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El Catoblepas, número 19, septiembre 2003
  El Catoblepasnúmero 19 • septiembre 2003 • página 8
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Estivalia

Pelayo Pérez García

Excurso de un diario de circunstancias

Julio, segunda quincena

En la Alta Saboya, cerca de las laderas del Mont Blanc, releo «Ser y Tiempo», en la nueva traducción de Jorge Eduardo Rivera, y editada este mismo año por Trotta. Me pareció espléndida, fluída y 'comprensible' respecto a la traducción clásica de Gaos. No sé, tal vez los heideggerianos tengan algo que decir. Me pondré en contacto con el amigo Felix Duque, una autoridad y un «lector crítico» del filósofo alemán. O esperaré a encontrarme de nuevo con Patricio Peñalver en el Congreso sobre «Filosofía y Cuerpo», que organiza la sociedad de Filosofía de Murcia, después del fugaz reencuentro en Gijón, ocupado por cierto por la internacional sionista. Espero no se enfade Gustavo Perednik, con quien he disfrutado y aquí lo confieso. No soporto a los Nart de turno, y lo tienen para rato. Gustavo convendrá conmigo en que el tal Nart no era adversario posible, se desinflaba el solo a medida que su «yo» plúmbeo, pese a su cosmopolitismo aparente, pretendía explayarnos su experiencia del Mundo, su umwelt telemediado. El señor J. Nart es un habitual de la Televisión, que se hizo famoso con un programa que dramatizaba juicios con jurado y que ahora acude a debates donde ejerce de «racionalista», de hombre tolerante, agnóstico y moderno. Y de eso mismo acudió a los encuentros de Filosofía en Gijón. De famoso trotamundos que además escribe, de hombre «mundano y experimentado». Es lo que hay. Ya hizo aquí alarde de su 'yo' prístino el conspicuo «fisicien á la Suisse», y no sólo él por supuesto, con el que mantuve en estas páginas una polémica en falso suscitada entre nosotros, a sabiendas de que no contesté adecuadamente, ni mucho menos, pero no estuvo mal ver como algunos se inflan por escribir artículos de alta escuela y en el hinchazón dan todo cuanto tienen, aires de alta montaña. Es esta una asociación de personas, de rostros, de actitudes. Me trajo a la memoria al astrofísico citado la visión de Suiza hace unos días.

Pero estábamos recorriendo el lago Leman, tan cerca del mentado y conspicuo astrofísico, allí donde Rousseau tiene estatua. Releyendo a Heidegger, su «cuidado», «respectitividad» y «significatividad», tan Dasein él. Tanto que no me cupo, el de él, pues el mío ya lo cuido como se deduce. Ya que miento a Murcia y a Peñalver, se las trae el haberme metido con las cosas del Cuerpo, veremos como salgo. Sobre todo después de esta daseínica lectura donde la «trama de la vida», el «cuerpo biofisiológico», lo ente, el hombre que en cada caso soy, queda así como desleido. Desleído, porque la cosa como se sabe va absolutamente del Da-sein, como reducido todo a las estructuras esenciales, sino fuera por que... Ahí, el Ser hace mundo, para la cual necesita del cuerpo, de las manos y los ojos, de los pies que lo mueven. Pero queda todo como perteneciente a lo intra-mundano, incluso 'cae' del lado de «lo impropio», «de lo público». Algo así como el señor Nart en Gijón, con su estudiada melena, sus pulseras, su tono, su impropio «Yo» ocultando realmente su «Sí mismo» propio. Hemos ganado en la traducción, ya digo. Ahora no es cuestión de autenticidad, sino de propiedad o impropiedad (el término alemán es eigenlichkeit, 'propiedad'). Incluso en el texto heideggeriano reconocemos aparece algún judío peculiar, aunque claro para criticarlo, como a Bergson, aún no bautizado. No sé que dirá Perednik de los lectores judíos de Heidegger: Arendt, Benjamin, Levinas, entre otros, tan peculiares como el mismo Heidegger.

A los pocos días de valles y cumbres, se me olvidó Gijón y las batallas que en los encuentros «sobre la Paz» se dieron. Los «seres televisivos» parecen estropearlo todo, o acaso no. Acaso soy yo mismo el que se escandaliza por nada.

Al fin y al cabo, estas líneas son propias de «la calor». Y resulta paradójico haber ido a los Alpes para releer a Heidegger. Solo eso, paradójico. Luego uno recuerda las frondas de abetos, las sendas donde perderse, los lagos y cabañas, el ganado que pasta silente y va comprendiendo mejor la susodicha traducción del profesor chileno. Y al mismísimo Heidegger. Al fin y al cabo, no nos lo pone más fácil Gustavo Bueno. Tampoco en lo público. No está mal esto de volver a la ontología del ser-ahí después de una inmersión en las técnicas y las ciencias, como la Televisión por ejemplo y a cuyo análisis vuelvo, nunca mejor, para elucidar los caminos que desbrocen la «verdad y la apariencia» que ejercita críticamente Bueno, e intentar comprender un poco más estos viajes por cumbres y lagos, por valles y ciudades. Después uno se encuentra con lo que dejó. Los Gil y compañía, la sucesión política como si se tratase del trono, los envites del nacionalismo, los magnolios y las mujeres estupendas que esplenden como atractores de luz y calor. Demasiado calor.

Agosto, primera quincena

Incluso uno se encuentra con un artículo propio publicado en esta misma revista que no pretendía contribuir, como tal artículo, al Congreso de Jóvenes Filósofos del próximo año en Barcelona sobre «Filosofía y Locura», sino que ofrecía una peculiar lectura de Lacan, y recordaba su obra, sobre todo psiquiátrica, esta sí como mera contribución bibliográfica. Y ya que en esta estamos, recuerdo la visita de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina a nuestra ciudad, invitado hace dos años por la Sociedad Asturiana de Filosofía, para impartir una conferencia como homenaje y recuerdo a Husserl. Memorable, pero guardo de aquel suceso la recomendación de Urbina acerca de un autor que enmarcaba en lo que llamaba la «deriva de la fenomenología», entre cuyas ramas se encontraría la correspondiente a la psiquiatría y cuyo autor más destacado, Henri Meldaney escribiera una ya clásica obra: «Penser l'homme et la folie», título de por sí ilustrativo.

El libro es difícil de encontrar, pues ni está traducido ni editado en las editoriales conocidas, se encuentra en su segunda edición publicado en Editions Jérôme Millon, 1997, Grenoble, siendo la primera edición de 1991. Merece la pena y el autor, heideggeriano pese a adscribirse a la fenomenología de Husserl, se bate contra el discurso de la esquizofrenia. Pero al destacar, des-enmarcado, el discurso hablado, el habla del hablante, al desencarnar al esquizo, al separarse de la línea de Sartre y Merleau-Ponty, sobre todo, que pareciera de obligada referencia para un francés, entonces uno está tentado de preguntarse: ¿puede el ser-que-habla, en cuanto tal, ser esquizofrénico? Pues sí, y es por esto precisamente que puede «ser esquizo». Aquí, claro, el ser-que-habla tiene obligadamente un cuerpo, pero no aparece, como ocurre con Heidegger, que no pudiendo negarlo, lo elide. Meldaney nos remite a Jaspers y a sus espléndidos estudios psicofilosóficos, que también recomienda Heidegger en «Ser y Tiempo», pero del cual se distanciaría con el tiempo y la política nacionalsocialista mediante. Apetece retomar las cuestiones suscitadas por «el núcleo, el cuerpo y el curso», que utiliza Bueno en otros contextos, no demasiado alejados de éste, y comprobar como 'este curso' puede bifurcarse, trazando así un laberinto nada borgiano por cierto y sí delimitante, urdidor de la malla que aprisiona o asfixia al neurótico o rompe y deshilachado abre el abismo del psicótico.

Meldaney cita y trae a cuento a sus maestros, que sí son recomendables para enjugar el discurso de cara al Congreso sobre Filosofía y Locura, nos referimos a Minkowski, Ludwig Binswanger o L. Szondi, entre otros clásicos del estudio sobre la esquizofrenia, que además afrontaron estos problemas desde la influencia de la filosofía alemana. Nos lleva así del Daseinalyse a este Shickanalyse, representado por E. Strauss y von Weizäcker además de los ya mentados.

Luego esta el asunto de Freud, ya que comenzamos con Lacan. Que no es otro que el asunto del cuerpo, aquí recuperado. Su «eros y su tánatos», sus pulsiones y su líbido, su hambre, su reproducción, «su lucha a muerte por el puro prestigio», su tríada egoiforme. Y los complejos, los de Edipo o los del Hipopótamo por caso.

Meldaney merece ser tomado en consideración y como quiera que ayer volvía al citado ensayo y releí la conferencia magistral con que inicia su andadura, diré algo más pese al calor. Lo diré con sus palabras:

«El ser-ahí (Dasein) psicótico es una existencia donde la autenticidad (l'authenticité, escribe H.M.) está en juego en la inautenticidad misma (pág. 6 del citado texto). Y también, «l'existence est sortie á soi». Hay otras cuestiones sugestivas: la referencia al 'yo' melancólico de Hegel y Schelling, a la Stimmung y al deseo y su sentimiento de pérdida, «la pérdida de la existencia» no tiene precio. Ahí vemos surgir la conciencia de Abraham, en Hegel, y la muerte 'impuesta' del hijo, la angustia, la clave del existencialismo kierkegaardiano. Hemos vuelto a Freud, y a Lacan, y sino léase la mentada «Introducción al Narcisismo», hay edición en Alianza editorial, del primero o el Seminario exhaustivo del segundo acerca de 'la relación de Objeto', hay traducción con este título en Paidos. La carnalidad del verbo tiene mucho, sino todo, que ver aquí, y su materialismo concomitante nos afecta sobremanera, por peculiar que sea. La carne habla, pero al hablar 'va más allá de sí', abre el surco de lo que no es, el surco que conduce a la muerte al ir fluyendo a su través, medio por el cual algo así como 'el surco' existe: la propia movilidad de mi cuerpo. Este 'más allá' muestra la pérdida de objeto, y la relación espacial tan peculiar que esta temporalidad ejercitada establece, cuerpo tempóreo, disyunto, capaz de anticipar su propia pérdida, la carencia absoluta de su estar-ahí presente a sí... La existencia.

Habrá que dedicar un tiempo a nuestro autor, quien nos obligará al menos a reconsiderar a Husserl, la intencionalidad desviada, vacua o los existenciarios de Heidegger. Los instrumentos de los que nos dota el «materialismo filosófico» nos permitirán abordar estas cuestiones, estos deslindes no siempre bien trazados, determinados, criticados según creemos. Menos si caemos en los 'límites' o en las 'fronteras' espiritualizantes donde los cuerpos se desvanecen como emanaciones marinas, es una salida en falso. Como la que a nuestro modo de ver lleva a cabo Trías entre nosotros.

Estos guiños, que doy en pensar sean bien recibidos por mis amigos, no quisiera se redujesen a un estrecho círculo delimitado por «El Catoblepas», dado que, por lo demás, la revista desborda con mucho este y cualquier otro círculo, por suerte para todos. Así que confío también sea útil este breviario de verano y sea en todo caso leído como propio de estas tormentas pletóricas de destellos que no terminan por descargar, acaso por la desecación de esa materia fertilizante que es la lluvia. No es solo cosa de uno, pero creo que la mejor manera de combatir la sequía es bañarse, otra cosa es que lo hagamos en un estanque, en la bañera, en la mar inmensa o en río más o menos famoso. Como se ve, aquí domina la ducha hablando de los existenciarios heideggerianos debería cuidar a este «uno» (Man) que sale por la boca y se manifiesta dominante en la escritura, muy fácilmente en esta y no sólo por su carácter público, sino por su tono distendido y sarcástico. Aquí se ve, con todo, como el «yo» impropio, perteneciente al «uno», a lo nivelado e impersonal (uno y ninguno) «se» deja ver e incluso «se» impone por encima del discurso propio, personal que concede acaso demasiado en esta distensión discursiva, no obstante su 'críptica' referencialidad motivante: referencias a los viajes y lecturas ostentosas, a los propios escritos, «autologismos» abundantes, así pues... somos, en este sentido, tan nadie, tan cualquiera, tan uno de tantos, que nuestro «yo» se afianza y pavonea ejercitando lo que Freud denominaba «la pequeña diferencia narcisista»: uno es más alto que otro, otro habla tal o cual idioma, aquel es más joven.

En «un nivel cultural más elevado», (que ya no es una diferencia narcisista pequeña, sino una ostentación de 'clase', aunque sea la de un solo individuo), los hay que, por ejemplo, 'padecen' la muy notoria y pública estigmatización etno-nacionalista, para lo cual se sumergen en un baño cosmopolita, pero vuelven y a la primera de cambio, una entrevista en la prensa por ejemplo, muestran «la herida narcisista» y entonces defienden (en) su patria chica, Asturias sin ir más lejos, el «nacionalismo de baja intensidad», la defensa de cosas peregrinas como el bable por ejemplo. Nos referimos al profesor Llera, director del «euskobarómetro», pero que, pese a todo esto y a ser Catedrático en Ciencias Políticas, no ha sacado las consecuencias de su estancia en Euskal Herría. Se trata, como se ve, de mantener «las pequeñas diferencias». Al fin y al cabo aquí, entre nosotros los asturianos, no se mata, no hay kale borroka ni chantajes académicos... aunque a la vista de las decisiones arbitrarias que un común amigo sufre estos días por las autoridades académicas mejor será callar...

Por otra parte, comprobar la mendacidad de nuestra clase política, la medianía escabrosa y escandalosa de nuestra «clase intelectual», el dominio absoluto de lo impropio, del narcisismo de baja estofa, el masturbante ejercicio de la soledad pública a través de la televisión, la caída en el infantilismo sociológico dominante que se extiende a todos los dominios, de donde la crecida de los Nart, la bula de los opinadores de toda laña, el desprestigio del argumento, la vanidad estentórea e hiriente de los escribidores, la magnitud de los cómplices, todo eso se recibe como un electroschock tras un viaje depurador, a cierta distancia del suelo cotidiano. Esta sería la justificación de estas líneas en cierto modo necesarias, catárticas.

No realizo aquí un ejercicio de crueldad o desprecio. Se trata de socavar el 'pensamiento correcto', en sus mascaradas y sus narcisismos, a los buenos chicos en fin, incluido el protomártir del pensamiento políticamente correcto en que se va a convertir Zapatero como no se cure del masoquismo culposo que lo aprisiona, la solución claro no está en el miserabilismo aznarista. Pero 'los buenos chicos' suelen cruzarnos la cara con navajazos invisibles. Al ver la Televisión: por caso, como el egocéntrico y calculador Dragó lanza contra el intemperante Bueno al exquisito muñidor de textos Marina, que además se ofende tras provocar a conciencia a Gustavo Bueno. Otro caso de reincidencia es la convocatoria a este programa dragoniano del cínico catedrático Sotelo, que acepta asistir y asiste a un supuesto debate sobre el libro de un autor y le lanza al propio autor en su cara que no ha leído el libro en cuestión, 'sólo el principio y el final'. Para quienes sí lo hemos leído, aquello que no leyó el ínclito Sotelo, y lo debe saber en su calidad de académico experimentado, es justamente el núcleo argumentativo del libro, claro que si lo leyera le sería más difícil mantener la postura que con premeditación iba a desplegar. Bueno es muy criticable en estos duelos, en estas comparecencias, e incluso en muchos excesos que 'el argumento' no justifica, según creemos. No se puede negar la psicología y luego, por causa de aquella denegación, dejarnos llevar al burladero donde todo se confunde y nos empitona, desangrándose el propio discurso tan esforzada, genialmente labrado. Pero es el propio Gustavo Bueno quien debe dar cuenta de sí, aunque luego sus 'ideas' sean públicas, nuestras, cosa que hay que tener claro frente a estos correctísimos demoledores, un tanto psicagogos, que carecen de una sola Idea...

No he podido ver el vídeo de la intervención de Bueno en los dos programas de Dragó, pero sí conozco los resúmenes de prensa, y sí vi el supuesto debate con Marina y soy testigo de muchos encuentros con sujetos 'supuesto saber', como diría Lacan, otro que tal en estas falsas polémicas. Recuerdo mi artículo aquí sobre Deleuze y las polémicas en filosofía, un imposible... ¿pero entonces? Templar gaitas y seguir en lo propio, estoicamente.

Hablando de gaitas, veo la foto en la prensa del ya famoso Hevia, nuestro gaitero internacional, en Lorient con nuestros representantes astures, celebrando la fiesta de los 'países celtas'. Lorient no es una ciudad bella, pero merece la pena visitar su región, Bretaña. Si Asturias fue un 'país celta' venga Dios y lo vea, aunque acaso haya estado esto tan reprimido por causa de España que no sea consciente de mi pasado reprimido. A lo mejor lo de los celtas pertenece a 'eso', al inconsciente druídico, pero uno intenta ser consciente eso es todo, o sea no mentir, no fantasear. Entonces se empieza a comprender por qué lo intempestivo molesta, por qué aparece y arrasa nuestras comedidas, educadas formas.

El calor hace que mis dedos sigan vericuetos insospechados en principio, pero están ahí y no soy yo precisamente quién los traza. Este ejercicio intempestivo es una ducha fría. Ahora recuerdo que, respecto a las polémicas de y sobre Bueno citadas, nadie dijo nada de los buenos contrincantes y sus buenos modales, nadie dice nada, nadie destaca lo suficiente el escándalo de hablar sin argumentos, de despreciar con buenas maneras, de no existir realmente polémica: todo se reduce a la intempestividad, a las incorrecciones políticas e ideológicas de Gustavo Bueno. Uno puede sentirse molesto con la (in)oportunidad de ciertos discursos buenistas, de ciertas insuficiencias respecto a la guerra de Irak, a la Idea de España o a este mito de la izquierda y no ser suficiente que el propio Bueno presupusiese el escándalo, pues cuando él o cualquiera ejerce y manifiesta publica, políticamente, tiene que contar con 'el uno', con lo impropio, con lo táctico o pasarse al terreno nietzscheano de la negación intempestiva. Bueno es dialéctico en un mundo que reniega de la dialéctica y que coquetea con la banalidad hasta extremos patógenos, metastásicos. Pero dejemos al propio Bueno mostrar su 'sí mismo' propio, puesto de manifiesto en sus libros como sabemos. Dejemos estas cuestiones para cuando refresque.

Es necesario que refresque, y también entre los 'buenistas', quienes confunden y deslíen a su vez los fenómenos en su esforzado retorcimiento de la argumentación, olvidando la argumentación ontológica misma, los pasos metodológicos que el propio Bueno enseña, el hecho de no tratar con campos cerrados del saber, con categorías delimitantes, claras, como en la cuestión judía por caso, a la que hicimos referencia al inicio de este excurso veraniego. No es extraño que a veces aparezcamos como dogmáticos, acaso demasiado rígidos, cuando seguramente se trata de inseguridad e inmadurez, de ese proceso que nos ha de llevar a la cristalización del propio discurso, de tal manera que éste fluya, se desvíe, rectifique, salte barreras e irrigue nuevos espacios, que pueden y deben entrar en contradicción con el espacio de partida, pues sino fuera así habría que pensar que el temor heideggeriano acerca de la muerte de la Filosofía era cierto. Y esto, aunque solo sea porque efectivamente la realidad es «infecta» no «perfecta», así pues, procesual, desencajada y desencajante, no cerrada. ¿O no es esta una de las causas –la causa acaso– del asunto que guía esta líneas subterráneamente, la pregunta por el desquiciamiento de los hombres, la pregunta por la ruptura, la locura, la necedad y estulticia patológica ? Bueno, que nos enseña estas cosas con extremada precisión, lo despliega sobremanera detalladamente en su libro indirectamente mentado, Televisión: Apariencia y Verdad, máxime en su utilización y análisis del modelo por excelencia en esta dialéctica del conocimiento que nos presenta: el mito de la caverna. Hay unos que logran salir al Mundo exterior, a la luz «verdadera» e igual que logran salir, vuelven. Salen no sin esfuerzo y dolor, padecen fotofobia, dolores musculares, acaso alucinaciones y al volver han de enfrentarse con aquellos que viven en y de las sombras, sobre todo con estos, con los descriptores, los mitográfos, los cancerberos. Pero también se nos advierte respecto a los que salen, a los que miran la luz solar, a los que vuelven cegados, invadidos por esa luz, ese «supuesto saber». El contraste, la relación, la acomodación del iris, del propio cuerpo, creo que son los medios paulatinos que nos harán permanecer en medio de las cosas de la caverna y de su Mundo exterior y este no es menor esfuerzo que el primero, pues este nos convierte en «escépticos».

He pasado, sin percatarme, del narcisismo a la vanidad. Nos compete a todos, pero no todos podemos actuar en 'este teatro'. Convendremos que existen vanidosos rezagados, y muchos que mantienen su vanidad a raya, protegida tras las murallas de la necedad, de la falsa modestia, del temor inhibitorio, de la cobardía y la astucia. La vanidad nos somete a su prueba, a la lucha cuerpo a cuerpo al impelernos al cara a cara, a ir más allá del espejo y es entonces cuando las aristas del 'yo' ajeno muestran su condición de rival, la opacidad que intenta causar ante nuestra presencia, cuando no la succión cínica de la irradiación que esa misma presencia causa. Prácticas de la subjetividad, subjetividad a-morfa, sin criterio ni dirección, la cual mediante el cuerpo sale a su ahí, para encontrarse, tropezar, rivalizar con el otro-ahí a su vez.

Los juegos narcisistas, iniciáticos, manifiestan esta diferencia corpórea, esta espacialidad en todo caso 'mía', el peculiar territorio identitario que, sin embargo, enuncia los cambios, las pasiones, las dolencias, el placer fugitivo, los sueños, el hambre y el frío, la soledad 'ahí' des-cubierta que el cuerpo enmarca, individual, sólito. El narcisismo nos introduce en la muerte anunciada por su propia presencia corpórea, y es entonces cuando fantaseamos, cuando luchamos por capturar la 'imagen', el re-flejo, lo imaginario que imaginamos nunca muere, nunca cambia, siempre estará-ahí para-mí... Pero de este primer ejercicio existenciario, la vanidad nos saca por medio del deseo, pues lo deseado, superando precisamente el autoerotismo narcisista, justo para no caer en lo patológico, dice que ec-sistencia es lo fuera de sí (Meldaney: «l'existence est sortie á soi»), pero dice que es «cuidado de sí», fuerza de obligar pues, relación con el otro, con lo otro. Aquí el narcisismo se transmuta en vanidad, en petulancia 'del yo', del 'uno impropio', en la lucha por alcanzar las formas propias, la cristalización de algo que no es pero encubre lo que soy con su reflejo, el que proviene de los espejos, vivientes o no, del idioma, de las conductas, de las relaciones con los objetos, con los sujetos...El estado de perdido, de duda, de temor y debilidad es lo propio de este 'yo' que se desinfla, que experimenta su ser nadie, uno cualquiera, ¿cómo remontar esta nadería sino es por la huida hacia delante, hacia el engolamiento, el 'éxito', la fama o la victoria sobre ese otro, todo otro, que me hace sombra, me nivela, me pone en su sitio, el vergonzante sitio de un hombre cualquiera...? Y sino la locura, «frontera de la humanidad», la invaginación bárbara, la somaticidad desgarrada, el cerco individual de la soledad más radical, más intensa y despiadada. La derrota del 'yo'.

Queda el 'sí mismo' que es de lo que se trata, de lo que trata la Filosofía por caso y de su fortaleza, su «triunfo», su argumento propio frente a la impropiedad de la mayoría, del uno público. La Filosofía acaso surge de este paso a la vanidad de la existencia, de esta presencia a sí desde el otro, de esta soledad inconmensurable y su relación cara a cara. Nace porque este ser frente a sí 'habla' y encontrará ahí, en el habla, la mediación de su soledad enloquecedora, el camino de vuelta desde su vanidad mortal, desde su impropiedad a 'sí mismo', a su propiedad esencial, el 'camino del pensar' por citar de nuevo a Heidegger.

Habrá que poner fin a esta estivalia, al menos por ahora, dejando constancia de los estragos de esta exangüe postmodernidad, que tiene en el 'pensamiento políticamente correcto', su mayor manifestación negativa. La negatividad misma en su negación de todo límite, de toda determinación. Es el 'espíritu' de los tiempo, negación de la negación, pero sin dialéctica, sin 'sujeto', incluso sin humanidad. Así pues, la falta de espíritu, el agotamiento de una modernidad secuestrada por la máquina de producción capitalista, por la cual ella, la modernidad, después de todo existe, parece ya herrumbrada de la mano del positivismo tecnológico, verdadero ente maquínico de producción, a escala planetaria, aunque no estamos seguros sea la única esperanza, 'en su misma negatividad', del Hombre como «animal dialéctico».

Agosto, siete

Lo que «está en la pantalla del televisor está en el Mundo» (GB, Televisión: apariencia y verdad, Gedisa, Barcelona 2000), de tal suerte que uno comienza escribiendo aquí en Asturias tras un viaje por los Alpes y desde Asturias ve en la televisión como el calor reinante en Europa comienza a derretir los glaciares alpinos, claro que verlos en la televisión no es lo mismo que verlos con los ojos ¿qué nos otorgan unos que no la otra? Para lo primero hay que desplazarse, estar allí, experimentar la proximidad, la inmediatez del entorno alpino. Ver, oír, oler, caminar, subir y descender, atravesar, alejarse de y acercarse a...para lo segundo, basta quedarse en casa y enchufar, mirar, oír y participar en el acercamiento mediado del mundo. Hace calor en los allí en los Alpes, pero ahora el calor lo siento aquí, en Asturias, donde sudo y me ducho. Son ambas experiencias e implican ambas a mi cuerpo; ambas lo someten a relaciones y operaciones corpóreas, ambas son causa de reacciones, de emociones, de ensoñaciones, de asociaciones. Son concausas más bien, pues el calor de aquí, la vuelta al trabajo, &c., no se daban allí. Sin embargo ahora, cuando veo y oigo las noticias sobre los Alpes, estos han cobrado una dimensión que antes no tenían, que no tenían incluso cuando aparecían como parte del Mundo... Claro que es por eso mismo, entre otras cosas, que uno va a los Alpes o a Benidorn, porque sabe que existen, que son partes del Mundo, ese que nos enseña la televisión y las agencias de viajes que en ella se anuncia, por ejemplo.

Agosto, doce

«Stultifera Navis», es uno de los títulos que Foucault rescata en su exhaustiva «Historia de la locura en la edad clásica» (MF Histoire de la folie á l'âge classique, Gallimard, París 1972). Todo un título para éste estío de carnes exuberantes y vergüenzas sin fin: el presidente del Gobierno preventivamente acusa a los que se alegrarán de los cadáveres patrios repatriados, a continuación hace mutis y navega por las calas menorquinas. Se autoriza una manifestación previamente prohibida por la consejería de interior del País Vasco y tras esta paradoja contemplamos el insulto a los negros sudafricanos, cuando unos blancos bien alimentados, pertenecientes todos a un 'estado democrático' y de bienestar, miembros de la Comunidad Europea, votantes, veraneantes y disfrutantes de libertad de movimientos, de expresión y de coacción, se manifiestan contra el Apartheid (¡¡Sic!!) que sufren en un anacronismo vergonzante, todo un insulto que no merece ni un comentario. Es la «stultifera navis» nacional.

Corrupción en el norte y corrupción en el sur, sin olvidarnos del centro. Así que ponerme a leer estos textos sobre la locura, es curioso, resulta reconfortante. «La cabeza está ya vacía, la cual deviene cráneo. La locura, es el ya-ahí (deja-lá) de la muerte», escribe Foucault en su obra citada (pág. 31). En el País Vasco se ovaciona a la 'muerte-ahí', como la gran liberadora. Entonces, habrá que pensar que en el País Vasco no existe, como sabíamos, ningún apartheid, sino el «enclaustramiento» propio de los delirios presuntuosos. La presunción, dice Meldaney, es la característica de la esquizofrenia. Y Foucault, «el símbolo de la locura será este espejo que, sin nada que reflejar de lo real, reflejará a quien ahí se contempla, el sueño de su presunción».

Se me disculparán estas 'excursiones' reduccionistas por diversos espacios y categorías. No se trata tanto de subsumir bajo el epígrafe de 'locura', cuanto de manifestar un repudio que, asimismo, exigiría señalar las causas sociopolíticas que gestan esta misma 'locura'. Que Sabino Arana o cualquier otro dirigente actual puedan caer dentro de este epígrafe ya no sería raro, pero no dejaría de mostrarnos un caso individual más, el problema se complica cuando este delirio personal fertiliza campos sociológicos, ideológicos, políticos que desbordan a los individuos y manifiestan fenómenos irreductibles a la psicología, cuando menos a la psiquiatría. Habría que considerar, así pues, que la inversa es más plausible, cómo estas redes morales, conductuales, normativas afectan a los individuos en su proceso constituyente como ciudadanos, como personas, como existentes.

«No hay psicosis mas que del 'existente'», de nuevo Meldaney.

Me arriesgo a simplificar y al hacerlo someter demasiadas cosas a un texto triturante que, por su simplificación misma, deja fuera lo principal: el orden y la estructura de las diferencias, sus oposiciones, sus relaciones...El discurso en sí mismo. Pero ya lo he dicho, este texto es un 'excurso' y esto lo excusa. El discurso vendrá después, a partir de estos movimientos, de estos recorridos, de este zigzag.

El hombre como animal pensante. No porque los animales «no piensen», sino porque el hombre 'habla'. Y es por este medio que el hombre puede volver sobre sí, reflexionar, saber que piensa. Pues el lenguaje esta ahí, es anterior a mí y apunta más allá de mí, en el espacio y en el tiempo, en su temporalidad: diacronía. Ahí discurre el hombre, desgajándose del animal que es, disociándose, diferenciándose, nunca separándose, nunca desvinculándose. Y ahí, en la sincronía de su presente, esa relación diacrónica marca la irrupción alteradora de su negatividad, de su inconsciente, de su desmesura.

Y cómo experimentan los hombres ese más allá de sí, este dis-currir que va desde lo sensible hasta lo inteligible exponiéndose acaso a ese movimiento que Nicolás de Cusa caracterizaba como el devenir a la demencia: «Cuando el hombre abandona lo sensible, cae en la demencia», citado por Foucault. La cuestión está en este imposible abandono, en las tensiones que el «ser en el mundo» nos provoca, en la hiancia que el animal que soy encuentra en el camino de su pensar, el 'entre' que mi conducta operatoria, mi formación moral, mi modulación lingüística, 'cultural' irá tejiendo como praxis, como existencia realmente vivida, como modulación ajustada al «discurso del mundo». Entonces el animal que soy se determina por el pensamiento que me circunda, me atraviesa, me desborda. El animal que piensa, el animal que habla, el animal que enloquece, que se idiotiza, que enquista su propio devenir humano.

Se diría que asistimos ahí al proceso evolutivo de la sensibilidad, a su misma diferenciación, a su principio de individualidad, a los peligros de su formación subjetivante que ponen al sujeto al borde mismo de su objetividad cosificadora, como negación masiva de esa singularidad proyectante que es el ser humano. Pues ahí no hay proyecto, memoria, reflexión, retrospectividad. No hay pues, tampoco, respectitividad, significatividad, cuidado de sí. Se diría, según la concepción heideggeriana de la verdad y el conocimiento, «adecuatio intelectus et rei», que la locura es la inadecuación a la cosa, la determinación desencajante de la cosa y el intelecto, la caída en la masa perceptora, sensible, indiscriminada, encubridora.

Curioso este viaje alpino, esta vuelta , este excurso. No tiene como centro 'la locura', sino como desvío a través de algunas lecturas realizadas en este mes de verano. No es un desvío tampoco de lo sensato, un recorrido desde la razón por los fenómenos que la delimitan y nos ponen ante la sinrazón misma como el otro polo articulador de la estructura pensante. No es más que un recorrido por las páginas cotidianas, por las experiencias comunes, enfocadas eso sí desde otros ángulos, otros lugares, que colocan a esas experiencias bajo el efecto de su movimiento singular. Pero es hora que el discurso atraiga a sí a todas estas excursiones por la memoria y sus asociaciones más o menos libres. Es hora poner orden en medio de tanto desorden.

Agosto y doce

Me fui hace un mes, volví hace poco más de diez días. Lugares, idioma y personas distintas. Noticias ajenas, imágenes y programas televisivos similares, casi idénticos. Oviedo, Evian, Avoriaz, Chamonix... Oviedo y con ellos, los rostros y nombres, los libros, los recuerdos, las ideas velozmente asociadas, los proyectos. Por supuesto, nada hay aquí de particular, estas líneas pertenecen a un dietario personal. La decisión de hacer públicas algunas de sus partes, de comunicar algunos datos, algunas impresiones, reseñas que pudieran ser útiles, convirtió mis notas en un excurso que iba ganando terreno a mi intención primera. Tal vez la he olvidado o está sumida en la marea. Pero al igual que esos glaciares alpinos, que las altas temperaturas están convirtiendo en fluyente líquido, transformando su forma y mostrando la materia real de su composición, estas líneas han ido transformando su intención primera, la de reflejar lo real cotidiano, recogiendo anécdotas, impresiones, trazas de este verano insólito, para acabar arrastradas por su propia desmesura. Ahora es pues el momento de dejar que cristalice como el glacial la textura con la que está compuesto este excurso, la cual espero deje ver hacia donde se dirige su trazo, hacia donde apunta su intención, qué núcleo reordena sus hilaturas y tome así cuerpo tras el curso enrevesado de sus asociaciones y sus remisiones alusivas. O quizás haya que retomar la trama en otro momento y mostrar la figura, el argumento que dirige sin duda este ejercicio estival contra los excesos de todo tipo.

 

El Catoblepas
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