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El Catoblepas, número 136, junio 2013
  El Catoblepasnúmero 136 • junio 2013 • página 5
Voz judía también hay

El innombrable emperador

Gustavo D. Perednik

Occidente en guerra, no menciona contra quién

Otro mahometano asesino tras actuar en Londres

En China aún hoy en día se considera irrespetuoso llamar a los ancianos simplemente por su nombre, y son muy pocas las personas que portan el nombre de sus padres. Tales costumbres son vestigios de un tabú chino que llegó a ser más grave que el precepto bíblico de evitar el nombre divino.

En 1777, como castigo por haber escrito el nombre del emperador, Wang Xihou fue ejecutado junto con toda su familia. A los efectos de evitar aquel nombre, llegó a cambiarse el del primer mes del año, y el de la Puerta que conducía a la Ciudad Prohibida.

El tabú chino parece tener influencia en la corrección política de Occidente, con la leve modificación de que lo que no puede mencionarse no es el nombre del emperador, sino la ideología que promueve el terrorismo.

En otras ocasiones nos hemos referido a tabúes similares, como no mencionar Vietnam porque alude al fracaso del sistema; y eludir preguntas prohibidas según el esquema de Eric Voegelin.

Un tercer tabú, aquí analizado, es el de jamás insinuar alguna culpa que pudiera comprometer a la religión cuyos principios se esgrimen para cometer la mayor parte de los atentados terroristas y ataques violentos de hoy en día.

Tuvo un reciente ejemplo a partir del asesinato del soldado inglés Lee Rigby (22-5-13) en el distrito londinense de Woolwich. El crimen fue cometido a luz del día y con testigos oculares, por dos terroristas islámicos que decapitaron a Rigby y se jactaron frente a las cámaras de que reincidirían. La reacción del Primer Ministro inglés no se hizo esperar, y declaró que los asesinos «habían traicionado los valores del Islam».

La pregunta es: ¿y cómo sabe eso David Cameron? Probablemente no sea especialista en Corán, y su afirmación no pase de ser una forma disfrazada de la frustración por el hecho de que las grandes autoridades islámicas del mundo, que son las que deberían sentenciar la medida en que su religión se opone a la violencia, raramente se expiden al respecto.

En estos días comienzan las audiencias del juicio contra Nidal Malik Hasan, autor de la masacre de Fort Hood, Texas (5-11-2009), en la que trece personas fueron muertas y treinta fueron heridas.

A pesar de los probados contactos de Hasan con grupos islamistas, la matanza no es atribuida oficialmente al contexto de radicalización islámica sino al de la «violencia laboral».

La discusiones sobre las motivaciones de Hasan giraron en torno de si el causante había sido el racismo que había padecido durante su vida, o si era su sensación de no pertenencia, o sus problemas emocionales.

A tal punto llega la negación en este caso, que las víctimas del atentado y sus familiares están en juicio contra el Estado norteamericano porque éste ni siquiera admite que se trató de un atentado terrorista. Ni qué hablar del reconocimiento más incorrecto aún de que el asesino era de proclividad islamista. De este tema, simplemente, no puede hablarse.

No puede mencionarse que islamismo (la ideología política nacida hace un siglo; no la religión de Mahoma) intenta imponer un califato mundial y la ley de la sharía por doquier. Ni que aspira a someter la mujer al hombre y el no-musulmán al musulmán. No es políticamente correcto explicitarlo, ni tampoco lo es informar de que el islamismo es la causa más habitual del terrorismo contemporáneo, y eso a pesar de que en la última década se han perpetrado en nombre del Islam más de veinte mil ataques y agresiones, es decir un promedio de unos cinco por día.

La exoneración del Islam, en cuyo nombre se cometen casi todos los ataques terroristas, llega al extremo de que quien habla del terrorismo no debe olvidar presentarla una y otra vez como una religión de paz, caracterización reiterada con tal frecuencia que parecería no ser merecida por ninguna otra religión.

Un tabú que no se quiebra

Después del atentado mencionado y de varios otros que lo sucedieron, el legislador tejano Lamar Smith intentó, en mayo de 2010, que el Fiscal General de los EEUU, Eric Holder, admitiera como una posibilidad que el fundamentalismo islámico tuviera alguna relación con los ataques.

Como en todos los otros casos, los perpetradores habían estado vinculados al Islam radical, y por ello Smith preguntó una y otra vez si ese vínculo podría haber sido su motivación. Respuesta no obtuvo. Holder repetía sin desvíos que «hay muchas razones que podrían haber generado los ataques».

Smith insistió: «¿Podría el islamismo radical ser una de dichas razones?». Holder reiteraba: «Hay muchas razones». Fuenteovejuna señor, todos a una. Y el diálogo continuó «hasta el cansancio», porque Smith en efecto terminó por abandonar la pregunta después de haberla formulado varias veces.

Lo cierto es que una respuesta sincera a dicha pregunta podría terminar ofendiendo a los musulmanes, o producir la impresión de que Occidente está en guerra con el Islam, y así caeríamos en la trampa tendida por los islamistas que efectivamente sostienen que esa es la índole de la guerra actual.

A ojos de éstos, las miserias y el atraso que padecen los países musulmanes se deben a que han abandonado la pureza del sendero coránico, incluida la guerra santa contra los infieles. Pregonan, por lo tanto, que un Occidente malévolo ha arruinado la otrora gloria del Islam, y que en breve ese Occidente caerá putrefacto a los pies del Islam.

La negación de que el islamismo sea el enemigo es un modo de rechazar ese esquema, y además, la aceptación explícita de la identidad del enemigo implicaría graves consecuencias prácticas. Por ejemplo, en materia de seguridad los controles deberían ser más estrictos con ciertos ciudadanos que con otros, y ello conlleva el riesgo de ser catalogado como «islamófobo» o racista. En suma: stá claro que mencionar al Islam tiene su costo; lo que habitualmente se saltea es que el costo de ignorarlo no es menor.

En la práctica, cada agresión de musulmanes contra no-musulmanes convence a más personas de que el islamismo radical amenaza sus vidas. Daniel Pipes ha dado en llamar a ese proceso «educación por asesinato».

Con todo, aún estamos lejos de la claridad idiomática al respecto y, como en la China dieciochesca, la mención de nombre puede ser castigada con la muerte.

Así, el historiador danés Lars Hedegaard, cuya investigación académica viene mostrando la violencia del islamismo, hace unos meses fue blanco de un fallido atentado contra su vida (5-2-13). El disparo no dio en el blanco, y el perpetrador logró huir. Hedegaard debió mudar su residencia para protegerse.

Los medios casi no informaron de la agresión, y cuando tardíamente se refirieron a ella, pusieron el énfasis en que supuestamente algunos musulmanes habrían defendido la libertad de Hedegaard de expresar sus opiniones «aun cuando éstas fueran odiosas». Notoriamente, fueron «las opiniones» del agredido Hedegaard las que perturbaron a la prensa europea, y no el intento de homicidio contra su persona.

Peor aún: varios periodistas se apostaron frente a la nueva residencia de Hedegaard para fotografiarla, y debieron ser removidos por la fuerza policial, indignados ellos porque «el público fuera privado de la información».

Este paroxismo de negación de la realidad tuvo otra expresión hace unas semanas en la Universidad de California, en Berkeley. Allí se llevó a cabo el «Cuarto Coloquio Internacional Anual para el Estudio de la Islamofobia» (19 y 20-4-13), en el que los especialistas sostuvieron unánimemente que la amenaza la más grave que afecta a Occidente hoy en día, lejos de ser el terrorismo islamista, es precisamente la «islamofobia».

El presidente Barack Obama, por su parte, acaba de dictar una conferencia (23-5-13) en la Universidad para la Defensa Nacional, en Fort McNair, titulada «El futuro de nuestra lucha contra el terrorismo». En 6400 palabras de texto, el Islam fue mencionado sólo tres veces, y en las tres ocasiones para dejar en claro que no hay guerra contra él.

El problema es que al terrorismo no le cabe la definición de enemigo porque, después de todo, se limita a ser un método, o una actividad. Por el contrario, un género de enemigo está constituido por el islamismo radical, que se planta como una ideología que propone la redención por medio de la violencia. Por ahora, esta información sigue prohibida.

 

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