El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 212 · julio-septiembre 2025 · página 15
Libros

El libro de mi amigo

Jesús Pino Jiménez

Sobre El origen de la hispanofobia de la izquierda española de José Luis Pozo Fajarnés (Sekotia, Córdoba 2025)

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José Luis Pozo Fajarnés, mi amigo Josechu, acaba de publicar otro trabajo que está teniendo su repercusión. Me refiero a El origen de la hispanofobia de la izquierda española, un ensayo en la línea del famoso Imperiofobia de Elvira Roca Barea, que leí con gran placer por recomendación precisamente del autor que ahora nos ocupa. También con deleite he leído el de mi amigo y puedo decir que he aprendido mucho de su documentada exposición y me he vuelto a admirar de la cantidad de datos que maneja con tanta soltura y de las horas que le habrá echado para finalmente dar a luz su tesis. En muchos momentos de su escrito le veía debatiendo conmigo con la vehemencia que le caracteriza y dejándome pasmado con sus amplios conocimientos de filosofía, su materia profesional, de historia o de religión, en la que está más puesto que muchos curas con los que he hablado. Incluso puedo afirmar que estoy de acuerdo, considerándome de izquierdas, con muchos de sus presupuestos: los españoles no vendemos bien nuestra historia, que ha tenido momentos de gran esplendor, no explotamos nuestros logros desde el punto de vista literario o cinematográfico, nos sentimos acomplejados por una leyenda negra que nos ha hecho mucho daño y hasta, añadiría yo, no le damos a nuestra lengua la importancia que realmente tiene y sucumbimos continuamente ante los cantos de sirena del inglés, que nos come el terreno de manera imparable. Coincido, así mismo, en que deberíamos revisar al alza nuestra labor civilizadora en el Nuevo Mundo y en que deberíamos reivindicar la inmensa obra que por allí realizamos, sin olvidar, por otra parte, que cometimos excesos como todos los imperios los han cometido desde que el mundo existe. Este es un tema que me toca muy de cerca, porque en mi pequeño pueblo, Oropesa, tenemos un gran personaje, Don Francisco de Toledo, que fue Virrey del Perú durante trece años en el siglo XVI. El grupo de teatro al que pertenezco hicimos hace años una representación conmemorativa sobre su papel en el virreinato y nos planteamos todas estas cuestiones. ¿Fue nuestro paisano un buen gobernante o merece nuestro reproche? Recorrió incansable los territorios que gobernaba para enterarse, según decía, de sus necesidades, se enfrentó a encomenderos abusadores, fundó numerosas ciudades, organizó el trabajo de los indígenas, se sintió querido por ellos, participó en los inicios de la Universidad de San Marcos y dejó un corpus legislativo que estuvo vigente varios siglos, pero cometió también el error, pese a los avisos que se le dieron, de ajusticiar a un caudillo inca al que había apresado en una situación de guerra, un caudillo que previamente había mandado asesinar a algún embajador real. Parece ser que el propio Felipe II, nuestro monarca a la sazón, afeó al oropesano esta iniciativa que sobrepasaba sus mandatos y no le recibió en Portugal, cuando regresó de su misión, como el Virrey entendía que se merecía y finalmente murió triste en el castillo de Escalona, que recientemente se ha abierto al público. Para dramatizar todo esto nos documentamos previamente y comprobamos, igual que ocurre en tantos casos, que había autores como Roberto Levilier que agrandaban su figura y otros como el Inca Garcilaso que la empequeñecían. Luces y sombras, por tanto, lo mismo que en toda trayectoria humana. Lo que hicimos en América, insisto, merece ser examinado con calma y sin caer en apasionamientos que nos alejen de la verdad. Quizás necesitemos, lo digo con humor, una película en la que un grupo de indígenas se pregunten, como en la mítica La vida de Bryan: “A ver, ¿qué han hecho los españoles por nosotros?“

Pero el libro de mi amigo Josechu no trata solamente de esto, de lo que va, realmente, es de indagar en los orígenes de la hispanofobia de la izquierda española, unos orígenes que él sitúa en varias fuentes: el krausismo, las ideas orteguianas y una serie de artículos de Marx y Engels que, según él, han tenido mucha difusión en la izquierda española y lo siguen teniendo. Tengo diferencias con las tesis de mi amigo y, aunque no pueda argumentarlas con el rigor que él seguramente esperaría, por la sencilla razón de que me faltan conocimientos, intentaré hacerlo de un modo intuitivo y personal. De entrada, ya me resulta exagerado tachar a la izquierda española de hispanófoba, un calificativo que considero demasiado grueso e injusto, empezando por mí mismo, que, como ya dije, me sitúo en la izquierda. Lo que yo percibo en mi ámbito es otra visión de España, lo cual no quiere decir en absoluto que se la odie, sino que a lo mejor nos gustaría una España diferente, distinta de la que con insistencia se nos ha transmitido desde nuestra infancia, en la que reducían nuestra historia a unos cuantos puntos de los que no te podías salir: Viriato, la reconquista contra los musulmanes, Guzmán el Bueno, la gloriosa conquista de América, Agustina de Aragón y el Alcázar de Toledo. Sé que es un poco simplificador lo que digo, pero algo así es lo que nos contaban en la escuela a los que nos educaron en el franquismo, un periodo de larga dictadura que, en mi modesta opinión, ha tenido mucho que ver con sus ataduras respecto a lo que ahora algunos pensamos, una etapa que también habría que revisar, a mi juicio, para entender la situación actual de las cosas. Ser autocrítico es una bendición, a mi modo de ver, y eso no implica de forma automática que te vuelvas contra tu país. Voy a Portugal, pongamos por caso, y me asombra, para bien, el silencio con el que se come en sus restaurantes frente a la algarabía que se respira en los nuestros. ¿Soy por eso antiespañol? No lo creo, es sólo que en este y otros aspectos me gustaría que fuéramos de otra forma. También me parece exagerado, querido amigo Josechu, colgar el sambenito de negrolegendario a todo lo que se mueva, valga la expresión. En el caso de la creación artística, en el cine o en la literatura, no todos tienen que ser Virgilios que canten las excelencias del Imperio Romano, también pueden ser Tácitos que adviertan de sus debilidades, cada autor, en el uso de su libertad creativa, puede abordar los temas, también los históricos, sin faltar a la verdad, desde su personal punto de vista e incidir en las cuestiones que él estime oportunas. Que vengan luego los críticos y emitan sus dictámenes. Tampoco estoy de acuerdo en que desde los institutos se adoctrine en ningún sentido. Mi experiencia educativa me dice que la inmensa mayoría de mis compañeros son honrados y tratan de hacer su trabajo lo mejor posible. Y, por último, yo no percibo en España un clima tan apocalíptico como el que en el libro a veces se pinta, anunciando que podemos pagar muy caros los supuestos errores que estamos cometiendo, lo que yo veo es a gente preocupada, como es lógico, por los problemas que nos acucian y tratando de encontrar soluciones, y lo que me sobrecoge mucho es la incitación al odio que desde ciertos sectores se destila, desde esa parte en la que se reza por la muerte de un Papa o se ríe de que agredan a nuestro presidente o minimiza el genocidio de Gaza o no siente compasión alguna hacia los inmigrantes o pone en entredicho a los musulmanes o intenta blanquear los crímenes de la dictadura de Franco.

Dicho todo lo cual, vuelvo al inicio. He aprendido mucho leyendo el libro de mi amigo, recomiendo su lectura vivamente y creo que es necesario, si quieres ser librepensador, como es mi aspiración, conocer otras ideas que confronten con las tuyas y admitir honradamente lo que tengan de valiosas, desde el afán de entendimiento y de la búsqueda de una verdad que a todos nos ayude.


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