Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 38 • abril 2005 • página 1
Un año después del 19 de muharram de 1425,
11 de marzo de 2004 para los infieles, muchos españoles siguen en Babia{1}
«Pues surgiendo con el número 11, que en las santas escrituras siempre es infausto, sometió tres reinos, al ocupar las provincias de los griegos, de los francos, que sobrevivían bajo el nombre romano y domeñó con planta vencedora las gargantas de los godos occidentales y al intentar también deshacer el Decálogo, es decir, la religión universal y el número, que en la mayoría de los casos es usado para todo [...]» (Álvaro de Córdoba, El Indiculus Luminosus, págs. 139-141)
«¡Paz!, ¡Paz!,¡ Paz! Croan a coro todas las ranas y los renacuajos de nuestro charco» (Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, pág. 131)
1. El antes y el después de las «cosas de los Moros» en España
George Borrow, más conocido por sus coetáneos españoles como «Jorgito, el Inglés», en su célebre La Biblia en España (traducida al español nada menos que por Manuel Azaña), hace una observación, en el capítulo dedicado a su paso por Córdoba que, hoy día, ya de ninguna manera podemos hacer:
«Los moros de Berbería parecen cuidarse muy poco de las hazañas de sus antepasados: sólo piensan en las cosas del día presente, y únicamente hasta donde esas cosas les conciernen de un modo personal. El entusiasmo desinteresado y la admiración de cuanto es grande y bueno, señales verdaderas e inconfundibles de un alma noble, son sentimientos que en absoluto desconocen. Asombra la indiferencia con que cruzan ante los restos de la antigua grandeza mora en España. Ni se exaltan ante las pruebas de lo que en otro tiempo fueron los moros, ni la conciencia de la situación actual les entristece. Vienen a Andalucía a vender perfumes, babuchas, dátiles y sedas de Fez y Marruecos; eso es lo que más les interesa, aun cuando la mayor parte de estos hombres estén lejos de ser unos ignorantes y hayan oído y leído lo que ocurría en España en los antiguos tiempos. Una vez hablaba yo en Madrid con un moro bastante amigo mío acerca de su visita a la Alhambra de Granada. «¿No lloró usted –le pregunté– al pasar por aquellos patios, al acordarse de los Abencerrajes?» «No –respondió– ¿Por qué había de llorar?» «¿Y por qué fue a ver la Alhambra?», pregunté. «Fui a verla porque estando en Granada para asuntos míos un compatriota de usted me rogó que le acompañase a la Alhambra y le tradujese unas inscripciones. Es seguro de que espontáneamente no se me hubiese ocurrido ir, porque la subida es penosa». El hombre que me hablaba así compone versos y no es en modo alguno un poeta despreciable. Otra vez, estando yo en la catedral de Córdoba, entraron tres moros y la atravesaron pausadamente, dirigiéndose a la puerta situada en el lado frontero. Todo el interés por aquel lugar se tradujo en dos o tres ojeadas ligeras de las columnas, diciendo uno de ellos: «Huáje del Mselmen, huáje del Mselmen» («Cosas de los moros, cosas de los moros»); y la única muestra de respeto que dieron por el templo donde en su tiempo se prosternaba Abderrahman el Grande fue que, al llegar a la puerta, se volvieron de cara y salieron andando hacia atrás; sin embargo, aquellos hombres eran hajis y talibs, hombres asimismo de grandes riquezas, que habían leído y viajado, que habían estado en la Meca y en la gran ciudad de la Nigricia» (Cap. 17, págs. 209-210){2}.
Esto ocurría, la estancia de Borrow en Córdoba, por el mes de diciembre de 1836, en el ecuador del período de regencia de María Cristina, tras el declive del gobierno de Mendizábal (con el que por cierto se entrevista Borrow), tras la caída de su sucesor «moderado» Istúriz, tras el motín doceañista de «La Granja»... y en plena guerra carlista{3}, en un período, el de los años treinta en general, de grandes transformaciones para España: dos años antes (15 de julio de 1834) es abolida, definitivamente, la Inquisición, y ya con Mendizábal en el gobierno, se suprimen las «pruebas de nobleza» para acceder a cargos públicos, se suprime la Mesta, tiene lugar la abolición de mayorazgos así como la supresión de los señoríos y se inicia, como es sabido, el proceso de la «primera» desamortización (con toda su problemática)... Transformaciones que, desde la proclamación en Cádiz de la «nación española» impulsada, sobre todo, por el liberalismo español (Quintana, Torrero, López Estrada, el conde de Toreno, Argüelles, Martínez Marina, Capmany) y, por cierto, «Dios trinitario mediante»{4}, van consolidando, aunque problemáticamente (el absolutismo de los Cien Mil Hijos de San Luis, sobre todo el carlismo, el foralismo, el cantonalismo...), el proceso de holización{5} política en el que España se ve comprometida a partir del levantamiento contra el francés en 1808, y que desencadena, con la abolición o reforma del tejido institucional (imperial) previo sobre el que se aplican estas transformaciones, la emancipación paulatina de las repúblicas americanas (y del Pacífico). La Nación española constituida, como resultado de tal proceso de holización, sobre las bases del Imperio español (dialelo), abarca a principios de siglo «ambos hemisferios»{6}, terminando, un siglo después, «confinada» en la Península ibérica, Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla: tras la sucesiva emancipación de las repúblicas americanas, culminada, como es sabido, con el «desastre» del 98, España se va viendo «reducida», como nación canónica, al territorio peninsular tal como en el Presente la conocemos{7}. Una nación española en todo caso que, como sus homólogas americanas (Argentina, México, Perú, Colombia...), nada tiene que ver políticamente, ni la una ni las otras, con al-Andalus.
Sea como fuera, esta es la, todavía en 1836, parte peninsular de la nación española que recibe la visita de Borrow.
La cuestión es que algo más de siglo y medio después de esta visita, ya no nos podemos asombrar, como se asombraba Jorgito el Inglés, de tal indiferencia mostrada por los «moros de Berbería» hacia esas «cosas de Moros» situadas en España, en esa parte que ahora es el todo nacional, sencillamente porque tal indiferencia no existe. Un asombro el de Borrow, por cierto, no exento por su parte de cierta indignación y reproche hacia el moro descuidado, inadvertido, inconsciente de lo que tiene ante sus ojos. Sobre todo tras el discurso pronunciado por Bin Laden el 7 de Octubre del 2001, haciendo referencia a la «tragedia de al-Andalus» (http://www.filosofia.org/his/20011007.htm), y tras el 11 de Marzo de 2004{8}, cuyos responsables son prácticamente todos marroquíes, ya no hay nada que reprochar al moro en este sentido.
Efectivamente, hoy día, la subida a la Alhambra ya no le resulta al moro tan penosa como en los tiempos de Borrow. Ya las «ojeadas» del moro hacia la catedral de Córdoba, pero también hacia la de Sevilla..., no son tan «ligeras», sino al contrario, son más pausadas, prolongadas y «reflexivas»{9}. Borrow pues, no podría hoy asombrarse, y es que la indiferencia se ha transformado en interés, como quería Jorgito, produciendo en el moro tales restos, tales reliquias –Alhambra, catedral de Córdoba, Medina Azahara...– precisamente esa nostalgia por Borrow extrañada, nostalgia acompañada además de indignación por la «pérdida» de lo que ahora el moro ya ve como «legado» suyo: el «Legado andalusí». Y es que tal indignación y nostalgia no permanecen, desde luego, conformes ante semejante «pérdida», sino que, desde ellas, «el moro» reclama, exige restauración, restitución del «legado» a su «dueño». Un «legado andalusí» pues que, según son vistas ahora tales reliquias, pide continuidad, como si fuese una heredad que ha encontrado a su antiguo dueño después de haber sido este «expropiado»: así ve ahora «el moro» tales reliquias, como restos de su antigua heredad, como partes formales de un «legado» que, tras haber sido saqueado y, en parte, arrasado durante lo que se concibe como «ocupación católica», esto es «infiel», aún puede recomponerse, presentándose «el moro» frente al español infiel, y precisamente en virtud de su «fidelidad musulmana», como legítimo heredero suyo, como legítimo propietario de tal «legado andalusí». Es al parecer la «fe islámica», y no otra cosa pues, lo que da derecho de propiedad sobre el «legado andalusí», según esta nueva consideración del moro hacia tales reliquias, siendo el «fiel musulmán», aunque sea español, el heredero legítimo de ese «legado»{10}. La Alhambra, la «mezquita» de Córdoba, Medina Azahara, los baños árabes de Jaén o los de Córdoba...pero también los manuscritos andalusíes conservados en El Escorial... son vistos, no desde luego como Patrimonio nacional español (conservado y mantenido por esa nación surgida, como nación canónica, sobre la plataforma del Imperio español que, sea como fuera, también los conservó en su seno{11}), sino como propiedades cuyo titular es el fiel musulmán. Una propiedad, la justificada por semejante título, que se hace coextensiva, además, al territorio sobre el que se extendió la propia sociedad política, el al-Andalus omeya, o, en su defecto, la Granada nazarí, que generó lo que ahora se definen, desde la ciencia histórica, como reliquias suyas.
Es decir, desde el plan teológico político islamista, que contempla España como propiedad suya, se quiere transformar España en «al-Andalus» en razón de que la Península –es de suponer que Portugal también se ve involucrado en este plan de transformación– se constituyó antes como al-Andalus musulmana que como España «infiel» (título de primer ocupante). Pero además se constituyó con una «brillantez» como sociedad política, de la que la «católica» España siempre ha carecido (título de civilización). Es esta identidad musulmana de la Península la que hay que restaurar, según dicho plan, en contra de su actual «identidad infiel», siendo el «al-Andalus» el programa relativo a este plan.
En una palabra, esa parte peninsular de la nación española visitada por Borrow, esa parte peninsular que surge al «levantarse» contra el francés invasor, esa parte definida en Cádiz como nación política holizada y que ahora representa la «totalidad» de la nación («lo que queda» en el siglo XXI en la península de la nación española que, en el XIX, abarcaba «ambos hemisferios») es vista en el Presente político, y no sólo por «los moros de Berbería»{12}, como «legado andalusí», como «territorio ocupado», como el al-Andalus que pide ser «descubierto» y «reparado», tratándola de redefinir teológico-políticamente al «devolverle» su identidad musulmana. Más claro: España no se contempla, desde semejante plan, como nación política, sino como un territorio que «de derecho», el «derecho de al-Andalus», pertenece a la Casa del Islam{13}: España representa, pues, una tragedia para el islamista, la «tragedia de al-Andalus», que contrasta totalmente con aquella indiferencia mostrada por el moro, siglo y medio antes, hacia «la antigua grandeza mora en España» (según decía Borrow).
¿Qué ha ocurrido pues durante este siglo y medio largo como para que ya no nos podamos asombrar de tal indiferencia, ahora inexistente?, ¿qué ha ocurrido como para que de aquella indiferencia se haya pasado a esta interesada indignación, exigente de restitución?, ¿qué ha ocurrido como para que el «alma mora» se haya transformado, y mire tales reliquias con «exaltación» y «tristeza» («no es el ojo el que ve, sino el alma a través del ojo»), sin esa indiferencia observada por Borrow?
2. Descubrimiento de la «España mora» por el europeismo anticatólico
La cuestión es, desde luego, muy compleja, pero algo, si no todo, de lo que ha ocurrido tiene que ver con ese reproche «europeo» dirigido por parte del Protestante (Borrow{14}) hacia el moro, por no apreciar y valorar éste, en su «justa» medida, lo que tiene delante al observar la Alhambra o la catedral –muchos, desde hace mucho tiempo, dicen «mezquita»– de Córdoba. Y es que en efecto las obras de esos viajeros «europeos», esos «curiosos impertinentes» como se les ha llamado{15}, están salpicadas de observaciones de este tipo, exaltando constantemente el glorioso pasado oriental de España{16} frente a la situación supuestamente deprimida, atrasada, empobrecida, ruralizada de la España coetánea, la España decimonónica, o, mejor dicho, la parte peninsular de la España del XIX{17}. Una situación la de la España del XIX, según la veían estos «impertinentes», consecuencia de la influencia del catolicismo fanático («secta papal», «régimen frailuno», dice Borrow{18}), supersticioso, oscurantista, por el que España transitó secularmente y que, tras derrotar a esa luminosa «España mora», tras expulsar a la «civilización» de la península, mantiene a España estancada, aislada, ajena, excéntrica respecto a la «civilizada Europa».
El wellingtoniano Richard Ford, en su famoso The Handbook for travellers in Spain and readers at home (Manual para viajeros en España y lectores en casa), publicado en 1845, quizás el más leído e influyente de todas estas obras, insiste constantemente en esta excentricidad española, según la cual el español es un turco en Occidente. Así Ford afirma cosas como la siguiente: «El español, criatura rutinaria y enemiga de las innovaciones, no es aficionado a viajar; apegado a su terruño por naturaleza, odia el movimiento tanto como el turco», razón por la cual Ford ve inviable la instalación del ferrocarril en España (Ford hace su viaje entre 1830 y 1833: no pasó mucho tiempo hasta que se construyó la vía férrea Barcelona-Mataró). Sin embargo, a la vez, también afirma que, si bien los españoles son perezosos como los orientales, mejoran cuando son llevados de viaje y es que, dice Ford, «es lo que conviene a estos descendientes de los árabes», con su característica vida nómada. «Imaginación oriental», «falta oriental de curiosidad», pasividad típica del fatalismo de los discípulos de Alá, son expresiones que aparecen constantemente en el retrato, más bien caricatura, dibujado en el célebre Handbook, que dice, desde luego, más de Ford que de los españoles{19}.
Un origen oriental, pues, el que «descubre» esta literatura romántica, que va a quedar confrontado con la «estructura» católica de la nación, de tal manera que las cosas de España se explican como si el catolicismo hubiese impreso, con su implantación en la Península tras la derrota de la «España mora», una suerte de «movimiento violento» que dirige a la Península por una trayectoria aberrante –esto es España–, desviándola del Oriente en tanto que «lugar natural» suyo y al que se ve constante, aunque crípticamente, atraído: España es pues una aberración, un desvarío (entre africana y europea, ni africana ni europea) inducido por el catolicismo, siendo esta la razón de que tal trayectoria se encuentre ahora, en el XIX, agotada, exangüe, pobre, en donde la vida, según muchos de esos «curiosos» –y parafraseando a Hobbes al describir la vida del hombre en «estado natural»–, es brutal, cruel, desagradable y corta: Gautier, quizás uno de los más «impertinentes», lo dirá con toda claridad: «El Puerto de los Perros se llama así porque por allí salieron los moros vencidos de Andalucía, llevándose con ellos de España la prosperidad y la civilización. España, que toca al África como Grecia al Asia, no está hecha para las costumbres europeas. El genio de Oriente se abre paso en todas las maneras posibles, quizás resulta desagradable que España no siguiera siendo mora o mahometana» (Gautier, Voyage en Espagne, pág. 243, apud Fanjul, loc. cit., pág. 223).
Un «descubrimiento» este, el de la próspera y civilizada «España mora», que, fundamentado en buena medida en esa mezcla de ignorancia, a veces confesada, y anticatolicismo{20}, con la que estos viajeros enfocan las cosas de España, entra, en cualquier caso, en conflicto con el al-Andalus histórico, el real, en la medida en que tales reliquias pierden, a través del relato romántico elaborado en torno suyo, su carácter de fenómeno histórico, produciéndose así un conflicto objetivo con la propia teoría histórica (la obra de Fanjul es ejemplar en este sentido, pero no es ni mucho menos la única). Y es que, en efecto, a medida que al-Andalus fue creciendo como categoría historiográfica, como sujeto en torno al cual se fueron reuniendo, conociendo históricamente, las reliquias y los relatos que fundamentan tal categoría, fue creciendo también, a los ojos de muchos de esos «europeos», ese fantástico contraste entre la «ilustrada» «España mora» y la «oscurantista» España católica. A medida que se iban transformando estos fenómenos –la Alhambra, Medina Azahara,... así como los documentos conservados correspondientes a tal período– en teoría histórica, de la mano de la historiografía del XIX (Pascual Gayangos, Dozy, Simonet,...), estos mismos fenómenos se fueron transformando de la mano del anticatolicismo de viajeros, literatos y pintores románticos, y al margen e incluso en contra de la categoría histórica, en un «Paraíso Perdido», en un lugar ameno propio de las mil y una noches con el que acabó ese catolicismo irredento y fanático.
En una palabra, al-Andalus, a medida que se transformaba en categoría histórica, se iba transformando también en mito negrolegendario anticatólico, y después antiespañol –el «mito de al-Andalus contra España»{21}–, en el que la «civilización andalusí» aparece como ideal político, como sociedad política dotada de los atributos característicos del buen gobierno, en contraste con la decadencia en la que se presupone está sumida España como consecuencia del gobierno despótico de la Monarquía Católica.
Es el «descubrimiento», en fin, el que tiene lugar a través del relato del viajero y del literato romántico, de la Alhambra luminosa, ilustre, musulmana, frente al oscuro, tétrico, católico Escorial...., el «descubrimiento» de la ilustre y musulmana mezquita de Córdoba, frente a su oscura y católica catedral:
«Después de haber estado en Toledo resulta uno muy difícil de contentar, e incluso después de haber visto Córdoba. ¡Esta mezquita! Pero es una pena, una tristeza, una vergüenza lo que han hecho con ella, esas iglesias enmarañadas en la trenza de su interior, dan ganas de pasarle el peine como a los nudos de una hermosa cabellera. Las capillas de oscuridad, puestas allí para digerir suave y constantemente a Dios como jugo de una fruta que se deshace en la boca, han quedado atravesadas en la garganta como bocados excesivos que no se pueden tragar. Aún ahora resulta sencillamente insoportable oír el órgano y el canto de los canónigos en este espacio (qui est comme le moule d'une montagne de Silence). Involuntariamente se podría pensar que el cristianismo encenta a Dios como a una hermosa tarta, pero Alá es grande. Alá está intacto» (Rilke, Carta a la Princesa Marie von Thurn und Taxis, Sevilla, 4 de diciembre de 1912).
Es, en definitiva, este anticatolicismo europeista, que en Rilke, como en muchos otros viajeros, puede resultar meramente estilístico, literario, estético, el que pone al descubierto ese exquisito al-Andalus que, ahora, en un Presente político marcado por la presencia generalizada del yihadismo, el islamismo político quiere «recuperar» devolviendo a la Península a su «lugar natural», pero ya no solamente, que también, de una manera «estética»: y es que el islamismo está dispuesto, desde luego, a «pasar el peine». Es más, ya lo ha pasado...
Porque, en efecto, es este anticatolicismo europeísta, de raíz protestante y de «tallo» afrancesado, el que ha hecho, con su exaltación de las «cosas de Moros» situadas en España, que estas cobren un renovado interés para el moro, poniendo a España, a la nación española en cuanto que «tragedia de al-Andalus», en el punto de mira del actual yihadismo. Es más, insistimos, el yihadismo ya ha disparado...
Todo un Caballo de Troya, en fin, el que nos ha regalado la musa romántica... Veamos.
La «España eterna» de la literatura viajera y romántica del siglo XIX
Los philosophes franceses, Voltaire, Montesquieu{22}... –también los alemanes (recordemos el Don Carlos de Schiller o el Egmont de Goethe)–, por no hablar de Mr. Masson de Movilliers..., prepararon el terreno en este sentido, dibujando a España, la España de finales del dieciocho, como un pueblo ignorante, indolente, reaccionario, supersticioso, intolerante, siendo sobre todo la Iglesia católica la responsable de confinar al pueblo español en esa situación de «minoría de edad», por decirlo al modo kantiano, en la que lo encontraban: la Inquisición representa para el ilustrado, desde luego, el clímax de tal situación por la que España, que es sobre todo la España inquisitorial,{23} quedaba fuera de la «civilizada Europa», haciendo al inquisidor principal responsable, entre otras cosas, de haber expulsado la fuente de riqueza «nacional» (judíos y moriscos), además de haber sido también responsable de impedir el arraigo del protestantismo reformista en España (prácticamente sinónimo para muchos de Ciencia y Libertad modernas), siendo ambos los principales motivos de su decadencia y empobrecimiento ulterior. La perspectiva inglesa respecto a España (Jardine, Twiss, Swinburne, y, sobre todo, Townsend), sin embargo, en general algo más benévola y menos necia (Voltaire decía que ni conocía España ni merecía la pena conocerla{24}), insistía, más bien, en las responsabilidades directamente políticas de esa situación: a partir de la victoria de Carlos I en Villalar contra las Comunidades, el pueblo español queda al albur de la arbitrariedad del poder absoluto de los reyes españoles que, sin un contrapoder (como es el Parlamento inglés) que equilibre o modere el capricho despótico del rey, termina por dejar al pueblo en la indolencia en la que ahora según parece se encuentra.
En todo caso la «religión española», el catolicismo español, con su despliegue iconográfico de santos, cristos y vírgenes tan característico (llama la atención a muchos de estos viajeros el culto mariano de la Semana Santa sevillana), va a ser considerado, tanto desde la perspectiva deísta del ilustrado francés, como desde el puritanismo fundamentalista anglicano –ambas en todo caso muy diferentes{25}–, como una suerte de paganismo supersticioso y fanático, impropio de un pueblo «civilizado»{26}.
En definitiva, si el diagnóstico ilustrado francés sobre el «enfermo» español se resume en una «mala religión» (fanatismo, superstición), el diagnóstico ilustrado inglés es, sobre todo, el del «mal gobierno» (despotismo, absolutismo). La cuestión, en buena medida, es si realmente había enfermo o fueron, más bien, los diagnósticos los que terminaron por generar un «enfermo imaginario».
Porque, en efecto, con la invasión napoleónica{27} de España, el país resiste e incluso vence al ejército que se tenía como el más poderoso de Europa –un ejército, por cierto, cuya «soldadesca» dejó arrasadas muchas partes de España, desde Llanes hasta Almuñecar–, siendo necesario, y es que parece que el «enfermo» no estaba tan débil como se presumía, cambiar, por lo menos matizar, esa perspectiva ilustrada de los philosophes, que había claramente subestimado a España como la subestimó, influido por tal perspectiva, el propio Napoleón{28}.
El punto de vista de esos viajeros extranjeros (aunque, desde luego, tampoco todos los que a ello contribuyen son de procedencia extranjera{29}, ni tampoco todos los de procedencia extranjera contribuyen a ello{30}) se transforma, pues, en una perspectiva aparentemente más cordial, menos severa en relación a las cosas de España: es la perspectiva romántica de España (lovely Spain, dice Byron, romantic Land), más cercana al diagnóstico inglés (al fin y al cabo muchos ingleses participaron en la Peninsular War en contra del «impío» Napoleón). El español es un gran pueblo (heroico, guerrillero), sólo que mal gobernado. Pero un gran pueblo cuyo atractivo reside ahora, precisamente, en que se mantiene refractario a las formas desarrolladas de civilización (industrialización, ferrocarril...). Es decir, es la misma perspectiva ilustrada, solo que ahora, en lugar de suscitar sólo desprecio, suscita también simpatía al verse ajena España a esas formas «civilizadas», «europeas» de organización social: es la simpatía, como Tácito por Germania, por lo inferior, por lo rústico, lo exótico, lo pintoresco desconocido y extraño para la «civilizada Europa».
Desde esta perspectiva, desde esa contraimagen «europea», la parte peninsular de la nación española recién «rebelada» contra el francés (parte en el siglo XIX que ahora, en el siglo XXI, insistimos, es toda la nación) será objeto de «visitas» –es la institución del Grand tour– por parte de numerosos viajeros extranjeros, muchos de ellos literatos ya consagrados (Byron, Gautier, Chateubriand, Merimeé, George Sand, Dumas, Irving...), en cuyos relatos va a quedar configurado, se va a «revelar», un determinado canon de español, complementario que no contrario al juicio ilustrado sobre España, y que después acabará por consagrarse literariamente (consagración a la que contribuyen, por supuesto, muchos españoles: Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, Blasco Ibáñez..., o los pintores Fortuny, Madrazo...): así en donde el ilustrado veía crueldad y violencia típica española, el romántico verá autenticidad, indomabilidad (individualismo típico español); en donde despotismo político, fidelidad al rey; en donde duelos y reyertas salvajes, sangre ardiente y apasionada; en donde superstición y «fe de carbonero», apego a las tradiciones; en donde el ilustrado veía celos y «violencia de género» (diríamos hoy), el romántico verá amor apasionado y posesivo; la miseria que veía el ilustrado por todas partes, también la verá el romántico pero como razón de dignidad y orgullo si no de generosidad desapegada; el hambre que veía el ilustrado, será para el romántico austeridad.
Así, si para el ilustrado España había perdido el «tren del Progreso», en razón del «mal gobierno» o de la «mala religión», siempre podría volver a tomarlo si pone remedios en ello, remedios que pasaban desde luego por la «Europa anticatólica» (en este sentido, el texto ilustrado tiene más bien forma de análisis técnico-económico, muy distinto del estilo que cultivará el romántico); sin embargo para el romántico España «es ansí», sin remedio, es la «España eterna», o una de sus versiones, que ha rechazado con arrojo esa forma «europea» de ser, tal es su dignidad y orgullo, aun a costa de vivir en la más absoluta de las miserias. De nuevo el Quijote para el romántico va a ser figura (triste figura) canónica de España en cuanto que en él aparecen mezcladas el arrojo y la miseria típicas de las cosas de España.{31} Se presupone pues en el romántico la «ilustración», pues es el supuesto rechazo a la ilustración lo que hace que España, por su extrañeza y exotismo, resulte ahora atractiva literariamente.
Es así que España se convierte prácticamente en un género literario, elaborado a modo de lecho de Procusto –el científico, el abogado o el médico apenas son convocados en tales relatos–, con sus temas y estereotipos característicos (Don Juan, Fígaro, Carmen, la dolce far niente...), en el que el español aparece retratado como una especie de «buen salvaje» cuyo primitivismo, pero primitivismo al cabo, suscita ahora simpatía: el tipismo, folklorismo, pintoresquismo desde el que se dibujan los diversos estereotipos de la España decimonónica (guerrillero, gitano, hidalgo, cigarrera, bandido, soldado, torero, mendigo...) convierten a España en una suerte de escenario exótico, tierra de «Sol y sangre»,{32} por el que se despliegan tales personajes según son cultivados por la literatura gótica, la novela histórica o el teatro de capa y espada tan del gusto del romanticismo literario{33}: es, en definitiva, el escenario en que tiene lugar la canonización de Carmen, la cigarrera: un canon que Gautier busca «apasionadamente», al que Merimeé le pondrá vida literaria, Doré rostro y figura y Bizet música, y que, pasado por la filosofía alemana (Herder...), se terminará sustancializando como «Cultura española».
Un canon de español en el que prácticamente, y este es, insistimos, su gran «descubrimiento», todo rasgo suyo tiene un origen africano u oriental{34}, moro o árabe, siendo heredero (diríamos homólogo) de la presencia musulmana en la península, de la «España mora» (siendo su carácter «europeo», en el mejor de los casos, meramente analógico). Carmen tiene mirada oriental, y es esta mirada exótica lo que buscan (y «si lo buscan es por que ya lo habían encontrado») en España los románticos, y lo que van a explotar literariamente hasta la saciedad, siendo prácticamente obligación del español desde este canon «cumplir con el papel exótico que se le ha asignado»{35}. El catolicismo encorseta, sofoca, ese genio oriental que late en España, de tal manera que las relaciones entre los personajes, entre los estereotipos generados por tal literatura, están atravesadas por una «violencia» (también, y casi sobre todo, erótica) latente, contenida, que termina por estallar por algún sitio, arrastrando consigo a los propios personajes que se ven envueltos por estas fatales relaciones, una fatalidad típica oriental. Es este «fondo y raíz oriental», atrapado y constreñido bajo una «forma católica», lo que hace de España el país de «lo imprevisto» (tal como lo definió Ford). Para bien o para mal, pues, en España «el Genio de Oriente se abre paso de todas las maneras posibles», siendo el Oriente ese «lugar natural» suyo del que «violentamente» fue sacada y al que, también «violentamente», tiende a volver.
Es precisamente en los años cuarenta del siglo XIX cuando se publican las obras que más influencia tendrán en la consolidación de este canon, así George Sand{36} (1842), Gautier (1845), la Carmen de Merimeé (1845), el Handbook de Ford (también 1845) y el libro de Borrow (1843), de tal manera que cuando Dumas (padre) aparece en escena ya aparece completamente instalado en el tópico, un tópico que él llevará a su apoteosis con el célebre lema «África empieza en los Pirineos». Un tópico que, desde luego, no sólo será recreado literariamente, sino que se extenderá a las demás artes, para empezar a la pintura (J. Cabanah Murphy, J. F. Lewis, E. H. Locker, el propio Delacroix y por supuesto Doré... que ilustraban los libros de esos «viajeros»{37}), pero también a la música: los grandes compositores del XIX practicarán el «tema español» (desde Beethoven, pasando por Liszt, hasta, por supuesto Chopin, Rossini o Bizet) teniendo siempre a la vista tal canon.
Un tópico que, en cuanto el romanticismo quede demodé, se seguirá cultivando sobre sus componentes más negros, reforzados con la ideología criolla independentista que acompaña a los procesos de emancipación de las nuevas naciones americanas (Sarmiento,...) y, sobre todo, con la propaganda bélica norteamericana cuando EEUU se enfrente a España al final del siglo en el Caribe y en el Pacífico (nada menos que Hearst –«ciudadano Kane»– y Pulitzer ganarán su fama con su propaganda antiespañola).
Es en este contexto en el que España se consagra como España inquisitorial, una imagen cultivada sobre todo en las artes –con la aparición del cine se extenderá tal canon a los cuatro vientos–, pero también, desde luego, por determinada historiografía. Se propaga así, sobre estas nuevas bases, lo que Juderías ha llamado a principios del siglo pasado, tras el «desastre del 98» y en plena resaca de los sucesos de la «Semana Trágica» y del «caso Ferrer»{38}, la «leyenda negra antiespañola»{39}. Una «leyenda», desarrollada con la práctica de lo que Gustavo Bueno ha llamado «metodología negra», bien presente en buena parte de la historiografía{40}, y desde la que se considera a España como la representante máxima del peor de los males políticos: la tiranía; así torquemadas, felipes segundos, duques de alba... son los personajes que llenarán, saturarán la Historia de España, personajes tétricos, crueles, sanguinarios... que bastará nombrarlos para saber de qué se está hablando{41}. Es esta imagen de España pues, la España reaccionaria, clerical, indolente, caciquil y «casposa», la que, asociada a la España imperial y nacional, será cultivada por muchos otros viajeros y literatos extendiéndose «como el bostezo», sobre todo a través de Francia, por toda Europa{42} y Norteamérica. Una contraimagen de la España imperial y nacional que hará que, por contraste, la «España mora» parezca «de oro» frente a la ulterior «España católica».
En este contexto, y a estas alturas, podemos observar cómo, a través de los relatos de viajes elaborados por visitantes orientales de filiación árabe-islámica, el «alma mora» ya estaba sufriendo una gran transformación en relación a esas «Huáje del Mselmen» situadas en España. Sobre todo a partir del último cuarto del siglo XIX, los embajadores, plenipotenciarios o enviados a la corte de España procedentes del ámbito musulmán, algunos de ellos también literatos consagrados, coinciden con los «europeos» en sus impresiones sobre España, plasmadas en la narración clásica conocida como rihla{43}: la Iglesia católica y el fanatismo religioso, suponen estos «exquisitos» visitantes, han contribuido definitivamente a promover la situación de precariedad y estancamiento en la que supuestamente se encuentra España. De nuevo, repiten, frente a las excelencias del al-Andalus, el fanatismo, la crueldad, la desorganización administrativa, la corrupción política es la impronta dejada en la Península por la «España inquisitorial». Ahmad al-Kardudi, Ali al-Wardani, Ahmad Zaki, Muhammad Farid... chapotean y repiten el canon europeísta sobre España, siempre viendo en los caracteres positivos que de él se pudieran destacar, una herencia de la «España mora»{44}.
Las «cosas de los Moros» puestas al servicio de empresas políticas españolas desde la Restauración
Sin embargo, es precisamente esa España nacional, esa España que a ojos del «europeo» es prácticamente África, es esa atrasada, miserable, desgraciada y sangrienta España (parafraseando de nuevo a Ford) resultado de la España inquisitorial, la que, entre otras cosas, produce, por lo menos en parte, la ciencia histórica que descubre al-Andalus. Esta es la paradoja. La ciencia histórica –arqueológica, filológica, paleográfica,...– sobre al-Andalus, el real, no la literaria «España mora», es una empresa, por lo menos en parte insistimos, nacional española –por ejemplo, las excavaciones que descubren Medina Azahara están dirigidas por un español con presupuesto español– y, sin embargo esta empresa, como otras, no son «descritas» por esos viajeros románticos: entre el bandolero, la cigarrera, el cura, el gitano...., entre guitarras y trabucos, mantillas y peinetas, fiesta y siesta... rara vez ven estos literatos «europeos» al científico, al filólogo, al arqueólogo o al historiador español trabajar, entre otras cosas, sobre al-Andalus (ni siquiera ven a sus literatos homólogos{45}).
Un al-Andalus en cualquier caso que, desde la segunda mitad del XIX, es puesto al servicio de la política nacional española, tratando de sacarle rendimiento en el contexto del «concierto internacional» a eso de que «África empieza en los Pirineos». Dicho rápidamente, esa supuesta «raíz africana u oriental» de España es dispuesta, por iniciativa más bien de la derecha política, en favor de la política nacional española fundamentalmente en tres frentes:
En primer lugar el «mito andalusí» es canalizado, con la declaración de guerra a Marruecos en 1859, a través de la política africanista española, desde la que se pretende que España no se quede al margen de la carrera colonial emprendida por otras naciones europeas. Una política que, movilizando ideológicamente esa supuesta «comunidad de origen» entre España y el Magreb, va a tratar de imponerse sobre todo a Francia, que mantiene el mismo interés colonial sobre el norte de África. Esta política africanista, ya reclamada por Donoso Cortés, pero impulsada decisivamente, entre otros{46}, por Cánovas, por Joaquín Costa y por Sánchez de Toca, se lleva a cabo efectivamente desde una España que, hacia 1883-1884 , alcanza un PIB, en relación a otras naciones europeas, de proporciones similares al que tiene en la actualidad en relación a esas mismas naciones (según estudios de Jordi Nadal). Esto lo decimos, aunque no vamos a entrar en ello a fondo, porque esa España «atrasada», «miserable»..., según la describe el anticatolicismo «europeo», tuvo suficiente «pulso» como para, por lo menos, llevar a cabo, con todas las dificultades que se quiera, la empresa africanista{47}, imponiéndose a veces a las planes impulsados por Francia en este sentido. Pero, con los sucesos de la «Semana trágica» y, sobre todo con el «desastre del Annual»{48}, van a crecer los partidarios del abandonismo,{49} quedando la política africanista prácticamente sin apoyos. Sin embargo, tras la rendición de Abdelkrim y tras las reformas llevadas a cabo –la llamada «pacificación»– en el Protectorado bajo Primo de Rivera, aún tal política va tener un papel fundamental, tal y como se desenvuelven los acontecimientos durante la Segunda República: y es que el ejército vencedor de la Guerra Civil procede, como es sabido, del Protectorado marroquí.{50}
Por otra parte y en segundo lugar, el «mito andalusí» es canalizado también a través de la empresa turística española, que, con algunos antecedentes decimonónicos, es definitivamente impulsada por el tardo-franquismo: es el Spain is diferent de Fraga. Una empresa que va a explotar, como decorado exótico atractivo para el turista noreuropeo y norteamericano, el canon romántico de España –el sol y la sangre–, siendo, como hemos visto, la «España mora» uno de sus componentes esenciales.
Finalmente, en tercer lugar, el mito andalusí es explotado, desde Blas Infante en adelante, en función de los intereses autonomistas de la parte andaluza de la nación española, basando el «hecho diferencial» andaluz fundamentalmente en la presencia musulmana en la Península (con la reivindicación del «aljamiado» como lengua cooficial de Andalucía, y cosas por el estilo).
La cuestión es que, cuando el programa africanista español concluye, tras recibir de Hassan II su estocada final («Marcha Verde» sobre el Sáhara Español), y estando Franco moribundo, la política llevada a cabo durante la «Transición» mantiene, y aún potencia, la canalización del canon romántico de español a través de la empresa turística, situándose España entre las primeras potencias mundiales (segunda o tercera) en este sentido. Pero además, con la implantación del Estado de las Autonomías, el «mito andalusí» va a recibir un gran impulso por parte de la empresa autonomista andalucista, hasta el punto de llegar a confundirse Andalucía con al-Andalus (una confusión que, en todo caso, a largo plazo no conviene al islamismo político).
De esta forma, con la Transición de la dictadura a la «democracia coronada», el «mito andalusí» sigue siendo cultivado con mayor vigor que nunca, al ser canalizado a través de ambos frentes confluyentes, de tal manera que, en el último cuarto del s. XX, España aparece anegada de rutas turísticas en las que ese pasado oriental, andalusí, musulmán, es constantemente exaltado, prestigiado, frente a la ulterior constitución imperial y nacional de la España católica. En cualquier guía turística, en muchas de las iniciativas impulsadas por la Junta de Andalucía..., aparece invariablemente, en cualquier rincón, detrás de cualquier esquina, la luminosa, tolerante y literaria al-Andalus contrastada con la oscura, atrasada e intolerante España imperial y nacional.
Es más, durante la Transición, y a través de la influencia de movimientos etnologistas{51}, muy activos durante este período –(estructuralismo francés, por no hablar de la hermeneútica y el «pensamiento débil», en los que aparece toda la metafísica de la sustancialización de «el Otro»y de la «Diferencia»)–, sobre todo entre las corrientes de izquierdas, el al-Andalus pasa a convertirse, desde aquella romántica «España mora», en una sociedad ideal pero en cuanto que«armónica», «multicultural»: es el mito de «las tres culturas» conviviendo en la península durante el período medieval{52} el que ahora, generalizado a través de la confluencia de ambos frentes, el turístico y el autonómico, envuelve como una aureola esos restos, esas reliquias andalusíes convertidas, no ya solo para el moro, sino también para el español mismo, en «legado andalusí». Lo asombroso, pues, de la situación actual, aunque a estas alturas sería asombroso asombrarse, es que, ya no solamente el moro, sino también el español –muchos españoles– mira hacia tales restos –la Alhambra, la «mezquita» de Córdoba...– con cierta indignación y nostalgia ante semejante pérdida –la pérdida de la «armonía de las tres culturas»–, representando el al-Andalus, desde muchas instituciones turísticas, administrativas, pero también educativas y culturales, la edad dorada del «respeto al Otro»: una convivencia armónica que concluye, por supuesto, con el «fanatismo católico» de la Reconquista; una convivencia, en definitiva, que se mantuvo mientras la Península fue islámica, y que concluyó con la constitución imperial y después nacional de España.
La «España andalusí»: el mito de «las tres culturas» como idea aureolar y su canalización yihadista
Y es que, en efecto, la transformación ha sido tal, y no solo para el «alma mora», que el español, o muchos españoles, se reconocen mejor como herederos, a través del «legado andalusí», de los abderramanes califales o de los boabdiles nazaríes musulmanes que como herederos de los reyes católicos.{53} Digamos que en España ha cuajado la idea –en partidos políticos, prensa, literatura, cine, instituciones culturales, turísticas... buena parte de la historiografía... ¿en la propia «Casa Real»?...– según la cual el catolicismo de los reyes españoles ha arrojado fuera de la Península a una «civilización» cuyas características, tal como son estas relatadas según esa idea, engranan mejor con los «valores» propios de una «democracia avanzada», en la que se ha transformado España con la «Transición democrática», que con los «valores» de la Reconquista que fundamentan la identidad católica de España, unos «valores» los de la Reconquista –considerados más bien como «disvalores»–, con los que se identificó el franquismo (el nacionalcatolicismo), y que han terminado por expulsar de la Península a semejante «civilización andalusí» y con ella aquellos «valores», los del multiculturalismo, a ella se supone asociados: en particular, sobre todo, el «valor» de la «tolerancia», practicada, según se dice, en esa «civilización andalusí», fue capaz de generar una sociedad armónica en la que, por imperar en ella el «diálogo de civilizaciones», se mantuvieron en equilibrio las «tres culturas» peninsulares (judía, musulmana y cristiana). Y se mantuvo tal armonía hasta que, precisamente con el empuje cristiano hacia el sur, iniciado con la monarquía asturiana, tal equilibrio termina por romperse, por descompensarse. Un desequilibrio pues, el generado con el empuje cristiano, que se consagra, tras la expulsión de los judíos y la toma de Granada, con el gobierno de los «reyes de la intolerancia», con los Reyes Católicos, cuya figura fue también reclamada por el nacionalcatolicismo franquista, y que termina con aquella armonía preestablecida en la Península por la «civilización andalusí»{54}. Digamos que, según esa «idea» (producto más de la «sensibilidad», de la fantasía, que de la «Razón», por decirlo al modo kantiano), la identidad musulmana de la Península ha generado una unidad armónica en ella que engrana mejor con la «identidad democrática» española, adquirida con la Transición tras «negar» el franquismo, que con la identidad católica de la Reconquista, adquirida tras «negar» el Islam peninsular: según esta «idea», pues, va siendo hora, «en pleno siglo XXI» (¿?), y con la «Transición democrática» que lo posibilita, de que sea restaurado ese «equilibrio sostenido», esa «armonía entre las tres culturas» que se supone caracterizó al al-Andalus; es hora, en definitiva, sobre todo cuando España se ha convertido en una «tierra de acogida», de «recuperar» esa «unidad armónica» rota por la «identidad católica» de España. Es hora de devolver a España su «identidad andalusí» perdida{55}: así Toledo, Córdoba, Murcia, Granada... son consideradas, desde muchas instituciones{56} como «ciudades de las tres culturas» (incluso desde determinadas instancias se reivindica su cambio de nombre a favor de su nombre andalusí: «Qurtuba» por Córdoba{57}, «Garnata» por Granada...), de tal manera que se trata, desde esta consideración, de «devolver» a tales ciudades su antiguo supuesto esplendor bajo su «identidad andalusí», tras siglos de, igualmente supuesto, «fanatismo oscurantista» (católico). Se quiere cerrar así el «paréntesis católico» que sumió a la Península en esa total oscuridad, y entroncar, tras una suerte de «negación de la negación», con la «civilización andalusí», esa realidad «viva» (aureolar) reclamada («Museo Vivo de al-Andalus», «Biblioteca Viva de al-Andalus»{58}) que, siquiera crípticamente (a través de lo que Blanco White, y con él Goytisolo, ha llamado «excepciones geniales»: Delicado, Cervantes, Mateo Alemán, Góngora... cuya literatura se explica abusivamente por el origen converso, en algunos casos no probado, de sus autores{59}), mantuvo la llama de la ilustración y de la civilización en la Península, una llama alimentada, por descontado, por el «legado andalusí».
A través pues de la confluencia de ambos frentes, el turístico y el autonómico, se ha consolidado, sobre todo, aunque no sólo, entre los partidos autodenominados «de izquierda», la idea aureolar de la «armonía de las tres culturas», constantemente realimentada por el europeísmo anticatólico del que, además, continúa impregnada buena parte de la literatura contemporánea (por supuesto Goytisolo, pero también Antonio Gala, Caballero Bonald, Juan Benet{60}..., por no hablar del género de novela histórica{61}, del cine o de la canción), y que continúa abonando, en proporción directa a la práctica de la «metodología negra» relativa a la España imperial y nacional, la leyenda de la romántica «España mora»: es el Oriente, de nuevo, el «lugar natural» que a la Península corresponde{62}, un lugar, el ameno al-Andalus musulmán, que ha producido verdaderas filigranas y que ha sido violentamente expulsado por el catolicismo «excluyente».
Pues bien, este «al-Andalus», España vista como la «tragedia de al-Andalus», es el que ahora forma parte del plan político islamista dirigido a la islamización del «mundo», un plan cuyo programa no es precisamente el de mantener la, por otra parte legendaria, «armonía entre las tres culturas», sino más bien el de propagar la sharia,{63} la ley islámica, allí donde se pueda, sirviendo el «mito de al-Andalus» de ocasión, como ideología mitemática, como idea aureolar ligada a muchas instituciones españolas (turísticas, autonómicas, parlamentarias...), para llevar a efecto semejante plan: esas «Huáje del Mselmen», prestigiadas y exaltadas por el europeísmo anticatólico, son canalizadas ahora en favor del programa yihadista contando, para su desarrollo, con la total complicidad de tal ideología mitemática infiltrada y defendida desde múltiples instituciones españolas, representando esto, dada la situación actual de España, una amenaza en toda regla para la nación española (lejos estamos de las circunstancias decimonónicas en las que tales «cosas de Moros» eran puestas al servicio de la nación española).
De hecho, ese plan yihadista ya se está desarrollando, consiguiendo, de momento, en relación a España, que un gobierno, el anterior gobierno español, que plantó cara a semejante plan, haya sido derribado en la urnas con la complicidad de la entonces oposición y de buena parte del «electorado español» que, como el yihadismo, también procuraron, según fueron planteadas las cosas, cerrar el «paréntesis católico». Y es que fue cultivando esta ideología mitemática, fue abundando en el fantástico contraste entre la «civilización andalusí de las tres culturas» y la «España imperial y nacional fanática y xenófoba», como se montó la oposición al gobierno de Aznar desde la izquierda socialdemócrata parlamentaria y sus «socios» secesionistas actualmente en el gobierno, dibujando ad hoc al gobierno del PP como una «recaída» en la «España católica», como una «vuelta», un «retroceso» hacia el «nacionalcatolicismo» (así se interpreta el período del gobierno de Aznar desde esa idea aureolar{64} y es que así se concibe, indistintamente, toda posición que no«comulgue» con tal idea aureolar). Una estrategia electoral, la de la izquierda parlamentaria, que va a suponer, como veremos, toda una «invitación» para que la estrategia yihadista «pase el peine de Rilke» por España a tres días de una Elecciones Generales, propiciando que, con la complicidad de parte del electorado español temerosa de que «el peine» vuelva a pasar, la izquierda parlamentaria, con sus «socios» secesionistas, se haga con el gobierno de España.
3. La izquierda indefinida fundamentalista gobernante divagando por las «cosas de los Moros» aureoladas y su complicidad con el islamismo político.
Y es que sobre todo, insistimos, entre los partidos de la izquierda parlamentaria, antes socialdemócrata (PSOE) y comunista (PCE), se ha implantado, durante la Transición (si no antes), ese multiculturalismo que ha provocado que tales partidos terminen derivando hacia posiciones de izquierda fundamentalista{65} en las que ahora se encuentran: precisamente al renegar, a través de la leyenda negra, de la nación española (que otras generaciones de izquierda contribuyeron decisivamente a constituir), se va despertando desde estos partidos, con semejante derivación, además de una gran «sensibilidad» por los movimientos secesionistas («respeto por las identidades culturales»: la «España plural» frente al «Estado español opresor»{66}), una no menor «sensibilidad» hacia la «civilización andalusí» entendida siempre como sociedad tolerante y armónica. Así, frente a la «intolerante» nación española, aparece la izquierda española divagando en torno a esas «cosas de moros» como partes formales de una sociedad armónica que hay que restaurar, llegando incluso a la extravagancia de considerar al Islam, responsable de semejante armonía social, como corriente «de izquierdas»{67}, como una «cultura», entre otras (la «cultura vasca», la «catalana», la «gallega»), «oprimida y vejada» por el «Estado español»{68}: una «sensibilidad» hacia la «civilización andalusí» procedente de los partidos «de izquierda» que se extiende así hacia el Islam mismo que se supone la generó (de hecho muchos de los conversos al Islam que existen hoy en España proceden de las filas comunistas y, sobre todo, troskistas). Una izquierda en la que, además, ha cuajado la propaganda jomeinista en la que se dibuja al musulmán, indistintamente, como el «oprimido», como el «desheredado», el «proletario», en una palabra –que, en el contexto iraní de revolución contra el sha, aún tiene algún sentido, pero que a nivel «universal» no tiene ninguno{69}–, y por tanto «camarada» en la lucha de clases universal{70}. Un musulmán «oprimido» que, en su «desesperación», es capaz incluso de inmolarse contra el opresor «etnocentrista», hasta tal punto llega su «conciencia de clase».
En fin, cuaja perfectamente entre la izquierda fundamentalista el palestinismo que Irán promovió en el Oriente Próximo para hacer frente a Israel: la piedra contra el tanke, David contra Goliat,... son este tipo de imágenes, de intuiciones, de iconos, que no conceptos, los que llenan las cabezas de los militantes y dirigentes, por no hablar de los votantes, de «la izquierda» española y, en general europea{71}, viendo sin solución de continuidad, en el morisco del XVI e incluso, en el granadino del XV a ese palestino «desesperado» ante la «violencia» y «opresión» ejercidas por la lombarda de los Reyes Católicos, por el tanke del sionismo «islamófobo». Son este tipo de imágenes retóricas (exentas completamente de dialéctica) las que alimentan la famosa «sensibilidad» de «la izquierda» por el «musulmán» que se supone siempre «oprimido».
Pues bien, es esta, sin duda, la «sensibilidad» de la que presume constantemente el actual Presidente del gobierno de España, Rodríguez Zapatero, según ese panfilismo{72} poético tan característico que practican él y su Ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos{73}, y que se resuelve, ya que fue esta «sensibilidad» la que le dio el gobierno, poniendo efectivamente al «legado andalusí», como idea aureolar, al frente de la política exterior española{74}. El «legado andalusí» representa, en efecto, esa «armonía», ese «diálogo de civilizaciones» que hay que «restaurar» y promover, es este legado en nombre del cual no se puede participar en «guerras ilegales», es el legado que obliga a la «retirada de las tropas de Irak», el legado, en suma, y por decirlo en cuatro palabras, del «No a la Guerra» que puso en el gobierno a ZP (incluso «El Quijote» es «reivindicado» desde esta perspectiva aureolar, desde esa «armonía entre culturas» que defiende la «Cultura contra la Guerra»{75}).
Esta es la «idea» de España, por lo visto, «presentable» en «Europa» y en «el mundo»: la «nueva España», la «España plural» que recibe población inmigrante (buena parte de ella población musulmana, marroquí, en la que la izquierda fundamentalista busca su voto), y que no puede, en tanto que «déficit» respecto a tal «armonía», celebrar ni conmemorar la muerte de Isabel la Católica, mucho menos promover su «canonización», que no puede celebrar el 2 de enero la «toma de Granada», que no puede hablar del «Manco de Lepanto» o el «cautivo de Árgel», es la «nueva España» que tiene que retirar el «Santiago Matamoros» de la catedral de Santiago, o las cabezas cortadas de moro del escudo de Aragón: en definitiva es la España que se constituye como parte, por utilizar la expresión de Fallaci, de «Eurabia», renegando de la plataforma, esto es, el Imperio formado bajo el ortograma dirigido al «recubrimiento del Islam», y sobre el cual España se constituye como nación política a partir de 1808. Es la «nueva España» desde la cual, tanto el Imperio como la nación española, como pars pudenda de la historia de España, se ponen entre paréntesis, como si fueran un «sueño dogmático» del que es necesario despertar –a pesar de alguna recaída: el gobierno de Aznar– como condición de posibilidad de convergencia con «Europa» (la «paz perpetua», según ZP), entroncando así directamente con la «civilizada y tolerante» al-Andalus en tanto que, se supone, antecedente «armónico» y «pacífico» de esa«nueva España» multicultural.
Es la «nueva España», en fin, que reniega de España y en la que la nación española, de la mano del gobierno socialista, se disuelve frente al «legado andalusí», en que la nación española se disuelve en la «España plurinacional».
Y es que fue, en efecto, esta «idea de España» o mejor esta «idea de su disolución» (ZP ha afirmado recientemente que el concepto de «soberanía nacional» ha quedado «obsoleto» en favor de conceptos políticos más «flexibles» [¿?]) la que, potenciada por la izquierda parlamentaria mientras se mantuvo en la oposición, venció, con la complicidad de la intervención yihadista tres días antes, en las Elecciones Generales del 14 de Marzo del año pasado, al ser presentada al electorado español como disyuntiva frente a la «España inquisitorial», frente al «nacionalcatolicismo» representado, se supone, por la derecha parlamentaria en el gobierno{76}. La izquierda fundamentalista dibujó, caricaturizó, cultivando ese anticatolicismo europeísta y maurófilo institucionalmente muy arraigado en España (según hemos expuesto), a la «España de la Azores» como una España agresora, como una España que injustamente había golpeado al «moro oprimido», como la España en fin, la representada por el gobierno de Aznar, heredera de la «España inquisitorial», de la España «antidemocrática» («sin derechos», según manifestó recientemente ZP) que arrojó fuera de la Península a la luminosa y civilizada al-Andalus y que se mostraba, ahora, en complicidad con el imperialismo yankee, «insensible» hacia el «musulmán oprimido».
En efecto, fue la influencia sobre buena parte del electorado español de esta sensibilidad hacia el «moro oprimido» -«causa justa» del terrorismo islamista-, realimentada constantemente por el «mito de al-Andalus frente a España», lo que hizo que en las Elecciones Generales del 14 de Marzo del 2004, se produjese un «vuelco electoral» a favor de los intereses del islamismo político, poniendo en el gobierno de España a un partido que potenció, aprovechando una situación muy concreta, todo lo que pudo esa «sensibilidad» para sacar a la derecha del gobierno: fue esto lo que ha llevado a ZP a la presidencia del gobierno sacando a España de las Azores, sí, pero para dejarla en Babia.
4. El 11M: España, de las Azores a Babia
Y es que un electorado que viaja por España siguiendo la «Ruta del Califato», o la «Ruta de Washington Irving»..., que lee las novelas de Antonio Gala, de Goytisolo..., que se ha «instruido», en la escuela, con la Leyenda Negra sobre el Imperio y la nación española..., por no hablar de la «instrucción» del cine y la televisión en este sentido... , un electorado como es buena parte del español, en fin, que «descubre» a cada paso la «luminosidad y prosperidad» de la «civilización andalusí» en contraste con el «fanatismo belicoso» con el que se construyó España, es un electorado muy propicio para que cale tal maniquea y mitológica sensibilidad. Poco hizo, hay que decir, el Partido Popular por combatir esta «mitología» oscurantista. Una «mitología» que, sin embargo, explotada por la izquierda fundamentalista parlamentaria mientras se mantuvo en la oposición, ha logrado, con la complicidad de la intervención yihadista, dejar e España en Babia durante un año de gobierno de ZP.
Veamos pormenorizadamente cómo se desarrolla esta complicidad entre yihadismo e izquierda fundamentalista, verdadero «agujero negro» del 11M.
El 11S y la «tragedia de al-Andalus»
El yihadismo, elemento constitutivo del islamismo político, es un fenómeno político relativamente reciente tal como viene constituyéndose en el Presente político. Con algunos antecedentes en el siglo XIX (Dozy describe en Historia de los musulmanes en España el incipiente y todavía marginal wahabbismo), se desata sobre todo con la bajamar imperial producida tras los procesos de descolonización que tienen lugar después de las guerras mundiales. Con la caída del Imperio Turco (tras la derrota del Turco en la Primera Guerra mundial nace la «nación turca» de la mano de Ataturk, siendo abolido el sultanato en 1924) el islamismo político se queda sin referente imperial, lo que provoca la proliferación de grupos (los Hermanos Musulmanes) y de «intelectuales» clericales (Sayyib Qotb, Alí Shari'ati...) que procuran la reislamización de los propios países musulmanes que, con los procesos de «nacionalización», además de dividir a la Umma islámica (o comunidad de fieles musulmanes), se estaban «occidentalizando» o «sovietizando», desviando, en una palabra «del sentimiento islámico de la vida» (los cinco pilares...){77}.
Con la fundación del Estado de Israel aparece la «Causa palestina» que encrespa, y de ninguna manera desata –como muchos «izquierdistas» quieren ver–, todavía más la oleada islamista{78}, siendo aún, por lo menos en algunos momentos, impulsada, durante el período de «Guerra Fría», tanto por EEUU (Arabia Saudí, Irak...) como por la URSS (Irán, Egipto...) en su enfrentamiento mutuo.
Sea como fuera (no podemos ahora desarrollar este asunto pormenorizadamente) se produce una islamización del nacionalismo de los países musulmanes, completamente refractaria al proceso lógico de holización, que hace fracasar, de uno u otro modo, todo intento de nacionalización de los países musulmanes (ya fuera nacionalización soviética o liberal-«democrática»){79}.
Con la caída de la Unión Soviética y de Yugoslavia, proceso determinante de nuestro Presente político{80}, esta islamización, relativamente neutralizada hasta ese momento por el comunismo «realmente existente» en las regiones de su influencia, no hace más que incrementarse todavía más, encontrando nuevos frentes a favor de la «Causa» islamista (Bosnia, Chechenia).
De este modo tiene lugar una proliferación extraordinaria de grupos parapolíticos, que aunque no son Estado, sí están vinculados al Estado, a determinados Estados (Arabia Saudí e Irán, particularmente) desde los que, sobre todo con la aparición del petrodólar, se forma (universidades, madrasas...) y se subvenciona el yihadismo que actúa internacionalmente en virtud de determinados intereses políticos (bien internos a cada Estado, bien como mediación de las relaciones entre estados). El yihadismo parapolítico generalizado globalmente adquiere así, apoyado y subvencionado por tales Estados, una potencia sin precedentes, con unos dirigentes que, pertenecientes a la alta sociedad de los países islámicos (la mayor parte de ellos con formación universitaria), poseen gran capacidad financiera y logística para desarrollar sus actividades.
La cuestión es que el 11 de Septiembre de 2001 el «corazón (financiero, gubernamental y militar) del Imperio» es atacado por Al-Qaeda, una red de grupúsculos islamistas cuya cúpula tiene su refugio en las montañas de Afganistán, al amparo del régimen de los talibanes (con el Mulá Omar a la cabeza). Casi un mes después, el 7 de Octubre del 2001, EEUU responde con la invasión de Afganistán, derribando el régimen de los talibanes, y yendo a la «caza y captura» del líder de la red islamista AlQaeda, el saudí Osama Bin Laden.
Pues bien, ese día, el 7 de octubre (aniversario, por cierto, de la batalla de Lepanto), en un comunicado retransmitido por la televisión Al Yasira, y que escucha medio mundo, Bin Laden sostiene que fue el brazo ejecutor de Alá el que propinó a «América» ese golpe, en compensación por el sufrimiento incomparablemente mayor padecido por la «nación» islámica{81}. De este modo Bin Laden amenaza con seguir haciendo la yihad a «Occidente», en general, pero apuntando directamente y en particular a dos objetivos: Israel, que representa la «tragedia de Palestina» y España, que representa la «tragedia de al-Andalus».
Israel y España, únicos territorios, junto a los Balcanes, en los que, frente al «kafre», frente al «bárbaro infiel», el Islam perdió terreno desde su expansión a partir del 622. El «11» parece la cifra clave, y es que el «11» representa la superación de las Tablas de la ley mosaica y de los 10 Mandamientos cristianos{82}. El «11» representa la superación, la superioridad de Mahoma frente a Moisés y Cristo{83}.
Así sin todavía involucrarse España en la Segunda Guerra de Irak, España, en tanto que «tragedia de al-Andalus», es amenazada por el yihadismo directamente, no ya sólo como parte del «Occidente infiel».
¿Qué hacer ante semejante amenaza?, ¿qué hizo el gobierno español ante esta amenaza que escuchó medio mundo y que, seguramente, despertó a múltiples «células durmientes» dirigidas a cumplirla?
En efecto este comunicado representó, y sigue representando, toda una amenaza para la nación española, no tanto porque, por lo menos a corto y medio plazo, exista riesgo de la implantación en España de la sharia, es decir no tanto porque haya un riesgo real, a medio plazo, insistimos, de que el programa islamista se cumpla en España, sino porque, además del riesgo de sufrir atentados (matanzas de «infieles»), sí existe el riesgo de que la soberanía española se vea mermada, bien en favor del secesionismo fraccionario español (por el que España, sencillamente, desaparecería){84}, bien en favor de Marruecos (potencia francófona y francófila) en virtud de las reivindicaciones que tal país mantiene sobre Ceuta y Melilla.
Y es que en España existe una numerosa población islámica en la que el islamismo puede arraigar con facilidad, de hecho ha arraigado, ejerciendo así con sus actividades presión en favor de la reivindicación marroquí de las dos «Ciudades Autónomas» o en favor de los intereses (de todo tipo) de esa población islámica establecida en España: en España existían en el 2000 unos 300.000 musulmanes{85}, el 86% de los cuales son de procedencia marroquí. Ahora mismo, con el incremento del tráfico ilegal, la cifra de población musulmana en España oscila en aumento creciente sin conocerse exactamente las cifras (más de 500.000){86}, y que, si bien (seguramente) es menor que en otros países europeos, su continua oscilación, además de su incremento por oleadas, hace que el control sobre la misma sea menor que en otros países, y el riesgo de la implantación en ella del yihadismo sea mayor. Una población en la que además, como en buena parte de la población española, el prestigio de al-Andalus está muy arraigado (cosa que tampoco ocurre, obviamente, en otros países europeos), sobre todo porque cuando llegan a España, las asociaciones y «federaciones» musulmanas que los reciben prestigian constantemente la «España musulmana» frente a la España nacional «trinitaria e infiel»{87}.
En esta situación las palabras de Bin Laden, tras el 11S, representan todo un pistoletazo de salida de la práctica de la yihad en favor de los intereses de estos grupos{88} y en favor de la política de Marruecos en tanto que punta de lanza del islamismo político frente a España.
Tan sólo recordemos que el 27 del mismo octubre de 2001, veinte días después del comunicado de Bin Laden, el gobierno marroquí retira a su embajador en Madrid y, de nuevo un 11 (de julio de 2002), Marruecos invade el islote de Perejil, todo ello en un contexto en el que España y Marruecos rompen los acuerdos sobre pesca, se continúa sin resolver el «contencioso» del Sáhara Occidental y se mantiene un tráfico de pateras de intensidad creciente, y sin control por parte de las autoridades marroquíes, entre Marruecos y España.
Pues bien, repetimos, después del 11S, ¿qué hacer ante semejante amenaza?, ¿qué hizo el gobierno español ante esta amenaza que escuchó medio mundo? ¿Qué hacer desde una nación española completamente horadada por el prestigio del al-Andalus musulmán y por la leyenda negra anti-española{89}?
España en las Azores
La respuesta del gobierno de Aznar fue comprometerse con el gobierno Norteamericano en la «lucha antiterrorista», compromiso que parece no tener objeción, en un principio, por parte del principal partido español de la oposición, cuando, el 7 de Octubre del 2001, tiene lugar la ofensiva estadounidense sobre Afganistán. Un apoyo recíproco entre España y EEUU (a España, tras recibir una amenaza directa, le conviene tal cooperación con la primera potencia mundial que responde a la agresión) que se desarrolla a través de lo que se ha dado en llamar «vínculo trasatlántico» o «atlantismo» reforzado además, según argumentaba Aznar, por la comunidad de pertenencia de España y EEUU al bloque hispanohablante{90}.
Sin embargo, cuando el 27 de octubre de ese mismo mes, Marruecos «llama a consultas» a su embajador de España, el principal partido de la oposición, con Zapatero a la cabeza, organiza poco tiempo después, al margen del gobierno, una visita de ZP al Reino de Mohamed VI, en la que, entre otras cosas, Zapatero se deja fotografiar al lado de un mapa del «Gran Marruecos», en el que, además del antiguo Sáhara español, Ceuta y Melilla son contempladas como marroquíes.
En todo caso tras la ocupación por Marruecos del islote Perejil, Rodríguez Zapatero (aunque no tanto ya El País, la SER y otros medios afines al PSOE) apoya, tímidamente eso sí, la operación militar de desalojo de la isla Perejil{91}.
Es sobre todo, como todo el mundo sabe, con la anunciada intervención armada en Irak por parte del gobierno de los Estados Unidos, ante el reiterado incumplimiento de las resoluciones de la ONU por parte del gobierno de Sadam Husein en relación a su desarme, cuando toda la oposición parlamentaria, formada por el secesionismo y por la izquierda fundamentalista, se sitúa en contra del gobierno español si este mantiene su cooperación con el gobierno estadounidense. En un principio ZP se opone a que el gobierno apoye una intervención armada aunque exista resolución del Consejo de Seguridad en este sentido (en sus términos, se opondría, por «injusta», a tal intervención, aunque fuese «legal»), resolución que, aunque ambigua, ya existía (la 1441) según la interpretación del gobierno norteamericano. Después, al ver que Francia, incumpliendo la resolución 1441 (que de ninguna manera, aún en su ambigüedad, se dejaba interpretar según la traducción francesa), se niega también a la intervención militar (luego lo harán igualmente China y Rusia), y sabiendo que en estas condiciones (por mediación del «derecho a veto» de los miembros permanentes del Consejo) no puede salir resolución alguna alternativa (ni favorable ni desfavorable a la intervención militar), ZP cambia de parecer y se opone a que el gobierno secunde tal intervención armada mientras no haya una resolución de la ONU que resuelva la ambigüedad de la 1441 (es decir, en sus términos, se opone «por ser ilegal» además de «injusta») y que apoye inequívocamente la intervención armada (una resolución que, insistimos, era imposible que tuviese lugar al no haber acuerdo entre los miembros permanentes: Francia amenazó con vetar toda resolución que no significase dar «más tiempo» para el desarme de Irak, cosa claramente contraria a la resolución 1441){92}.
Pues bien, tras los compromisos finalmente adquiridos en el Consejo de Seguridad de la ONU por el gobierno de Aznar, compromisos que se resuelven en la reunión de la «cumbre de las Azores» con la invasión de Irak al, efectivamente, no haber resolución alternativa a la 1441, la izquierda fundamentalista española, trata de comprometer, y lo hace, a la «derecha»{93} española gobernante, con esa España inquisitorial negrolegendaria: ZP, con objeto de ganar las siguientes elecciones, ve en este «No a la Guerra» la posibilidad de echar al PP del gobierno, arrojando sobre las espaldas de Aznar todo el arsenal de mitemas en torno a la «armonía de las tres culturas», defendida por el «progresismo» del PSOE, frente al «criptofranquismo nacionalcatólico» atribuido a Aznar y sus «secuaces» (siendo Aznar acusado de «asesino» para arriba). Aznar, junto con Bush y Blair, es un sanguinario despiadado, un nuevo torquemada, que no le importa la sangre derramada por el pobre moro desvalido con tal de obtener el petróleo necesario para engrasar la máquina imperialista que oprime a los «trabajadores del mundo»{94}.
Sin embargo tal «imperialismo», el imperialismo americano, es el que ha generado, frente a la URSS, el sistema de «democracias homologadas» defendido por la izquierda parlamentaria socialdemócrata española desde la Transición en adelante tanto, si no más, que la derecha (España ingresó en «Europa» y en la OTAN de la mano del PSOE), siendo esta guerra, además, necesaria desde el punto de vista imperial, entre otras cosas, para el sostenimiento de tal sistema (en este caso frente a China): pues bien, la izquierda parlamentaria, al margen de estos compromisos, y con el objetivo de ganar las elecciones, alinea el «no a la guerra» con el «no a la derecha», representando «la derecha» a «la guerra», y la «izquierda» a la «paz» (cosa absurda cuando, por ejemplo, la derecha francesa está en contra de «la guerra»: Chirac, Le Pen, lo mismo que en España la propia Falange Española; la derecha italiana, sin embargo, está a favor, igual que la izquierda británica, Tony Blair, y no así la izquierda alemana de Schroeder, que está en contra), siendo este el modo efectivo que encontró «la izquierda» parlamentaria española para distinguirse, de cara al electorado, de la «derecha». Es decir, en la situación de «ecualización política entre derecha e izquierda» propia del sistema de «democracias homologadas» generado por el imperialismo yankee, fue el «No a la Guerra»el único modo como la izquierda socialdemócrata, a costa de convertirse en fundamentalista, consigue su objetivo: ganar las elecciones{95} (no tanto, desde luego, distinguirse de la derecha{96}). Y lo consigue al tener un campo abonado muy propicio para ello: una buena parte del electorado español completamente reo, en general, del «mito de al-Andalus frente a España» que viene cultivándose, según hemos visto, desde el siglo XIX.
Dicho rápidamente, ZP se apresura, y así se dibujan las cosas por parte del «Prisoe»{97}, a comprometerse con el «moro oprimido y despojado» por el imperialismo yankee, mientras que Aznar se supone enarbola la bandera de la «España imperial» contra el moro. Un moro «oprimido y despojado» que ahora, además, es gratuitamente «golpeado» por el «nacionalcatolicismo» español en complicidad con el imperialismo yankee{98}. Así, mientras que ZP defiende la «armonía de las tres culturas» y la «paz» («ansia infinita de paz», dirá después), Aznar representa esa España inquisitorial, católica e intolerante que terminó, como partidaria de «la Guerra», con el «diálogo de civilizaciones» en España.
Se desata, en resolución, el Síndrome del Pacifismo Fundamentalista contra el gobierno de Aznar que, a partir de este momento, «toma la calle» en España (asalto de las sedes del Partido Popular incluido)... y arrastra, no solamente a la izquierda fundamentalista, sino a buena parte de las instituciones españolas, para empezar a la propia Iglesia Católica, a los medios de comunicación, a los sindicatos, a la judicatura (el juez Garzón dirigió una Carta abierta contra Aznar...), por no hablar de la «farándula» artístico-intelectual... y que convergen, por diferentes fuentes ideológicas (irenismo evangélico, entiglobalización...), en este común pacifismo fundamentalista{99}. Además, dada la postura en contra de la intervención militar en Irak de Francia y de Alemania, la izquierda fundamentalista enarbola la bandera de la «Europa unida» reprochando al gobierno español el haber mantenido una posición que «divide a Europa»{100}. Aparecen así toda la mitemática en torno a la «Kultura» sustancializada, la ideología metafísica francesa de la «excepción cultural» que, supuestamente, representa «Europa» («Paz», «Tolerancia», «Respeto al Otro»...) y que defiende el PSOE, frente al «Bárbaro» militarismo (intolerante, guerrero, «insensible» a la Diferencia) que, supuestamente, representa «Norteamérica» y defiende el PP: la polarización es clara, «Europa contra EEUU», o dicho de otro modo, definitivo desde la parte de España en favor de la victoria electoral del PSOE: «al-Andalus contra España», el pacífico «diálogo de civilizaciones» contra el militarista «choque de civilizaciones».
El PSOE (y la oposición secesionista en pleno, incluyendo a IU) dibuja pues una España, la «España inquisitorial» gobernante, que, al haber dado cobertura diplomática y militar (aún en «misión humanitaria») al yankee imperialista y vengativo, ha agredido a un Islam que, herido y oprimido, podría con toda justicia responder a tal gratuita agresión previa contra España. De este modo, en esta estrategia electoral, la de presentar un militarismo completamente desproporcionado contra el «pobre moro desvalido e inocente», la izquierda fundamentalista española minimiza completamente la amenaza yihadista previa dirigida sobre España, sobre la nación española desde el 11S (y a la que respondió el gobierno de Aznar con el refuerzo del «vínculo trasatlántico), siempre considerando desde tal izquierda (muy en la línea del posmodernismo francés) que el «yihadismo amenazante» es un invento de «los poderosos» para tener al «pueblo» controlado, sumiso, vigilado y hasta castigado, y un invento, además, elaborado a medida para justificar el ataque «capitalista salvaje» («sangre por petróleo») contra el «pobre moro oprimido». Queda así ideológicamente neutralizado el 11S, cuando fue en España en donde tuvieron lugar el mayor número de detenciones vinculadas con el 11S. Incluso, la izquierda fundamentalista, llega a mofarse del ministro de Interior en ese momento, Ángel Acebes, cuando se produjeron algunas detenciones en este sentido, riéndose del ministro del Interior al decirle que estaba «persiguiendo jabón» («comando Dixan»...).
Se minimiza así, el riesgo en el que España se encontraba, tratando, en complicidad con el islamismo político, de rebajar la amenaza yihadista dirigida a España para presentar la respuesta de Aznar ante tal efectiva amenaza como desproporcionada e injusta. Se minimiza, pues, en favor de ese dibujo, de esa caricatura electoralista según la cual España, de la mano del gobierno de la «derechona» («esto nos pasa por tener un gobierno facha»), aparece gratuitamente arremetiendo, de nuevo, contra el Islam: Aznar, con su «arrogancia» al solidarizarse con el Imperio, estaba provocando al islamismo. Ya estaba el terreno preparado para que, de ocurrir algún atentado, la culpa sea de Aznar.
Zapatero, pues, anuncia, convirtiéndose en el punto principal del programa político del PSOE, la «retirada de las tropas de Irak» si accede a la presidencia del gobierno, convirtiéndose esto a su vez, esta táctica electoralista, en una invitación al yihadismo a intervenir en el proceso electoral español: el yihadismo está amparado ideológicamente por la izquierda fundamentalista al presentarlo como víctima de la agresión imperialista, quedando así justificada su posible respuesta. Y es que, en efecto, como después se supo, esta posición del PSOE pasa inmediatamente a formar parte de la estrategia yihadista, pues el yihadismo, con la complicidad de la oposición parlamentaria y los medios de comunicación afines, buscará en España un «vuelco electoral» a favor de la oposición parlamentaria.
En estas circunstancias, habiendo convocatoria de elecciones (municipales y autonómicas) en España para el 25 de mayo del 2003, la Casa de España en Casablanca sufre un cruel atentado el 16 de Mayo cuyas consecuencias, visto retrospectivamente, tienden, en esa estrategia, de nuevo a minimizarse (también a la «derecha» conviene minimizarlo porque, reconocían ya en ese momento, podían ser acusados por la izquierda fundamentalista de «invitar» al terrorismo islámico a actuar en España). En cualquier caso, y a pesar de haber desplegado todo este torbellino de ideologemas contra el Partido Popular, el PSOE no gana las siguientes elecciones municipales y autonómicas.
Entretanto, el 26 de Noviembre de 2003 se celebran elecciones en Cataluña, cuyo resultado (victoria del PSOE pero sin mayoría suficiente como para gobernar en solitario) determina la constitución del «gobierno tripartito», en el que el PSOE se alía con el secesionismo catalán para que Maragall pueda presidir la Generalidad de Cataluña. Poco después ocurrirá algo que, en buena medida prefigura lo que ocurrirá unos meses después en las Elecciones Generales del 14M: el líder del principal socio del PSOE en Cataluña, Pérez Carod (que además ocupa, por la ausencia de Maragall, el cargo de Presidente en funciones de la Generalidad de Cataluña en ese momento) se reúne en Perpignan con la banda terrorista ETA con el objetivo de que esta no atente en Cataluña. Se crea así el protectorado etarra de Cataluña, que aún se mantiene, sin ningún tipo de consecuencias (ni judiciales, ni políticas{101}), para vergüenza de Cataluña y de España: el secesionismo catalán, aliado parlamentario en la actualidad del Gobierno de España, consigue que Cataluña, y no el resto de España que sigue amenazada, quede exenta de sufrir atentados por parte del secesionismo etarra (el argumento, esgrimido por Carod y aceptado por ETA, es, por supuesto, que «Catalonia ist not Spain). Hasta este punto de vileza, podredumbre y miseria ha llegado la sociedad española: es más, el partido del cual es líder Pérez Carod conseguirá, unos meses después de la instauración del protectorado etarra de Cataluña, precisamente el 14M, siete escaños más de los que tenía en las Cortes. Tenía uno. Con el apoyo de estos ocho diputados «gobierna» actualmente ZP.
Pues bien, algo parecido ocurrirá ese mismo 14M con España en relación al terrorismo islamista.
Del 11M al 14M: España en Babia
«¿Os imagináis un gobierno que, pocas semanas más tarde de tomar posesión, tome la decisión de que las tropas regresen a casa?», así abrió ZP su campaña.
Había que elegir pues, así se plantearon las cosas desde la izquierda fundamentalista, entre la España pacífica «de las tres culturas», representada por ZP y el PSOE, o la España guerrera y dogmática, inquisitorial, criptofranquista, representada por Aznar y el PP.
Pero no sólo los que vieron este vídeo con el que el PSOE comenzó su campaña se lo «imaginaron».
En efecto, ante la posible decisión, según apuntaban las encuestas, a favor del segundo término de la disyuntiva, el yihadismo, amparado, justificado ideológicamente por la izquierda fundamentalista al presentarlo como agredido en las Azores, golpea, en lo que se interpretaría como justa respuesta a la agresión, buscando la victoria de la izquierda fundamentalista parlamentaria: la mañana del 11 de Marzo del 2004, a tres días de la convocatoria electoral, dejando 200 muertos y 1500 heridos, el yihadismo procura que el 14M se produzca un «vuelco electoral» en favor del primer término de tal oscurantista y maniquea disyuntiva. Otros pues se «imaginaron» lo que pedía ZP que se imaginara, y es que quien intervino el 11M en Atocha, El Pozo y Santa Eugenia intervino calculando («imaginando») los resultados que, finalmente, se produjeron el 14M en favor de la «retirada de las tropas de Irak»: en efecto, la mayoría del electorado español supuso, según propagó la izquierda fundamentalista durante esos «tres días de Marzo» a través de sus medios de comunicación afines, que, como consecuencia de volver España «a las andadas», con esos «sueños de grandeza» (como se le ha reprochado a Aznar), con la vuelta, en definitiva, a ese «nacionalcatolicismo» que ha expulsado al «moro» de España, el «moro» golpea (11M) como justo castigo ante la «nueva» agresión «nacionalcatólica». El «moro» no hubiese golpeado, ni golpeará, este es el cálculo de ZP y de Moratinos que caló en el electorado español –y es que hay que ir a «las causas del problema»: el «moro oprimido»– si, en función de la «recuperación de la memoria histórica», es recuperada la «armonía» que el Islam generó en la Península, siendo necesario, en función de tal supuesta armonía, enderezar la política española retirándose de las Azores.
El 11M pues, cuyos responsables al parecer son en su mayoría marroquíes, se convierte el 14M en un acto «terrorista» de Al-Qaeda (al margen de que esta red tenga responsabilidad efectiva o no en el atentado), dado que, con la victoria socialista, España da un giro en la política exterior a favor del apaciguamiento del yihadismo: es la complicidad de un grupo de electores con Al-Qaeda, temeroso de que el 11M sea el principio de una serie, lo que hace que España se pliegue a los intereses del grupo que aterroriza.
Un enderezamiento llevado a cabo, en efecto, con la «retirada de las tropas de Irak» a poco de llegar ZP al gobierno. Curiosa resultó, en este sentido, la «argumentación» del actual Ministro de Defensa José Bono, en favor de tal medida, presumiendo que, con el «seguidismo» llevado a cabo por el gobierno de Aznar en las Azores, se ponía en cuestión la «soberanía española», además de provocar, según han repetido los dirigentes socialistas, la «división de Europa». Curiosa porque, precisamente, uno de los «socios de gobierno» en las Cortes del actual «Ejecutivo» es ERC, con Pérez Carod al frente, que sí que pone en cuestión, como partido secesionista, la soberanía española; y curiosa porque Marruecos, en cuanto ambiciona Ceuta y Melilla, también pone en cuestión la soberanía española, no entendiéndose bien cómo se «tratan de normalizar» las relaciones con el reino alauí si, en ningún sentido, ha habido manifestación de renuncia alguna por parte de los dirigentes marroquíes (empezando por Mohamed VI) respecto a semejante ambición. Sin embargo, desde EEUU no existe ningún tipo de reivindicación que suponga la ruptura de la soberanía española (más bien al contrario, desde la OTAN, interesa más bien una España unida).
Es decir, se apela para justificar la retirada de tropas de Irak, por parte del Gobierno del PSOE, a la defensa de la «soberanía española», cuando esa soberanía está, precisamente, puesta en cuestión por las fuerzas parlamentarias que apoyaron al gobierno para llevar a cabo tal medida. Se apela a la defensa de la «soberanía española» para tomar tal medida que permite, además, se dice, «restablecer» las relaciones con Marruecos, país que también amenaza la «soberanía española» al ambicionar Ceuta y Melilla.
Así tenemos, después del 14M, muy buenas relaciones con aquellas fuerzas políticas internas (secesionismo) o externas (Marruecos) que tratan de disolver la soberanía española, permaneciendo, sin embargo, bloqueadas las relaciones con los EEUU, primera potencia mundial que jamás, desde el «desastre del 98», ha puesto en cuestión a la nación española, y que además, responde a la amenaza yihadista que se dirige, directamente, contra España.
Después del 14M pues, el «pueblo español» ya puede vivir «en paz». Una «paz» esta muy parecida a aquella que describía Locke: «En verdad que reinaría una paz admirable entre el fuerte y el débil, cuando el cordero ofreciera amablemente su cuello al lobo para que éste lo degollara», y continúa un poco más abajo, «Ante todo, es precisa una buena dosis de talento para llegar a entender cómo se puede ofrecer resistencia sin golpear, o como se puede golpear, pero con el debido respeto. Aquel que se oponga a un asalto con tan sólo un escudo en el que recibir los golpes y adoptando en todo ello una postura gravemente respetuosa [el famoso «talante»], sin una espada en la mano que le permita abatir la confianza y la fuerza del asaltante, pronto llegará al límite de su resistencia y verá que este tipo de defensa es el peor de los posibles. Es un modo de resistirse tan ridículo como el que nos citaba Juvenal: ubi tu pulsas, ego vapulo tantum ("Cuanto más me golpees, más recibo"). Y el éxito del combate será inevitablemente igual al que se nos describe en el mismo lugar: Libertas pauperis haec est: Pulsatus rogat, et pugnis concisus, adorat, Ut liceat paucis cum dentibus inde reverti. [Esta es la libertad del pobre: cuanto más golpes recibe, más suplica y cuando cae golpeado por los puños, más respeto muestra, para que le sea permitido volver con unos pocos dientes ]»{102}.
Esta es la «paz» y la «libertad» que ha logrado ZP para España: la paz de su disolución. En efecto, sin nación española, no puede verse España amenazada. Dicho de otro modo «muerto el perro, se acabó la rabia»... qué gran estadista ha descubierto España el 14M. Gracias Mohamed... VI.
Notas
{1} A principios del siglo XIII tan sólo tres de los «Cinco Reinos» cristianos se enfrentan en las Navas de Tolosa (1212) al ejército almohade de «Miramamolín»: Castilla, Aragón y Navarra (las cadenas del escudo de Navarra, por cierto, representan las cadenas, tomadas como trofeo por el rey de Navarra, que apresaban a los esclavos negros que protegían el campamento de «Miramamolín»). Ni Portugal ni León, en fin, participan. Se dice que, en el momento en el que los reinos cristianos salen victoriosos de las Navas, Alfonso IX, rey de León, se encontraba de recreo, cazando por la tierra leonesa de Babia. De ahí procede la expresión «estar en Babia». De León (aunque nacido en Valladolid) también procede nuestro actual presidente del gobierno Rodríguez Zapatero: bobo, babia, babieca son palabras de la misma familia semántica.
{2} Para hacerse una idea de la gran influencia que ha tenido este libro decir que, el mismo año de 1843, en que se publicó en la editorial de John Murray (la misma que publicará, en 1859, El Origen de las especies), se agotaron seis ediciones de mil ejemplares en tres volúmenes, y otra de diez mil ejemplares en dos volúmenes. En 1844 se agotaron dos ediciones en EEUU. Fue traducido al francés, al alemán y al ruso y hasta 1921 no se publica en español, traducido por Manuel Azaña.
{3} Borrow, de hecho, visita un país en guerra (primera guerra carlista), recién muerto Zumalacárregui, y pendiente de la participación extranjera, cuestiones todas ellas que salen a relucir con frecuencia en La Biblia en España. Precisamente Córdoba acababa, poco antes de la visita de Borrow a la ciudad, de sufrir un saqueo por parte de la facción carlista comandada por el carlista Gómez, la misma que poco después amenazaba con penetrar en Sevilla.
{4} Recordemos que la Constitución de Cádiz empieza así: «En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad». Este compromiso «constitucional» con la teología católica se irá matizando poco a poco en las sucesivas redefiniciones de la nación española, correspondientes a las sucesivas constituciones, a lo largo del XIX: así desde el art. 12 de la Constitución de Cádiz que dice «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquier otra», se pasa en la Constitución de 1837, después del gobierno de Mendizábal, en su art. 11 a que «La Nación se obliga a mantener el culto y los Ministros de la religión católica que profesan los españoles», no se prohíbe, pues, otro culto y tampoco existe confesionalidad del Estado.
{5} Ver Bueno, G. El Mito de la Izquierda, Ediciones B, 2003.
{6} Según el consabido Art. 1º de la Constitución de Cádiz: «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», es decir, se define a la nación como una realidad política ya holizada.
{7} Sólo variará, en relación a esta sucesiva delimitación ibérica de la nación española, con su extensión hacia el norte de África y el golfo de Guinea, siendo este un proceso que comenzando a mediados del s. XIX finaliza en 1975 (con la «Marcha Verde»), y que tiene que ver con la política africanista de la Restauración, en donde como veremos, precisamente, esas «Huáje del Mselmen» son puestas al servicio de la política exterior de la nación española.
{8} La cinta encontrada en la famosa furgoneta, asimismo encontrada el mismo día 11 en el aparcamiento de la estación de tren de Alcalá de Henares (y dicho esto con toda precaución, dado el carácter algo «anómalo» del «encuentro» de tal cinta: v. C. García-Abadillo, 11-M, la venganza del Moro, La esfera de los libros, Madrid 2004, págs. 42-46), contenía recitaciones de la sura III de El Corán, titulada La familia de Imrán, y en cuyas aleyas se describe la batalla del Islam contra el infiel: así dice la aleya 56: «A quienes no creen los atormentaré con un duro castigo en esta vida y en la última. No tendrán auxiliares»; así de la 138 a la 141: «Esto es una demostración para los hombres; una guía y una exhortación para los piadosos: no desfallezcáis ni os pongáis tristes, pues vosotros sois los superiores, si sois creyentes. Si os molesta una herida también una herida similar molestó a la gente infiel. Esos días los hacemos suceder entre los hombres, a fin de que Dios sepa quiénes creen y escoja, entre vosotros, testigos -¡Dios no ama a los injustos!-, con el fin de probar Dios a quienes creen y aniquilar a los infieles»; la 151 dice claramente: «Arrojemos en los corazones de quienes no creen, el terror por haber asociado a Dios aquello a lo que no se concedió poder. Su refugio será el fuego. ¡Qué mala es la morada de los injustos! (El Corán, según la versión de Juan Vernet, Ed. Planeta). Además de esta cinta magnetofónica, las declaraciones de los que se tiene como autores de la masacre de Atocha, registradas en sendas cintas de vídeo, una encontrada en una papelera cerca de la mezquita de la M-30, y otra grabada antes de que tuviese lugar el suicidio colectivo en Leganés el 3 de abril (inmolación que se llevó por delante la vida del GEO Francisco J. Torronteras), van en la línea, además de procurar el «vuelco electoral» en favor de la «retirada de las tropas de Irak» anunciada por el PSOE, de justificar el atentado contra «el infiel» en virtud de la restauración de al-Andalus.
{9} Así habla en WebIslam (http://www.webislam.com ), por poner un ejemplo de los muchos que se podrían extraer de esta publicación, Umar Ribelles, uno de esos llamados «islamitas moderados» (de los que hemos tratado en El Catoblepas, nº 9, pág. 15 y nº 12, pág. 19), en el que se puede observar, la negrita es nuestra, el «gran interés» que muestran ahora los moros hacia las catedrales de Sevilla y de Córdoba y lo que allí «descubren», y aún, según dice, lo que les queda por «descubrir»: «Fatiha, musulmana catalana que aprende Islam en Sevilla, fue el primer musulmán que respondió a la investigación abierta en Webislam sobre la Quibla en España y Portugal. Nos envió una guía de la catedral de Sevilla (1) con plano de planta orientado que incluimos más abajo. Confrontada la orientación con la brújula, comprobamos que la orientación de la Quibla de la Mezquita Aljama de Sevilla es la misma que la de la Mezquita Aljama de Córdoba. Este dato es altamente significativo y que una vez sabido no puede dejar de tenerse en cuenta por incoherente que se sea: las dos mayores Mezquitas del Islam español no han sido construidas con la Quibla correcta. Ambas Aljamas, Córdoba y Sevilla, tienen la Quibla orientada en la dirección 158º, es decir, el mismo error en la Quibla: 43º con respecto a la Quibla de la Mezquita de Medina Azahara de Córdoba.
Todos, alguna vez, tenemos que descubrir el Mediterráneo y la pólvora. Aureliano Buendia, solo en Macondo, descubrió que la tierra era redonda y así se lo comunicó a su familia. Los musulmanes españoles que, Deo volente, vamos emergiendo del genocidio y la intolerancia militante católica, tenemos que descubrir todavía casi todo. Debemos ser conscientes que todo y todas las cosas –vidas, personas y bienes–, salvo el corazón, fue laminado por los mismos idólatras que hoy día controlan todos los medios de conocimiento y materiales de que disponemos. Nos movemos por tierra extraña llena de añagazas y trampas globales donde el más listo queda atrapado. Como medio de orientación solo nos queda el sometimiento a Allâh y el corazón. Recordad el Hadiz Qasi (Hadiz en el que el Enviado, la Paz sobre él, transmite palabras literales de Allâh) que encierra en su brevedad el mayor y más hermoso de los significados: «No pueden contenerme los cielos y la tierra pero sí el corazón de mi amado».»
{10} Esta es la perspectiva que mueve, no sólo al «yihadismo», sino también a lo que se concibe, insistimos en la ironía, como «Islam moderado», el islamismo representado por la Comisión Islámica de España (CIE), de la que más adelante hablaremos, y que tiene como organismos propagandísticos al periódico –en febrero de 2005 acaba, por cierto, de convertirse en diario– www.webislam.com y a la revista Verdeislam.
{11} Hay que recordar que la Alhambra, en tanto que perteneciente al Patrimonio Nacional (español), y seguramente gracias a esto, es el único monumento medieval de origen árabe que se conserva en la actualidad. Desde luego la Alhambra como reliquia-monumento es española, de la misma manera que «las ruinas de Éfeso» (la biblioteca...) son turcas, y no griegas.
{12} «Moro» es, desde luego, en español (y así también en otros idiomas) un concepto confuso (de mauro: moreno), pues denota indistintamente tanto al «súbdito marroquí» (que es un concepto político), como al «magrebí» (que es un concepto geográfico y que, políticamente, incluiría al marroquí, al argelino, al mauritano y al tunecino), como al «berberisco» (que es un concepto etnográfico), como incluso, por extensión, al «árabe» (concepto también etnológico y lingüístico) o al musulmán en general (concepto este teológico)... Sin embargo, si se hace coextensivo al concepto de musulmán, «moro» es un concepto claro, aunque siga manteniendo confusión, en cuanto que con él se hace referencia al «súbdito de Alá»: «moro» pues tiene aquí este sentido teológico, una teología que es política en cuanto que se presupone la «fe musulmana» como título de propiedad política.
{13} Concepto este que políticamente resulta confuso pues ¿qué nación del Presente político es la «heredera legítima» de «al-Andalus»?, ¿Marruecos?, ¿Argelia?, ¿Siria?, ¿Irak?,¿Arabia Saudí?...¿Tiene al-Andalus asiento en la ONU?...
{14} Borrow, como es sabido, fue una especie de «apóstol» protestante que recibió el encargo (y no fue el único) por parte de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera de propagar la Biblia protestante por España, consiguiendo que se imprimiese en español en 1837 en Madrid (aunque después fuese retirada su circulación). Esta Biblia, que se diferencia principalmente de las católicas por la ausencia de notas al pie –en donde se vertía la teología católica como comentario al texto–, aligerando así el texto (en todos los sentidos) en favor del libre examen, fue previamente corregida en Londres, a petición de la Sociedad Bíblica, por un ex canónigo de la catedral de Sevilla, convertido al protestantismo (al que finalmente también renuncia) y exiliado en Londres: José Blanco White. A Blanco White lo va a editar en español en 1972, traduciendo una selección de escritos ingleses suyos, otro exiliado que termina por convertirse en el principal valedor en España de que tal reproche «europeo», el que denuncia la falta de nostalgia por la «pérdida» de al-Andalus, no sólo influya en el moro, sino que alcance, como veremos, al español mismo: este valedor, autoexiliado en Marrakech, es Juan «Sin Tierra» Goytisolo, el gran «reivindicador del Conde Don Julián». Y es que, precisamente, se considera «sin tierra» porque su reino es el «multicultural» al-Andalus perdido que quiere volver a encontrar. Es por esto por lo que, mientras tanto, dedica Goytisolo, en su obra Reivindicación del Conde Don Julián, a la nación española, a la «católica España» que «ocupa» su tierra, los siguientes «piropos»: «funesta Península», «patria rezumando pus», «país de mierda», «funesto país».
{15} Ver T. Burns Marañón, Hispanomanía, Plaza y Janés, 2000, un libro admirable por su erudición y gracia en el que se persiguen todos los hilos de la trama por la que esta «curiosidad impertinente», gozando de gran influencia, ha llegado hasta nuestros días.
{16} Ver Serafín Fanjul, La quimera de Al-Andalus, Siglo XXI, 2004. Ver en especial el Cap. 7, titulado El Sueño de al-Andalus, en el que se hace un barrido (págs. 216 y ss.) por esa abundantísima literatura ilustrada y después romántica, que comienza ya a finales del XVII (madame d'Aulnoy).
{17} En esta línea observa Borrow lo siguiente, al narrar su paso por la localidad de Carmona, de camino a Córdoba desde Sevilla: «En la época de los moros esta ciudad era considerada como la llave de Sevilla, y no se sometió a las armas cristianas sin sufrir un largo y desesperado asedio; la toma de Sevilla siguió poco después. La vega, en que a la sazón entrábamos, forma parte del gran despoblado de Andalucía, antaño risueño jardín transformado en lo que ahora es desde que, por expulsión de los moros de España, fue sangrada esta tierra de la mayor parte de su población» (La Biblia en España, pág. 198).
{18} «régimen frailuno, que en todos los países dónde ha existido parece haberse propuesto embotar el entendimiento del pueblo para extraviarlo con más facilidad» (Borrow, La Biblia en España, pág. 65): recordemos que quien traduce esto al español en los años 20 del siglo XX es Manuel Azaña. La frase de Azaña «España ha dejado de ser católica», dicha ya durante la Segunda República, parece querer decir, desde estas coordenadas: «ya ha vuelto la civilización a España», dicho de otro modo, «ya somos europeos»
{19} Hay que decir que el libro de Ford fue parcialmente editado, también por John Murray en 1844, pero Murray decidió retirar su edición porque consideraba que incluía opiniones demasiado hirientes para los españoles. Finalmente en 1845 fue publicada la primera edición tras ser suprimidos por Ford algunos de esos pasajes.
Por otra parte, tanto el libro de Ford, como el de Borrow, fueron traducidos al español por iniciativas surgidas desde la Institución Libre de Enseñanza: Azaña, como hemos dicho, traduce el libro de Borrow en 1921 a instancias de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, adscrita a la Institución Libre de Enseñanza; el libro de Ford lo traduce Enrique de Mesa, alumno de Francisco Giner de los Rios, y aparece publicado en 1923 con el título Las cosas de España, siendo reeditado en 1975 con una introducción de Gerald Brenan.
A través de la Institución Libre de Enseñanza, en la que estudiaron muchos de los poetas «del 27», tal imagen anticatólica de España, recreada por estos viajeros, influye sobre gran parte de la literatura española hasta hoy (v. Antonio Sánchez, «La AntiEspaña y las izquierdas satisfechas, con El Quijote al fondo», El Basilisco, nº 35, pág. 1.)
{20} Son muy significativas a este respecto las palabras que Borrow dedica a su entrada en España: Don Jorgito entra desde Portugal por Extremadura y confiesa lo siguiente, haciendo un símil entre la tarea que tiene encomendada en España y la tarea de unas lavanderas que, nada más pasar la frontera, ve a orillas del Guadiana: «Pensé que había cierta semejanza entre mi tarea y la suya: yo estaba en vías de curtir mi tez septentrional exponiéndome al sol candente de España, movido por la modesta esperanza de ser útil en la obra de borrar del alma de los españoles, a quienes conocía apenas, alguna de las impuras manchas dejadas en ella por el papismo, así como las lavanderas se quemaban el rostro en la orilla del río para blanquear las ropas de gentes que desconocían» (La Biblia en España, pág. 73, la negrita es nuestra). Insistamos de nuevo en que el traductor de este libro es Manuel Azaña, que quizás también él se vio, en relación al catolicismo en España, como una lavandera.
{21} Ver Serafín Fanjul, Al-Andalus contra España, Siglo XXI, 2000.
{22} Ver Cartas Persas, Carta LXXVIII, en la que Montesquieu realiza un retrato de los españoles «de ambos hemisferios», por cierto, tomado en lo esencial del libro de Madame D'Aulnoy, y en el que dice entre otras cosas: «Dicen que el sol sale y se pone en su país, pero hay que decir que en su recorrido sólo encuentra campos asolados y regiones desérticas» (pág. 197, Ed. Cátedra)
{23} Ver Pedro Insua, «El Mundo y su Historia de España: licencia desbocada sobre la Inquisición española», El Catoblepas, nº 31, pág. 20.)
{24} Ver Ferrer Benemeli, «Voltaire, España y el Conde de Aranda», Historia 16, nº 29, págs. 33-45.
{25} El fundamentalismo biblista de Borrow nada tiene que ver con la perspectiva de un Voltaire o un Volney: «la Biblia, manantial de cuanto es útil y conducente al bien de la sociedad; que no me importaba lo que la gente profesara, con tal de que tuviese por guía a la Biblia, porque allí donde se leen las Escrituras, ni la superchería clerical ni la tiranía duran mucho» (pág. 63); precisamente a Las Ruinas de Palmira y a Volney, su autor, dedica Borrow, un poco más abajo, los siguientes «halagos»: Volney «enviado de Satán, enemigo de Jesucristo y del alma humana, había escrito la obra con el único propósito de mofarse de la religión y de inculcar la doctrina de que no hay vida futura ni premio para el virtuoso ni castigo para el malo» (pág. 66)
{26} En este sentido, tanto desde el deísmo francés como desde el anglicanismo británico, se mantiene una posición iconoclasta, en contra del catolicismo, que resulta ser muy afín al islamismo: la «idolatría» católica, relativa al «cuerpo de la religión» católica, es comúnmente rechazada, como superstición, tanto desde el puritanismo de origen protestante como desde el islamismo; una perspectiva iconoclasta común que Borrow llega a apreciar y a formular perfectamente: «-¿Qué significa eso de que los moros no conocen a Dios? -exclamé-. No hay pueblo en el mundo que tenga nociones más sublimes acerca del Dios eterno e increado que el pueblo moro; ni que haya mostrado mayor celo por su honor y gloria; su mismo celo por la gloria de Dios ha sido y es el principal obstáculo para su conversión al cristianismo. Temen comprometer su dignidad admitiendo que Dios haya accedido nunca hacerse hombre. Y sus ideas con respecto al mismo Cristo son mucho más justas que las de los papistas: dicen los moros que es un profeta poderoso, mientras, según los papistas, o es un pedazo de pan o un niño desvalido. En muchos puntos de religión, los moros yerran, yerran pavorosamente; pero los papistas ¿yerran menos? Una de sus prácticas los coloca inconmensurablemente por debajo de los moros, a ojos de cualquier persona sin prejuicios: adoran los ídolos, ídolos cristianos si usted quiere, pero ídolos al fin, objetos esculpidos en madera, o piedra o metal; y a estos objetos que no pueden oír, ni hablar, ni sentir, acuden esperanzados en demanda de favor» (La Biblia en España, págs. 608-609). Recordemos, una vez más, quién es el traductor al español de esta obra, Manuel Azaña, y recordemos la virulencia que toma esta perspectiva iconoclasta, anticlerical y anticatólica, durante la Guerra Civil española, exactamente cien años después del viaje de Borrow (ver José Manuel Rodríguez Pardo, «El anticlericalismo y la iconoclastía durante la II República y la Guerra Civil española: ¿proceso de emancipación de la humanidad o fomento inusitado de barbarie?», El Catoblepas, nº 17, pág. 16). Quizás, en último caso, sea esta afinidad iconoclasta entre el puritanismo protestante y el islamismo la clave del origen del «mito de al-Andalus contra España».
{27} Cuando Napoleón comenta el Cap. XXI de El Príncipe de Maquiavelo, en el que este habla de la virtú de Fernando el Católico y de cómo el rey aragonés pasa a convertirse, de un rey débil, al más importante de la Cristiandad a partir de la toma de Granada, en tanto «fundamento de su reino», Napoleón escribe al margen: «Hacer otro tanto con España». Es decir, Napoleón entiende que España representa para él lo que, según Maquiavelo, representó Granada para Fernando el Católico: el fundamento de su reino. (v. Maquiavelo, El Príncipe, Cap.XXI que, en la edición de Austral aparece publicado con los comentarios de Napoleón Bonaparte).
{28} Alexandre de Laborde, que recorrió España como agregado de Lucien Bonaparte, y que contó para su Voyage pittoresque et artistique de l'Espagne (4 vols., Paris, 1806-1820) con diversos colaboradores (seguramente verdaderos autores de los volúmenes, poniendo Laborde tan sólo el nombre), actuó con toda probabilidad como espía para Napoleón.
{29} Los afrancesados en general, Blanco White, Juan Antonio Llorente con sus exageraciones relativas al Santo Oficio...son una especie de trasuntos decimonónicos de Las Casas y de Antonio Pérez.
{30} Así por ejemplo Hans Christian Andersen en su Viaje por España (Ed. Alianza), cuyo relato parece una remoción de tal excentricidad española.
{31} Una miseria que es acentuada por estos viajeros sobre todo cuando no observan las miserias de los países de los que proceden: Ford no leyó, desde luego, a su coetáneo Engels cuando este describe la situación de la clase obrera en Inglaterra. La situación miserable del obrero de la industria inglesa era, para bien o para mal, si cabe mayor que la miseria del payés catalán o valenciano descritos por estos viajeros.
{32} Ver Rafael Núñez Florencio, Sol y Sangre. La imagen de España en el mundo, Ed. Espasa (2001), libro en el que se describe el desarrollo de esta imagen literaria, desde la ilustración en adelante, punto por punto, según se va transformando desde que es «descubierta».
{33} Un perfil al que contribuye decisivamente la fundación del Museo español de París (abierto desde enero de 1838 a enero de 1849). A través de tal Museo, fundado a partir de las obras (Alonso Cano, El Greco, Zurbarán, Ribera, Murillo, Velázquez...) «recogidas» en la Península por el barón Taylor (del que Borrow traza un amable retrato con ocasión de un reencuentro entre ambos en la ciudad de Sevilla), y que pasaron a ser propiedad de Luis Felipe de Orleáns, «los románticos franceses encontraron en esos cuadros la España que anhelaban: en la Corte, reyes altivos y orgullosos hidalgos, elegantes y bellas señoras junto a bufones repulsivos e indigentes harapientos; monjes y guerreros, la cruz y la espada; y en los cuadros religiosos, los más abundantes, místicos y mártires, ascetismo y carnalidad, despojos violentos y crueles torturas» (Núñez Florencio, Sol y Sangre, págs. 247-248).
{34} El gusto orientalista, como es sabido, había sido renovado y generalizado, sobre todo en Francia, por las conquistas napoleónicas (Egipto).
{35} Serafín Fanjul, La quimera de Al-Andalus, pág. 223.
{36} La amante de Chopin, sólo conociendo Mallorca, echará pestes contra España.
{37} Los dibujos de Doré, que acompañan como ilustraciones al libro de Davillier Viaje por España (publicado en 1874), y que narra el viaje que ambos realizan por la península en 1862, están elaborados desde tal tendenciosidad, la inspirada por tal canon, destacando siempre el cuadro exótico y anormal, frente a las estampas -que sin embargo aparecen en el texto de Davillier, que conocía mucho mejor España que Doré- que pudiesen resultar más «familiares» a un francés. Así por ejemplo de las seis ilustraciones sobre Barcelona (la ciudad considerada como más «moderna» de España), una representa a unos mendigos a las puertas de la catedral, otra un entierro, otra una ejecución y otra la prisión de la Inquisición (institución que, recordemos, ya estaba abolida, y que en el texto es dibujada por Davillier, por supuesto, como un terrible y cruel tribunal). Las otras dos ilustraciones, mucho más pequeñas y confusas, representan un tren llegando a Barcelona, y el paseo de La Rambla (en donde apenas se pueden apreciar los trajes a la moda parisina que visten los transeúntes). Ver para todo esto Davillier/Doré Viaje por España, Miraguano ediciones 1998, págs. 21-38, vol. I.
{38} A este respecto es esencial el magnífico artículo de Unamuno A propósito del caso Ferrer (publicado en el periódico argentino «La Nación», en 1910) en el que se indica cómo la ejecución de Ferrer es utilizada en el resto de Europa en contra de España; cómo el caso Ferrer se propaga por Europa sobre los lomos de la leyenda negra antiespañola: «Ha fracasado el intento de hacer de este asunto una especie de affaire Dreyfus español y ha fracasado porque estos asuntos no son traducibles y los agitadores de la protesta [por la ejecución de Ferrer] empezaban por no estar enterados del asunto. La mayor parte de ellos son extranjeros, profundamente ignorantes de nuestras cosas, y a quienes le mueve, no el sentimiento de justicia, sino un necio e irreflexivo odio a España», dice Unamuno.
{39} Dice Juderías: «entendemos por leyenda antiespañola, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el s. XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional» (Julián Juderías, La Leyenda Negra, pág. 24 , Ed. Junta de Castilla y León [1ª Ed., 1914]).
{40} Muchos niegan que tal metodología haya sido practicada, y siga siendo practicada, de un modo especialmente incisivo contra España: muchos entienden (v. García Cárcel, La Leyenda Negra) que tal metodología es practicada en general, no siendo España una víctima especialmente perjudicada por la práctica de tal metodología, entendiendo que es más bien un problema «psicológico» el que está detrás de la creencia en la existencia de la leyenda negra antiespañola: García Cárcel supone que es, más bien, un problema de «narcisismo» característico de los españoles, obsesionados por la opinión foránea: «Sobre todo en España se ha tendido claramente al ensimismamiento y de ahí a un extraño complejo de persecución, un síndrome de ansiedad depresiva que incluso algunos psiquiatras han intentado explicar psicopatológicamente (López Ibor)» (loc. cit., pág. 14). Esto, por lo visto, explica la existencia de la copiosa historiografía negra sobre España, incomparable con cualquier otro país, como prueba por cierto el propio García Cárcel en su libro. Esta historiografía, al parecer, es producto de la «fantasía obsesiva» de los españoles: es, en realidad, un fenómeno psicológico, dice el historiador metido a psiquiatra, o el psiquiatra metido a historiador.
Pues bien, vamos a traer a colación un par de textos, que por la relevancia e influencia que sus autores han tenido y siguen teniendo en la historiografía, no habrán pasado desapercibidos, a ver si en efecto es un fenómeno psicológico, o es más bien un fenómeno historiográfico real, bien asentado en la historiografía:
«hechos como este [devastación de Piacenza en 1447 por Sforza] resultan pálidos comparados con el horror que más tarde trajeron a Italia las tropas extranjeras. Se señalaron en esto aquellos españoles en los cuales [atención!!!] tal vez un injerto de sangre no occidental, o quizás [atención!!!] el hábito de los espectáculos inquisitoriales, habían desencadenado [atención!!!] el lado diabólico de la naturaleza humana. A quien conozca sus atrocidades en Prato, Roma, &c. le costará trabajo después interesarse en un alto sentido, por Fernando El Católico y Carlos V. Ellos conocían a sus hordas y las dejaron, no obstante, obrar libremente. La profusión de documentos de sus Gabinetes, que va saliendo poco a poco a la luz, podrá resultar una fuente de datos importantísimos... pero nadie [atención!!!] buscará ya en los escritos de tales príncipes el estímulo de un pensamiento político fecundo» (Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, pág. 77, Vol. I, Ed.Iberia).
Curioso el modo de explicar por parte del prestigioso Burckhardt las «razones» por las cuales los españoles se destacaron especialmente en llevar el horror a la «culta» Italia del siglo XVI: quizás, dice el buen señor, un «injerto de sangre no occidental», es decir, africana, propia de los españoles (dando así, digamos, una razón «genética», innatista sobre el asunto), o quizás, «el hábito de los espectáculos inquisitoriales» (dando así una razón de carácter más bien conductista). Ambas cosas, aun reconociendo no saber cuál de ellas pueda ser determinante, le parecen a Burckhardt suficientes para explicar ese «desencadenamiento del lado diabólico de la naturaleza humana» que los españoles han ejercido en Italia. Omite, por ejemplo y entre otras muchas cosas, que buena parte de las tropas que constituían las fuerzas del Condestable de Borbón cuando en 1527, con la muerte de este, se desencadenó el llamado «Saco de Roma», eran lansquenettes alemanes, y además protestantes, con lo cual, en el caso de que tales «razones» que aporta expliquen algo, nada explicarían acerca de las «atrocidades» cometidas en Roma (seguramente para Burckhardt la «sangre alemana» es, por supuesto, 100 por 100 occidental, y en Alemania no había Inquisición –aunque había tribunales mucho más cruentos–). Pero lo más curioso de este modo oscurantista y racista de proceder es que, reconociendo no haber consultado los documentos de los «Gabinetes» de Fernando el Católico y de Carlos V, puesto que, dice, están saliendo pero aún no han salido a la luz, ya sabe que no se podrá encontrar en ellos «un pensamiento político fecundo». Curiosa la práctica de la «ciencia histórica» por parte de un autor que se sigue mencionando como insigne figura de la historiografía.
Más prudente y, en general, un autor cuyos análisis son, desde luego, muy valiosos, es Henri Pirenne, que sin embargo, en un alarde de lucidez, dice lo siguiente: «En el Estado español, tal y como lo fundaron, el sentimiento católico y el sentimiento político se asocian tan completamente que casi se confunden. La monarquía llama en su ayuda al viejo fanatismo religioso de sus súbditos, y su causa se identifica a sus ojos con el de la fe. Su celo por la ortodoxia la ha hecho profundamente nacional, y en el más intolerante de los pueblos, su intolerancia fue el instrumento de su triunfo» (Pirenne, Historia de Europa, pág. 445).
Exagera esta asociación entre catolicismo y estado en España al omitir que tal asociación se llevó a cabo en muchos otros estados, por ejemplo en Inglaterra, alcanzándose en las islas mucho mayor «celo» por la ortodoxia, por la ortodoxia anglicana en este caso, al ser total la confusión entre estado e iglesia: las matanzas de católicos por parte del cesaropapismo inglés alcanza un número mucho mayor en víctimas mortales de las que ha generado la Inquisición española (si es que tomamos a esta institución como órgano «celoso» de la ortodoxia católica en España). En Ginebra, el «celo» del teocratismo calvinista tampoco era manco..., llevándose por delante, entre otros, a Miguel Servet. En Francia, y también en Inglaterra (María Tudor en tanto que «Bloody Mary»), tampoco ese celo católico se queda corto: «la noche se San Bartolomé» (1572) es prueba de ello, que responde, por cierto, al mismo celo ortodoxo pero de signo contrario de los hugonotes; por no hablar del celo ortodoxo de los propios Estados Pontificios o de El Turco (ese «campo de concentración de cientos de miles de kilómetros cuadrados», como se le ha llamado). En fin, resulta completamente gratuito y exagerado decir que el «Estado español» es el «más intolerante de los pueblos», pero se dice...
{41} Una historiografía negrolegendaria que se ve compensada, aunque la desproporción es enorme, por otras corrientes historiográficas que no caen en ella o que, incluso, denuncian su tendenciosidad y abusos: así Juderías, por supuesto, los norteamericanos Prescott, Lummis, &c.
{42} Juan Valera pudo observar en Rusia este odio a España mientras fue embajador en este país.
{43} Modalidad literaria practicada desde el siglo XVI (ver Gónzález Alcantud, Lo moro, págs. 183 y ss.)
{44} Ver Núñez Florencio, Sol y Sangre, págs. 221-226.
{45} Borrow se hospedaba en Madrid en la misma pensión en la que se hospedaba Larra, y en donde este se descerraja un pistoletazo: jamás habla de él. Respecto al Duque de Rivas apenas menciona su vertiente literaria para centrarse en lo que a Borrow interesaba: el Duque de Rivas, como Ministro del Interior del gobierno de Istúriz, le recibe con gran simpatía pero obstaculiza, dándole largas, su misión de publicar en Madrid la Biblia protestante.
{46} A la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas pertenecieron entre otros, Gumersindo de Azcárate, por supuesto Costa, pero también Simonet, Lucas Mallada...
{47} Para todo este asunto A. Pedraz Marcos, Quimeras de África. El colonialismo español de finales del siglo XIX, Ediciones Polifemo, 2000. Un texto fundamental, en relación a los fines, planes y programas de tal empresa, es el texto de Joaquín Costa titulado Porvenir de la raza española, y que es el texto de la conferencia pronunciada por Costa en la sesión inaugural del Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, celebrado el día 4 de noviembre de 1883, y en el que Costa fundamenta la empresa colonial española en la potencia de la lengua española, frente a la francesa o a la alemana.
{48} Los restos de Abdelkeim, por cierto, acaban de ser trasladados desde El Cairo a Adjir, la capital rifeña.
{49} Es interesante notar que entre los líderes del PSOE de este período existe división en relación a la política africanista: mientras que Indalecio Prieto o Julián Besteiro se opondrán a seguir manteniéndola, Fernando de los Rios trata de impulsarla, tomando a Francia como modelo de colonización. En todo caso tras el establecimiento del gobierno del Frente Popular durante la Segunda República, el PSOE abandonará este «abandonismo» que la principal línea del partido había duramente sostenido en su oposición a la Monarquía.
{50} Franco consigue, a través de la confianza que deposita en la habilidad del coronel Juan Beigbeder para administrar la Zona del Protectorado, que el incipiente nacionalismo marroquí, cuyo cabecilla era Abdeljalak Torres, se mantenga «neutral» en la contienda, de tal manera que –además de acentuar el reclutamiento de cabilas del Rif para formar al cuerpo de ejército de los «Regulares»– la retaguardia quede así protegida de una posible insurrección, además de evitar que Francia se aproveche de la situación. En definitiva Franco, en función de este interés estratégico, favoreció al nacionalismo marroquí, permitiendo, por ejemplo, partidos políticos, periódicos y otras instituciones ligados a tal movimiento (prohibidos por la autoridades francesas en la Zona francesa del Protectorado marroquí). No costó mucho, en todo caso, desde las filas del nacionalismo marroquí, mantener tal neutralidad favorable a Franco y contraria al gobierno de la República, gobierno republicano sobre el que Torres, como líder de tal movimiento, elaborará un «memorandum» en su contra, relatando los agravios que tal gobierno cometió contra el nacionalismo marroquí (para todo esto ver Marroquíes en la guerra civil española, González Alcantud (ed.), Anthropos, Barcelona 2003, con nuevos documentos que arrojan mucha luz sobre este asunto).
En contra, pues, de lo dicho recientemente por el rey de Marruecos (Mohamed VI), Aznar poco se parece a Franco en relación a su política marroquí. De hecho Franco apelaba, para mantener al nacionalismo marroquí en esa neutralidad favorable, a la defensa común de las «gentes del libro» contra los «rojos sin Dios». Es más, muchos campesinos marroquíes creían, y es que se lo aseguraban los jefes de sus cofradías, que Franco se había convertido al Islam con el propósito de restaurar el «paraíso perdido» de al-Andalus.
{51} Ver Gustavo Bueno, Etnología y Utopía.
{52} Desde esta perspectiva ha sido leída, forzándola, la tesis de las «tres castas» de Américo Castro.
{53} El mismísimo Rey Juan Carlos I, heredero de la monarquía asturiana, sostuvo, en un discurso leído poco antes del 11S que «el período califal fue un gran momento de la cultura española [¿?]».
Por poner otro ejemplo, el cordobés Julio Anguita Parrado –corresponsal de El Mundo «empotrado» en el ejército americano durante la reciente Guerra de Irak, y que fue muerto por fuego enemigo (enemigo del ejército americano, no sabemos si enemigo de Julio Anguita Parrado)– le gustaba decir, aprovechando la mínima oportunidad, que había nacido en la capital de al-Andalus (v. El Mundo, 15 de Marzo de 2005, pág. 53)
{54} Inútil nos parece repetir aquí las pruebas que ofrecen en abundancia Simonet, Sánchez Albornoz, Lewis, Fanjul, Domínguez Ortiz ... en contra de la idea de «armonía entre las tres religiones». Pruebas en las que se relata, por ejemplo, el tratamiento por parte del Islam andalusí hacia los llamados dimmíes, que El Corán quiere «humillados». Tan sólo queremos recordar aquí, como contra ejemplo de semejante «armonía» de entre los muchos que podrían ponerse, a los «mártires mozárabes», condenados a muerte por cometer el delito de istiyfaf (público desprecio al Islam), tales como Eulogio (San Eulogio), Álvaro de Córdoba (de su libro Indiculus Luminosus, en el que se trata de justificar el martirio como resistencia al Islam, tomamos la cita que encabeza nuestro artículo), Perfecto, Isaac.... Para un estudio detallado sobre el asunto ver F. Delgado León, Álvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam. El Indiculus Luminosus, Cajasur publicaciones, Córdoba 1996.
{55} Decir que al-Andalus es española, o que España fue andalusí, como se dice en muchos libros de historia, es como decir que la Troya de Homero es una ciudad turca, o que el hombre de Atapuerca es un señor de Burgos: una cosa es que las reliquias de origen andalusí sean españolas, como patrimonio nacional suyo, y otra cosa es que la sociedad histórica andalusí, presente en cuanto realidad historiográfica, sea considerada española. Y es que de ninguna manera podemos considerar española la sociedad que generó la Alhambra –la Granada nazarí (que ni siquiera se puede identificar con el al-Andalus omeya)– o a la propia Alhambra en cuanto que «esencia» del campo histórico, precisamente porque España como sociedad política surge como imperio (Koiné entre reinos, los «Cinco Reinos») en contra, como «recubrimiento suyo», de ese Islam peninsular (v. Bueno, España frente a Europa), siendo la España actual, como decimos, la nación política que queda en la península como «resto de ese Imperio» (un resto homólogo a otras sociedades políticas surgidas también sobre las bases de tal Imperio: México, Argentina, Colombia, Venezuela, Cuba... y que nada tienen que ver, insistimos, con al-Andalus): es un anacronismo, es «poner el carro delante de los bueyes», inaceptable, insostenible desde un punto de vista histórico, decir que al-Andalus es española o que España fue andalusí.
{56} Sólo hay que marcar en Google «Tres culturas», para observar cómo pulula esta «idea» por toda España.
{57} Sin embargo, y por ejemplo, poco tiene que ver Córdoba, la Córdoba española actual, con la Qurtuba califal (y así ocurre con buena parte de las ciudades andaluzas): Córdoba, tal como la conocemos hoy, es una ciudad que, sobre la plataforma de una parte de la ciudad califal, la parte que abarca la Medina, la Ajarquía (ambas son las únicas amuralladas) y Secunda (la parte situada al otro lado del río Guadalquivir, hoy llamada»Sector Sur») -la Medina, por cierto, asentada a su vez sobre la plataforma romana fundada por Claudio Marcelo-, surge con la conquista cristiana en 1236 por parte de Fernando III, quedando organizada en collaciones (barriadas) en torno a las iglesias recién fundadas –algunas, no todas, sobre mezquitas previas– tras la conquista castellano-leonesa (así Santa María, San Pedro, San Nicolás, San Andrés, Magdalena....). Lo primero que se funda, en cualquier caso, por concesión de Fernando III, son dos monasterios, uno dominico, el de San Pablo (que aún permanece), y otro franciscano, el de San Pedro (que actualmente también permanece pero, salvo la iglesia, en estado ruinoso) –y es que la ciudad fue tomada un 29 de Junio, día de San Pedro y San Pablo–. Además hay un barrio, el de San Basilio, de fundación totalmente cristiana. Pues bien la actual ciudad de Córdoba es un desarrollo de esa estructura castellano-leonesa, que prácticamente se mantiene intacta hasta principios del siglo XIX (el mapa más antiguo de Córdoba es el Plano de los Franceses, elaborado en 1811 por el barón de Karvinski durante la invasión francesa), y nada tiene que ver con la Córdoba califal, desmantelada y arrasada en parte, no por los cristianos, sino por los propios musulmanes en la época de la fitna (guerra civil) sobrevenida tras el gobierno de Almanzor. En fin para todas estas cuestiones ver J. M. Escobar Camacho, Córdoba en la Baja Edad Media, Caja de Ahorros Provincial de Córdoba, 1989
{58} Así se llaman las dos instituciones fundadas en Córdoba por Roger Garaudy, inaugurada la primera siendo alcalde Julio Anguita y la segunda durante la alcaldía de Rosa Aguilar.
{59} Y es que, claro, hay que acudir a una explicación completamente ad hoc para resolver cómo, en esa «España negra», se pudo cultivar, entre otras cosas, la literatura del Siglo de Oro español.
{60} Ver Schröeder y Grupo Maylaq, Transfondo árabe de España: una visión literaria, historia 16, nº 266, junio 1998.
{61} Ver Serafín Fanjul, «Al-Andalus y la novela histórica», en La quimera de al-Andalus, Siglo XXI, págs. 117-131.
{62} Las tesis del libro de Olagüe, muy repetida por los que mantienen tal idea aureolar, acerca de la «no invasión» sarracena de la Península en el 711, vienen precisamente a reforzar esta idea del Oriente como «lugar natural» de la Península: la violencia sólo la ejerce el catolicismo con la Reconquista, mientras que los musulmanes, «invitados por el Conde Don Julián», penetraron por Tarifa de un modo «natural», sin violencia, siendo recibidos con entusiasmo por la población hispano-romana tiranizada por los visigodos. Esta es, sin duda, la «Historia» que reclaman impartir los musulmanes en las escuelas españolas en las clases de Islam (v. ABC, Musulmanes de Granada reclaman una revisión de la historia de al-Andalus, pág. 60, 12 de noviembre de 2004) que a partir de enero del 2005 se supone se están impartiendo en la Escuela pública. Así, dicen, hay que rectificar, matizar esa versión, la de la Reconquista, «un poco fanática que no quiere llegar a la verdad», la «verdad», por supuesto, del al-Andalus como sociedad armónica, la «verdad» de la gloriosa e ilustrada «España mora» descubierta por el europeísmo anticatólico.
{63} Shari'a: «lo que está prescrito» en El Corán, y cuyo contenido varía conforme a las diferentes escuelas coránicas.
{64} En El País, diario desde el que con más insistencia es defendida esta idea aureolar (en el que escriben, además de Goytisolo, Gema Martín Muñoz, Bernabé López...), se publica el 19 de abril de 2004, un mes después del «vuelco electoral», un artículo, titulado A propósito del islam en el espacio laico y firmado por Francisco «Mansur» Escudero (presidente de la Junta Islámica y ex-director de Webislam) y Antonio «Abdennur» Prado (secretario de la Junta Islámica y actual director de WebIslam), en el que se dice: «Lo que necesitamos no es a ningún catedrático que nos diga lo que es el islam [se refieren a Antonio Elorza que había escrito, publicados también en El País, una serie de artículos en los que sostenía que El Corán, en la parte dedicada al «profeta» en Medina, promovía en efecto la guerra y el terrorismo]. Lo que necesitamos es que el Islam genuino [¿?: presuponen que el Islam defendido por Al-Qaida u otros grupos yihadistas no es «genuino», lo que es mucho suponer] que defendemos sea apoyado por instituciones democráticas. Necesitamos que el Estado se comprometa en el desarrollo de la libertad religiosa, tras ocho años de gobierno de nacionalcatolicismo», así interpretan los años de gobierno de Aznar. Lo que quieren decir estos «islamitas moderados» es que como España, a través de su gobierno, no contribuya al desarrollo en España del proselitismo islámico (por ejemplo, en las aulas de la escuela pública), el 11M será el principio de una serie: en fin, una amenaza en toda regla, el mismo tipo de amenaza con la que lleva desarrollando el PNV sus planes secesionistas desde la aparición de ETA (es la famosa dialéctica del «árbol y las nueces»). Elorza, por cierto, termina, no sin cierta ironía, «reculando» en tal polémica (v. Antonio Elorza, Un buen jugador, El País, 24 de abril de 2004).
{65} Ver Bueno, El Mito de la Izquierda, págs. 242-244, la definición de «izquierda fundamentalista».
{66} El «chiringuito» del Forum de las Culturas se mantenía en esta perspectiva que, seguramente fracasó como consecuencia del triunfo electoral del «multiculturalismo» el 14M.
{67} Cf. Gustavo Bueno, El Mito de la Izquierda, pág. 287.
{68} Así en una página web dedicada a las «publicaciones progresistas españolas», aparecen WebIslam y VerdeIslam entre ellas. Y es que en las elecciones generales del 2000, y aplíquese aquí la propiedad transitiva, la FEERI –una de las dos «federaciones» islámicas españolas– llegó a hacer circular una recomendación de voto a favor de Izquierda Unida. Incluso, que nosotros sepamos, existen vínculos familiares entre algunos componentes de esta Federación y algunos componentes de Izquierda Unida.
{69} Ver G. Kepel, La yihad, págs. 76-93.
{70} Sólo, y por poner un ejemplo, con echar una ojeada a los hoteles de Dubai es suficiente, creemos, para «matar la teoría» con el «hecho»; suficiente para negar esta alineación completamente gratuita entre el musulmán y el «oprimido».
{71} Gustavo Perednik es todo un especialista, como ha demostrado en numerosas ocasiones en El Catoblepas, en reducir tales imágenes a «ilusiones ópticas».
{72} Pánfilo: del griego pan- y -filía, «amigo de todo».
{73} Tanto Moratinos como su hija mayor, Sandra Moratinos Maunac (la esposa de Moratinos, y madre de Sandra, es la francesa Dominique Maunac), pertenecen al Patronato y al Directorio, respectivamente, de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo (Fundación con sede en Sevilla, surgida el 8 de Marzo de 1999 por iniciativa de la Junta de Andalucía y el Reino de Marruecos). Recordemos que Moratinos se presentó a las elecciones del 14M de 2004 como nº 2 en la lista de Córdoba.
{74} En González Alcantud, Lo moro, págs. 193-194 , Ed. Anthropos, 2002 se hace una exposición del proyecto «turístico-cultural» llamado «El Legado Andalusí», surgido en Granada en 1993 y que se puso en marcha gracias al impulso de Sierra Nevada 95. Así la Fundación «El Legado andalusí» (http://www.legadoandalusi.es ) «supuso la activación –dice Alcantud– de toda la imaginería del Al-andalus histórico, especialmente del período omeya y nazarí. El horizonte romántico venía a estar plenamente operativo. Ni una sola referencia, coloquio, libro o exposición referente a la actualidad del mundo árabe». En fin, se puso en funcionamiento un «chiringuito» que «consiste esencialmente –continúa Alcantud– en el mantenimiento de una red palaciega entre Marruecos y Andalucía, quizás habría que decir España, marcada por la gestión y flujos económicos sobre todo. Para ello se ha seguido ahondando en el horizonte del mito andalusí, es decir, en las analogías imaginarias entre un lado y otro del Mediterráneo andaluz [sic].El último dislate de este proyecto neorientalista ha consistido en la nominación para el doctorado honoris causa de la Universidad de Granada del joven rey Mohamed VI de Marruecos, con el único fin de relanzar el proyecto «El Legado Andalusí» y a sus mentores, so excusa de ayudar a la consolidación democrática del reino alauí».
Pues bien, en la última visita de los Reyes de España a Marruecos el mes de Enero de 2005 pasado, Don Juan Carlos y Doña Sofía asistieron a una exposición que aún tiene lugar en el Teatro Real de Marrakech (hasta el 1 de Marzo), organizada por esta Fundación, con el título Marruecos y España: una historia común. Es este el último dislate, otro «desatino», tras el 11M.
{75} Cf. el «Discurso de la armas y las letras», Cap. XXXVII y XXXVIII de la Primera Parte del Quijote en el que Cervantes pone en boca del caballero la defensa de la dignidad de «las armas» por encima incluso de «las letras», dado que, argumenta Don Quijote, el fin de la guerra –de las armas– es la «paz», y esto es una finalidad más elevada, más digna, que la finalidad de las letras, que es «la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo». Pero la paz lograda tras la victoria en la guerra, la «paz en la guerra», no el «apaciguamiento» de la rendición, no la «paz» del Síndrome del Pacifismo Fundamentalista (ver más abajo, nota 96). La «paz» del Quijote es una paz «armada», no «pacifista». Se ve, en todo caso, que ZP no ha leído el Quijote, y si lo ha leído se ve que se olvidó de tales capítulos.
{76} Una de las «críticas» más repetidas por la izquierda parlamentaria hacia la derecha parlamentaria, antes y después del «cambio de gobierno», es que la derecha «se queda sola» en el Parlamento, no alcanzando «consenso» con ninguna otra fuerza política parlamentaria. Pero es que lo único que tiene enfrente la derecha parlamentaria es el secesionismo: por eso sirve, como réplica a semejante «crítica», aquello de «más vale sólo que mal acompañado».
{77} Para un análisis a fondo de la expansión del islamismo ver la excelente obra de Gilles Kepel, La yihad, Ediciones Península, 2000 (aunque con un prólogo escrito en el 2001, haciendo referencia al 11S).
{78} Ver Gustavo Perednik, España descarrilada, págs. 241-258, en donde se «denuncia» el quid pro quo en el que se mueve la izquierda fundamentalista con su palestinismo característico.
{79} Islamización que es, en buena medida, consecuencia de los regímenes imperiales de «gobierno indirecto» impulsados por Francia y Gran Bretaña en el XIX, y que no «destruyeron las raíces del Islam con el arma del racionalismo». En general, la norma que presidía las relaciones entre la metrópoli y las colonias en estas formas imperiales, era la norma depredadora, que, sin deshacer la morfología previa (señorial, feudal, en el mejor de los casos; etnológica, en la mayor parte de los casos), absorbían materia prima, fuerza de trabajo, &c., en favor de la metrópoli. En una palabra la morfología política nacional, holizada (racionalizada), de la metrópoli no es extendida a la colonia, o, dicho de otra manera, y para el caso, se «toleró» el teocratismo islámico en favor de la explotación de la colonia. Así hizo también EEUU en Afganistán con el régimen los talibanes para pararle los pies a la Unión Soviética. No ocurría lo mismo, en general, con la propia URSS que sí extendía (aunque le faltó tiempo) la norma soviética a los países que colonizaba, o sobre los que tenía influencia (Egipto...), lo mismo que ahora EEUU, que quiere hacer de Irak y de Afganistán «democracias homologadas», semejantes a las democracias occidentales (Para todo esto son muy ilustrativos los viajes de Kaplan por estas zonas: en especial Rumbo a Tartaria y Viaje a los confines de la Tierra). Así, por ejemplo, en Irak coexisten, en conflicto, kurdos (suníes), árabes (chiíes y suníes), turcomanos, asirios y caldeos (ambos cristianos). En Afganistán ocurre lo mismo (tayikos, pashtun...) cuyas relaciones étnicas priman sobre las políticas con todo lo que ello supone (fronteras políticas borrosas, cuando no prácticamente inexistentes, «imperio dentro de un imperio»...)
{80} Ver Gustavo Bueno, El Mito de la Izquierda, págs. 253-258.
{81} Ver Gustavo Bueno Sánchez, Ochenta años después del 11 de Septiembre de 1921.
{82} Recordemos que el nombre completo de AlQaeda es Frente Islámico Internacional para la Yihad contra Judíos y Cruzados.
{83} «Pues [Mahoma] surgiendo con el número 11, que en las santas escrituras siempre es infausto, sometió tres reinos, al ocupar las provincias de los griegos, de los francos, que sobrevivían bajo el nombre romano y domeñó con planta vencedora las gargantas de los godos occidentales y al intentar también deshacer el Decálogo, es decir, la religión universal y el número, que en la mayoría de los casos es usado para todo [...]», dice Álvaro de Córdoba en el Indicador Luminoso.
{84} Desde luego una España disuelta en «naciones» fraccionarias conviene, por lo menos a medio plazo, al islamismo político: es el principio estratégico, obvio, del «divide y vencerás» el que favorecería al islamismo político si los planes secesionistas en marcha (Plan Ibarreche, «Plan Carod-Maragall»...) se cumplen.
{85} Es a partir de los años 90 cuando la población musulmana se empieza a incrementar con la inmigración: además del Islam converso (el de la FEERI), del Islam nacionalizado (el de la UCIDE, afín a los «Hermanos Musulmanes») y del Islam extranjero (el de la Mezquita de la M-30, sede de la Liga del Mundo Islámico, y construida por Arabia Saudí), ya establecidos en España, aparece por oleadas el Islam inmigrado sobre el que se tiene un escaso, por no decir nulo, control por parte de las autoridades españolas. Ni siquiera se tiene control sobre el Islam federado (FEERI y UCIDE), ya no digamos sobre el no federado (M-30...), ya que la institucionalización por parte del Ministerio de Justicia de estas Federaciones, con objeto de negociar la Ley de Libertad Religiosa, está llena de ficciones y anomalías jurídicas en relación a las comunidades islámicas asentadas en España (no ocurre lo mismo con las comunidades judías y evangélicas federadas) que, en absoluto dan cuenta al Estado de lo que estas Federaciones representan, manteniéndose la actividad de estas comunidades, en buena medida, opacas al Estado (ver para todo esto el estupendo artículo de María J. Ciáurriz, La situación jurídica de las comunidades islámicas en España en: Los musulmanes en España, págs. 23-64, Ed. Trotta, 2004).
{86} Ver, para todas estas cifras y otras relativas a su distribución regional, &c., Los musulmanes en España (ed. Agustín Motilla), ed. Trotta 2004.
{87} Incluso instituciones tan aparentemente «inocentes» políticamente como ATIME (Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España) cultiva también el mito andalusí de las tres culturas en convivencia, convivencia que finaliza, por supuesto, en 1492 (http://www.atime.es/opinion2.html)
{88} Para hacerse una idea de la ideología que envuelve a las instituciones islámicas que reciben a la población inmigrante musulmana, veamos cómo «lamentaron» en VerdeIslam, como órgano, insistimos, de lo que se autoconcibe como «Islam moderado» (FEERI), el ataque a las Torres Gemelas: «Hemos lamentado profundamente la muerte de esos ciudadanos inocentes que estaban en las Torres Gemelas el día 11 de Septiembre del año 2001. Lamentamos también el millón de niños fallecidos por hambre en el mundo en ese mismo mes de septiembre, los cientos de civiles afganos que están pereciendo bajo las bombas «inteligentes» de los norteamericanos y sus aliados, la denominada «coalición global contra el terrorismo», que es como ahora se quiere justificar cualquier disidencia. Lamentamos el repugnante genocidio que está llevando a cabo Israel a través del gobierno de Ariel Sharon, a quien nadie parece atreverse a juzgar por crímenes contra la humanidad [¿juzgar?, querrán decir «condenar», porque ya lo están declarando culpable...] y nos resulta intolerable su impunidad. Lamentamos los quinientos mil niños muertos en Irak desde la Guerra del Golfo. Lamentamos y nos duele la política depredadora de Estados Unidos, su arrogancia, que está tratando de arrasar culturas, tradiciones y pueblos» (VerdeIslam, año 6, nº 17, 2001)
{89} El día 12 de Septiembre del 2001, el periódico local El Diario de Córdoba está encabezado con un titular que dice, en grandes letras: TERROR GLOBAL. Pues bien, en la sección de Cultura (un verdadero coladero de basura ideológica, lo que suele representar esta sección en muchos periódicos) de ese mismo día, en el mismo ejemplar, aparece una larga entrevista al «marxista» convertido al islamismo Roger Garaudy, elaborada el día 10, víspera del 11S, con ocasión del anuncio de la inauguración en Córdoba de la «Biblioteca Viva de al-Andalus». Una entrevista que aparece encabezada con el siguiente titular entrecomillado: «El pueblo más racista del mundo es Israel, no los judíos», y en la que por supuesto se repite una y otra vez el «mito multicultural de al-Andalus»: dice Garaudy, «Córdoba fue una de las grandes fuentes de la cultura europea, el centro de esa cultura. Córdoba fue un puente entre Oriente y Occidente [...] Fue la gran expansión del Islam y no por conquista militar. Vinieron invitados por los cristianos arrianos. El Islam se introducía en las civilizaciones. Tenemos que evocar este pasado. Fue aquel un período de gran tolerancia. Hubo un enriquecimiento mutuo que hizo convivir las tres religiones»; «Tenemos que aprender de al-Andalus y ligar ciencia con la sabiduría», y más adelante dice «Fui siempre el defensor del diálogo de las civilizaciones», después de haber afirmado, unas líneas más arriba, que los norteamericanos «han elegido a un matador en serie [refiriéndose a G. W. Bush]. Y lo mismo ocurre en Israel, que han elegido a Sharon para que continúe con la violencia».
{90} Recordemos que el principal argumento de Aznar, así se lo reveló al presidente francés J. Chirac en la finca toledana Quintos de Mora (v. El País, viernes 26 de septiembre de 2003), en favor del «vínculo trasatlántico» entre España y EEUU, era la «millonada» de hispanohablantes existentes en el seno del «Imperio-USA», una «millonada» en alza (unos 50 millones que en unos años serán el doble) que también es «resto» del Imperio español provechoso para la nación española: la lengua de los 400 millones. Frente a la razón, bien positiva, esgrimida por Aznar en defensa del «vínculo trasantlántico» (50 millones de hispanohablantes establecidos en EEUU), la idea metafísica esgrimida por ZP a favor del «giro en la política exterior» contra Aznar («el diálogo de civilizaciones»). Ver para este asunto la discusión mantenida en los Foros de nódulo y publicada en http://nodulo.org/ec/2004/n024p18.htm
{91} Así decía ZP en el Congreso (en la sesión en la que el gobierno informó, a través de Trillo y la recién estrenada ministra Ana de Palacio, sobre la susodicha operación): «Hemos expresado desde el primer instante el apoyo al Gobierno en ese objetivo, estimulando lo que nos parece esencial: que el diálogo y la diplomacia tengan preferencia ante cualquier otro tipo de situación. Ayer por la tarde aprobamos en el Parlamento una resolución de todos los grupos parlamentarios dando apoyo al Gobierno, creo que depositando en el Gobierno un margen de confianza intenso. Esta mañana a las ocho he recibido, por parte del vicepresidente primero, la información de que su Gobierno había decidido el desalojo de la isla Perejil. El Gobierno ha querido que sea así esa información. Me alegro de que la acción haya tenido un resultado satisfactorio y, por tanto, desde esa perspectiva también quiero transmitir mi felicitación a las unidades que han actuado.» (Diario de Sesiones del Congreso, nº 543, 17 de Julio de 2002). No es que manifestase mucho entusiasmo (siempre es mejor «el diálogo», insinúa ZP), pero desde luego, no hubo oposición alguna a tal operación, tal como ahora quieren hacernos creer los representantes del Partido Socialista. Confróntese con lo que ahora dice José Blanco, actualmente Secretario de Organización del PSOE, en una entrevista reciente, ya con el PSOE en el gobierno, respondiendo a una pregunta sobre este asunto: «En primer lugar, lo de Perejil no se tendría que haber hecho, tuviéramos ley o no, porque fue uno de los ridículos más espantosos que hizo el anterior gobierno y el ministro de Defensa» (El Mundo, 13 de diciembre de 2004).
{92} Ver para todo esto Pedro Insua, El PSOE y su reivindicación del Conde Don Julián, El Catoblepas, nº 25, pág. 13.
{93} Una derecha que es vista como tal (incluso es vista como «derechona», como «nacionalcatolicismo») desde la izquierda indefinida divagante (PSOE e IU), pero que se puede redefinir, más bien, como izquierda definida liberal (sobre todo a juzgar por el discurso defendido en las Cortes por Mariano Rajoy dirigido en contra del secesionismo del «plan Ibarreche»).
{94} La antes sindicalista, y ahora santa, Pilar Manjón (presidenta de la asociación de víctimas del terrorismo 11M) expresará muy bien esta distribución de culpas: «A mi hijo no le ha matado una raza ni una religión, a mi hijo le ha matado el odio asesino que han sido capaz de inculcar en corazones mesiánicos, Aznar, el trío de las Azores. Ese odio ha matado a mi hijo y a 190 trabajadores que son nuestra clase, no lo olvidéis, los nuestros que también caen en Irak, en Palestina» (Pilar Manjón, v. El Mundo, Lunes 13 de Diciembre de 2004).
{95} Una victoria pírrica, diríamos, la del PSOE porque por derivar, para ganar, hacia el fundamentalismo, arrogándose en defensora de la «España plural» frente a la «derechona», al PSOE «le crecen los enanos» por todas partes: el PSC ya se presentó en las últimas elecciones, las del «referéndum sobre Europa», como partido independiente; los «socialistas vascos» están divididos (Redondo Terreros/Patxi López)... Y es que con la descomposición de España, el propio PSOE se descompone, ya que es un partido que se alimenta, quiera o no, de la nación española. En este sentido, lo que peor le pudo haber pasado al PSOE es ganar esas elecciones.
{96} De hecho la derecha francesa, y no la izquierda , fue la que aplaudió a ZP en la Asamblea Francesa, cuando este compareció allí como invitado hace unos días.
{97} Es decir, el PSOE y todo el aparato mediático que le es afín.
{98} Esto motiva que ZP no se levante ante el paso de la bandera de las «barras y estrellas» durante el desfile celebrado el 12 de Octubre de 2003...
{99} Ver Gustavo Bueno, SPF, Síndrome del Pacifismo Fundamentalista (El Catoblepas, nº 14, pág. 2) y La viscosa ideología pacifista de la farándula socialdemócrata, El Catoblepas, nº 33, pág. 2.
{100} Difícil de entender este reproche, puramente falaz, cuando es imposible dividir lo que no está unido. Además, esto se le podría reprochar, y también sería demagógico, a Francia y a Alemania, y es que, de los países europeos, no solamente España, como todo el mundo sabe, apoyó a los EEUU en esa intervención armada: para empezar Gran Bretaña (que además, junto con Australia y los USA, fueron los que, de hecho, declararon la guerra), Polonia, Italia...
{101} Pérez Carod dimite como «Conseller en Cap», que es lo mismo que decir que no pasa nada.
{102} Segundo Ensayo sobre el gobierno Civil, págs. 371 y 376, ed. Austral.