El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 5
Voz judía también hay

Dos proyectos de Estado judío
Encuadre del ataque de Hamás y del nuevo gobierno en Israel

Gustavo D. Perednik

Dos proyectos de país, la agresión del Hamás y el nuevo gobierno

Sullivan - Borrell

El establecimiento del Estado de Israel en 1948 concretó un sueño inveterado, o más precisamente dos, que siguen polemizando tanto en la ensayística como en la política. Es verdad que se combinaron con frecuencia, y que varios prohombres impulsaron los dos proyectos simultáneamente. También es cierto que las metas de uno y otro se superpusieron en ciertas encrucijadas históricas.

Sin desconsiderar la cercanía entre ambas visiones, cabe empero deshilvanarlas del estambre ideológico del sionismo, ya que individualizarlas clarifica la batalla que el Estado hebreo libra hasta el día de hoy. Luego lo ejemplificaremos a la luz del ataque del Hamás de hace un mes, y del reciente cambio de gobierno en Israel.

Renacimiento o autodefensa

La primera de las dos visiones aludidas aspira al renacimiento nacional de los judíos en Judea, su patria ancestral, para así concretar una reparación histórica y trascendente: la clausura de un exilio bimilenario. Con ese horizonte en la mira, fueron revividos el idioma, el calendario y la simbología de hace veinte siglos.

El segundo proyecto entiende que Israel fue la respuesta más apropiada a la imperiosa necesidad de salvaguardar a millones de judíos letalmente vulnerables.

Ambos programas combinados lograron un retorno demográfico que no tiene parangón en la historia humana, y en apenas dos o tres generaciones se decuplicó la población del país. Ambos confluyeron en desecar el gran pantanal, en transformar el desierto yermo en un vergel, y en construir una sociedad abierta, pujante y democrática en un medio hostil y violento.

Con todo, lo que separa a los dos proyectos conlleva importantes consecuencias.

Para dar nombre a las dos visiones podría echarse mano de una terminología disponible, pero la saltearemos para evitar asociaciones que nos desviarían del tema. En este artículo, designaremos a los dos proyectos, respectivamente, «redentor» y «protector».

Para el plan redentor la prioridad es el restablecimiento de la patria histórica de los judíos. Para el protector, el móvil fue ofrecer refugio para los judíos perseguidos, o adicionalmente proveerles un centro cultural.

El problema de la segunda visión es que un refugio cultural puede ulteriormente naufragar en un Estado pos-nacional más, dado que soslaya los aspectos judaicos del Estado y se concentra en el anhelo de vivir en paz con sus vecinos.

En lo que concierne a la cualidad nacional del proyecto, la visión protectora se aviene  parcialmente a la narrativa de los enemigos de Israel de que «esta tierra pertenece al pueblo palestino», incluso cuando saben que tal relato contradice la verdad. Legitiman la reescritura de la historia porque les parece un precio módico para ser aceptados.

En contraste, la visión redentora rechaza la narrativa anti-sionista, no sólo por su mendacidad, sino porque además constituye un frente en la guerra contra Israel que ya ha cumplido un siglo.

Lejos de suponer que en la creación de Israel hubo una mácula por la que debería resarcirse a sus enemigos, el proyecto redentor sostiene que, si se trata de deudas morales pendientes, Israel es el acreedor. El mundo (o más concretamente, Europa) tiene una obligación moral para con el pueblo judío.

En suma, mientras un proyecto apunta al renacer de la patria, el otro promueve un pragmático asilo. Pero esta dualidad generó una paradoja: en la medida en que Israel se afianzó en el programa redentor pensando en lo propio, logró más paz, y cuando por el contrario abrazó la visión protectora para satisfacer al ajeno, fue blanco de una mayor agresión.

Así, después de tres décadas estériles en paz bajo gobierno laborista, Israel firmó en 1979 el primer tratado de paz con un país árabe, menos de dos años después que asumiera como Primer Ministro Menajem Beguin, adalid del movimiento nacional-liberal Likud.

El sector ideológico de Beguin dio luz veinte años después a Biniamín Netanyahu, quien gobernó Israel por más de una década y logró una atmósfera general de paz relativa y de prosperidad sin precedente, incluidos los acuerdos de paz con los Emiratos Árabes, Baréin, Sudán y Marruecos, así como un gran avance hacia la pacificación con otros países árabes.

Por el contrario, durante los últimos gobiernos de izquierda, que respondieron al proyecto protector, estallaron las más sangrientas olas de violencia.

La alineación europea

A veces, la Unión Europea se despeña hacia una endémica judeofobia que en la práctica deslegitima a Israel en cualquiera de sus proyectos. La mera noción de un Estado judío pareciera por momentos resultarle intolerable. Fondos europeos subvencionan decenas de organizaciones anti-israelíes que procuran socavarnos tras la mascarada de los derechos humanos.

En los casos en que Europa supera su endémica judeofobia y adopta una postura amistosa para con Israel, siempre lo hace comprometida con el proyecto protector, y termina oponiéndose a lo que se perfila como un deslizamiento hacia el otro proyecto.

Jerusalén es un buen ejemplo. El rechazo por parte de la Unión Europea de reconocer la Ciudad de David como la legítima capital del Estado judío es un modo de cercenar su validez histórica y reducir a Israel a un refugio para los judíos –no porque éstos tuvieran derechos sobre el país, sino debido a la misericordia europea que procedió a compensarlos por su sufrimiento.

Esta perspectiva no es sólo equívoca sino también inviable, por lo menos por dos motivos. Primeramente, porque coloca el debate en un contexto imperialista al insinuar que otros deberían «pagar las cuentas pendientes de Europa para con los israelitas». En segundo lugar, y principalmente, suponer que no existen derechos históricos judíos facilita un vacío conceptual que pasa a ser rellenado por supuestos «derechos del pueblo palestino» sobre la Tierra de Israel. La admisión de tales «derechos» es una trampa que inevitablemente erosiona la legitimidad de Israel y estimula la violencia en su contra.

En otras palabras: cuando se abandona el proyecto redentor, también colapsa el proyecto protector. En la medida en que las raíces de Israel no se extienden a sus sólidos derechos, volverá una y otra vez el vituperio sobre su «ilegitimidad» y terminará por justificar la agresión contra el Estado hebreo. Vaya un ejemplo.

La operación Guardián de las Murallas

Durante mayo pasado, la organización Hamás lanzó 4300 cohetes desde la Franja de Gaza contra la población civil israelí. Tal como habría obrado cualquier otro país del mundo, Israel procedió a una operación defensiva con el objetivo de eliminar las lanzaderas de morteros.

Durante once días (del 10 al 20 de mayo) la operación «Guardián de las Murallas» destruyó la infraestructura terrorista del Hamás y liquidó a unos 200 terroristas en actividad, con un costo mínimo de vidas inocentes (43 civiles palestinos). Pese a la magnitud del ataque, murieron solamente doce israelíes, gracias al sistema de alarmas y de refugios, y sobre todo por el mecanismo «Cúpula de Hierro» que interceptó el noventa porciento de los cohetes.

Para entender el contexto del enfrentamiento, cabe repasar diez datos básicos:

1) La Franja de Gaza es un pequeño territorio del cual Israel expulsó en 2005 a su propia población (unas diez mil personas), en un intento desesperado de sondear si los palestinos se dedicarían a construirse y no a destruir Israel.

2) Dos años después la banda Hamás (establecida en 1988 como una extensión local de la Hermandad Musulmana) se apoderó enteramente de la franja, después de una guerra contra la Autoridad Palestina durante la cual se asesinaban unos a otros arrojándose por los ventanales. (Huelga aclarar que nadie protestó por la brutalidad, dado que las protestas de los «pro-palestinos» se limitan a cuando pueden demonizar a Israel).

3) El Hamás pasó a ser el único factor que ocupa Gaza (ésa es la verdadera ocupación) y dilapidó  la exorbitante ayuda internacional que recibe, en adquirir miles de morteros provistos por Irán para atacar regularmente a la población israelí.

4) Para detener los ataques, Israel emprendió cuatro operaciones militares: Plomo fundido (2008), Pilar Defensivo (2012), Acantilado Firme (2014), y Guardián de las Murallas (2021). En la última de ellas, fueron destruidos 150 kilómetros de túneles por los que se transportaba el arsenal del terror.

5) Con mayor precisión que en todas las anteriores, Israel logró durante la última contienda reducir a un mínimo la pérdida de vidas inocentes, y mostró una vez más lo que ha revelado el coronel británico Richard Kemp: «Ningún país del mundo se esfuerza tanto como Israel en proteger a la población civil de sus enemigos».

6) A pesar de ello, la malintencionada desinformación comenzó de inmediato. Antes de que Israel siquiera comenzara su respuesta militar, los medios de comunicación palestinos ya difundían la noticia de «una nueva masacre». Se referían a la muerte de ocho miembros de la familia Al Masri a raíz del  impacto de un proyectil, del que más tarde se mostró que había sido lanzado por el propio Hamás.

7) Una vez iniciada la campaña defensiva, varios gobiernos europeos exigieron que Israel detuviera su «reacción desproporcionada», a pesar de que la respuesta israelí se limitaba a impedir que los cohetes siguieran lanzándose.

8) No apoyar a Israel no implica judeofobia. Pero apoyar a Hamás, sí, ya que la plataforma de la banda islamista radical acusa a «los» judíos de los males que padece la humanidad, y exhorta a destruirlos.

9) Por ello, en las marchas anti-israelíes en Londres los manifestantes gritaban «¡Muerte a los judíos… Violen a sus hijas!» y en Los Ángeles una patota entró a un restaurant a golpear a judíos. Muchos ejemplos de esta índole muestran el resurgir de la clásica judeofobia, reconocible debido a la magnitud de su irracionalidad.

10) Con todo, esta vez la reacción mundial fue menos hostil a Israel que en las ocasiones previas. Algunos países europeos expresaron su solidaridad, aun enarbolando la bandera israelí en sus propias casas de gobierno. También la ONU y la Liga Árabe apenas intervinieron; hubo un silencio general en los países de África y Asia -incluso en los países islámicos-, y los medios fueron en general más comprensivos.

En suma, el enfrentamiento no consistió en «una escalada de violencia en la que ambas partes deban contemporarizar» sino de una nueva agresión con morteros en un esquema que viene perpetrándose durante ya veinte años.

La «Intifada Sullivan»

Varias causas encendieron la mecha de la nueva agresión del Hamás. Una es que las elecciones palestinas programadas para el 22 de mayo fueron pospuestas indefinidamente (las últimas se habían realizado hace más de quince años).

Hamás, que se perfilaba como ganador en las elecciones canceladas, quiso mostrar su fuerza, sobre todo porque su competidora el Fátaj se jactaba de que el 2 de mayo había asesinado a un joven judío que esperaba en una parada de autobuses.

Algunas causas adicionales se vinculan a la violencia latente en el mes islámico de Ramadán y el clima de inestabilidad política en Israel. Pero hubo una causa primordial: el cambio de la política exterior estadounidense para el Medio Oriente.

El presidente Biden decidió seguir los pasos de su mentor Barack Obama y distanciarse de Israel, y para ello designó funcionarios como Hadi Amr, Robert Mali, e incluso el Secretario de Estado Anthony Blinken.

El distanciamiento se expresa doblemente: una política de apaciguamiento para con los ayatolás iraníes, y avivamiento de la llamada «causa palestina». Así emula la política del Alto Representante europeo para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, quien sostiene que se debe convivir con el designio genocida iraní de borrar a Israel del mapa. Resulta estremecedor, pues, que ocho décadas después del exterminio de un tercio del pueblo judío, el mundo esté dispuesto a contemporarizar con una amenaza similar por parte de una potencia petrolera islamista.

Las consecuencias de la política de Biden no demoraron: se incrementaro en un cuarenta porciento los ataques contra tropas norteamericanas en Afganistán, se intensifican en muchos países los ataques judeofóbicos, y recrudece la agresión de las milicias controladas por Irán. Incluso Arabia Saudí, que estaba acercándose a Israel, empieza a dudar de que este país la ayude  a contener a Irán, dado que los EEUU vuelven sobre sus pasos. 

En ese contexto de cambio de política es necesario explicar un dato pocas veces comprendido: la cuestión de Sheik-Jarrah o Shimón Ha’Tzadik.

En 1875, algunos judíos jerosolimitanos adquirieron seis viviendas aledañas a la tumba de un antiguo rabino en la zona de Sheik-Jarrah o Shimón Ha’Tzadik. En 1948 Jordania invadió una parte de Jerusalén y procedió a destruir las sinagogas y expulsar a los judíos. Los jordanos se apropiaron de las seis viviendas y las pusieron en arriendo a locatarios árabes.

Cuando Israel reunificó la ciudad en 1967, los descendientes de los dueños de esas viviendas las reclamaron y litigaron a los usurpadores que, aunque reconocían no pagar alquileres ni ser los legítimos dueños, manifestaron que impedirían el desalojo. Hace un par de meses concluyó el juicio y la Corte Suprema sentenció que el predio debía ser evacuado.

Los medios hostiles a Israel, en general de izquierda, medraron con la situación, se inmiscuyeron en una disputa legal entre privados, y comenzaron a repetir la patraña de que «Israel expulsa a los árabes». Es muy ilustrativo el hecho de que si los dueños no hubieran sido judíos, nadie habría protestado por el hecho de que un predio se entregara a sus dueños legales. Nadie siquiera se habría enterado del litigio ni del fallo de la Corte.

Alentado por la propaganda anti-israelí, el Hamás que venía amenazando con hacer estallar la violencia, usó el incidente de Sheik-Jarrah como pretexto para embestir.

Lo más grave fue que en ese contexto explosivo, el asesor de seguridad nacional del presidente Biden, Jake Sullivan, telefoneó a su homólogo israelí, Meir Ben-Shabat, y se hizo eco de la calumnia de la expulsión de árabes.

Sullivan es un ideólogo que trabajó para Obama y Hillary Clinton, y su advertencia a Israel de que sería visto como culpable, fue el detonante para que Hamás comprendiera que saldría impune de una brutal embestida.  

Un día después de la llamada telefónica, Hamás comenzó sus ataques con globos incendiarios y misiles, e incitó a los árabes israelíes de las ciudades de Ramle y de Lod a que llevaran a cabo un pogromo contra los transeúntes judíos. Algunos árabes respondieron a la convocatoria: quemaron escuelas y edificios de apartamentos, y golpearon y lincharon a los judíos que se cruzaban en sus caminos. Luego se avalanzaron contra una sala de emergencias, arrojaron piedras al personal médico y a los pacientes, e intentaron asesinar a los médicos y enfermeras árabes por ser «colaboracionistas de Israel».  Pero Jake Sullivan seguía inmerso en su ideológica  advertencia a Israel.

Cuando se parte de la base de que a Israel no le asisten derechos históricos sobre el país, puede ligeramente validarse que toda medida israelí es básicamente una agresión. Por el contrario, el proyecto redentor muestra cómo el Estado hebreo sólo se defiende de una sanguinaria agresión.

El nuevo gobierno de Israel

En la historia de las democracias, difícilmente se halle un caso tan extremo como el que se dio en Israel el 13 de junio pasado, cuando asumió como Primer Ministro quien tiene un mínimo apoyo popular (menos del 5 porciento) en reemplazo de quien goza de un apoyo amplísimo (alrededor del 50 porciento). Exceden el marco de este artículo tanto las fallas intrínsecas del sistema democrático, como la exigua legitimidad del nuevo gobierno y su inusitada heterogeneidad –que resulta de una mezcolanza de islamistas, comunistas, liberales, progresistas y nacionalistas- que probablemente le depare una breve duración.

Nos limitamos a señalar el dato relevante a nuestro tema. Aun en un breve lapso el gobierno  podrá producir medidas casi irreversibles que trastoquen la idiosincrasia del país, debido a que la mayor parte de sus ministros, sin el respaldo de la ciudadanía, expresan el proyecto protector.

Vayan como ejemplos de esas medidas: cercenar la Ley del Estado Nación promulgada hace tres años; permitir que vuelva a debatirse la división de Jerusalén; poner en peligro los Acuerdos de Abraham (la ministro de Medio Ambiente ya ha cuestionado el transporte de gas a emiratí a Europa); facilitar el otorgamiento de ciudadanía a quienes ingresaron ilegalmente al país; debilitar a Israel en los foros internacionales, etcétera. 

El nuevo gobierno de Israel, al soslayar el proyecto redentor, genera, aun sin proponérselo, una vulnerabilidad que tarde o temprano será aprovechada por los enemigos de Israel.

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