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El Catoblepas, número 161, julio 2015
  El Catoblepasnúmero 161 • julio 2015 • página 5
Voz judía también hay

Un odio filoso y múltiple

Gustavo D. Perednik

Recensión sobre la nueva obra de Manfred Gerstenfeld.

Manfred Gerstenfeld.

La guerra de los mil cortes

Después de la muerte prematura de Robert Wistrich en mayo pasado, la figura de Manfred Gerstenfeld emerge, con un estilo propio y distintivo, como el gran referente mundial en el tema de la judeofobia contemporánea.

Previmos mi reciente almuerzo con él como un marco para que me entrevistara sobre el caso del Fiscal Alberto Nisman, asesinado hace medio año. Pero la dinámica del encuentro diluyó el límite entre los roles entrevistador/entrevistado, y permitió además que Gerstenfeld prodigara perspicaces definiciones sobre la judeofobia actual.

Nuestro encuentro en un céntrico restaurant hierosolimitano fue precedido por dos eventos que nos habían tenido por sendos protagonistas: la publicación del último libro de Gerstenfeld: La guerra de los mil cortes, prologado por José María Aznar, y mi presentación ante un comité de la Knéset sobre la índole de la judeofobia.

El llamativo título del libro fue indirectamente inspirado por el Lingchi o “muerte por mil cortes”, un tormento chino que se aplicó durante un milenio hasta su prohibición en 1905. Consistía en matar al reo cortando lentamente trozos de su cuerpo a fin de prolongar su agonía.

Una sugerencia que hizo a Gerstenfeld el ex Ministro de Justicia canadiense, Irwin Cotler, le convenció de dar a su obra un título similar, en alusión a que la judeofobia actual registra múltiples fuentes, mitos y estilos, que en su conjunto se diferencian de los ataques tradicionales que solían tener una fuente primordial.

La guerra de los mil cortes, que por ahora existe sólo en inglés, fue presentado en junio en el Jerusalem Center for Public Affairs, del que el autor fue director por más de una década. Gerstenfeld es un polígloto que ya ha publicado una veintena de libros; su trayectoria académica es reconocida en varias disciplinas.

He comenzado este artículo con un paralelo entre Wistrich y Gerstenfeld de quienes, en ambos casos, me considero discípulo. Si bien son vastísimas las coincidencias entre ellos, la primera diferencia visible estriba en cómo delimitan el objeto de su dedicación. Mientras en el caso de Wistrich (profesor de la Universidad Hebrea hasta su fallecimiento) prevalece el académico que procura conocer a fondo el fenómeno de la judeofobia, en Gerstenfeld, en contraste, el móvil fundamental es enfrentar el odio antijudío, y su insaciable búsqueda de conocimiento al respecto responde a la omnipresente necesidad de lidiar con el fenómeno. Saber más, para poder contrarrestar productivamente.

En ese marco, el trabajo de Gerstenfeld ha dado originales frutos. Uno de los más recientes fue la redacción de diarios que se focalizan obsesivamente en las noticias negativas de un país determinado, y así desenmascara implícitamente el maligno procedimiento de los medios cuando demonizan al judío de los países. Otra aportación notable que le debemos es la denuncia del humanismo selectivo de los países nórdicos.

Un voluminoso compendio

Por lo antedicho no sorprenderá que el libro se autodefina en el subtítulo: La lucha contra la deslegitimación de Israel y de los judíos. En el mismo tono, agrega además una valiosa novedad: concluye con recomendaciones acerca de cómo responder ante el fenómeno del odio antijudío, cada vez más diverso y sagaz, cada vez más cortante y de imprevisibles promotores.

La premisa de la guía de Gerstenfeld es que resulta indispensable establecer una institución para ejercer el monitoreo y la contrapropaganda y, sobre todo, para trabar la gratuidad con la que se difunde la diatriba judeofóbica. El autor se detiene en diversas lides en las cuales se llevará a cabo su iniciativa, particularmente en el terreno de las leyes, la política, y la educación.

Su volumen de 500 páginas fue presentado por dos eminentes periodistas israelíes: Steven Linde (editor en jefe del Jerusalem Post) y el incisivo intelectual Amnon Lord, quien se refirió a algunos capítulos especialmente interesantes. Uno de ellos, el tercero, trata del tema que hemos abordado reiteradamente desde esta columna: la mutación de los viejos motivos judeofóbicos en la ponzoña antisionista de hoy.

Mi exposición ante la Knéset el mes pasado, precisamente citó parte de la investigación de Gerstenfeld. Tuvo lugar en el marco de una serie de presentaciones de los diversos embajadores europeos en Israel, quienes desgranaron los esfuerzos de sus países en contrarrestar la rampante judeofobia que los aqueja.

Fue notable que todos ellos sin excepción esquivaran un diagnóstico preciso del problema, y presuponían que sus gobiernos pueden seguir contribuyendo a la demonización del Estado judío en los más diversos foros internacionales, y al mismo tiempo lograr la neutralización del odio contra los judíos en cada una de sus sociedades.

Al respecto, la frase que más fue citada ulteriormente en la prensa fue justamente un dato que vertí en la sesión, y que tomé de la obra de Gerstenfeld: “Ciento cincuenta millones de europeos suscriben la idea de que Israel es un país nazi”.

Tamaña distorsión de la realidad no podrá corregirse con remedios temporarios a cuentagotas, sino sólo con una campaña amplia como la que propone Gerstenfeld en su libro.

En el prólogo al mismo, José María Aznar bien sintetiza el fenómeno: “No está en juego una u otra política del gobierno de Israel… la amenaza se yergue contra Jerusalén –contra la existencia misma del país. El problema es que muchos en Occidente no logran percibir que socavar a Israel nos hace más vulnerables. Y aunque no haya fuerzas militares que intenten invadir el país, otras fuerzas estructuradas de un modo distinto y menos visible aspiran a la aniquilación del Estado de Israel. La deslegitimación exhibe muchas formas de expresión, pero éstas comparten un solo y único objetivo: imposibilitar que Israel exista como lo conocemos –el Estado democrático y próspero del pueblo judío”.

El libro de Gerstenfeld, abarcador y agudo como pocos, puede poner en movimiento las fuerzas necesarias para neutralizar el más eficaz de los odios.

 

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