El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 200 · julio-septiembre 2022 · página 5
Voz judía también hay

El primer blanco de los supuestos “antirracistas”

Gustavo D. Perednik

La Teoría Crítica de la Raza y el antisionismo

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Jaim Herzog cuando era Embajador de Israel ante la ONU y denunció la Resolución antisionista (1975)

Toda defensa de una idea o de un grupo, puede ser presentada impropiamente como si se tratara de un ataque contra todo lo que no coincida con esa idea o ese grupo. Basta para ello con un poco de mala intención, tergiversación culposa, o superficialidad.

Ante la mera propuesta de difundir la lectura, por ejemplo, un manipulador podrá esgrimir que la iniciativa revela un desprecio insensible hacia los analfabetos, quienes no podrán atenerse a los beneficios de leer. Propiciar mejores condiciones para los médicos puede mal interpretarse como la discriminación contra las otras profesiones. Así con todo.

Un caso de falseo es la llamada Teoría Crítica de la Raza, que desde hace casi medio siglo ha venido generando una revolución semántica en torno del término “racismo”. Básicamente, una buena parte de sus sotenedores, que provienen de la corriente autodenominada “progresista”, son proclives a acusar de racista a todo el que no comparta su posición. En rigor no se trata de una teoría “de la raza” sino del racismo, y a este concepto le otorga un significado enteramente nuevo, en una suerte de abuso del retruécano.

Se empieza por definir de modo inapelable que la estructura de la sociedad se cimienta en el racismo, e ipso facto pasa a designarse como enemigos a quienes no combatan esa estructura. Usualmente, además, exigen que la denuncia se formule según la inclinación del designador. Varios portavoces de este “progresismo” radical, como Angela Harris, estigmatizan como “racistas” (e incluso exigen que el Estado oficialice el baldón) a casi todos los que disienten con esa corriente, incluso cuando el catalogado respondiere al honroso nombre de Martin Luther King. Todos pasan a ser racistas, aun los que combaten firmemente al racismo –si no lo hacen con los medios prescriptos taxativamente por la Teoría Crítica de la Raza.

Verbigracia, en 2017, los estudiantes del Evergreen College de Washington exigieron un “Día de ausencia” durante el cual debía prohibirse en el campus universitario la presencia de toda persona de raza blanca, y un profesor que objetó la iniciativa, Bret Weinstein, fue vilipendiado por “racista”, y debió renunciar. O en 2021, el profesor Gordon Klein fue desplazado de la UCLA bajo la acusación de “racista” debido a que se negó a subir las calificaciones de los estudiantes afroamericanos en exclusiva consideración del color de su piel.

Lo curioso es que desde ese pedestal descalificador, se suele expresar simultáneamente un rechazo a la noción de que ciertos valores sean mejores que otros, y se impugna la legitimidad de toda preferencia en materia política, literaria o musical. Para el relativizador radical, todas las variantes (menos la propia) deben ser consideradas de igual valor, so pena del sambenito de racista para quienes propongan cierta escala de valores y así, pretendidamente, despreciena las posturas menos valoradas.

Un buen ejemplo resultó de la campaña de desprestigio lanzada contra el Premio Nobel de Literatura Saul Bellow debido a que habría opinado que “si me muestran el Tolstoi de los zulúes, o el Proust de los papuanos, los leeré con gusto”. Cuando previsiblemente Bellow fue etiquetado como “racista”, se omitió lo esencial: que su afirmación no había sugerido que hubiera pueblos incapaces de producir grandes novelistas, sino que se limitó al mero dato histórico de que hasta ese momento no los habían producido. A pesar de lo anodino de tal afirmación, fue suficiente para que los multiculturalistas detectaran expeditamente “racismo”. Para ellos, habrá racismo apenas se sugiera que una cultura pueda ser mejor que otra. Según el multiculturalismo no existen valores mejores, salvo los propios. Todo valdría igual, y la soberbia siempre es ajena.

El efecto de la campaña es que pone a quienes defienden ciertas ideas ipso facto a la defensiva. En ese contexto, uno de los llamados “Nuevos Filósofos” franceses, Pascual Bruckner, ha acuñado el concepto de La tiranía de la culpa (2006), con el que alude a este enorme remordimiento que pasa a ser una constante auto-flagelación, una especie de narcisismo castrador que a largo plazo impide criticar atrocidades ajenas. Por ejemplo, para los relativizadores radicales, las sociedades Occidentales nunca son percibidas como víctimas del terrorismo, sino como penitentes que merecen ser agredidos dado que su mera existencia provoca la ira de los agresores, aun de los más brutales entre ellos.

Cabe recordar que, después de los atentados contra las Torres Gemelas, el semanario norteamericano Newsweek preguntó en la tapa (15-10-01) “¿Por qué odian a los EEUU?”.

La impertinente pregunta induce a sopesar qué males comete la víctima, que fue colocada inadvertidamente en el banquillo de los acusados. La pregunta apropiada es más breve: “¿Por qué odian?”. Una vez respondida, puede analizarse por qué el odio que los anima se descarga contra un país determinado. Pero en primer lugar debe revisarse la fuente del odio en el odiador. Rollo May la atribuyó al ahogo prolongado de la autorrealización, combinado con la imposibilidad de encontrar significado (Las fuentes de la violencia, 1972).

Las corrientes relativizadoras sostendrán que el odio suele resultar de las vilezas de la víctima. Y llamativamente agregan que, salvo esas vilezas específicas, todo lo demás es relativizable.

El primer agredido

No llama la atención que el primer grupo agredido por el mencionado procedimiento fue el pueblo judío, y más específicamente su decimonónico movimiento de liberación: el sionismo.

Con el paulatino desmembramiento del Imperio Otomano, muchos pueblos generaron movimientos nacionales para reivindicar sus derechos en el contexto post-imperial. A nadie se le ocurrió que esos nacionalismos fueran racistas, simplemente porque esgrimieran derechos históricos para un grupo en particular y no para toda la humanidad. La única excepción a la norma fue el nacionalismo judío, que hasta hoy en día sigue siendo percibido por muchos europeos como “racista”.

En otras palabras, el sionismo puede considerarse el primer blanco grupal del dudoso “progresismo”, ya que se trata del único movimiento nacional en ser baldonado de racista sólo porque defiende los derechos de un grupo. Hasta hoy en día, Israel es condenado cada vez que se defiende ante los ataques del fundamentalismo islámico que intenta explícitamente borrarlo del mapa.

Este baldón llegó a su nadir en las Naciones Unidas en 1975 cuando se definió al sionismo (y sólo a él) como racista. Le tomó a la ONU dos décadas revertir esa resolución 3379, un período saturado de terrorismo contra Israel con la excusa de que era el único Estado racista, y con cierta legitimación internacional de la violencia.

La Teoría Crítica de la Raza ha venido sosteniendoque el racismo es causado por estructuras sociales y arraigados prejuicios culturales, que trascienden los factores individuales y psicológicos. Considera “justicia racial” a la lucha contra esas estructuras, que incluyen en ellas la meritocracia y la igualdad jurídica, e incluso la llamada “acción afirmativa”. Un ejemplo de la postura fue provisto en 1995 por el abogado Johnnie Cochran, quien solicitó la absolución de O. J. Simpson de dos asesinatos. No sustentó su pedido de absolución en la inocencia del imputado –ya que había claras evidencias que lo incriminaban– sino en la compensación que la sociedad debía al acusado debido al pasado racista del país. Últimamente, decenas de universidades en Occidente ofrecen cursos desde esta perspectiva.

Obviamente, el hecho de que no se pueda descalificar a todo nacionalismo por defender los derechos de un grupo, no indica que no existan nacionalismos que sí son agresivos, dado que más que defender a un grupo se dedican a descalificar a otro. Así fue el nacionalismo alemán durante el siglo XX, y el nacionalismo árabe-palestino durante el último siglo. En general, cuando se trata de blandir derechos nacionales en contra de otros, los judíos ocupan un lugar destacado entre las víctimas.

El hecho de que el antisionismo es la forma más habitual de la judeofobia actual, ha sido aceptado inequívocamente por la Unión Europea, en la resolución del 1 de junio de 2017 aprobada por el Parlamento Europeo. No obstante, no parece ser que esta cristalina noción integre el sentir de la mayoría de los europeos.

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