Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 128 • octubre 2012 • página 8
En un tiempo en que dentro del campo cultural español predomina, como he denunciado reiteradamente, lo que Vicens Vives denominaba «sectarismo activo», o el recurso a la «seudología» y a la «agresión simbólica»{1}, es de agradecer el contenido de la crítica realizada por el señor Mario Martín Gijón en El Catoblepas sobre mi libro Conservadurismo heterodoxo, caracterizada, en sus líneas generales, por su talante moderado, racional y no exento de empatía{2}. Así deberían ser todas las críticas, porque es la única manera de podernos entender; todo lo contrario del tono que ha caracterizado al período historiográfico que podríamos denominar con propiedad como el de la «memoria histórica». No obstante, he de hacer algunas puntualizaciones al contenido de la crítica.
En primer lugar me reprocha es señor Martín Gijón no haber citado, en el capítulo dedicado a Ortega y Gasset, el libro de Gregorio Morán, El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo, publicado por Tusquets en 1998; y que mi crítico considera «insuperable». Mi opinión es la antípoda. El libro de Morán es, a mi modo de ver, completamente prescindible. Y no puedo comprender, salvo por cuestiones de carácter político o por la absoluta caquexia intelectual española actual, cómo ha podido tomarse en serio. No ya porque juzgue sumariamente toda una época histórica, la franquista, como un «erial» cultural, una tesis que yo no comparto en absoluto, sino por sus crasas ignorancias filosóficas e históricas, que lastran todo el contenido de la obra. Morán se atreve a pontificar sobre temas en los que, en el mejor de los casos, tan sólo es un diletante. No es tan sólo sus infundadas ínfulas de historiador de la filosofía lo que hace a esta obra totalmente indigente; es su crasa ignorancia histórica la que contribuye, en mi opinión, a invalidarla por completo. Pondré tan sólo unos ejemplos, pocos para no cebarme, de lo que sostengo. Este autor confunde a Gabriel Maura con su hermano Miguel (pág. 52). Cree que Ramiro Ledesma Ramos militó en la Agrupación al Servicio de la República (pág. 53), lo que es falso. Identifica a los sublevados en la guerra civil con el «fascismo» (pág. 68), tópico izquierdista que, a estas alturas del saber historiográfico, resulta insostenible. Cree que Ramón Prieto Bances militó en la CEDA (pág. 73), lo que es erróneo. Señala que Manuel García Morente militó en la Agrupación al Servicio de la República (pág. 128), cuando fue subsecretario en el gobierno presidido por Dámaso Berenguer. Presenta a Eugenio DŽOrs como colaborador de Acción Española (pág. 242), cuando nunca escribió en la revista monárquica y estuvo enemistado con alguno de sus miembros. Coloca a fray Zeferino González al lado de Donoso Cortés y Ramón de Nocedal (pág. 253), cuando fue, como neoescolástico, un crítico demoledor del tradicionalismo filosófico y militó en la Unión Católica de Alejandro Pidal y Mon, frente a carlistas e integristas. Presenta a Edmund Schramm –biógrafo de Donoso Cortés– como un exnazi refugiado en España (pág. 301), cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, fue catedrático en la Universidad de Mainz. No menos errónea es la presentación de «Daniel Artigues», pseudónimo de Jean Becarud, como historiador afecto al Opus Dei (pág. 340), cuando fue un democristiano muy crítico con la Obra. Pero donde Morán se lleva la palma es cuando presenta a Donoso Cortés como ideólogo de la dictadura «radical-progresista» de Espartero (pág. 474), lo que habrá hecho saltar a Valdegamas desde su tumba. Y así todo. No podemos poner a Morán en la lista de los historiadores. De ahí que no cite ni a la obra ni al autor, simplemente porque no lo tomo, ni lo puedo tomar en serio intelectualmente. Y tampoco me fío, visto lo anterior, de los datos que aporta.
A juzgar por el contenido de la obra de Martín Gijón, Los (anti) intelectuales de la de derecha en España. De Giménez Caballero a Jiménez Lozanitos, al que dedicaré un comentario próximamente, mi crítico toma en serio la tesis de Morán sobre el «erial» cultural del franquismo. Yo, como ya he adelantado, no la comparto; y creo no estar sólo en esa apreciación. Ya el exiliado filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez no pudo por menos que rectificar el conocido poema de León Felipe, a la hora de describir la situación cultural de la España de Franco, denunciando su ceguera «ante las plantas que comenzaban a crecer en el campo cultural y que, en poesía, llevaba los nombres de Blas de Otero, José Hierro, Gabriel Celaya, Angela Figueras, Victoriano Crémer o Eugenio de Nora». Y prosigue Sánchez Vázquez: «Durante algunos años, los intelectuales exiliados no sólo cerraron sus ojos ante aquel campo que comenzaba a florecer, sino que consideraban que, para mantener su fuerza política y moral, debían mantenerse incontaminados, a distancia de él»{3}. De la misma forma, la tesis del «erial» de la España franquista ha sido rechazada, entre otros, por José Carlos Mainer, Javier Varela, Gustavo Bueno y Francisco Vázquez García, tanto en el campo filosófico como en el literario y ensayístico{4}.
En segundo lugar, el señor Martín Gijón me reprocha que no haya especificado qué puntos de la obra de Ortega y Gasset considero aún actuales. No creo que, en una obra de carácter histórico, el autor deba expresar de forma explícita sus ideas políticas, aunque yo personalmente nunca he ocultado las mías. Por ello, no tengo el menor inconveniente en expresar lo que, desde el punto de vista político y filosófico, considero más positivo y actual del legado orteguiano. En ese aspecto, poco importan sus fracasos a nivel político o sus errores a la hora de perfilar el futuro, porque estaríamos hablando básicamente de un método. En ese sentido, considero a Ortega y Gasset, junto a Eugenio DŽOrs y Xavier Zubiri, como uno de los máximos pensadores españoles del siglo XX. Entre las virtudes orteguianas, se encuentran, a mi modo de ver, la pulcritud literaria, el elitismo social y político, el racionalismo conceptual, el rigor metodológico, el patriotismo español y su conservatismo básico. Basta con hacer un repaso sobre la vida cultural y política española para verificar la plausibilidad de su diagnóstico sobre la «rebelión de las masas».
En tercer lugar, el señor Martín Gijón señala que Gonzalo Fernández de la Mora reivindicó el nazismo después de 1945, por sus elogios a Carl Schmitt. Algo que es rotundamente falso. En ninguna página de las obras de Fernández de la Mora existe una reivindicación del nacional-socialismo alemán; todo lo contrario. En sus primeros artículos, publicados en ABC y en la revista Arbor y luego en el opúsculo El Tribunal de Nuremberg y la Iglesia, hizo un análisis del contenido jurídico de la doctrina del Tribunal de Nuremberg, no para defender a los nazis, ya que daba por absolutamente probadas las acusaciones de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, sino para dejar bien sentado que no había existido la necesaria imparcialidad a la hora de dictar las sentencias; y que, en consecuencia, era necesaria la constitución de una justicia supranacional o, si se quiere, global. Por otro lado, ser admirador de Carl Schmitt no significa ser apologista del nazismo, ni mucho menos. En ese sentido, serían sospechosos de filonazismo Jurgen Habermas, Hans Blumenberg, Reinhardt Kosselleck, Manuel García Pelayo, Julien Freund o Raymond Aron. Este último, en sus Memorias, diría, refiriéndose al jurista germano: «Hombre de gran cultura, no podría ser nazi y nunca lo fue»{5}. En el caso de Fernández de la Mora, su admiración hacia Schmitt radicaba en su capacidad de crítico de la democracia liberal, pero rechazó, como iusnaturalista, su decisionismo.
Y no digo más. Le agradezco su interés por mi obra.
Notas
{1} Pedro Carlos González Cuevas, «Sobre historia, sectarismos activos, agresiones simbólicas y seudologías», en El Catoblepas, nº 122, abril 2012, pág. 11.
{2} Mario Martín Gijón, «Posibilidad de un intelectual de derechas», en El Catoblepas nº 127, septiembre de 2012, pág. 10.
{3} Adolfo Sánchez Vázquez, A tiempo y a destiempo. México 2003, pág. 603.
{4} Véase José Carlos Mainer, La filología en el purgatorio. Los estudios literarios en torno a 1950. Barcelona 2003, p. 29 ss. Javier Varela, La novela de España. Madrid 1999, pp. 358 ss. Gustavo Bueno, «La filosofía en España en un tiempo de silencio», en El Basilisco nº 29, 1996, pp. 20 ss. Francisco Vázquez García, La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica. Madrid 2009, pp. 53 ss.
{5} Raymond Aron, Memorias. Madrid 1985, pág. 626.