El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 185 · otoño 2018 · página 5
Voz judía también hay

Los orígenes del pueblo hebreo

Gustavo D. Perednik

Los orígenes de un recorrido singular

pueblo hebreo

La llamada Carta sobre Dios (1954) –que acaba de subastarse por una cifra millonaria– fue escrita por Albert Einstein en respuesta al libro que le había obsequiado el filósofo judeo-alemán Eric Gutkind: Elegid la vida: el llamado bíblico a la rebelión (1952).

Amén de algunas observaciones teológicas, Einstein incluyó en su Carta un par de afirmaciones frecuentemente soslayadas: que se sentía feliz de pertenecer al pueblo judío y, al mismo tiempo, que descreía de toda religión.

Cabe destacarlo, ya que suele saltearse que la autodefinición de los judíos se basa más en la voluntad de pertenencia a un pueblo disperso, y menos en cuestiones de credo.

Es notable que, aunque los judíos más conocidos por la mayoría de la gente no eran religiosos, esa misma gente se apresuraría a circunscribir la judeidad a cuestiones de religión.

En general, de la incorrecta definición deriva la habitual incomprensión de la naturaleza del sionismo, mal planteado como “un movimiento que transformó una religión en una nación”, cuando en rigor se trata del movimiento liberador de un pueblo, que reintegró á éste sus derechos en la familia de las naciones.

Y bien, uno de los medios para laicizar la conciencia acerca de los judíos es precisamente asomarse a su milenaria historia, que puede ser cabalmente expresada en términos seculares.

Ese intento podría entorpecerse por el hecho de que los capítulos más remotos de la historia hebrea tienen a la Biblia como fuente de información. Pero ese testimonio no necesariamente imbuye a la historia en sí de contenidos religiosos.

Al rastrear los orígenes del pueblo hebreo, es menester remontarnos a la gloriosa Sumeria de alrededor de seis milenios atrás, donde se produjo la mayor metamorfosis de la historia humana.

Para entender la magnitud de aquella transformación, puede apelarse a dos populares libros de Alvin Toffler. El primero: El shock del futuro (1970), se detiene en el yugo de la sobrecarga informativa, y en cómo ella abruma tanto a individuos como a sociedades enteras, que están sometidas a una excesiva transformación en un lapso demasiado breve.

De este modo, el ensayo futurista puede ilustrar tanto sobre la Sumeria civilizadora, como sobre el agobio del hombre contemporáneo.

Sumeria y su “primera ola” es escrutada en el segundo ensayo aludido: La tercera ola (1980), en el que Toffler se detiene en el traspaso histórico hacia una sociedad sedentaria y productora.

El hombre nuevo de marras dejaba de contentarse con utilizar su entorno, y pasaba a modificarlo. En términos bíblicos, es la génesis de la humanidad.

Junto con la agricultura, nacían las aldeas, la ganadería, los telares, la división del trabajo, el comercio, la edificación, la cerámica, el crecimiento demográfico.

Aquella revolución en el neolítico habrá sacudido aun más que la de nuestra era. Es cierto que hoy en día casi no recordamos cómo hacíamos hasta hace poco sin ordenadores ni Internet, pero similarmente, en la Sumeria seminal también necesitaron olvidarse de los cientos de miles de años en lo que todo el utillaje humano se reducía a hachas, flechas y raspadores de piedra, y todo el sustento derivaba de la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres.

En aquella fértil y vertiginosa Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, el hombre vio nacer en poco tiempo las ciudades, el calendario y la escritura cuneiforme.

Fue la cuna de la historia, habitada por varias etnias que terminaron fusionándose, a saber: hace seis milenios llegaron los ubaidianos, medio milenio después los sumerios, y un milenio más tarde (hacia el 2400 aec) los semitas{1}.

El gentilicio “sumerio” fue aplicado a la comarca entera, que se consolidó hacia el 3500 aec en la ciudad de Uruk, ya mencionada en el libro del Génesis. Fue hacia entonces la mayor urbe del mundo, con unos 50.000 habitantes, y el hogar del clásico héroe legendario Gilgamesh. También vio nacer la rueda, el cálculo y la contabilidad y, hacia el 3300 aec: las leyes escritas, la medicina y otras innovaciones.

Hacia el 2100 aec, Uruk perdió la hegemonía ante la emergente ciudad de Ur, cuyo rey la impuso como capital y en la que florecieron escuelas y academias de las que provienen las primeras observaciones astronómicas escritas y otras investigaciones protocientíficas: nóminas de sustancias químicas y de síntomas patológicos, así como tablas matemáticas -todo ello escrito en caracteres cuneiformes en tablas de terracota.

Por sobre los grupos étnicos que se habían asentado en Sumeria, terminaron por prevalecer los pueblos semitas, originarios del Norte de Etiopía y el Yemen.

El rey semita Sargón el Grande conquistó el país entero.

La más antigua de las lenguas semíticas (el acadio) desplazó al sumerio, y el imperio acadio (el primero que recuerde la historia) se extendió por un siglo con un gran desarrollo cultural.

El año 1764 aec marcó el final del Estado sumerio, cuyos logros fueron diligentemente absorbidos por los semitas. El derrumbe inauguró una serie de emigraciones. Una de ellas, desde la ciudad de Ur, fue la proverbial marcha del patriarca Abraham y su gente hacia Canaán (narrada en el Capítulo 12 del Génesis). Así nacía el pueblo hebreo. Portaba consigo la experiencia histórica mesopotámica y, antes de llegar a su destino, se nutrió de muchos otros avances.

Apacentaron sus rebaños camino al Oeste, y atravesaron otra tierra que fue vanguardia cultural: Ugarit (hoy Siria). Luego ingresaron en Canaán para conquistarlo parcialmente (Génesis 14), y más tarde emigraron a Egipto. Allí, por tercera vez, absorbieron notables adelantos culturales.

Asimismo, en Egipto escalaron socialmente, un éxito recogido en el relato del José bíblico que pasó de ser esclavo a ministro. La prosperidad quedó trunca cuando “ascendió al trono un nuevo faraón que no reconoció a José”, es decir que hostilizó a los hebreos.

La élite egipcia de marras los había dotado de lo que en 1934 James Brested denominó “el amanecer de la conciencia humana”. Hicieron de la libertad su estandarte, protagonizaron el celebérrimo Éxodo y, liderados por Josué, reconquistaron Canaán, portadores de su propio idioma y grafía.

En suma, hasta ese momento la civilización hebraica se basaba en lo más adelantado de tres savias nutrientes: Sumeria, Canaán y Egipto, que fueron fusionadas durante la marcha en el desierto, y consolidadas en la Tierra de Israel. Fueron el pueblo más antiguo de los alfabetizados (y vale recordar que el portón de ingreso a la civilización es precisamente el momento en el que escribe; hasta hace cuatro mil años, a excepción de la isla de Creta, Europa era analfabeta).

La característica que distinguió a los hebreos fue una gran capacidad de abstracción, aplicada a varias dimensiones que le fueron distintivas: un lenguaje de ideas, una fe singular, una sublime noción del tiempo, y los ideales de confraternidad, justicia, y responsabilidad individual.

En suma: habiendo aquilatado la experiencia del contacto con los principales focos de la gran sabiduría antigua, los hebreos regresaron a Canaán, constituidos en un pueblo con su propia cultura. En ese sentido, durante este siglo varios descubrimientos arqueológicos han validado la básica historicidad del Tanaj o Biblia hebrea. Pequeño y rodeado de imperios, el antiguo Israel no sobresalió por logros arquitectónicos ni militares, sino por la profundidad de su palabra escrita,

Por vía de los navegantes fenicios semíticos, los europeos recibirían mucho más tarde las veintidós letras del alfabeto fenicio/hebraico, y las transformarían en las letras griegas de las que, por vía del latín, derivaron el resto de sus idiomas.

Cuatro milenios más tarde

Chaim Potock abre su Historia de los Judíos (1978) con Sumeria, y titula a su capítulo inicial Los mesopotámicos errantes. La definición cabe a los hebreos en general quienes, efectivamente, en su deambular histórico fueron recogiendo lo más avanzado de cada cultura.

El antiguo Israel fue una nación de exigua importancia entre las potencias del antiguo Medio Oriente, como Egipto y Babilonia. En rigor, su estudio no debería atraer la atención del hombre moderno más que el de los pueblos que con ella coexistieron: edumeos, amonitas, nabateos o moabitas.

Pero Israel sobresalió de entre sus vecinos y contemporáneos porque, aunque estaba moldeado por las culturas que lo rodearon, pudo trascenderlas y forjar un universo intelectual muy semejante al de Occidente de hoy. Ese parentezco intelectual puede explicar que hayan contribuido notablemente al nacimiento de la modernidad.

En una retrospectiva de cuatro milenios, su destino ha sido impar. Los vaivenes históricos del pueblo judío desde aquella génesis han sido apabullantes en su policromía, en su tragedia, en su vitalidad.

A pesar de ser un grupo pequeño, sobre ellos se escribe y habla considerablemente. Hay más de trece millones en el mundo; la mitad de ellos reside en Israel (seis millones y medio), y el resto están distribuidos como sigue: más de cinco millones en EEUU; más de un millón en tercios en Francia, Canadá y Gran Bretaña; y más de cien mil en cada uno de los siguientes: Rusia, Argentina, Alemania, Australia y Brasil. Más del 95% de los judíos se concentran en catorce países, y los demás residen en comunidades pequeñas en cien Estados más.

Es notable que en ningún país, ni aun en los que albergan comunidades muy grandes, éstas conformen siquiera el 1% de la población. (Las únicas dos excepciones son: EEUU, donde se acercan al 2%, y obviamente Israel, donde constituyen alrededor del 80%).

Junto a sus logros y peripecias, fueron y son objeto de una milenaria hostilidad sobre la que nos hemos extendido frecuentremente desde esta columna.

Hoy en día se renueva el protagonismo israelita a pesar de la pequeñez demográfica. Aunque el parámetro de su tamaño colocaría a Israel en el centésimo puesto entre las naciones del mundo, y aunque tenga apenas un poco más de un milésimo de la población mundial, ha devenido en una potencia en muchas áreas.

Ostenta: la primera tasa mundial per cápita en publicación de papers académicos, en cantidad de museos, en descubrimientos científicos anuales, en ingenieros, egresados universitarios, emprendimientos biotécnicos, Grandes Maestros de ajedrez, uso de la energía solar, e instalación de empresas innovadoras.

En buena medida ello deriva de que la llamada “nación Start-Up” es líder mundial en porcentaje de científicos y técnicos que integran su fuerza de trabajo (145 por cada 10.000 personas; en EEUU es 80, en Japón 70, y en Alemania 60).

Es uno de los ocho únicos países con capacidad de enviar satélites al espacio.

Está entre los primeros en patentes de invención (tras EEUU y Japón), sobre todo las de equipos médicos; en adquisición de libros, en Premios Nobel. Y también es el único país objeto de un sostenido boicot, y uno que alimenta la obsesión de una buena parte de los europeos que no se detienen en presentarlo casi como la encarnación del mal.

Observada desde uno u otro punto de mira, su historia resulta a un tiempo remota y fascinante.

——

{1} “Ubaidiano” deriva del nombre de la colina en la que se descubrieron sus restos; los sumerios dotaron de nombre a la la fusión cultural y étnica de los tres grupos; de los semitas que invadieron desde el Oeste, su principal tribu fue la de los amoritas.

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