El Catoblepas · número 182 · invierno 2018 · página 9
En torno a la polémica de la ciencia española
José Alsina Calvés
Tras repasar la célebre polémica, se realiza una panorámica de las aportaciones hispanas a la ciencia y la técnica
Entre 1876 y 1878 un grupo de intelectuales españoles mantuvieron una polémica, a veces muy agria, sobre la situación y el papel de la ciencia en España. La cuestión no era puramente académica, sino que tenía un gran calado ideológico y político, pues en ella se mezclaban cuestiones relativas a la historia de España, al sentido de tal historia, y en general, al papel de España en el mundo.
Lain Entralgo{1} ha sistematizado las diversas posiciones que se toman en torno a esta polémica, que para nuestro historiador de la medicina se reducen a tres:
1. La representada por el pensamiento progresista, sea de corte krausista (Salmerón), positivista (Revilla) u de otro tipo (Azcárate), que puede resumirse diciendo que España, en cuestiones científicas, no ha aportado absolutamente nada.
2. Los tradicionalistas a ultranza, con tendencia medievalizante (Fonseca, Pidal y Mon) para los cuales la ciencia, como parte de la cultura moderna, es algo absolutamente rechazable.
3. Los tradicionalistas “modernizantes” (Menéndez Pelayo y Laverde), que consideran que en la cultura europea posterior al siglo XV hay elementos recuperables, y que defienden la participación de España en las tareas científicas. Esta posición será continuada por Maeztu y, en general, por los gobiernos nacional-católicos del franquismo.
Esta polémica va mucho más allá de un debate intelectual. Por encima de la visión de la ciencia (o de la tecnociencia) y de su papel en España se agitan cuestiones relativas a la misma existencia de España como empresa política y del sentido de su existencia como tal. Los progresistas no se limitan a denunciar la escasa participación de España en las cuestiones científicas y técnicas (exagerándola), sino que culpan de ello a la Iglesia, a la Inquisición y, en general, a la religión católica. Ahora bien, como la nación canónica española se forjó a partir de las estructuras precedentes del Imperio Hispánico, y la existencia de este Imperio está ligada al catolicismo, no solamente se pone en cuestión la participación de España en el quehacer científico, sino que se pone en cuestión a la propia existencia de España.
Los tradicionalistas medievalizante son la otra cara de la moneda. Para ellos la escolástica es el culmen de toda filosofía, y la ciencia moderna, producto de la filosofía moderna, no es más que un cúmulo de errores. Olvidan la participación de las órdenes mendicantes medievales (dominicos y franciscanos) en el desarrollo del interés por la naturaleza, como consecuencia de su lucha contra la herejía albigense y las traducciones de las obras de Aristóteles sobre temas de Historia Natural{2}.
A todo ello se suman las posiciones casticistas, los que creen que los españoles no están dotados para la ciencia por una cuestión “racial”, y que a ello se debe el escaso desarrollo en España de las ciencias, en contraste con otras actividades como el arte o la literatura, en que muchos españoles han destacado. La famosa frase de Unamuno ¡¡Que inventen ellos¡¡ resumiría muy bien esta posición.
En realidad el tema es mucho más complejo. En primer lugar la participación española en las tareas científico-técnicas no ha sido tan nula como algunos quieren hacer creer, aunque desde luego ha sido inferior a lo que se podía esperar. En segundo lugar la actividad científico-técnica en España ha sufrido una serie de altibajos condicionados por su historia (“cierre de fronteras”, enfrentamientos civiles), y resulta absolutamente injusto atribuir todas las responsabilidades a la Iglesia, a la Inquisición y al catolicismo en general. Tal como intentaremos demostrar en el próximo capítulo el máximo desarrollo tecnológico-industrial de España se produce entre 1940 y 1965, bajo un Régimen confesionalmente católico{3}.
En el presente artículo pasaremos revista, de forma somera, a la historia de la ciencia española, señalando periodos de cierto esplendor y periodos de decadencia. Partiremos de la hipótesis de que la ciencia y la tecnología son actividades sociales, y, por tanto, su desarrollo está determinado por la sociedad en que se inserta, tanto por sus condiciones materiales como por el sistema de valores dominantes.
Nuestro objetivo es demostrar la falsedad de las tesis negrolegendarias, según las cuales el supuesto retraso de la ciencia española es algo consustancial al nacimiento de España, producto del fanatismo religioso, de la ambición de unos reyes y de las políticas racistas contra judíos y moriscos. Demostraremos que es precisamente con los Reyes Católicos cuando se da un formidable empuje a la cultura española, concretado por ejemplo en la fundación de la Universidad de Alcalá, y que este empuje no afecta solamente al ámbito artístico y literario, sino que a lo largo de los siglos XV y XVI hay un amplio desarrollo en el ámbito de la medicina, la filosofía natural, la astronomía, las matemáticas y la náutica.
La decadencia de la cultura española va pareja a la decadencia del Imperio Hispánico. Los movimientos de regeneración social y política tienen su correlato en el impulso al desarrollo científico.
Ciencia medieval
Debemos comenzar con unas precisiones terminológicas. En primer lugar aclarar que el término “ciencia medieval” no deja de ser algo anacrónico, pues en la Edad Media nos e había producido el fenómeno moderno de la compartimentación de saberes, y por tanto la palabra “ciencia” no significa lo mismo que ahora, sino que en todo caso sería un sinónimo de “saber” o “conocimiento”. En segundo lugar aclarar también que nosotros nos referiremos básicamente a los saberes de la España cristiana, de la cual nos consideramos herederos, y no de Al-Andalus, sin perjuicio de considerar que en Al-Andalus se desarrolló una cultura importante, de la cual fluyeron muchos textos y muchos conocimientos hacia la España cristiana.
En la monarquía visigótica destaca la obra de San Isidoro (560-636), las Etimologías u Orígenes, verdadera enciclopedia del saber de la época: desde la fabricación del vidrio a la agricultura, desde los juegos hasta la arquitectura naval{4}.
Después de la invasión musulmana y de la aparición de los primeros focos de resistencia, se empieza a producir una importante labor de traducción de textos del árabe al latín. Algunos de estos textos eran originales de autores árabes, como es el caso de médico y filósofo Avicena; otros eran obras originarias de la antigüedad clásica, que habían sido traducidas del griego al siriaco, y de este al árabe, como algunas obras de Aristóteles.
La frontera cristiano-musulmana marco los centros de cultura donde se producían estas traducciones. En el siglo X destaca el Monasterio de Santa María de Ripoll, lugar de refugio de monjes mozárabes (cristianos que habían vivido bajo la dominación musulmana y que conocían muy bien el árabe), y donde se tradujeron sobretodo textos de matemáticas y astronomía. Al Monasterio de Ripoll y al obispado de Vic (situado a 40 Km) acudió a estudiar el monje Gerberto de Aurillac (945-1003), que posteriormente sería Papa con el nombre de Silvestre II.
En el siglo XII encontramos la labor de traducción desplazada hacia Toledo, donde el arzobispo Raimundo creó la llamada Escuela de Traductores. A esta escuela acudieron figuras de toda Europa, como Gerardo de Cremona, y allí se traducen tanto obras de autores árabes (Avicena, Averroes, al-Kindi), como autores clásicos (Aristóteles, Arquímedes, Tolomeo, Euclides).
Estas traducciones de textos que se realizan en la Hispania cristiana (juntamente con las que tienen lugar en la Abadía de Montecasino en Italia) son fundamentales para el desarrollo de las Universidades en toda Europa y para la elaboración del discurso filosófico, teológico y pedagógico de la Escolástica. Estas universidades estaban estructuradas según el siguiente modelo: unos estudios introductorios en la llamada Facultad de Artes, donde se estudiaba el Trivium (retórica, gramática y dialéctica) y el Quadrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música). Superados estos estudios (que daban el título de Bachiller en Artes) el estudiante podía optar entre las cuatro facultades mayores: Derecho, Derecho Canónico (Cánones), Medicina y Teología. Ya hemos dicho que en la Edad Media no se concibe la ciencia como un saber separado del resto de saberes, pero en cualquier caso las materias que hoy conocemos como ciencia se desarrollaban en las Facultades de Artes (Quadrivium) y en la de Medicina.
Todo el método pedagógico de estas universidades se basaba en los textos: la lectura (lectio), el planteamiento de una cuestión que procedía de texto (quaestio) y la discusión sobre esta cuestión (disputatio), que se fundamentaba sobretodo en argumentos de autoridad, citando otros textos. Sin la labor de traducción realizada en el Monasterio de Ripoll, en la Abadía de Montecasino y la Escuela de Traductores de Toledo, la Universidad Medieval no habría existido. A modo de ejemplo: los des textos básicos que se utilizaban en las Facultades de Medicina de toda Europa eran el Al-Quanon o Canon de la Medicina del médico y filósofo árabe-persa Ib-Sina o Avicena, y el llamado Poema de la Medicina, del mismo autor, que era un resumen en verso (para facilitar su memorización) del primero. Ambos habían sido traducidos en Toledo del árabe al latín, por Gerardo de Cremona.
La labor de traducción, realizada en gran parte en la Hispania cristiana, va a ser fundamental para la cultura europea latina, pues los textos serán un elemento imprescindible para la creación de las universidades, y en general para el fenómeno cultural conocido como “Renacimiento del siglo XII”.
A finales del siglo XII se creó en España la primera universidad, la de Palencia, ya consolidado el reino de Castilla, bajo el reinado de Alfonso VIII. Como en muchos otros casos parecidos, esta universidad no nació de la nada, sino a partir de una antigua escuela ya existente. Pocos años después se fundaría la Universidad de Salamanca, en el vecino reino de León, a partir de una escuela catedralicia. Posteriormente aparecerán las de Valladolid, Sevilla y Alcalá en la Corona de Castilla, las de Valencia, Montpellier y Lerida en la de Aragón, y la de Lisboa-Coímbra en Portugal. Sobre el significado e importancia de la Universidad de Alcalá nos ocuparemos más adelante. Otro tema al que nos referiremos es a las universidades españolas creadas en Hispanoamérica.
El Renacimiento
Entendemos por Renacimiento un periodo de la historia de la cultura que abarca los siglos XV y XVI. Su inicio coincide en España con el reinado de los Reyes Católicos, el nacimiento de la Nación Histórica española y los cimientos de lo que será el Imperio Hispánico. Según la Leyenda Negra va a ser entonces cuando se van a gestar los elementos más negros y negativos de la historia española: nacimiento del Estado Español como estado artificial y “cárcel de naciones”, fanatismo religioso que da lugar a la creación de la Inquisición y a la expulsión de judíos y moriscos, e inicio del “genocidio” americano.
Para los defensores de esta leyenda el origen del atraso científico y tecnológico español hay que buscarlo, pues, en los propios orígenes de España como comunidad política unificada, y por tanto este supuesto atraso no es algo coyuntural, sino consustancial a la propia esencia de España.
Hay un pequeño problema: en el periodo que abarca los siglos XV y XVI, es decir, cuando se forja el origen de España como Nación histórica y como Imperio, el desarrollo de la ciencia y la cultura alcanza en España sus cotas más altas. La decadencia posterior irá ligada a la decadencia del Imperio como consecuencia de su agotamiento demográfico, económico y militar. Hay algo que no cuadra en la Leyenda Negra.
La fundación de la “Complutensis Universitas” (1499)
La fundación de la Universidad de Alcalá o Universidad Complutense (“Complutus” era el nombre romano de Alcalá de Henares) por el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros es uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la cultura española en el Renacimiento.
Francisco Jiménez de Cisneros había pasado por las aulas del Studium Generale de Alcalá, antes de marchar a Salamanca para completar sus estudios. En 1499, siendo ya franciscano y arzobispo de Toledo, Cisneros crea la Complutensis Universitas, mediante bula pontificia recibida del papa Alejandro VI, con fecha 13 de abril de ese mismo año. El núcleo de la nueva Universidad era el Colegio Mayor de San Ildefonso.
Cisneros llevaba varios años comprando terrenos y diseñando la futura universidad. En 1501 se pone la primera piedra del edificio universitario y en 1508, el 18 de octubre, fiesta de San Lucas, comienza sus estudios la primera promoción de estudiantes. Cabe destacar la presencia, en esta primera promoción, del futuro arzobispo de Valencia, Santo Tomás de Villanueva. En el curso 1509-1510 funcionaban ya cinco facultades: Artes y Filosofía, Teología, Derecho Canónico, Letras y Medicina.
El 22 de enero de 1510 firma las Constituciones del Colegio Mayor de San Ildefonso, que regulaban la vida universitaria.
En la mente de Cisneros la Universidad de Alcalá tenía como finalidad la formación de eclesiásticos, tanto seculares como religiosos, con vistas a su renovación intelectual y espiritual, en el marco de la reforma general de la Iglesia promovida por los Reyes Católicos, así como la preparación de las nuevas clases dirigentes –civiles y eclesiásticas– que habría de gobernar la sociedad y la Iglesia. Además, Cisneros buscaba la repristinación del pensamiento cristiano con un mejor conocimiento de la cultura clásica, la Sagrada Escritura, la Tradición de los Padres de la Iglesia y los grandes autores medievales. La Teología era el eje central de los estudios, que incluían también la Gramática, la Retórica, la Filosofía, el Derecho Canónico y la Medicina, además de los estudios de lenguas bíblicas: latín, griego y hebreo. Teológicamente Alcalá daba espacio a las tres grandes escuelas del momento: escotismo, nominalismo y tomismo.
Junto al Colegio Mayor de San Ildefonso Cisneros fundó otros colegios “menores”. En 1513 decide la creación del Colegio de San Pedro y San Pablo (vinculado a la orden franciscana), del Colegio de la Madre de Dios (Teología y Medicina), del Colegio de Santa Catalina (Artes y Física), del Colegio de Santa Balbina (Lógica y otras materias de Artes), del Colegio de San Eugenio y del Colegio de San Isidoro (Gramática latina y griega).
Tras la muerte de Cisneros fueron fundados otros muchos Colegios Menores, de órdenes religiosas (agustinos, basilios, carmelitas calzados y descalzos, cistercienses, clérigos regulares menores, dominicos, franciscanos, jesuitas, mercedarios calzados y descalzos, trinitarios calzados y descalzos), de órdenes militares, de algunas diócesis, de fundación real (Colegio del Rey) y de fundación privada (Santiago, Verdes, Málaga, Irlandeses).
La edad de oro de la Universidad de Alcalá recorre los siglos XVI y XVII, con presencia en sus aulas de importantes figuras de la vida cultural, religiosa y civil de España y de Europa. Alcalá fue, además, modelo para las nuevas universidades que se iban fundando en Hispanoamérica.
La fundación de la Universidad de Alcalá tiene un doble significado, político y cultural. En el plano político está vinculada a una reforma del catolicismo (que se verá continuada en la llamada Contrarreforma y en el Concilio de Trento) impulsada por los Reyes Católicos. Purificación doctrinal, reforma de las costumbre y mayor ilustración del clero permitirán a este catolicismo convertirse en el armazón espiritual e ideológico del nuevo estado que se está formando.
A la vez, desde el punto de vista cultural, Alcalá será la puerta de entrada de nuevas ideas en el terreno literario, filosófico, humanístico y teológico. En Alcalá tendrá lugar la edición de la Biblia Políglota, y allí enseñará el humanista Antonio de Nebrija, creador de la primera Gramática de la Lengua Española, que presentará a los Reyes Católicos como “lengua del Imperio”. Esta frase, tantas veces ridiculizada, fue pronunciada por uno de los humanistas más importantes del siglo XVI.
Universidades en Hispanoamérica
Aunque hay cierta controversia, se considera la primera universidad fundada en América la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, Lima, por Real Provisión del 12 de mayo de 1551, ratificada por bula del 25 de julio de 1571. En total se fundaron 25 universidades, la última -Universidad de Guadalajara, México- en 1792. A esto hay que sumar 16 colegios mayores (sin contar el de Granada, en España, para los nobles de América) que a veces hacían el papel de universidades.
Todas estas universidades seguían los modelos organizativos de Alcalá o de Salamanca. Estaban abiertas tanto a españoles, a criollos, a indígenas o a mestizos. Las universidades, junto a las iglesias y a los hospitales, son testigos materiales de la obra española en Hispanoamérica, mucho más allá de la simple colonización.
Medicina y Filosofía Natural
A lo largo del siglo XVI las aportaciones de autores españoles en el terreno de la medicina y de la filosofía natural son impresionantes{5}. No es casualidad que este esplendor intelectual coincida con el máximo esplendor del Imperio Hispánico. Es evidente que en este periodo ni la influencia cultural del catolicismo ni la acción de la Inquisición, impidieron el desarrollo intelectual.
En el terreno de la medicina y de la filosofía natural vemos que, a finales del siglo XV y durante el siglo XVI, conviven una serie de tendencias y sensibilidades. De la Edad Media se ha heredado el aristotelismo y el galenismo arabizado (el conocimiento de las obras de Galeno a través de las traducciones del árabe). Entre las nuevas tendencias hay que citar la anatomía de Vesalio, procedente de Italia, que, a diferencia del galenismo, tiende a separar la morfología (la estructura) de la fisiología (el funcionamiento de los órganos); también es importante la influencia de las ideas alquímicas en medicina. A todo ello hay que añadir la costumbre de utilizar lenguas vernáculas en detrimento del latín, y el rechazo de los médicos de todas las tendencias al conocimiento puramente libresco y su interés por las disecciones.
Vamos a pasar revista de las figuras españolas más importantes en este terreno.
El catalán Bernardino Montaña de Montserrate, natural de Barcelona, estudio medicina en Italia, y regreso a España en 1513. Fue catedrático de anatomía en la Universidad de Valladolid, donde residió la mayor parte de su vida, y, ya después de jubilado, en 1551, publicó el primer tratado de anatomía escrito en lengua castellana, el Libro de Anothomía del Hombre. Montaña, aunque representa al galenismo arabizado de corte medieval, introduce dos aspectos muy novedosos en su obre: la utilización del castellano y las influencias alquímicas en sus ideas fisiológicas.
Del valenciano Pere d'Oleza (Petrus d'Oleza) tenemos noticia por el libro póstumo Summa totius philosophiae et medicinae, publicado por su hijo en 1536. De origen mallorquín parece que practico la medicina en la ciudad del Turia, donde vivió gran parte de su vida. Seguidor de Aristóteles, se interesó por la obra del filósofo árabe Averroes, e introdujo las ideas corpusculistas en filosofía natural, explicando las propiedades de los elementos (aire, agua, tierra y fuego) a partir de las propiedades de los corpúsculos de materia que los integran. Un siglo más tarde Descartes, en su Tratado del Mundo, desarrollaría ideas parecidas.
El medico castellano Gómez Pereira nació en Medina del Campo alrededor del año 1500. Estudió en la Universidad de Valladolid, donde fue alumno del médico Juan Martínez Guijarro y del filósofo nominalista Juan Martínez Silíceo. Fue un médico importante, cercano a la Real Casa y alejado del mundo académico. En 1554 publicó un libro con el curioso título de Antoniana Margarita (parece ser que era una combinación de los nombres de sus padres Antonio Pereyra y Margarita Medina), en el cual defiende ideas muy próximas al mecanicismo cartesiano, y donde afirma que los animales carecen de alma y, por tanto, de sensibilidad.
Oliva Sabuco de Nantes Barrera nació el 2 de diciembre de 1562 en Alcaraz, hija del bachiller Miguel Sabuco y de Francisca de Cózar. Estudió en la Universidad de Zaragoza con Pedro Simón Abril, profesor de gramática y retórica. A Oliva Sabuco se le atribuyó la autoría del libro Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, aunque estudios posteriores han puesto en duda su autoría, y han señalado que quien realmente lo escribió fue su padre Miguel Sabuco. En este libro se desarrolla una importante crítica de la medicina galénica, se introducen elementos psicopatológicos en el tratamiento de las enfermedades (se habla de terapias basadas en la palabra y en la música), con claras influencias platónicas. Hay una visión alegórica del cuerpo humano, basada en una metáfora agraria y la introducción de nociones astrológicas y alquímicas. En general demuestra que corrientes ajenas a la tradición escolástica y típicamente renacentistas iban ganando terreno en la sociedad española del siglo XVI.
Juan Huarte de San Juan nació en San Juan al Pie del Puerto, localidad pirenaica que hoy pertenece a Francia, pero que en el siglo XVI formaba parte del reino de Navarra. No se conoce el año exacto de su nacimiento. Parece ser que estudió en Alcalá, y una Real provisión de 1572 constata que en estas fechas comenzó a ejercer como médico en la localidad andaluza de Baeza. En esta ciudad y en la vecina Linares residió de forma permanente. En 1575 publico su libro Examen de ingenios para las ciencias, donde por primera vez se relaciona la medicina y la filosofía natural con la psicología y la pedagogía. Huarte, siguiendo la tradición corporalista de la fisiología galénica, sostiene que las capacidades de los individuos emanan de la constitución de su cerebro. Pero su galenismo radical, que le lleva a considerar el entendimiento como una potencia orgánica que depende de un sustrato material, se contrapone al galenismo escolástico medieval, que consideraba que las potencias no emanan de los órganos, sino que los órganos están al servicio de las potencias.
La nueva anatomía tiene su representante en Juan Valverde de Amusco (Amusco, Palencia, c. 1525-Roma, c. 1587). Después de haber estudiado humanidades y filosofía en España (probablemente de Valladolid) se trasladó a Padua, donde estudió anatomía en su prestigiosa facultad de medicina con Renato Colombo. Posteriormente se trasladó a Pisa junto a su maestro. En 1556 publica su obra fundamental Historia de la composición del cuerpo humano, escrita en castellano y dirigida sobre todo a la formación de cirujanos{6}, lo cual desmiente a aquellos historiadores que han sostenido su poca relación con la cultura española. La anatomía de Valverde está en la línea de Vesalio, pero superándolo en muchas aspectos. Junto con Colombo y Miguel Servet de le considera descubridor del tránsito pulmonar de la sangre o circulación menor.
Mencionaremos finalmente a Andrés Laguna, Francisco Vallés y Jaime Segarra, que desarrollaron un saber fisiológico, sintetizando ideas aristotélicas, galénicas y de las nuevas corrientes que circulaban por Europa.
Los saberes en medicina y filosofía natural a lo largo del siglo XVI y parte del XVII en España no solamente están a la altura de cualquier país europeo, sino que en muchos aspectos contribuyen a importantes innovaciones, tanto en el contenido como en la forma. En ningún momento el catolicismo contra reformista es un obstáculo pare estos saberes{7}
Matemáticas y astronomía
El nivel de las matemáticas en España en los siglos XVI y XVII no es tan boyante como el de medicina y la filosofía natural. En el siglo XV hay unos conocimientos matemáticos que no pueden compararse con los de Italia{8}. A inicios del siglo XVI aparece un grupo de matemáticos que han realizado estudios en Paris, entre los que hay que destacar a Gerardo de Bruselas, Pedro Ciruelo o fray Juan de Ortega. A pesar de ello la matemática española está lejos de los niveles de Portugal o de Italia.
El año 1582 Felipe II creó en Madrid una Academia de Matemáticas, con el fin de elevar el nivel de esta disciplina en España. Su director fuel el lusitano Juan Bautista Labaña (Felipe II era también rey de Portugal), y en ella trabajaron Pedro Ambrosio de Onderiz, autor de una traducción de Perspectiva y Especularia de Euclides (1584), y Juan Cedillo Diaz, traductor de los seis primeros libros de los Elementos del mismo autor. El italiano Luis Carducci, discípulo de la academia, fue el primer autor en España que se refirió a los logaritmos.
El Colegio Imperial, fundado por los jesuitas, acabó absorbiendo a la Academia de Matemáticas, pero en general el nivel de esta materia en España nunca estuvo a la altura de otras manifestaciones científicas.
En el terreno de la Astronomía vemos que la actividad en este periodo es notable. A comienzos del siglo XVI los instrumentos eran todavía medievales. Así encontramos el manual para el uso del astrolabio de Juan Martín Población, así como en el Simón Tovar o Tobar. Más innovador es el Commentariorum in astrolabium quod planispherium vocant, de Juan de Rojas Sarmiento, publicado en París en 1550, donde se da a conocer a Europa la proyección ortográfica.
A principios del siglo XVII aparece el instrumento que va a revolucionar la astronomía: el anteojo o catalejo. Todo indica que el invento se realizó en diversos lugares de forma independiente. Holanda, Italia y España. Pero las citas más antiguas del mismo son españolas{9}. Así en el Archivo de Protocolos de Barcelona aparece una mención anterior incluso a los que atribuyen el invento al gerundense Juan Roget (1618). En el testamento de Pedro de Cardona, el 10 de abril de 1593, éste lega “una ullera larga guarnida de lauto”; el 5 de septiembre de 1608, muerto el mercader Jaime Galvany, se vende en pública subasta, y al precio de cinco sueldos una “ollera de llarga vista”, just un mes antes de que los ópticos holandeses Hans Laprey, de Middelburgo, y Jacobo Metius, de Alcmaár, solicitaran patente de invención al Consejo de Estado de los Países Bajos.
La nueva industria se introdujo rápidamente en España, tal como se menciona en el dialogo cuarto del libro Uso de los antoios (Sevilla, 1623), de Benito Daza de Valdés, notario de la Inquisición. Sin citar a Galileo, ya condenado en estas fechas, pero demostrando conocer su obra, da noticia de la existencia en Sevilla de una importante artesanía dedicada a fabricar diversos tipos de objetos astronómicos{10}.
A partir de este momento las citas se multiplican, y sabemos que en 1635 Vicente de Lastanosa tenía en su biblioteca-museo de Huesca “anteojos de larga vista, y se ve con ellos las manchas del Sol, Venus…”. Otros autores citan observaciones de Júpiter.
Previamente a todo ello las ideas heliocéntricas de Copérnico ya se habían introducido en España por los hermanos Aguilera. Uno de ellos, Juan, fue catedrático de astronomía en Salamanca, y en 1561 ya introdujo en el programa la posibilidad de estudiar el sistema heliocéntrico “al voto de los oyentes”. Desde 1594 y hasta la condena a Galileo (1616 y 1633) se cursaba el De revolutionibus… de forma obligatoria y fue defendido por diversos pensadores, como Pablo de Alea, fray Diego de Estuñiga y Andrés García de Céspedes.
A partir de 1616, y como resultado de la condena de Galileo, el sistema heliocéntrico se vio excluido de la ciencia ortodoxa desde el punto de vista ideológico, pero no desde el punto de vista matemático. En 1618 Francisco Suarez Argüello publica efemérides según el sistema Alfonsino (de las Tablas Alfonsinas) y el Copernicano. Otras tablas interesantes son las de Luis Feire de Silva, que comprenden los años 1637-1700, realizadas según el sistema de Tycho Brahe y de Copérnico.
En definitiva, la astronomía española sigue en estas fechas los mismos derroteros que en el resto de Europa. La condena de Galileo condiciona, pero no impide, la difusión del heliocentrismo.
Historia Natural
La mayoría de las obras de Historia Natural, y los contenidos de estas materias en obras generales, que encontramos en este periodo hacen referencia a Hispanoamérica. Entre las obras de tipo general o enciclopédico, pero con contenidos de Historia Natural, hay que destacar la Historia general y natural de las Indias (1535-1537), de Gonzalo Hernández de Oviedo y Valdés, la Historia general de las cosas de Nueva España (1557), de Fray Bernardino de Sahagún, en la cual hay una interesante descripción de las plantas, animales y minerales de la América española; La Milicia y descripción de las Indias (1599), de Bernardo Vargas Machuca; y sobretodo la Historia moral y natural de las Indias (1589), del jesuita José de Acosta, descubridor del mal de altura, en cuyos libros tercero y cuarto se ocupa de la fauna y flora americana, y describe la planta del cacao, y, según algunos autores, es precursor de las teorías evolucionistas{11}.
La atención de muchos naturalistas se fija especialmente en la botánica. Felipe II, siguiendo los consejos del que fuera médico de Carlos V y traductor de Dioscórides, André Fernández Velázquez (más conocido como Doctor Laguna), instauró, en 1555, el jardín Botánico de Aranjuez, al que pronto siguió el de Sevilla. Destacaron por su labor en el terreno de la botánica García de Horta, Nicolás Monardes, el portugués Cristóbal de Acosta y Francisco Hernández.
Divulgación científica y labor catequético: Fray Luis de Granada{12}
Hemos vista que en la España de los siglos XV y XVI (y parte del XVII) hay un notable desarrollo cultural y científico, y que en ningún momento el catolicismo, la Iglesia o el espíritu contra reformistas son obstáculos para el mismo. La cultura y la ciencia españolas están ligadas al Imperio, y comienzan a entrar en decadencia cuando este es derrotado.
En algunos casos el catolicismo contra reformista no solamente no es un obstáculo para el desarrollo de la ciencia, sino que se convierte en su impulsor, al menos en algunas disciplinas concretas. Este es el caso de Fray Luis de Granada (1504- 1588), en la Primera parte de su monumental Introducción del Símbolo de la Fe (1583). Esta obra tiene una finalidad catequética, muy en la línea de la Orden Dominica a la que pertenecía Fray Luis, y la Primera Parte, dedicada al “mundo visible”, utiliza los conocimientos de astronomía, medicina e historia natural.
Si bien la parte dedicada a la astronomía tiene poco interés, pues la condena de Galileo hace que Fray Luis se atenga al modelo geocéntrico, las dedicadas a la anatomía humana y a la historia natural son de una excelente calidad expositiva. Con respecto a la anatomía Fray Luis demuestra estar al corriente de las últimas novedades en esta materia (Valverde, Vesalio, Montaña de Montserrate) y no solamente realiza una importante labor de divulgación, sino que contribuye de forma notable a la elaboración de un léxico anatómico en lengua española. En la parte dedicada a la Historia Natural Fray Luis introduce observaciones propias, especialmente en lo referente a la conducta de los animales.
De finales del siglo XVII al siglo XVIII
La segunda parte del siglo XVII coincide con el reinado de los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II). El Imperio Español inicia ya un declive cada vez más acentuado, debido al agotamiento demográfico y económico, y a la falta de liderazgos poderosos. Las nuevas fuerzas políticas, económicas y sociales que aparecen en Europa (protestantismo, estados-nación, monarquías absolutas) van arruinando el sueño de un Imperio Católico de Carlos V y Felipe II, y España va encadenando derrota tras derrota.
La decadencia política y económica lleva implícita la decadencia cultural. Aunque las postrimerías del siglo XVII aun alumbran figuras importantes en el terreno literario, como el caso de Francisco de Quevedo, en términos científicos y filosóficos la actividad en prácticamente nula. El cierre de fronteras y la desconfianza hacia todo lo que venga de Europa contribuyen a los que algunos han llamado la “tibetización de España”. El miedo a la penetración del protestantismo dificulta la difusión de ideas científicas importantes, como la obra de Newton.
El siglo XVIII se inaugura con una guerra civil, la Guerra de Sucesión. La muerte sin descendencia de Carlos II provoca un enfrenamiento entre dos aspirantes al trono: el príncipe Felipe, nieto de Luis XIV y el archiduque Carlos de Austria. Las guerras civiles, con todo lo que significan, nunca han sido buenas para el desarrollo de las ciencias.
La entronización de Felipe V como rey de España significa un cambio radical en la manera de regir el reino. Las ideas del despotismo ilustrado que introduce el monarca Borbón llevan al centralismo, a la homogenización del territorio y a medidas económicas de tipo fisiocrático. Todo ello, aunque radicalmente contrario a las tradiciones políticas hispanas, no tenía que ser forzosamente malo para el desarrollo de las ciencias.
El principal problema a que se enfrentaba el desarrollo de las ciencias en la España del siglo XVIII era la decadencia de las universidades, cosa que también ocurría en otros países de Europa. Las instituciones universitarias, en otro tiempo brillantes, se habían convertido en reductos de un escolasticismo estéril, al menos en lo que respecta a las ciencias.
Las principales causas de la decadencia universitaria eran la estructura de los Colegios Mayores, que los gobiernos ilustrados fueron desmontando poco a poco entre 1771 y 1798; el mantenimiento del latín como lengua docente, a pesar de que ya en tiempos de Felipe II, Pedro Simón Abril había clamado contra ello; el absentismo de los catedráticos y las irregularidades en la provisión de cátedras{13}.
Los gobiernos ilustrados intentaron revertir esta situación con una serie de medidas. Felipe V estableció becas para estudiar en el extranjero; sin embargo la mayoría de estas estancias fuera de España no llevaron más que a la formación de eruditos. También se intentó atraer a profesores extranjeros, pero no se consiguió atraer a figuras de primera categoría. Se levantó la prohibición sobre determinadas obras (Alambert, Newton), muchas de las cuales se tradujeron al español. Finalmente se intentó promocionar la creación de instituciones extrauniversitarias para el cultivo de las ciencias y las letras, a veces creadas de novo o promocionando entidades ya existentes. Entre estas últimas hay que citar la Academia Naturae Curiosorum, de Madrid, o la Regia Sociedad de Medicina y otras ciencias de Sevilla. Entre las de nueva creación tenemos la Real Academia de Ciencia y Artes de Barcelona (1764), la Academia de Artillería de Segovia (1763), que heredó libros y pertenencias de las academia de matemáticas de Barcelona y de Cadiz, y en el seno de la cual funcionó y Laboratorio Químico dirigido por Proust; la Biblioteca Real (1716), el Gabinete de Historia Natural (1752) &c.
Aunque no fueron instituciones estrictamente científicas, son importantes las Sociedades Económicas de Amigos del País, dedicadas a la promoción de la industria y la artesanía, y relativamente autónomas respecto a la administración. Iniciadas con la Vascongada (1765) bajo el reinado de Carlos III, siguieron la de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Sevilla, Palma, Oviedo &c.
El siglo XIX
Al igual que el XVIII, el siglo XIX se inicia con una guerra, la Guerra de la Independencia. La vuelta a España del príncipe Fernando, que subirá al trono como Fernando VII, va a iniciar un periodo de gran inestabilidad y de constantes conflictos armados entre tradicionalistas y liberales. Este enfrentamiento, ya larvado en vida del Rey (un ejemplo claro es la sublevación protocarlista de los campesinos catalanes que dio lugar a la “guerra dels malcontents”), se manifiesta de forma abierta a la muerte del Rey, cuando su hermano Carlos María Isidro reclama el trono y se subleva contra la regente María Cristina, viuda de Fernando VII, que había nombrado heredera a su hija Isabel. La primera parte del siglo será un enfrentamiento continuo entre los monárquico-liberales, los carlistas y los republicanos.
A partir de 1875 y después del experimento republicano de la I República se produce la restauración de la monarquía, en la persona de Alfonso XII, en un régimen político ideado por el conservador Cánovas del Castillo, basado en el bipartidismo (Partido Conservador y Partido Liberal) con alternancia de ambos en el poder. Cánovas consigue que sectores próximos al carlismo (los neocatólicos de Pidal y Mon) se integren en el Partido Conservador, y que sectores republicanos moderados lo hagan en el Liberal. A pesar de ello, carlistas y republicanos siguen fuera del sistema.
La Restauración canovista da una cierta estabilidad a la política española. Sin embargo su base está en al caciquismo, la corrupción y el pasteleo electoral. La paz social hace que cunda entre muchos sectores la ilusión de la modernización y el progreso, ilusión que desaparece de golpe con el desastre de 1898 y la humillante derrota frente a EEUU.
En general la política científica es España, durante el siglo XIX, se caracteriza por sus tendencias centralistas y uniformadoras, con independencia del color del gobierno{14}. En este sentido hay una clara continuidad con la ideología de la Ilustración. Entre las reformas legales más importantes hay que citar la ley Moyano (1857), que agrupa las materias universitarias en dos facultades: Filosofía y Letras y Ciencias, e independiza los Institutos de Enseñanza Media de las Universidades. Las estructuras generales de la enseñanza en España, fijadas por esta ley, permanecieron hasta principios de la década de los 70 del siglo XX, cuando el ministro Villar Palasí desarrollo la Ley General de Educación.
Predomina una concepción utilitaria y cortoplacista de la ciencia, que hace que la mayoría de los profesores universitarios renuncien a la investigación. Por otra parte para muchos de ellos la docencia universitaria es una palanca de lanzamiento hacia la actividad política.
Puede decirse que durante este periodo la situación de la ciencia en España es precaria y mediocre. Instituciones creadas durante el periodo ilustrado entran en franca decadencia: cuando en 1868 regresó la expedición de naturalistas enviada al Pacífico, faltan en el Museo de Ciencias los libros básicos para poder catalogar los ejemplares, pues la biblioteca se halla igual como la dejó Carlos III{15}.
Una de las pocas figuras dignas de mención es la de José Echegaray y Eizaguirre (1832-1916) fue un ingeniero, político, dramaturgo y matemático español, hermano del comediógrafo Miguel Echegaray. Fue un polifacético personaje de la España de finales del siglo XIX, con excelentes resultados en todas las áreas en las que se involucró. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1904, y desarrolló varios proyectos en ejercicio de las carteras ministeriales de Hacienda y Fomento. Realizó importantes aportaciones a las matemáticas y a la física. Introdujo en España la geometría de Chasles, la teoría de Galois y las funciones elípticas. Está considerado como el más grande matemático español del siglo XIX. Julio Rey Pastor afirmaba: «Para la matemática española, el siglo XIX comienza en 1865 y comienza con Echegaray».
El revulsivo de 1898 y la edad de plata de la ciencia española
La derrota de España frente a Estados Unidos y la pérdida de los últimos territorios de ultramar, con la humillante paz de 1898, fue un revulsivo profundo para la conciencia española, y el nacimiento de un patriotismo crítico y regeneracionista. Muchos españoles comprenden que la Restauración ha sido una gran estafa, que España es un país pobre y atrasado, y que la “paz social” producida por el régimen de Cánovas no es más que un espejismo, que esconde una triste realidad de corrupción, caciquismo y falta de proyecto nacional profundo.
Desde familias políticas e ideológicas muy diversas surge la idea de una necesaria regeneración de España. Veamos ahora el papel que las ciencias y las instituciones educativas jugaron en este proceso regenerador.
Una cronología
González de Posada{16} ha dividido la historia de la ciencia española en el siglo XX en cuatro periodos.
1. Transición intersecular (hasta 1907) caracterizado por la crisis del 98, la idea de regeneracionismo y el trasfondo intelectual y social de la Institución Libre de Enseñanza. En este periodo aparecen dos figuras fundamentales en la ciencia española: Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, y Leonardo Torres Quevedo, el mayor inventor de su tiempo. En torno a estas figuras se crea en 1901 el Laboratorio de Investigaciones Biológicas para Cajal, y en 1904 el Centro de Ensayos Aeronáuticos para Torres Quevedo.
2. Edad de Plata (1907-1936) Se inicia en 1907 con la creación de la Junta de Ampliación de Estudios. En torno a Cajal nace la Escuela Española de Histología. En torno al físico Blas Cabrera se crea el Laboratorio de Investigaciones Físicas que, posteriormente, y gracias a la financiación de la Fundación Rockefeller, se convertirá en el Instituto Nacional de Física y Química. La actividad científica acusa un marcado centralismo.
3. Parálisis de la Guerra Civil (1936-1939) Una vez más la actividad científica se detiene a causa de una guerra.
4. Paulatina recuperación (1940-2000) Desde el punto de vista institucional las fechas más importantes son la creación en 1939 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como sucesor de la Junta de Ampliación de Estudios, en 1942 del Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica, y en 1951 de la Junta de Energía Nuclear.
Tres figura señeras. Cajal, Cabrera y Torres Quevedo
Estas tres grandes figuras de la ciencia y la técnica española (Cajal en la biología, Cabrera en la Física y Torres Quevedo en la ingeniería) de la primera parte del siglo XX demuestran de forma fehaciente que en España se puede hacer, y se ha hecho, ciencia de calidad, que no hay ninguna predisposición “racial” de los españoles contra la ciencia y que los sucesivos periodos de decadencia han sido debidos primero al hundimiento del Imperio, y posteriormente a los sucesivos enfrentamientos civiles.
Figuras como Cajal, Cabrera o Torres Quevedo no aparecen de la nada, por generación espontánea. Hay un tejido social y cultural que las hace posibles, que las incuba, que les permite desarrollarse y que, posteriormente, las reconoce y les proporciona medios para continuar su tarea.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), médico y neurohistólogo, se dedicó a la exploración sistemática del sistema nervioso, demostrando la individualidad de la neurona frente a la concepción reticular. Para ello desarrolló una serie de técnicas de tinción conocidas como “impregnación cromoargéntica”, perfeccionando el método del italiano Camilo Golgi, por lo que ambos fueron galardonados con el Premio Nobel de Fisiología en 1906. Sus principales publicaciones fueron El sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, y “La doctrina de la neurona” en el Handbuch der Neurologie.
Cajal, que ocupa las cátedras de anatomías de Valencia, Barcelona y Madrid, fue un animador social de la ciencia como ensayista y conferenciante, miembro activo del Ateneo de Madrid, de la Asociación para el Progreso de las Ciencias y presidente de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.
Entre los discípulos inmediatos de Cajal hay que citar a Jorge Francisco Tello, Domingo Sánchez, Fernando de Castro y Rafael Lorente de No. Otros miembros de la llamada Escuela Española de Histología (discípilos indirectos de Cajal) fueron Nicolás Achucarro, Pío del Rio-Hortega y Gonzalo Rodríguez Lafora. Al margen de Cajal, pero en relación a las ciencias biomédicas al que citar al fisiólogo Juan Negrín, que fue primer ministro de la II República, y maestro de Severo Ochoa y Francisco Grande Covian, y a Gregorio Marañón.
Blas Cabrera (1878-1945) dirigió el Laboratorio de Investigaciones Físicas y sus principales trabajos se realizaron en el campo del magnetismo. Su inclusión en el Comité Científico de la Conferencia Solvay, en 1928, a propuesta de Marie Curie y de Albert Einstein supuso el reconocimiento internacional de mayor altura recibido por un científico español. En el Laboratorio de Investigaciones Físicas destacaron Angel del Campo por sus trabajos de espectroscopia; Enrique Moles por sus determinaciones de pesos atómicos; Julio Palacios por sus estudios de estructuras cristalinas mediante rayos X; Miguel Catalán, por su descubrimiento de los multipletes, y Arturo Duperier por su colaboración con Cabrera en sus estudios del magnetismo. En 1932 la fundación Rockefeller donó al Estado Español un edificio modélico para investigación al más alto nivel europeo, que fue inaugurado como Instituto Nacional de Física y Química, concebido como prolongación del laboratorio, y dirigido también por Cabrera.
Leonardo Torres Quevedo (1852-1936) fue ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y considerado un inventor genial. En 1887 desarrolla un proyecto de transbordador aéreo para el transporte de personas, con un sistema de transporte-tracción de la barquilla por cables múltiples y un sistema de contrapesos. Posteriormente desarrolla unas memorias sobre las máquinas de calcular que son muy apreciadas en Francia. En 1904 el Gobierno crea el Centro de Ensayos de Aeronáutica, dependiente del Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, en el cual trabajó Torres Quevedo y diseño los dirigibles, comercializados posteriormente por la Casa Astra de Paris, y utilizados en la Primera Guerra Mundial por ejércitos de diversos países.
La invención del telekino convirtió a Torres Quevedo en pionero del mando a distancia utilizando ondas hertzianas. En su obra maestra Ensayos sobre automática, publicada en 1914, concibe una nueva disciplina abierta a nuevos ámbitos: Informática, Cibernética, Robótica e Inteligencia Artificial. Como ejemplo construye diversos ajedrecistas (maquinas capaces de jugar al ajedrez), y en 1920 un aritmómetro electromecánico, considerado el primer ordenador en el sentido actual.
Puede haber y ha habido ciencia y técnica en España.
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{1} Laín Entralgo, P. (2005) “La ciencia española” en España como problema II. Barcelona, Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores, p. 485 (artículo publicado en Revista de Occidente, Madrid 1952)
{2} French, R. y Cunningham, A. (1996): Before Science: The Invention of the Friars Natural Philosophy. Scolar Press, Aldershot, p. 33.
{3} Camprubí, L. (2017) Los ingenieros de Franco: ciencia, catolicismo y Guerra Fría en el Estado Franquista. Barcelona, Editorial Crítica.
{4} Vernet Ginés, J. (1975) Historia de la ciencia española. Madrid, Instituto de España, Cátedra “Alfonso X el Sabio”, p. 72.
{5} Ver Barona, J.L. (1993) Sobre medicina y filosofía natural en el Renacimiento. Valencia, Seminari d'estudis sobre la ciencia.
{6} Por aquel entonces el cirujano no era médico, sino un profesional de segunda categoría, sin estudios universitarios y que en general ignoraba el latín.
{7} Se habla de la persecución sufrida por el médico catalano-aragones Miguel Servet, tanto por la Inquisición Católica como por Calvino, que acabaría condenándole a muerte en la hoguera. Pero en ningún caso esta persecución fue debida a sus investigaciones médicas sobre la circulación menor, sino por sus ideas teológicas y su negación del dogma de la Trinidad, en la que su perseguidores veían influencias islámicas.
{8} Vernet, obra citada, p. 108.
{9} Vernet, obra citada, p. 117.
{10} Vernet, obra citada, p. 118.
{11} Vernet, obra citada, p. 127
{12} Alsina Calvés, J. (1997) “La cosmología en la obra de Fray Luis de Granada” Actes de les IV Trobades d'Historia de la Ciència i de la Técnica, Alcoi-Barcelona SCHCT, pp. 447-453; (1999) “Las ideas anatómicas de Fray Luis de Granada en la Primera Parte de la Introducción del Símbolo de la Fe” Llull, vol. 22, pp. 337-345; Fray Luis de Granada y la Introducción del Símbolo de la Fe I, Fray Luis de Granada y la Introducción del Símbolo de la Fe II.
{13} Vernet, obra citada, p. 138.
{14} Vernet, obra citada, p. 213.
{15} Vernet, obra citada, p. 223.
{16} González de Posada, F. (2004) “A modo de presentación: el panorama fundamental de la ciencia española de en siglo XX”, en Gonzalez de Posada, F. , González Redondo, F.A. y Trujillo Jacinto del Castillo, D. (eds) Actas del IV Simposio “Ciencia y Técnica en España de 1898 a 1945: Cabrera, Cajal, Torres Quevedo”, Amigos de la Cultura Científica y Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote.