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El Catoblepas, número 112, junio 2011
  El Catoblepasnúmero 112 • junio 2011 • página 5
Voz judía también hay

La motivación hebrea

Gustavo D. Perednik

Dos factores positivos motivaron las grandes inmigraciones hebreas a Israel

Pioneros de la primera Aliá del grupo sionista Bilu de 1882

El análisis de los factores que trajeron a los judíos a Israel interesa tanto desde el punto de vista histórico como desde una perspectiva sociológica. Hoy en día, por ejemplo, se plantea la cuestión de en qué medida son determinantes los alicientes económicos que otorga el Estado judío a los inmigrantes, y en cuánto la integración de éstos se facilita cuando se identifican con la obra de reconstrucción judía.

En cuanto al pasado, la pregunta podría extrapolarse a una fecha de inflexión en la historia judía: el 10 de agosto de 1882, cuando trece jóvenes del grupo sionista Bilu amarraron en las costas de Yafo, e inauguraron así lo que dio en llamarse la «Primera Aliá», la pionera de las olas inmigratorias modernas que construyeron Israel.

Cabe indagar si su abnegación y heroísmo sublimaban el sufrimiento por el estallido de los pogromos en Rusia, o si resultaron del anhelo milenario que aplicaron a sus propias vidas por vía del sionismo práctico.

Pioneros de la primera Aliá del grupo sionista Bilu de 1882

Ese mismo 1882 se estableció, en una planicie arenosa y reseca, el caserío de Rishón Le’Tzión («el primero de Sión»), hoy la cuarta ciudad de Israel, y allí se dio música al poema Hatikva o La esperanza, hoy el himno nacional.

La persistencia de un pueblo durante dos milenios de exilio y añoranza no tiene paralelo en la historia, y renueva la pregunta de cuál fue el catalizador principal para que la idea del gran Retorno israelita comenzara a concretarse a partir del siglo XIX.

De un lado, se ha sostenido que el factor determinante fue la ideología europea. Hasta la Revolución Francesa, los judíos se habían habituado a un entorno que se consideraba a sí mismo gens Christiana o Dar el Islam. Eran diferentes debido a sus creencias y sus prácticas religiosas, las que determinaban tanto su identidad como su estatus legal.

La sociedad europea veía en su organización política una expresión de su fe cristiana, y por ende el judío quedaba excluido; era, como máximo, tolerado, pero siempre bajo discriminación.

El Siglo de las Luces y las repercusiones de la Revolución Francesa mejoraron las reglas, y el historiador Heinrich Graetz respondió en 1853 de un exagerado optimismo: «en el mundo civilizado la grey judía ha finalmente encontrado no sólo justicia y libertad sino también un cierto reconocimiento. Ahora finalmente tiene ilimitada libertad para desarrollar sus talentos, no como un acto de misericordia sino como un derecho adquirido por medio de miles de sufrimientos».

En buena medida era cierto: la nueva sociedad gentil se redefinía en términos no religiosos. Pero la redefinición no se basaba en la confraternidad y el universalismo, sino en la cohesión nacional, en la etnicidad y en el idioma e historia compartidos, haya sido ésta real o algo imaginada.

El judío se había emancipado efectivamente de las barreras religiosas, pero al cruzarlas reparaba en que estaba ingresando a un mundo que no era menos difícil, el del creciente nacionalismo.

Ello estimuló a los judíos modernos a adentrarse también ellos en los orígenes de su cultura, en las raíces de su historia. Había llegado el momento de exaltar las glorias de Jerusalén y de crear así una nueva autoconciencia positiva. Nacía una nueva literatura en el idioma bíblico renacido, y se añoraba reconstruir la tierra de la Biblia a la que había que retornar.

Ésta es una posible lectura de lo que ocurrió. La nueva Europa dio a luz dialécticamente al sionismo y al nuevo israelita.

Hay una interpretación alternativa: que la reubicación del judío en el mundo cambiante venía propalada por una fuerza mayor que la mera reacción judía ante la Emancipación. Que obraba un ímpetu interno y antiguo, que se plasmó apenas las circunstancias se lo permitieron: la fe incólume del pueblo hebreo en su redención, invariablemente vinculada a la Tierra de Israel; una convicción que había moldeado la conciencia de los judíos por miles de años.

Quien ha reivindicado este impulso y añoranza como motivación primordial del despertar sionista en el siglo XIX, fue el historiador Benzion Dinur (1884-1973), quien lo denominó «fermento mesiánico». Sus discípulos constituyeron la «Escuela de Jerusalén» que se focalizó en el rol crucial que en la historia judía desempeño el «Mered Ha’Galut»: la rebelión del exilio.

Por ello, Dinur ubicó los orígenes del sionismo concreto hacia 1700, cuando se produjo desde Polonia la primera ola de judíos que emigraron a Jerusalén.

Aliá («ascenso»; plural: aliot) es como se denomina a las inmigraciones masivas de judíos a Israel, que se venían produciendo desde la Edad Media. Las aliot modernas, las que comenzaron en 1882, cambiaron el estilo del fenómeno, pero éste había estado presente por más de un milenio.

Hace una década, algunos historiadores{1} cuestionaron a «La Escuela de Jerusalén» y sostuvieron que ésta había exagerado tanto la importancia de la Tierra de Israel en la conciencia judía, como la centralidad de la aliá, ya que en rigor los judíos no habían logrado establecer una presencia ininterrumpida en Palestina.

Dinur reivindicado

En rigor, que hubiera habido o no poblaciones judías en Éretz Israel de modo constante no es primordial. Ese énfasis innecesario ha dado en llamarse «Complejo de Peki’ín», según el cual el derecho de los judíos sobre la Tierra de Israel derivaría de la presencia ininterrumpida de éstos en el lugar (el nombre viene de la aldea de Peki’ín en Galilea que siempre tuvo población judía a lo largo de milenios).

La verdad es que el derecho judío sobre la tierra no se basa en su perenne presencia, ya que ésta dependía de que se les permitiera radicarse allí. Los dos factores decisivos son bien distintos: lo que la Tierra de Israel significó para ellos, incluso cuando no estaban allí radicados, y lo poco que significó para los otros pueblos, aun cuando la gobernaban.

El trabajo de varios académicos contemporáneos{2} ha reivindicado la tesis clásica de Dinur: la Tierra de Israel fue foco, tanto de la añoranza de los judíos en el exilio, como de las continuas aliot organizadas.

En su ensayo de 2002 «La dispersión y la añoranza de Sión 1240-1840», Arie Morgenstern muestra que, desde las Cruzadas, la vida judaica estuvo embebida por un sentimiento de anticipación mesiánica, focalizado en fechas específicas.

Cada fin de siglo judío obraba de catarsis para exacerbar la sensación de redención inminente. Empezando con el año 5000 del calendario judío (que fue el año 1240 ec), cada cien años se intuía la cercanía del fin de los días, intuición que estimuló a muchos judíos a viajar a la Tierra de Israel como un paso necesario para la redención.

Desde la Edad Media, hubo siete plazos señalados por la literatura mística y homilética (los años 1240, 1340, y así hasta el 1840), y todos ellos, a medida que se aproximaban, redundaron en fervor mesiánico, incluyendo aliá.

A partir del siglo XII, las aliot fueron comunitarias. Los judíos comenzaron a inmigrar a Éretz Israel no individual ni familiarmente, sino de a centenares. Lo concretaban desde varios países simultáneamente, y no desde una sola región exclusivamente. Lo hacían todo tipo de judíos, y no sólo grupos específicos.

Estas aliot milenaristas tuvieron un común denominador con las subsiguientes aliot sionistas (a partir de 1882): la creencia en la redención nacional y en la importancia del Retorno. Cabe mencionar dos notables: una en 1170 y otra en 1211.

A partir de la segunda Cruzada (1147) venía debilitándose al califato islámico, circunstancia aprovechada por David Alroy para exhortar a los judíos de Persia a marchar a Jerusalén e instaurar allí un reino judío (1170). Encontró numerosos seguidores, fue encarcelado por el Califa Al-Mustadi, y finalmente huyó de la prisión, lo que aumentó su popularidad y llegó a liderar una rebelión para conquistar la montañosa Amadia, su ciudad natal, entre Turquía e Irak.

El gobernador de Amadia sobornó a hombres cercanos a Alroy (incluyendo a su suegro) para que lo traicionaran, y aparentemente fue decapitado en presencia del propio califa.

Durante mucho tiempo la secta de los «Menahemitas» honraba la memoria del «mesías de Amadia», cuya biografía se difundió tanto en esa época como en la modernidad.

Su coetáneo Benjamín de Tudela, el célebre viajero judío que a la sazón recorrió casi doscientas ciudades, lo mencionó en el Sefer Masaot (Libro de Viajes); y en la modernidad la gesta fue novelizada por nada menos que el Primer Ministro británico Benjamin Disraeli, autor de Alroy (1833).

La segunda aliá fue más importante. El 4 de julio de 1187 tuvo lugar la resonante batalla de los Cuernos de Hattin, en la que los cruzados fueron derrotados por las tropas de Saladino, sultán de Egipto. Éste conquistó Jerusalén y estimuló a los judíos a reasentarse en ella (su residencia allí había estado prohibida desde la primera Cruzada en 1099).

Después de casi un siglo de ausencia, los israelitas podían regresar a su ciudad, y muchos de ellos creyeron que una vez más la guerra entre cristianos y musulmanes allanaría el camino para el retorno a Sión.

Por ello, en 1211 el impulso apocalíptico se tradujo en un accionar concreto y centenares de judíos emprendieron la marcha hacia Éretz Israel desde Francia, Inglaterra, el Norte de África y Egipto. Su campaña es conocida como «la aliá de los trescientos rabinos», e incluía a franceses de renombre como Shimshon de Schantz y Jonatan Hacohen de Lunel.

Por eso puede decirse que las aliot sionistas fueron posibles gracias a que las precedentes mantuvieron el vínculo físico con la Tierra de Israel. De algún modo, los Biluim que arribaron en 1882 eran del linaje de los trescientos rabinos que llegaron en 1211.

Notas

{1} Jacob Barnai, de la Universidad de Haifa, en «Historiografía y nacionalismo» (1995), y Amnon Raz-Krakotzkin, de la Universidad de Tel Aviv, en «El retrato nacionalista del exilio» (1996).

{2} Arie Morgenstern, Joseph Hacker, Yisrael Yuval, Binyamin Ze’ev Kedar, David Tamar, Elhanan Reiner, y Avraham David.

 

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