El Catoblepas · número 209 · octubre-diciembre 2024 · página 5

La vitalidad judeo-española
Gustavo D. Perednik
La inclinación al debate como parte del rol vivificante de la comunidad hebrea
Basilio Baltasar{1} atribuyó a la expulsión de los judíos de 1492 el hecho de que España se convirtiera en “la sociedad menos competitiva de la Europa moderna… La expulsión nos privó, en el crucial instante del renacimiento europeo, de una fuerza que se revelaría decisiva en el proceso de reinvención cultural propio de la modernidad… Una comunidad inclinada, por necesidad y vocación, a impugnar los dictados de la tiranía”. Cabría complementar tal vocación democrática con otra, emparentada: la inclinación a contrastar ideas que augura progreso. En efecto, un atributo de la vida judaica es el estímulo al debate y la polémica, que sembró semillas en los países que gozaron de comunidades israelitas libres.
La obra que más ha influido en los judíos a lo largo de la historia, el Talmud, es efectivamente un compendio de discusiones en torno de la ley judaica, avivadas por unos trescientos rabinos de hasta la Edad Media temprana, tanto en la Tierra de Israel como en Babilonia. Es notable que, con frecuencia, el objeto de las discusionesno es arribar a conclusiones, sino exaltar el valor del debate.
Desde esa perspectiva van concatenándose los diferendos entre los rabíes Ravy Shmuelo Abaiey Raba, y especialmente entre las Escuelas de Hilél y de Shamái, debates que se extendieron durante varias generaciones y que abarcaron temas de pensamiento, normativa, ritual y reglas sociales.
La peculiar conclusión talmúdica es que ambas escuelas tenían razón, y por ello se planteó la pregunta de por qué prevaleció la primera de ellas. La respuesta del Talmud destila una alabanza de la pluralidad intelectual: fue porque sus portavoces “eran amables y humildes, y explicaban también la opinión del adversario” (Tratado Eruvín 13b).
La vocación israelita por la polémica descolló en otro campo fecundo: la exégesis o “parshanut”, es decir la vastedad de comentarios al texto bíblico, que contienden cruzando épocas y geografías, al modo de Federico el Grande de Prusia refutando las tesis de Maquiavelo separados por dos siglos. La pluralidad judaica se nutre de todas las épocas y comarcas arguyendo al mismo tiempo. Una voluminosa parte de esta actividadse produjo en la Sefarad medieval.
Se sabe que en la península ibérica hubo judíos por lo menos desde la época romana. Así abre el ensayo de José Blanco Amor (m. 1989) sobre Los judíos de España: “La presencia de los judíos es anterior a la de los propios españoles”. Incluso la voz España podría rastrearse a un origen hebraico, si bien se le atribuyen varias raíces alternativas: la fenicia (“tierra de conejos” según Samuel Bochart), la griega (por Hispana, sobrino de Hércules, o por Pan, según Plutarco), y otras (macedónica, báltica, indígena). En 1767, Cándido María Trigueros, desechó cada una de ellas para concluir que España proviene del hebreo, “tierra del norte” (según la raíz “spn”). Ya en el siglo IV el Talmud narra un “viaje a Córdoba en Espamia” (tratado Yevamot 115b).
Menéndez Pelayo ubica el comienzo de la actividad cultural judaica “en el siglo X, merced al establecimiento por Rabí Moseh ben Hanoc de la Academia cordobesa… y al médico y ministro Hasdai ben Saprut… Menahem ben Saruq de Tortosa y Dunax ben Labrat que echan las bases del estudio científico de la gramática hebrea… Muy pronto se ve a los judíos invadir con gloria el campo de la metafísica y el de la ciencia experimental”{2}. Un siglo después, a partir de la conquista de Toledo (1085), la influencia intelectual judía se visibiliza. El golfo idiomático y religioso entre la cultura cristiana y la islámica, pudo zanjarse gracias al “peculiar estado social [de los judíos que] los ponía en contacto con las dos razas que se disputaban el dominio de la Península… se constituían en intérpretes naturales del latín y el arábigo”. Su dispersión, y su posesión del hebreo como idioma común, les facilitaron ser puente intercultural, especialmente en Toledo.
La toponimia hebraica de la ciudad es a veces mencionada, aun cuando no se explica el motivo. En hebreo, “toledot” significa “generaciones”, y da título a la sexta sección bíblica (a los fines litúrgicos, el texto de la Torá o Pentateuco se divide en 54 secciones de lectura semanal). Ahora bien, existe una tradición de nominar lugares de acuerdo con la sección que corresponde leer en la sinagoga, y es plausible que quienes se asentaran en Toledo lo hicieran en noviembre, en la semana de la sección homónima.
Cuando Alfonso VI de León conquistó la ciudad, la colocó bajo custodia hispana, incluida la célebre Escuela de Traductores, en la que eruditos árabes, hebreos y cristianos, unidos, traducían las obras de la antigua Grecia. Pelayo destaca que “Toledo fue la ciudad clásica en que se efectuó el cruzamiento del saber oriental con el de Occidente… Los siglos XI y XII son la edad de oro de la historia ibérica [de los judíos], que coincide con el prodigioso desarrollo de su poesía lírica religiosa, superior en elevación ideal a la de todos los pueblos de la Edad Media”.
En España se cristalizó tal diversidad cultural, que dio luz a la más temprana poesía europea en lengua románica: las jarchas, escritas, a partir del siglo XII, por autores judíos de fama,como Judá Halevi y Moisés Ibn Ezra. El primero versificó en las tres lenguas y fue el primer poeta castellano conocido. Un siglo más tarde, Alfonso el Sabio incentivó el conocimiento de las obras maestras de ciencia y literatura por medio de recurrir a israelitas que encarnaban el puente entre culturas.
La vocación por el debate
Los judíos en España acompañaron la gloria de la nación en su época de mayor luminaria, cuando entre los siglos XIV y XV fueron protagonistas de la creación del cuadrante, las tablas astronómicas alfonsinas, la cartografía de los mallorquines, el astrolabio, y los grandes instrumentos para el desarrollo del “imperio generador” que elucidaba Gustavo Bueno. La simbiosis judaico-española legó a la humanidad grandes adelantos. Agrega Pelayo: “En el siglo XIV crece el número de judíos cultivadores de la lengua castellana, y uno de ellos, el rabí D. Sem Tob de Carrión, aclimata en nuestro Parnaso cierto género de poesía didáctico-moral… derivada de aquellas éticas en verso que en la literatura hispano-judaica de los Gabiroles y Ben Ezras abundan tanto”.
Vayan algunos ejemplos de la animada exégesis en Sefarad. La Torá indica que los hebreos, una vez asentados en la Tierra de Israel, establecerían una monarquía (Deuteronomio17:14-17), pero no resulta inequívoco si la intención del versículo es normativa o descriptiva. Por ello, se elucubraron múltiples comentarios, desde distintas épocas y diversas regiones ibéricas (Toledo, Córdoba, Zaragoza, Alcalá de Henares).
Mientras Abraham Ibn Ezra (m. 1167) plantea el establecimiento de la monarquía como una opción, Maimónides (m. 1204) la considera imperativa. Bahyaben Asher (m. 1340) lo entiende como una suerte de castigo, y Abravanel (m. 1508) como una concesión al impulso natural de las personas de organizarse estadualmente.
Asimismo, las polémicas entre Maimónides y Najmánides fueron proverbiales. El principal filósofo judío y adalid del racionalismo, fue sistemáticamente cuestionado por el gran comentarista clásico y pionero en la legitimación de la exégesis mística, el mismo Najmánides (o Bonastruc ça Porta) que protagonizó la célebre Disputa de Barcelona (1263) contra el fraile dominico Pablo Christiani.
Rambam y Rambán (tales son sus acrónimos hebraicos) discuten sobre la índole de diversos valores: la Tierra de Israel, el idioma hebreo, el cálculo mesiánico y los sacrificios, y también sobre personajes bíblicos, tales como Adán, Simón y Leví, Moisés, y Job. Para entender la vitalidad de la controversia, cabe repasar brevemente dichos ejemplos.
Uno de los muchos preceptos judaicos que se vinculan a la Tierra de Israel reza: “y heredarás la tierra y morarás en ella porque a vosotros la he dado en heredad” (Números 33:53). Se deduce el imperativo para todo judío de radicarse en Israel. Maimónides enumera cuatro motivos por los que un judío tiene permitido salir del país: para estudiar, casarse, trabajar o comerciar. Sin embargo, en su listado de deberes (“Libro de los Preceptos”) no incluye el mandato, debido a que lo considera disperso entre muchos otros referidos a la Tierra de Israel. Najmánides cuestiona ese listado, e incluye entre las leyes bíblicas el asentamiento en la tierra de los hebreos, que considera tripartita: la residencia, la revitalización de la tierra, y su conquista.
En cuanto al motivo de la definición del idioma hebreo como “idioma sagrado”, el fundamento maimonídeo es que el hebreo bíblico carecería de términos obscenos (Guía de los Perplejos 3:8). Rambán refuta la idea con varios ejemplos, y reivindica el concepto de “idioma de lo sagrado”, es decir el idioma en el que se expresaron por primera vez conceptos de santidad (glosa al Éxodo 30:13).
Rambam prohíbe calcular la era mesiánica; Rambán disiente. El primero sostiene que el propósito de los sacrificios en la antigüedad había sido erradicar el paganismo; para el segundo, constituían un acto de expiación. En su explicación del Árbol del Conocimiento (Génesis 2:9), Maimónides aduce que se trata de la pérdida de la inteligencia pura (que excluye la ética y la estética); para Najmánides no: lo único que distingue al Árbol es que fue objeto de una prohibición a Adán, y con ello inaugura la ética.
El relato bíblico menciona la furiosa reacción de Simón y Leví para defender el honor de su hermana (Génesis 34), reprochado por su padre Jacob (Génesis 49). Maimónides los aprueba y Najmánides no. Que a Moisés se le prohibiera ingresar a la Tierra Prometida, resulta de un acto suyo de ira (Maimónides) o de soberbia (Najmánides).
Mientras Rambán opina que el protagonista del libro de Job es un hombre real, Maimónides razona que el libro tiene por objeto explicar el mal (Guía de los Perplejos 3:22-23), y que cada uno de sus protagonistas representa una escuela filosófica. Job, el aristotelianismo; Elifaz, la visión rabínica; los amigos Bildad y Tsofar personifican respectivamente las dos ramas de los motecálimes. Finalmente, Elihú sería el propio Maimónides.
En España florecieron estos debates, que eran parte de la pluralidad que asomaba en una época de descubrimiento de los tesoros de la antigüedad, y de valoración por las raíces helénicas de la civilización europea. Se gestaba una revuelta contra la esterilidad intelectual, una corriente en favor de la libertad de pensamiento, en la que los judíos nadan con naturalidad. Thierry Maulnier los llamó “un pueblo que impide que el mundo duerma”.
En España quizás pueda producirse también el segundo redescubrimiento: el de su raigambre hebraica. Desde la península podría empezar a superarse la Europa tuerta que viene renegando de su deuda para con una de las dos grandiosas tradiciones de la antigüedad.
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{1} El malestar español, en el diario El País, Madrid, 22 de julio de 2009.
{2} Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, CSIC, Santander, Tomo I, pág. 203. Las citas que siguen son de las págs. 193-218.