parámetros desde los cuales se dibujan, con lo que resultan inoperativas a la hora de responder qué es la Moda (por el contrario, resultan muy operativas en cuanto marketing)
Sustancia y modo (accidente)
La dicotomía principal, y de donde quizá provenga el propio nombre de «Moda», es la de sustancia y modo. Se supone que la Moda es lo que envuelve al cuerpo, es su envoltura superficial, y que va cambiando constantemente. La analogía de sustancia y modo parece, pues, evidente. La sustancia sería el individuo y su ropa sería un accidente sobrevenido. De aquí provienen todas las críticas que hacen una llamada a lo auténtico, a lo interior, al cuidado de uno mismo, frente a la preocupación por cosas tan pasajeras y secundarias como la vestimenta y el adorno. El prestar mayor atención a la ropa que a uno mismo (a lo accidental que a lo sustancial) sería una situación aberrante que invierte el orden de lo que debe ser.
La comparación entre la sustancia y lo accidental respecto a la Moda ha sido llevada aún más lejos, hasta convertirse en una filosofía de la historia. Para algunos pensadores, Moda sería toda expresión superficial y visible de una época. La Moda alcanzaría a todas las manifestaciones del Zeitgeist: movimientos filosóficos, políticos, artísticos, culinarios, &c., que irían apareciendo y desapareciendo constantemente. La sustancia queda ahora fijada como Espíritu, Humanidad, Intrahistoria, &c. Moda, en este sentido, estaría relacionada con modernidad en cuanto expresión de una era. Los eventos, movimientos diversos, personas que sean expresión adecuada de su tiempo serán modernos. Es interesante comparar en este sentido la idea de Moda con la de Vanguardia. La idea de Vanguardia se enfrenta a la idea de Moda. Los modernos (los que están a la moda) viven tranquilamente con los valores de su tiempo, los vanguardistas chocan frontalmente con las expresiones de su tiempo y luchan porque se alcancen unos valores futuros. Ésta ha sido una crítica muy usual de la Vanguardia contra la Moda (parecida, por cierto, a la que Kierkegaard hacía de la Cristiandad por parte del cristianismo). Pero establecer esta distinción así no parece suficiente. Las vanguardias no estarían de acuerdo con adelantar las expresiones superficiales y visibles del futuro. Más bien su intento es profundizar no con el futuro, sino con lo eterno, vale decir con lo sustancial. Un libro interesante en muchos aspectos es el Teatro a la moda del aristócrata compositor Benedetto Marcello donde establece una distinción, para el melodrama, entre Moderno y Antiguo (esto es, lo siempre válido), semejante a la que hará después Wagner al intentar revivir, como vanguardia, la antigua tragedia clásica. Vanguardia y Moda no se oponen en cuanto accidente por venir y accidente actual, sino como Sustancia y Accidente. En el caso de la Vanguardia se trata de una sustancia que acabará por mostrarse como auténticamente tal, que se irá realizando con el tiempo superando los diversos accidentes a la moda. Esta visión, por supuesto, presenta multitud de problemas. Si la aceptación de los artistas de vanguardias depende de la realización futura de lo sustancial por ellos avistado, ¿cómo es así que la muchos de ellos sean actualmente -- en este mundo dominado por la Moda-- ampliamente aceptados y hasta venerados? Lo avistado por los vanguardistas, como la Alemania aria de Wagner o la sociedad de máquinas liberadoras del trabajo de Mondrian, no se ha cumplido, ¿cómo es así que los modernos no los rechazan? Esto muestra que el presunto valor de tales obras de arte procede de fuentes distintas que lo sustancial.
En general, caracterizar la Moda como lo accidental, respecto a lo sustancial es incorrecto dada su generalidad: no de todo accidente se dice que es Moda (en la catalogación aristotélica, el accidente más cercano sería el de -«tener», «llevar», «portar»-). Y además es inadmisible considerar que hay un yo auténtico respecto a lo que uno deja ver, o una historia, humanidad o Espíritu auténticos respecto a las manifestaciones que se dan de ellos. El yo no puede separarse de lo que se ve de él, de lo que elige llevar encima de su piel (aunque pueda establecerse el yo como instancia crítica respecto a las manifestaciones); y lo mismo cabe decirse de la Historia.
Seriedad y frivolidad
Esta dicotomía depende de la anterior. Lo sustancial sería lo serio y lo importante, mientras que lo accidental sería lo frívolo y banal. Esta dicotomía ha sido ampliamente utilizada en el artículo de Eduardo. Para éste ha sido la sociedad frívola, la sociedad de la Moda, la que nos ha librado de las grandes y serias ideologías que pretendían transformar el mundo. Lo frívolo se promete placentero, confortable, presenta horizontes de mayor libertad y cultiva un tipo de cinismo que Eduardo, inspirándose en Sloterdijk, califica de «razón cínica». El dandi es la figura prototípica de la frivolidad de la Moda. El «apuesto Brummell», uno de los primeros y más famosos dandis ingleses, ocupaba varias horas al día en colocarse bien la corbata y en pulirse la cara, en lugar de preocuparse por los graves problemas de política y economía que preocupaban a las personas serias de entonces. Toda su posición social, todo su prestigio, dependía de la elegancia de su corbata. Puede decirse, entonces, que era libre respecto a los urgentes problemas que agobiaban a los demás.
Ahora bien, considero también errónea esta determinación de la Moda. En primer lugar, por su generalidad. Y, sobre todo, porque olvida que la Moda es un asunto muy serio. La mayor tragedia de la Moda es que no venda, el que un estilo no cuaje, el que una marca se hunda, lo que acarrea menos beneficios y el despido de muchos trabajadores-consumidores. Además de esto, la moda presenta rasgos agresivos de rivalidad y competitividad entre los diversos grupos a la moda. De ahí la presunta importancia de la prohibición de llevar piercing en el trabajo, o la inadecuación de llevar ropa deportiva en una fiesta de etiqueta, o la imposibilidad de entrar en ciertas discotecas con zapatillas o calcetines blancos. Y la práctica del vestir también es el escenario de rivalidad entre los sujetos individuales. La seriedad con un joven lleva una dieta estricta para lucir unos pantalones o un vestido para así dar envidia a sus compañeros de clase, o para conseguir el novio o la novia que deseen, no parece ciertamente indicar que la Moda sea algo tan lúdico.
Apariencia y realidad
Esta dicotomía se presenta con evidencia tras la noción de la vestimenta como «envoltorio que se ve». La Apariencia sería la Moda, y la Realidad nuestro yo interior más auténtico (o bien los valores e ideales más auténticos y sublimes, o bien la Historia auténtica --la intrahistoria--) Como puede apreciarse, esta dicotomía corre paralela a la de Sustancia y Modos. Los críticos de la Moda (entre ellos, las diversas vanguardias) consideran que la Apariencia ha negado la Realidad, que la ha sustituido. La Moda hace que tomemos por Realidad lo que no son más que simulacros suyos; que tomemos lo inauténtico por lo auténtico. Y esto es lo que consideran espectáculo.
Identificar Moda con «apariencia» es erróneo, porque no toda apariencia se puede considerar Moda. Pero además no puede contraponerse la Apariencia (en el sentido de «fenómeno») con la Realidad; y esto es válido también para la Moda. «Lo que se ve» nos informa sobre «lo que hay». Es verdad que muchas veces las apariencias pueden engañarnos sobre la Realidad. Pero si las descubrimos como tales apariencias, nos dicen mucho acerca de «lo que hay». Así, no hay por qué creer, por principio, que las apariencias (en el vestir) con que se nos presentan las personas sean engañosas de lo que son. Sabemos que las rastas y el juego del Diabolo señalan un «antiglobalización», que las camisetas moradas (acompañadas de pantalones negros y pendientes de anillo) son características de la llamada «izquierda abertzale». Es verdad que pueden llevar esas ropas y no ser ni lo uno ni lo otro (como Beth que, para aclarar que no era una violenta contra el sistema, dijo que llevaba rastas porque «le gustaba el rollo»). Pero si sabemos la razón de por qué las llevan esas prendas seguro que conseguimos información auténtica sobre esas personas.
Efímero y constante (eterno)
La Moda sería ahora el «imperio de lo efímero» frente a lo que permanece más o menos constante. Esto es así en respecto a los trajes tradicionales (como el sari, el quimono, el traje mandarín) que permanecen más o menos inalterables en contraste con la variedad de los vestidos a la moda. Y ya hemos visto cómo la moda se organiza en dos temporadas con el fin de ejercer una «selección natural» respecto a los estilos del mercado. Ahora bien, concluir de estos hechos que la Moda es lo efímero o lo que «está a la última» es más que discutible. La dicotomía de Efímero y Constante reproduce la dicotomía de Sustancia y Modos, y con ella la de lo moderno y lo vanguardista, vista antes. Sin embargo, hay que constatar que las vanguardias continuamente están produciendo novedades, y que un movimiento sustituye a otro (aunque no ciertamente con la rapidez de las temporadas de la moda) Uno puede decir, legítimamente, que el Arte se ha convertido en Moda (y que, incluso, todo nuestro mundo está afectado por la Moda, y que todo se ha convertido en efímero). Creo, más bien, que los cambios continuos y rápidos que se producen en el Arte y en la Moda son consecuencia de su comercialización. La organización en temporadas es un efecto claro del mercado pletórico. Y algo parecido pasa en Arte. Los museos y galerías de Arte necesitan nuevos géneros con los que negociar y atraer a la gente; necesitan renovarse de obras e ideas con que alimentar sus círculos de degustadores artísticos (artistas, filósofos del arte, críticos de arte, visitadores asiduos, y demás fauna) Otra cosa es que las vanguardias, y el Arte en general, emplee el discurso de lo eterno y lo sustancial. Pero ello se deriva de su subordinación a la idea de Cultura (y no tanto de las poéticas concretas).
Además, tampoco puede decirse que la Moda sea la «última novedad». Muchas veces no se puede ir a la última, porque, al menos en determinadas circunstancias y en ciudades de provincias, se cometería el pecado más grave en lo que a la Moda respecta: se caería en el ridículo y en el desprecio que se tiene al snob.
Fracaso del Arte y de la Moda
Eduardo, en su artículo, sostiene que la Moda ha realizado silenciosamente las vanguardias. Ahora bien, esto no puede mantenerse en ningún sentido. Las vanguardias pretendían expresar un yo interior auténtico, o un Espíritu o Cultura, para con ello realizarlos y así salvarnos por elevación. Esto lo encubrían bajo el objetivo de unir Arte y Vida, que no era otra cosa que elevar la vida prosaica a la vida poética (la vida auténtica) Su enemigo principal era el mercado del arte de masas, que conducía a los hombres a una vida inauténtica. En su discurso empleaban las dicotomías que hemos visto más arriba. El mercado del arte echaba a perder la vida poética porque la convertía en apariencia, en accidente, en algo efímero y frívolo. Además, ese mercado del arte de masas ejercía una auténtica tiranía de seducción sobre el hombre: le indicaba cómo tenía que pensar, cómo tenía que sentir, cómo tenía que comportarse. Y esos modos de sentimiento, pensamiento y acción eran, por supuesto, aparentes, accidentales, efímeros, frívolos. Era necesario una sacudida que sacara al hombre de ese estado de perdición o culpa y lo elevara a esferas más sublimes. Ésta era la misión de las vanguardias, y el Arte en general. La Moda, como un mercado más, era condenada de la misma manera, tal y como muchos «críticos» (románticos nostálgicos, como los vanguardistas) siguen haciéndolo actualmente. Las vanguardias, como traté en mi artículo El fracaso de las vanguardias y también El Arte basura, no han podido desbancar el arte de masas. Primero porque esas dicotomías, como hemos podido comprobar, son totalmente inadecuadas. Y en segundo lugar, porque las vanguardias mismas se han convertido en elementos (más o menos fundamentales, a juicio de cada cual) del mercado artístico.
Lo mismo que se dice de las vanguardias cabe decirse de la Alta Costura, que ha intentado ganar prestigio asociándose a las ideas de Cultura, Arte, genio creador/salvador, &c. Pero esto se ha aprovechado como una operación de marketing. Lo mismo que Benetton asocia sus productos con la idea de solidaridad, antirracismo, &c., las marcas de los grandes diseñadores se aprovechan del prestigio de la idea de Cultura (y la salvación que va unida a ella) para poder colocar sus productos en el competitivo mercado de la Moda. En este sentido, cabe decir que la Moda (entendida como la Alta Costura, ha fracasado).
En primer lugar, mientras que las proclamas de Arte, salvación y genio creador son distribuidas a lo largo y ancho de pasarelas y revistas de moda, la gente contempla ese mundillo como un espectáculo más. La gente no se toma demasiado en serio lo que las pasarelas dictan sobre cómo debe vestirse, pensar o comportarse; del mismo modo que no se toma en serio el comportamiento de los protagonistas de Terminator III o Todo sobre mi madre. Esto no quiere decir que no tengan influencia alguna, pero siempre «filtrada» por el consumidor, que no es ninguna víctima de la seducción. En el vestir, apareció el wonderbrá, se comentó por toda la prensa de la moda, y no por eso se adoptó por todas las mujeres del mundo (las drag-queens son quienes más lo llevan); lo mismo cabe decir de las transparencias, o los atrevidos modelos que se presentan en las pasarelas. Como industria del espectáculo, los más atentos a los movimientos de la Moda son los que viven del mundo del espectáculo: modelos en primer lugar, como también actrices, presentadores de televisión, famosos en general, &c.
En segundo lugar, la Moda (en cuanto Alta Costura) ha fracasado también en su función salvadora. La Moda maneja gustosa la idea de que «estamos a salvo» gracias a ella; nos salva del mal gusto, de lo cursi, de lo hortera. Hoy, sin embargo, las fronteras entre el buen y mal gusto, entre lo chic y lo cursi, han perdido su nitidez. Hay tantos estilos, y cada uno los mezcla como quiere, e incluso lo antiguos estilos vuelven a renovarse, que ha perdido sentido hablar en un único sentido de buen gusto que distinga entre salvados y condenados. El mercado pletórico ha ganado la batalla a las direcciones impuestas por la Moda (entendida como Alta Costura) El valor de una prenda (como el valor de una obra de arte) no depende tanto de una presunta «calidad», o de un diseño «elevado», o de su capacidad de expresar «auténticamente» al portador; su valor, depende, en cambio del mercado, de cómo respondan ante ella los consumidores.
Así pues, la Moda, entendida como Alta Costura, no ha realizado silenciosamente los ideales de las vanguardias porque, en el fondo, se tratan de los mismos. Ahora bien, el artículo de Eduardo se refería más bien a la producción seriada de vestidos, lo que se llama pret-a-porter. Sin embargo no veo cómo lo hayan realizado cuando se han mostrado incorrectos los análisis metafísicos empleados por las vanguardias. La estrategia en el artículo de Eduardo parece consistir que las cosas han ocurrido al revés; que lo que ha triunfado no ha sido lo sustancial, lo eterno, lo serio, lo real, lo auténtico, sino lo accidental, efímero, frívolo, apariencial, seductor, &c. Esta estrategia es parecida a la de Vattimo y otros llamados «posmodernos». Pero tal conclusión parece conceder validez a los análisis de las vanguardias y críticos del mercado en general, aunque «dados la vuelta». Tal como he intentado hacer ver, estos análisis son metafísicos, aunque sean operativos a su manera (como se puede apreciar en la cantidad de ediciones que tienen las obras teóricas de Kandinsky publicadas en Paidós, y cómo este discurso «crítico» es predominante en nuestros pensadores progresistas) Por tanto, una teoría materialista del Arte y de la Moda ha de disponer de otros criterios que den cuenta de qué sea el Arte y la Moda.