El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 188 · verano 2019 · página 5
Voz judía también hay

La decadencia de las izquierdas (la judía incluida)

Gustavo D. Perednik

Acaba de publicarse el libro El retorno de la barbarie, el segundo en coautoría entre Alberto Benegas Lynch y Gustavo Perednik, y presentado en la Universidad del CEMA de Buenos Aires

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Hace un par de meses (14-6-19) el director del Museo Judío de Berlín fue separado de su cargo en medio de una polémica.

El desplazado Peter Schäfer había movilizado al museo en un sentido que debería haberle sido enteramente ajeno: la desligitimación del Estado de Israel. Para ello invitó a furiosos oradores tales como políticos iraníes o la pro-terrorista Judith Butler.

Su accionar fue inapropiado en un museo cuyos objetivos naturales son la difusión de la historia y la cultura judaicas, y en el que por ende el antisionismo de Schäfer debería haberse calmado.

(Es cierto que en Europa resulta difícil debatir sobre los temas más diversos sin que la serpiente del antisionismo se cuele veladamente, pero no debemos cejar en nuestra esperanza de que la infección recule).

Ocurre que los militantes de izquierda ven en su ideología el epítome del raciocinio y de la moralidad, y por ello se permiten exponerla en cualquier circunstancia y en los contextos más inesperados. Se ven a sí mismos como iluminados cuya misión es promover una causa que consideran universal e irrefutable.

En el caso de Schäfer, la gota que derramó la copa y causó su desplazo fue que, desde el “museo judío”, promoviera el BDS (el boicot internacional contra Israel) –un movimiento ostensiblemente judeofóbico.

La demostrable judeofobia del BDS acababa de ser explicitada (17-5-19) por el parlamento alemán, dificultándole así la obtención de los generosos subsidios europeos (que en buena medida financian el terror anti-israelí).

En efecto, fue encomiable la resolución del Bundestag, teniendo en cuenta que el fundador del BDS alienta que “Israel desaparezca por eutanasia”. Siempre vale detenerse en el revelador dato de que, de 194 Estados que hay en el planeta, el antisionismo procura eliminar sólo al judío de entre ellos. No encuentra en ningún otro Estado vicios descalificatorios, y esta desatención, cuando menos, refleja un optimismo mendaz y desolador acerca de la situación social de nuestro planeta.

En ese contexto, la primera declaración del ultraizquierdista David Fernández cuando ganó en 2012 las elecciones a diputado por el CUP catalán fue, “Bona Nit Catalunya, Bona Nit Palestina... la injusticia se llama Palestina”. En otras palabras: no habría en la Tierra nada peor que Israel –un mensaje que parece importado desde el medioevo por vía de los “progresistas” de hoy.

En comparación, Schäfer fue muy moderado, ya que en rigor se había circunscripto a difundir una carta firmada por unos doscientos académicos que se opusieron a la mentada declaración del parlamento alemán.

El ardid de Schäfer consistió en informar que los firmantes de la protesta eran israelíes. La mascarada es bastante habitual: si profesores israelíes celebran el boicot contra su propio país (un boicot que abarca incluso a sus propias universidades), si ellos son tan “abiertos” como para aceptar la legitimidad del antisionismo militante que busca destruirlos a ellos mismos, pues nadie debería arrogarse la autoridad de contradecirlos parlamentariamente.

El argumento suena prima facie convincente, pero cae ante una mínima revisión. Que en las universidades israelíes activen anti-israelíes (tal como hay descendientes de judíos que son judeófobos recalcitrantes) no debería sorprender más que el hecho de que existen anti-españoles en la España académica o anti-estadounidenses en los campus norteamericanos.

El síndrome se ha expandido a lo largo y ancho de la izquierda. A partir de la debacle ideológica del marxismo, y el consecuente vaciamiento de contenidos para los sectores que en él se inspiraron, la izquierda se reposiciona, aunque sin perder su tradicional impulso utópico que la lleva a combatir la realidad sin esmerarse en revisar las alternativas fácticas disponibles.

También en Israel

Con todo, y a pesar de tratarse de un fenómeno mundial, es cierto que en Israel el problema es más grave debido a que aquí los enemigos no acechan sólo para modificar radicalmente la realidad, sino para arrasar el país in toto. Lo que sí tienen en común con sus correligionarios de allende las fronteras es que, para unos y para otros, toda postura liberal brilla por su ausencia.

Sirva de ejemplo un episodio protagonizado por la columnista británica Katie Hopkins, quien acaba de dirigir el perturbador filme Homelands (2019), en el que se rastrean varias comunidades cristianas y judías con muchos siglos de asentamiento en Europa y que en la actualidad vienen siendo expulsadas por la prepotencia islamista.

Como podía preverse, la película tiene una veta proisraelí, ya que muestra a muchos judíos europeos felices por la posibilidad de radicarse en el Estado hebreo, en el que se liberan de la persecución que les había propinado en sus tierras natales la avalancha inmigratoria islámica.

Para azoramiento de Hopkins (y no sólo de ella), su película fue vetada nada menos que en Israel, un veto perpetrado por la izquierda local que la consideró “demasiado favorable a Israel”. Bastó que un tal Nadav Eyal denunciara un supuesto vínculo de Hopkins con sectores de ultraderecha –un vínculo que probó ser falso– para que varias municipalidades israelíes gobernadas por la izquierda se negaran a proyectar Homelands, no vaya a ser que el público israelí se sintiera reconfortado en su pertenencia judía. Subrayemos adicionalmente que no se trató de refutar el filme con argumentos, sino de prohibirlo con excusas ad hominem.

Es que el antisionismo, corto de racionalidad, sólo actúa intimidando y prohibiendo, ya que el debate de ideas no le calza. Lo he experimentado personalmente en varios marcos universitarios. Así, hace unos días la Universidad de Pernambuco en Brasil decidió cancelar una conferencia de Andre Lajst porque los judeófobos locales lo impusieron. También en Londres el movimiento Regavim debió suspender una conferencia prevista para el 1 de septiembre debido a que los militantes del BDS amenazaran con desatar su cólera.

Existe una fracción de judíos progresistas que descubre que al reconocerse como judíos adquieren en su arsenal la posibilidad de atacar a Israel “desde adentro” y cuestionar todo contenido judaico. Lo presentan como “racista”, como suelen hacer con las opiniones que les disgustan.

Una buena parte de las organizaciones judías de los EEUU han caído en esta red, guiadas por “profesionales” que desean transformar su adhesión al Partido Demócrata en la expresión más admitida de la judeidad.

No se detienen siquiera ante la obscena equiparación de Israel con el nazismo, infiltrada de la mano de pequeños grupos radicalizados y bulliciosos como Jews For Racial and Economic Justice, Jews for Justice for Palestinians, European Jews for a Just Peace, y Jewish Voice for Peace. Para colmo, nótese cómo van apropiándose de los términos “justicia” y “paz” bajo los que esconden su cruzada para destruir Israel.

El fenómeno se ha puesto de relieve en estos días con la malograda visita al país por parte de las dos primeras musulmanas en el Congreso estadounidense: Ilhan Omar de Minnesota y Rashida Tlaib de Michigan (quienes fueron elegidas en el seno del Partido Demócrata, con el voto de numerosos judíos).

En la campaña electoral su partido las había presentado como símbolos de la diversidad, pero ya no ocultan sus metas reales, que no tienen nada que ver ni con la diversidad ni con el feminismo, sino con legitimar la judeofobia y defender a los regímenes que oprimen a la mujer. Y es tarde para lamentos.

El dúo judeofóbico fue “invitado a visitar Palestina” por la organización Miftah, una banda que aprueba el terrorismo contra civiles israelíes –aun niños– y poco antes había publicado un artículo que sostiene que los judíos beben sangre de cristianos durante la Pascua.

Israel, en cumplimiento de la ley anti-BDS, les denegó la visa de entrada, y en felina reacción los acólitos del Partido Demócrata se empecinaron en defender irrestrictamente a las dos judeófobas y en condenar duramente la democracia israelí.

Lo notable es que se sumaron al griterío muchas organizaciones judías de EEUU, que a pesar de la hostilidad que Obama instaló contra al Estado hebreo, siguen abiertamente ancladas en su lealtad a ese partido.

El desplazamiento de la judeofobia desde las derechas a la izquierda sigue consumándose, cada vez más desvergonzado.

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