Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 97 • marzo 2010 • página 5
Un frecuente ardid antisionista consiste en censurar las acciones de Israel, a fin de ocultar que en realidad no se descalifica la conducta del Estado judío sino su esencia (y la de ningún otro). Por ello no habrá benignidad en la conducta israelí que sea aceptable para el antisionista, ya que rechaza del país hebreo su mera existencia, aun diminuta, aun angelical.
La única acción israelí a la que consentiría es el suicidio, pero arguye el subterfugio de que critica lo que Israel hace o deja de hacer. Así, cuando recientemente Israel fue el país que más ayudó a las víctimas del terremoto en Haití, esta vez nadie señaló la «desproporción» de sus acciones, y muchos antisionistas se ocuparon de echar a correr el rumor (o recogerlo) de que el altruismo israelí fue previsiblemente antinatural porque el objetivo ulterior del socorro judío fue comerciar con los órganos vitales de los haitianos.
De este modo se reciclaba el mito medieval de que los israelitas usaban ritualmente la sangre de cristianos. El mismo que fuera propagado hace medio año por el principal diario sueco (Aftonbladed, 17-8-09) cuando publicó (sin fuentes ni pruebas, ni posteriores disculpas) que Israel trafica con órganos de jóvenes palestinos, libelo que se difundió velozmente por el mundo árabe. Europa alimentaba una vez más el odio.
La artimaña de apuntar a la existencia de Israel pero fingir que se censuran exclusivamente sus excesos, tiene una expresión temporal en el juego entre dos fechas: la de la independencia israelí (1948) y la del inicio de «la ocupación» (1967).
Se comienza por acusar a Israel por ocupar territorios, pero prestamente se salta a invalidar la mera creación del país, especialmente cuando se nota la contradicción de que si la resistencia antiisraelí tuviera que ver con la Guerra de los Seis Días (1967) no se explique por qué el terror árabe nos atacara mucho antes de ella.
Debido a este asedio contra la existencia de Israel (y sólo contra la de este Estado de entre un total de 192), ocurre que cuando los israelíes disertamos en el exterior tenemos más posibilidades que los nacionales de cualquier otro país de ser interrumpidos por desaforados que intentan boicotear el evento. La norma parecería ser que a Israel no se le discute, sino que se le impone silencio.
Así le aconteció durante el pasado mes al embajador israelí en los EEUU, Michael Oren (1-2-10) cuando intentó dar una conferencia en la universidad californiana de Irvine a la que había sido invitado, y también al historiador Benny Morris, cuya alocución en Cambridge (11-2-10) terminó siendo cancelada. La agresión contra Morris llama a la reflexión.
Morris es un historiador de la universidad del Néguev israelí, quien se lanzó a la fama cuando inició la corriente mal llamada «nuevos historiadores», integrada también por Avi Shlaim, Ilan Pappe y Tom Segev. Éstos se propusieron deslegitimar la historia del moderno Israel por medio de reescribir la Guerra de Independencia israelí. En su imaginario desplazaron a la resistencia de una pequeña nación perseguida que rechazó la invasión de siete ejércitos árabes, y la suplantaron con una agresión colonialista contra los árabes despojados. Israel (y sólo Israel) había nacido en el pecado, mientras todos los demás Estados fueron inmaculadamente concebidos, sin guerras ni maquinaciones.
Desde la apertura de la documentación histórica británica e israelí en la década de los ochenta, los «nuevos historiadores» reescribieron la historia de nuestra independencia centrándose en una supuesta expulsión de 700.000 refugiados árabes, y silenciando la expulsión de un número aún mayor de judíos desde los países árabes.
Con el tiempo, fueron maquillando a esa supuesta expulsión de árabes como si se hubiera tratado de un maligno plan de limpieza étnica.
Ilán Pappe, uno de los que más acremente repiten la mentira, es el gurú de Mario Vargas Llosa, y en 1999 fue candidato al parlamento israelí en la lista del Partido Comunista. Nacido en Haifa en 1954, es hoy en día profesor de historia de la Universidad de Exeter y autor de La limpieza étnica de Palestina (2006).
Muchos historiadores han denunciado las flagrantes mentiras en las que incurren los mentados revisionistas, tales como fraguar tres eventos que nunca ocurrieron: un plan anglo-francés de 1912 para limpiar el futuro Estado judío de tantos árabes como fuera posible, la expulsión de los árabes doce días después de que la ONU aprobara el plan de partición en 1947, y la inexistente «masacre» de Tantura de mayo de 1948.
El abucheo canonizador
Pasada la primera etapa de los «nuevos historiadores», éstos dieron lugar a una nueva generación cuyos escritos se difundieron desde Europa durante los comienzos de este siglo, y cuyos delirios superaron la patraña original. Israel ya no sólo había sido creado maliciosamente sino que, además, es la consumación del mal. Se reiteraba así el mecanismo judeofóbico clásico que comienza por achacar a los judíos vicios incorregibles y termina por tildarlos de ente diabólico.
Los portavoces israelíes de la nueva corriente fueron la lingüista Tanya Reinharz, los sociólogos Baruj Kimmerling y Yehuda Shenhav, la filósofa Anat Bilezki y el geógrafo Oren Yiftachel.
Éstos deconstruyen cada faceta de la historia y de la sociedad israelíes: el sionismo maltrata a las mujeres tanto como a los palestinos, destruye la esencia más prístina del judaísmo, abusa de la memoria del Holocausto, discrimina a los judíos sefarditas. Casi toda persona de bien es presentada como víctima del Estado judío. Neve Gordon y Lev Grinberg se especializaron en criminalizar al ejército israelí. En 2009, una premiada tesis de sociología de la Universidad Hebrea de Jerusalén sostuvo que los soldados israelíes no violan a las mujeres de sus enemigos porque… son racistas. (Cabe prever cuál habría sido la «tesis» de la «investigadora» si los soldados hebreos violaran).
El mentado Tom Segev (n. 1945) es autor de El séptimo millón (2000) sobre los israelíes y el Holocausto, que muestra a los judíos de Israel desinteresados de sus hermanos exterminados en Europa.
Huelga aclarar que, aunque en Israel esta corriente de odio carece de toda representatividad, en Europa es usualmente citada como si fuera la más sensata escuela historiográfica.
Entre los que mejor han desenmascarado las mentiras de los «nuevos historiadores» se encuentra el mencionado Michael Oren, autor del mejor libro sobre la guerra de 1967 (Seis días de guerra, 2006).
La nueva escalada de los detractores israelíes de Israel fue generada el año pasado por un trotskista hijo de estalinistas, el profesor Shlomo Sand de la Universidad de Tel Aviv, quien en su libro La invención del pueblo judío (2009) opina que el pueblo judío inventó su historia en el siglo XIX (especialmente a partir del historiador Heinrich Graetz), y que la expulsión de los judíos de Judea por parte del imperio romano fue un mito cristiano para sostener el castigo divino a los judíos, y de este modo evangelizar a los hebreos.
Varios historiadores israelíes refutaron todos y cada uno de los argumentos esotéricos de Sand, cargados del mismo autoodio que el de su predecesor Israel Shahak (1933-2001). Profesor de química de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Shahak escribió Historia judía, religión judía (1994) que presenta a ésta como la raíz de todos los males. (La patología del autor fue puesta al descubierto en 1995, cuando inventó la noticia de que un judío ortodoxo se había negado a salvar la vida de un no-judío para no violar el sábado, y terminó probándose la falsedad del relato).
Volvamos a Benny Morris, quien acuñara el término «nuevos historiadores». Nacido en el kibutz Ein Hajoresh, escribió El nacimiento del problema de los refugiados palestinos (1988) en el que atribuye a ataques militares israelíes la huida de árabes de sus hogares en 1947.
Tres lustros después, Morris reescribió su tesis bajo el título de El nacimiento del problema de los refugiados palestinos reconsiderado (2004); aquí endilga a los líderes árabes parte de la responsabilidad por la huida.
Morris plantea que el punto de inflexión en su pensamiento se produjo en el año 2000. Después de haber militado en la izquierda israelí, de haber estado preso por desertor, y de haber defendido activamente la llamada «causa palestina», Morris sucumbió a la decepción cuando Arafat rechazó las propuestas de Ehud Barak en julio de 2000 y las de Clinton en diciembre de ese año, propuestas que respondían generosamente a sus demandas territoriales.
Morris entendió que «1967» era la excusa de Arafat, como la de los europeos y los árabes en general, pero que en rigor tenía en mente «1948»: es decir que nunca se contentaría con menos que la destrucción de Israel.
Hoy en día, Morris ve en los atentados suicidas el reflejo del íntimo deseo de las sociedades árabes por destruir las sociedades «infieles» y libres, y en el Islam una religión que alienta el imperialismo y la violencia.
La conversión de Morris a la causa de Israel puede anunciar la de muchos engañados por la falsa pretensión de «regresar al 1967», que descubren cómo tras esa pretensión se disimula el intento genocida de desmantelar Israel.
Por todo ello, que Morris haya sido abucheado hace dos meses en Cambridge es un evento simbólico de su retorno al pueblo judío, de su recuperación de la dignidad hebraica para defender su derecho a existir en igualdad de condiciones en la familia humana.