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El Catoblepas, número 135, mayo 2013
  El Catoblepasnúmero 135 • mayo 2013 • página 5
Voz judía también hay

El vocabulario transvaluado

Gustavo D. Perednik

Las transformaciones nietzscheanas del lenguaje en la actualidad

Micha Josef Berdyczewski 1865-1921Federico Nietzsche 1844-1900

Hace poco más de un siglo, el pensador hebreo Mija Yosef Berdichevsky (o Berdyczewski, también conocido por su seudónimo Bin Gorión) diferenciaba concluyentemente entre dos ideas que según él debían mantenerse separadas: el judaísmo y los judíos.

De este modo proponía liberar el concepto de Pueblo Judío de toda vinculación que lo limitara, aun si ese límite fuera el propio judaísmo. Definía su empeño como «Shinui Arajín»: una mutación de valores que emulaba la de su admirado Friedrich Nietzsche.

Como Nietzsche, Berdichevsky fue uno de los grandes iconoclastas de marras, y consideraba que los judíos constituyen un pueblo que piensa de maneras diversas y que pervive independiente de todas ellas. Para él, el renacimiento cultural de los judíos dependía de un profundo cambio de valores que daría luz al «nuevo hebreo» desvinculado de su pasado cultural.

El pensamiento de Berdichevsky se asemeja a la idea nietzscheana de Umwertung aller Werte, la transvaluación de todos los valores, que en El Anticristo (1888) exhorta a revertir el sistema moral cristiano. Éste, de acuerdo con Nietzsche, es antinatural y «hostil a la vida», y deben trastocarse sus valores para ya no exaltar el sufrimiento sino el instinto vital.

Aunque es bien conocida la enorme distorsión del pensamiento nietzscheano perpetrado por los «ideólogos» nazis, no es menos cierto que lograron remedar algunos de sus principios, verbigracia la transvaluación de la terminología.

En un notable ejemplo de la misma se detuvo el historiador Yehuda Bauer, azorado por un sustantivo utilizado por Heinrich Himmler en el notorio discurso que pronunció el 4 de octubre de 1943 ante las SS reunidas en Poznan.

En dicha exposición Himmler sostuvo que «la destrucción de los judíos es una página gloriosa de nuestra historia que nunca fue escrita, y que no lo será jamás».

El término «gloria» chirria al describir un genocidio, pero hubo en el discurso otro término horripilante en su contexto: adujo Himmler que había que proceder al asesinato masivo de civiles a fin de «permanecer decentes» (anständig).

No se trataba de una metáfora de la que echaba el cabecilla de los asesinos, y éste tampoco estaba haciendo gala de su cinismo: el término «decencia» era usado con toda intención para describir el horror, y así el significado original de la palabra «decencia» quedaba pulverizado.

En el léxico político contemporáneo, este fenómeno se reitera. Así, las democracias Occidentales son frecuentemente tildadas de «fascistas», y precisamente por quienes defienden regímenes similares al fascismo.

Vale aclarar que no estamos refiriéndonos a otro síndrome más leve, el del lenguaje esópico que intenta esconder la realidad. Éste es distinto, aunque también se dé asiduamente en el totalitarismo: los nazis llamaban «evacuación» a la deportación a los campos de la muerte, «tratamiento especial» al asesinato, y «solución final» al Holocausto. Los comunistas promovían su revolución y su imperio, al amparo de un supuesto «Consejo Mundial por la Paz» creado en Varsovia en 1950 para ganar tiempo y ponerse a la altura de la capacidad nuclear norteamericana. Los antisionistas llaman «liberación del pueblo palestino» (o «paz») a la destrucción de Israel, y los autodenominados «progresistas» reivindican a los regímenes más recalcitrantes.

Con todo, la transvaluación a la que aludimos es más radical. No se circunscribe a ocultar el significado de los conceptos, sino que pasa expeditamente a reemplazarlos por su opuesto. Tal como ocurre con la neolengua acuñada en 1949 por George Orwell en su célebre novela distópica. En ésta el espía O'Brien explica los lemas del partido: «paz es guerra» e «ignorancia es fuerza»; y los diversos ministerios estatales portan nombres en neolengua: el del Amor administra la tortura; el de la Paz genera la guerra permanente; el de la Abundancia asegura que la gente viva siempre al borde de la subsistencia, y el de la Verdad destruye la documentación histórica.

Un caso de transvaluación contemporánea

Hace algunos días una política británica menor de nombre Anna-Marie Crampton (del Partido de la Independencia), debió renunciar cuando la BBC reveló la «opinión» de la Crampton (difundida en su página web, 25-4-13).

La susodicha sostenía allí que sí, el Holocausto en efecto ha ocurrido, pero agregaba el detalle de que quienes lo perpetraron… fueron los judíos mismos.

Para la Crampton, «los judíos causaron la Segunda Guerra Mundial y sacrificaron a su propia gente en las cámaras de gas, con el objeto de promover el sionismo».

Como vemos, no hay aquí negacionismo ni camuflaje de la evidencia. Ni siquiera hay validación de las matanzas nazis. Hay una inversión total de los conceptos, y este tipo de mutaciones produce en quien las escucha un efecto paralizador, uno que no se consigue igualmente con el mero ocultamiento.

Paraliza, decimos, porque el agredido no sólo siente imposibilidad de responder el ataque con una fuerza retórica simétrica, sino que también se ve despojado del mismísimo vocabulario que debe utilizar en la respuesta. En suma, queda impotente al intentar refutar la provocación.

La inversión de roles ha sido asimismo establecida hace un año por el Premio Nobel de Literatura Günter Grass, quien se despachó con un poema vitriólico titulado Lo que debe decirse. En éste, Israel es presentado como si el país hebreo se propusiera exterminar al pueblo iraní.

Grass agrega en sus versos que hasta ese momento había guardado silencio al respecto para que no se lo acusara de judeófobo. Si recordamos que Grass había militado en las SS, la acusación no resultaría enteramente infundada.

Con Saramago y Vargas Llosa, Grass integra el grupo de galardonados con el Premio Nobel de Literatura que no perdonan nada del Estado judío, y todo de sus enemigos empeñados en destruirlo.

El poema fue publicado en el diario Süddeutsche Zeitung y, previsiblemente, la obsesión antisionista de El País logró que fuera inmediatamente traducido al español y publicado en el periódico madrileño.

Las estrofas de Grass no se limitan a atacar a Israel, sino que descargan tirria también contra Alemania. Este país, según el autor, habría cometido el pecado de vender armas al Estado judío, supuestamente para expiar culpas. Para concluir, Grass admite romper el silencio «porque estoy harto de la hipocresía de Occidente», y exhorta a que todos los países se distancien de Israel, «que se liberen del silencio y exijan al causante del visible peligro que renuncie al uso de la fuerza».

La completa inversión de roles presenta a un Israel urgido a exterminar Irán, y coloca a los ayatolás en la inocente defensa.

Lamentablemente, desde entonces esta transvaluación ha desbordado el arte y penetró en análisis más sobrios. Un reciente artículo titulado La competencia entre EEUU e Irán: Balance Militar del Golfo II (26-4-13), de Anthony Cordesman, alerta que todas las ciudades iraníes están al alcance de los misiles israelíes, y que éstos pueden portar cabezales termonucleares.

Lo que curiosamente saltea Cordesman (como lo había salteado Grass), es que Israel no tiene ningún objetivo de destruir ciudades iraníes, que jamás algún político israelí ha mencionado tal operación siquiera como posibilidad remota, y que dicha meta no figura en ninguna línea del discurso israelí contemporáneo.

Cordesman no es un mero literato galardonado ni un improvisado en la materia. Es docente en el Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington (CSIS) y un especialista en armamento iraní. El CSIS, conformado por expertos de los dos grandes partidos políticos de los EEUU, fue fundado en 1962 en la Universidad Georgetown y se independizó de ésta en 1987.

Crdesman tampoco es uno de los recurrentes enemigos de Israel. Fue asesor de seguridad del Senado, y director de inteligencia en el Ministerio de Defensa norteamericano, y en febrero 2009 publicó un análisis de la Guerra en Gaza en el que muestra que Israel no violó ninguna ley de guerra.

Pero ahora, en la mentada transvaluación, Cordesman concluye que «Israel presenta hoy una amenaza existencial para Irán más seria de la que Irán puede presentar a Israel». Aun cuando el único reclamo de Israel contra los ayatolás es que no lo borren del mapa.

Una plausible suposición es que la motivación de Cordesman es el poder saudí, ya que trabajó en este país y dirigió el proyecto Arabia Saudí ingresa en el siglo XXI.

Otra, es que a los ojos de los transvaluadores toda disquisición o hipótesis parece ser aceptable. Después de todo, la semana pasada el ayatolá Hojatoleslam Kazem Sedighi sentenció en Teherán (25-4-13) que el terremoto que hace poco cobró casi cincuenta vidas en su país se debió a que las mujeres visten con inmodestia. «Para evitar ser enterrados en escombros –dictaminó Sedighi– la única solución es adaptar nuestras vidas a los códigos morales del Islam». Por lo menos no llegó a opinar que un terremoto es quietud y que morir es vivir.

 

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