Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 134 • abril 2013 • página 5
La judeofobia de hoy en día suele presentarse bajo la forma de antisionismo o de negacionismo; esta última consiste en negar o banalizar el Holocausto. Una de sus últimas expresiones tuvo lugar en Galicia en estos días, cuando el Bloque Nacional Gallego se opuso a conmemorar la Shoá por considerarla «propaganda israelí», lo que generó una digna reacción por parte de AGAI, siempre lista para defender sus nobles ideales.
Raramente se da el fenómeno aún más extremo, no ya de relativizar el genocidio de seis millones de judíos durante la guerra, sino de directamente aprobarlo.
Tal aprobación es infrecuente, decimos, pero un caso digno de análisis ocurrió hace un mes en Holanda, y vale la pena repasarlo debido a sus ilustrativas derivaciones.
El canal 2 de la TV holandesa transmitió un programa (4-3-13) de pocos minutos duración en el que seis adolescentes de quince años de edad declaran, con simpatía y persuasión, que los judíos merecen el destino que Hitler les reservó.
Del programa televisivo se deducen, por lo menos, cuatro enseñanzas. Una es que, en contraste con otros odios de grupo, la judeofobia no necesita la presencia del objeto del odio. Mientras no se podría ser misógino si no hay mujeres, ni racista sin variedad de razas, ni xenófobo si no hay extranjeros, por el contrario, para ser judeófobo la ausencia de judíos es casi una ventaja.
Ello es así porque la judeofobia no se basa en incorrectas interpretaciones de la realidad (como los odios de grupo en general) sino en pura quimera.
En el mentado programa, los adolescentes admiten no conocer a ningún judío, pero no creen que ello deba obstar para «saber» que los judíos encarnan el mal. Su certeza al respecto no deriva de experiencias personales cualesquiera, sino de muchos siglos de mitología judeofóbica acumulada que han dejado en ellos (y presumiblemente en sus padres) un arraigado prejuicio que no admite prueba en contrario.
Aquí radica la segunda enseñanza: los entrevistados rechazan de plano todo intento de mostrarles que su «opinión» es errónea. En rigor, ello se debe a que tal opinión no existe: hay solamente un ferviente deseo de que el judío sea efectivamente el villano, a fin de lograr tener un villano a quien odiar.
En un ensayo al respecto, Sebastián Soler explica que el judeófobo rechaza toda información que desafíe sus prejuicios, y es capaz reaccionar violentamente ante quien intente refutarlo.
En el programa televisivo, los chavales apuestan 50 euros a que nunca modificarán su sentimiento sobre los judíos, y es posible que terminen ganando la apuesta. Los judíos a quienes detestan no habitan en la realidad sino en sus propias mentes, y éstas siempre albergarán generosamente una figura demoníaca en la que descargar sus lacras y frustraciones.
Los entrevistados no han escuchado hablar sobre Ana Frank (¡en Holanda!), salvo uno de ellos que «informa» que no fue asesinada sino que «murió de tifus».
Este dato podría haber sido síntoma de un posterior negacionismo por parte de los jóvenes, pero la enfermedad resultó peor aún: no hubo negación de la Shoá, sino aprobación de la misma. Así aparece la la tercera de las enseñanzas del programa en cuestión: la judeofobia no tiene escrúpulos ni límites morales. En efecto, ninguno de los entrevistados tiene reparo en argüir que los inenarrables padecimientos provocados por Hitler, fueron apropiados: «Por algo los odiaba», declaran.
La cuarta lección se refiere a la magnitud con que la judeofobia se ha instalado en Europa. Los jóvenes aducen que es la norma: todos odian a los judíos, por lo menos «así es en el colegio».
En ese sentido, bien sabido es que hay enfermedades coloquialmente denominadas «asesinos silenciosos» porque, aunque casi no producen síntomas visibles, cuando no son tratadas causan la muerte. Los dos ejemplos más conocidos son la hipertensión y la diabetes.
Y bien, si tuviéramos que pensar en la diabetes social más patente del Viejo mundo, la judeofobia sería una buena candidata. Los europeos son en general inconscientes de ella, y está matando a Europa.
Paralela aquiescencia pudo verse este año después de una manifestación en Egipto (MEMRI la colocó en Youtube, 2-1-13), durante la conmemoración de la caída del emirato musulmán en Andalucía o Al-Andalus.
En el acto, los carteles ponen: «No nos hemos olvidado de Andalucía. Definitivamente volveremos», y uno de los manifestantes declara ante las cámaras: «Con la voluntad de Alá regresaremos a Andalucía». Otro explica: «Andalucía fue derrocada hace más de 500 años por los españoles, quienes la están ocupando en la actualidad. No importa cuánto tiempo más continúe la ocupación española de Andalucía, llegará el día, con la voluntad de Alá, en que la liberaremos y el Islam retornará».
Lo llamativo del caso no es que los islamistas amenacen expandirse, sino el hecho de ninguno de los principales medios españoles se hizo eco del evento. Nunca habrían desaprovechado una noticia tan provocativa si ella hubiera implicado denostar a Israel.
Intenciones benignas (y contraproducentes)
Una vez desgranado el breve programa holandés, cabe resaltar un dato sutil que surge del mismo: la peor de todas las expresiones judeofóbicas emitidas no proviene de la maldad de los mozalbetes, sino de la buena intención del entrevistador.
Mehmet Sahin es un doctorante de la Universidad Libre de Ámsterdam («Vrije») que se había propuesto mostrar la escasa conciencia que los jóvenes tienen sobre la Shoá. Su problema fue que, una vez destapada la olla de la ignorancia, se le fue de las manos hacia la desenfrenada intolerancia. Sahin no sabe cómo detener la monstruosidad que escucha, y que obviamente le sorprende.
Desde su indiscutible buena intención, termina echando fuego al odio que no aplaca, y al hacerlo ejemplifica la singular mecánica de la judeofobia contemporánea. Sahin pide una y otra vez de los jóvenes judeófobos que le ofrezcan sus razones para odiar. Finalmente la logra, y recibe como respuesta que los judíos «tratan de robar el país de otros, como en Gaza».
El argumento es obviamente absurdo, ya que justamente de Gaza, Israel se ha retirado íntegramente expulsando de allí a toda la población judía, y de nada le sirvió. Pero todo ello es lo de menos, porque lo que los jóvenes dicen no es propiamente un «argumento» sino una burda racionalización del odio. Y Sahin la fortalece, precisamente porque la enfrenta como si fuera una explicación razonable (equivocada, pero razonable).
Así les responde el entrevistador: «Hay muchos, muchos judíos que disienten con la política de Israel», y así ha tocado el nervio de la judeofobia.
La audiencia que mira el programa ha de concluir que los judíos que sí estamos de acuerdo con la política de Israel (la mayoría) merecemos pues un despiadado exterminio. Y que «el error» de los jóvenes consistió exclusivamente en generalizar el castigo y extenderlo a los otros, a los «muchos, muchos judíos» disidentes.
De este modo, Sahin omite el hecho de que a los adolescentes de su programa, como a la mayoría de los «críticos» de Israel, en rigor les interesa un rábano el bienestar de los palestinos (o probablemente el de cualquier otro grupo) y sólo lo usan como instrumento para deslegitimar al Estado judío.
El problema es que nos vemos tentados de esgrimir lo obvio: que los palestinos no son masacrados, que las supuestas maldades de Israel se reducen al esfuerzo de una pequeña democracia por defenderse de quienes procuran destruirla, y que las amenazas contra el pueblo hebreo son reales.
Pero internarnos en ese debate nos condenaría al fracaso, porque dejaríamos sin cuestionar al agresor y nos someteríamos al banquillo de acusado que nos ha impuesto.
En el programa holandés, la inaceptabilidad de la violencia verbal en la que han incurrido los entrevistados cedió su lugar en el debate a un tema anodino: cuántos judíos efectivamente apoyan a Israel, ergo «justificarían» que el Holocausto se produjera. (Esto, además del absurdo adicional de que los jóvenes esgrimen que Hitler estuvo bien en matarlos hace setenta años por lo que ellos hicieron un cuarto de siglo después).
Además de las cuatro enseñanzas arriba enumeradas, hay un cuádruple corolario del programa:
Una reflexión final, a modo de triste conclusión: aun si las autoridades educativas de Holanda quisieran revertir la diabetes europea, acaso no sabrían cómo proceder para abordar la judeofobia. Sigue matando silenciosamente.