El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 5

El fortalecimiento de la democracia en Israel
Gustavo D. Perednik
La asunción de un nuevo gobierno en Israel implica la reversión de un putsch financiado por Europa

El problema de los golpes de Estado se ha actualizado con dos conatos, en Alemania y en Perú, el 7 de diciembre de 2022. Uno provino de la extrema izquierda y el otro de la extrema derecha. Ese contexto permite reavivar el análisis de otro tipo de golpe, llamado “silencioso” o “blando”, según la terminología acuñada en 1973 por el politólogo Gene Sharp (m. 2018) para caracterizar la provocación deliberada de desequilibrio contra un gobierno legítimo, para derribarlo por medios no violentos. La obra de Sharp fue hace diez años objeto de una película documental, titulada con acierto: Cómo iniciar una revolución (2011), sin perder de vista que un golpe blando actúa en el marco de la legalidad.
Israel lo padeció el año pasado, y el golpe fue abortado como los dos arriba señalados, aunque en nuestro caso la reversión se logró sólo después de un año.
En efecto, un par de artículos en esta columna fueron dedicados al curioso y lamentable proceso del putsch judicial que depuso al Primer Ministro más popular de la historia del país, el estadista que había llevado a Israel a los máximos logros que recuerde. Ambos artículos se explayan, respectivamente, en los causantes del atropello, y en las tácticas que emplearon.
Debido al prestigio de Benjamín Netanyahu, para destituirlo se echó mano de medios inusitados, ya que en las urnas es invencible debido tanto a la política visiblemente exitosa de su partido Likud, como consecuencia del vaciamiento ideológico de las izquierdas, que suelen fracasar al competir en el mercado de las ideas.
Junto con la publicación del mentado ensayo de Sharp, vio la luz un combativo manual con recomendaciones muy concretas para agitar a una sociedad en contra de su democracia: Rules for Radicals (1971) de Saúl Alinsky. Fue traducido al español, inicialmente como Manual del animador social (1976) y en una edición posterior: Para una acción directa no violenta (1980).
Varios casos podrían ejemplificar este tipo de activismo, desde el golpe en Pakistán en 1953 hasta la insurrección egipcia de 2011 que depuso a Mubarak, e incluso casos más complejos como la crisis constitucional en el Estado de Florida durante las elecciones estadounidenses de 2000.
Lo importante es tener presentes las diferencias entre un golpe clásico –que se impone por las armas– y uno blando, que siempre apunta contra un gobierno básicamente democrático, en contraste con los golpes violentos que también pueden enfrentarse a dictaduras.
Adicionalmente, un apropiado encuadre de un golpe lo distingue del esquema revolucionario clásico, que no se contenta con arrebatar el poder sino que socava las estructuras de la sociedad. Lo planteó con dureza extrema, un siglo antes de Alinsky, el notorio Catecismo del Revolucionario (1868) de Sergei Nechaev, que pudo haber inspirado la plataforma de Lenin ¿Qué hacer? (1902).
Nechaev, para agitar en el camino revolucionario, reclamaba el uso consciente del engaño, el pillaje y el terror despiadado. Su idea de una revolución exigía el sacrificio de todo: los intereses privados, los sentimientos, las conexiones personales, y hasta el nombre propio:
“El revolucionario es un enemigo implacable de este mundo y, si continúa viviendo en él, es sólo para destruirlo más eficazmente. Rechaza las ciencias mundanas, dejándolas para las generaciones del futuro. El revolucionario conoce una sola ciencia: la ciencia de la destrucción. Su meta es una sola: la más rápida y más segura destrucción de este sistema repelente”.
Un siglo después, decíamos, el modelo más sosegado de Alinsky (m. 1972) fue inspirador tanto para la izquierda política en la que militaba el autor, como para los neonazis, quienes enfatizaron dos de las diez lecciones del “animador social”:
1) en vez de atacar instituciones, se debe atacar personas; hay que aislarlas, amenazarlas y mantener una presión constante contra el blanco elegido; y
2) siempre se debe ridiculizar al gobernante porque “no hay defensa posible frente al arma de la ridiculización”.
En 1969, el procedimiento sirvió de base para una tesis académica de Hillary Clinton, la líder del Partido Demócrata estadounidense, quien al asumir como Primera Dama de su país dio la orden de ocultar su tesis.
Sharp enumeró varios medios de desestabilización, entre ellos: promover el descontento popular, generar la sensación de desabastecimiento, polarizar, presentar a un gobierno democrático como si fuera una dictadura, y alborotar una y otra vez con rumores infundados sobre supuestos casos de corrupción.
Este repertorio de hostigamientos, incluídos los dos consejos arriba enumerados, fue orquestado en Israel con financiamiento europeo a decenas de asociaciones dedicadas a deslegimitar al gobierno electo. A diferencia de otros casos, el golpe blando en Israel tuvo éxito: depuso a Netanyahu por medios legales y el 13 de junio de 2021 instaló como Primer Ministro a quien contaba con el 5 por ciento de apoyo popular.
Recuperación y esperanza
El gobierno ilegítimo sobrevivió un poco más de un año, sin el apoyo de la mayoría, y sustentándose en vez de ello en una estrecha e impredecible coalición de partidos de tonalidades incompatibles: liberal, comunista, islamista, nacionalista.
El mejunje fue previsiblemente desbaratado apenas algunos parlamentarios arrepentidos abandonaron la heterogénea coalición. Pero el breve lapso les había bastado para retrotraer al país a una situación de inflación, aumento del terrorismo, deterioro de su posición internacional, y detrimento de la democracia.
Las elecciones del pasado 1 de noviembre permitieron que el pueblo israelí eligiera nuevamente a sus legítimos representantes, y de este modo se revirtió el golpe blando fortaleciendo el sistema democrático, y permitiendo que esta semana Netanyahu asumiera nuevamente el cargo de Primer Ministro del que había sido despojado.
En esta nueva etapa de la vida de Israel se prevé la promulgación de leyes que restituyan plenamente la representatividad de las instituciones, y que eviten la reiteración del sobresalto padecido.

Por lo menos dos libros de reciente publicación desgranan los eventos referidos. Uno de ellos (en hebreo), del periodista Eli Zipori, lleva el elocuente título de Golpe (2022) y como subtítulo El vínculo corruptor entre los medios y la procuraduría.
El otro volumen tiene como autor al propio Netanyahu, dado que durante el año en que debió liderar la oposición se concentró en escribir sus memorias: Bibi, la historia de mi vida, que acaban de ser publicadas en hebreo y en inglés (en ambos idiomas el libro ya es un resonante best-seller).
En algunas pocas páginas, la autobiografía sintetiza la persecución mediática que desembocó en el golpe. En otras, el autor repasa su relación con los principales estadistas del siglo XXI y, en ese contexto, discurre sobre la procaz intromisión del gobierno estadounidense en las elecciones israelíes. Notablemente, el ex presidente Bill Clinton admitió pública y despreocupadamente sus esfuerzos por desplazar a Netanyahu, a veces sin éxito como en 1996, y otras eficaces como en 1999.
Esta injerencia en el devenir político de Israel también caracteriza el accionar de la Unión Europea, que patrocina decenas de asociaciones que se oponen a los atributos que hacen de Israel el único Estado judío en el mundo. También países europeos fuera de la UE se suman al embate, incluso Suiza que nunca es neutral en lo que compete a Israel.
La sensación de muchos europeos de que la democracia israelí es endeble, saltea notablemente que son precisamente ellos quienes la corroen. Sin embargo, a pesar de la Unión Europea los cimientos de la democracia israelí son muy firmes. Más aún: la reiterada definición del Estado como “judío y democrático” omite que el primer adjetivo solo sería suficiente, ya que engloba al último.
Los hebreos en la antigüedad
Caracterizan a la tradición judaica: la pluralidad de ideas y el debate, las limitaciones a las fuerzas estatales omnímodas, la exigencia de rendición de cuentas ante la gente, y la tolerancia para con el mundo externo. Todas éstas son atributos de la democracia, por lo que resulta un oxímoron la idea de una dictadura en el seno del pueblo judío. Cuando nació su moderno Estado, a nadie podría habérsele ocurrido que no fuera democrático, tan democrático como venía siendo el movimiento sionista que lo estableció.
Para los judíos la democracia no nació en la modernidad sino que se remonta a la antigua Judea. Desde sus mismos albores, no existe otro precedente de una nación que cuestionara incluso la validez de establecer una monarquía como ocurrió en el antiguo Israel, según se narra en el capítulo octavo del primer libro de Samuel. En la concepción hebraica, los reyes no merecían temor ni reverencia; eran simples instrumentos institucionales para garantizar la seguridad.
En términos más generales, la ley israelita pareciera ser escéptica en materia política: no alberga grandes expectativas para con lo que el Estado pudiere ofrecer. Su mero establecimiento fue considerado un rechazo a la voluntad divina. Un futuro mejor no dependía de la burocracia estatal sino de la libre preocupación humana por construir un país más moral y próspero.
En ese contexto, la Torá, por un lado ordena leyes de bien, tales como ayudar a los errantes, cuidar de la viuda y del huérfano, dejar parte de sus campos sin labrar para que los necesitados puedan trabajarlo para su manutención, etcétera. Pero, por el otro, esos preceptos apelan a la disposición de las personas a ayudar, y no a un Estado para ello erigido. Se procura un gobierno limitado que por momentos pareciera constituir una molestia.
En el antiguo Israel, el abuso de la autoridad por parte del monarca era denostado por la figura del crítico social llamado profeta. En otro artículo hemos ejemplificado las limitaciones los reyes en los casos de David, Ajab y Joacim (respectivamente en los siglos X, VIII y VI aec). La misma entronización de un rey era entendida como un último recurso no deseado. Lejos de glorificarlo o deificarlo, Israel los mantuvo dentro del marco legal.
La ley exigía del rey respetar a la población y rendir cuenta de sus acciones ante los gobernados. Así lo habían hecho líderes como Moisés (Números 16:15) y Samuel (1 Samuel 12), e incluso es lo que se espera de la providencia. Cuando el patriarca Abraham se entera de la inminente destrucción de una ciudad como castigo, reclama: ‘¿Morirán inocentes con culpables, el justo con el malvado? ¿Acaso no hará justicia quien es el Justiciero de toda la Tierra?’ (Génesis 18:16-25). Rendir cuentas es primordial; el andamiaje de la democracia es precisamente la responsabilidad de quienes detentan autoridad.
En cuanto a la dispersión del poder, la Torá prescribe al antiguo Israel leyes estaduales como “Jueces y policías establecerás en cada ciudad” (Deuteronomio 16:18). Muchos siglos después aparecería en Europa la limitación del poder absoluto de los reyes, a partir de la Carta Magna (1215) por la que el monarca en Runnymede cede parte de su potestad a la nobleza y echa a andar la rueda de una serie de medidas que transformaron los privilegios de una minoría en derechos de los ciudadanos.
En suma, en Israel el término “rey” no aludía a un déspota arbitrario a quien nadie podía cuestionar, sino a un funcionario que debe hacerse cargo de su responsabilidad y respetar a sus compatriotas “para no ensoberbecerse sobre sus hermanos” (Deuteronomio 17:20).
En la comunidad política de Israel, la ley se basaba en el acuerdo voluntario y se aplicaba uniformemente a todas las personas. Incluso la aceptación del pacto en el Monte Sinaí fue percibido como una opción del pueblo: se le propone la Ley, y el pueblo la acepta (Éxodo 19).
Por lo antedicho, no es exagerado afirmar que la democracia hebrea, que es anterior a la ateniense, es más fiel a la norma fundamental de dispersar el poder para que sea monitoreado. Sobre estos mecanismos democráticos, escribió Thomas H. Huxley (m. 1895) en Controverted Questions (1892) que
“son los grandes instigadores a la rebelión contra las peores formas de despotismo político y clerical. La Biblia ha sido la Carta Magna de los pobres y de los oprimidos. Hasta los tiempos modernos, ningún Estado ha tenido una constitución en la que los intereses del pueblo sean en tal magnitud tenidos en cuenta; en la que se insista en los deberes de los gobernantes mucho más que en sus privilegios, como lo fue en la constitución diseñada para Israel en el Deuteronomio y el Levítico”.
Debido a la naturalidad con que el ideal de la democracia permeó la vida del pueblo hebreo, su moderno Estado exhibe la única democracia vibrante de toda la región, y por esa misma razón el traspié del año pasado constituyó un trauma que sólo en estos días comienza a despejarse.